2.- La miseria no llega sola
Tres meses después.
Bella Lombardi
Traté de mantenerme positiva, la férula de mi tobillo fue removida dos meses después de la lesión, pero aún casi tres meses después, sigo sintiendo las consecuencias de la fractura. Tengo que asistir a unas sesiones de terapia para que los ligamentos del tobillo puedan volver a tener la fuerza que poseían, aún duele un poco cuando lo muevo, pero el dolor ahora no significa nada para mí.
He perdido las presentaciones más importantes de mi carrera, he perdido audiciones que podrían catapultarme a la cima, estar lejos de los escenarios tres meses es...demasiado.
—¿Cómo te fue hoy? —elevo la vista cuando mi primo Jacob ingresa a mi habitación.
Dejo a un lado la tableta, en donde se reproduce por milésima vez el video de la presentación en donde debí de haber sido la bailarina principal.
—Igual que siempre —respondo en un suspiro —¿qué hay de ti? ¿Cómo te fue en la esgrima?
Hace una mueca, eleva las mangas de su camisa y noto los moretones en los brazos. Sonrío, consciente de que eso va a molestarlo y hacer enojar a Jacob siempre es mi pasatiempo favorito.
Soy más grande que él por un año, hemos crecido juntos desde que tenemos cinco y seis años, somos inseparables aunque la mitad de nuestro tiempo nos la pasamos molestándonos el uno al otro.
A nuestros veintitrés años, eso nada ha cambiado.
—Parece que hoy alguien te ganó, ¿cierto?
—Solo me descuidé —objeta —¿qué fue lo que dijo el médico?
Se desliza hasta llegar a mi costado en el colchón, su mirada se mantiene fija en el mi tobillo que ahora se encuentra rodeado por el estabilizador que tengo que usar siempre para no generar más daños en la lesión.
—Está sanando como debe, pero aún no puedo practicar nada de ballet —un pinchazo se me clava en el pecho cuando pronuncio aquello —han pasado tres meses, siento que es una eternidad.
—No lo es —extiende la mano para colocarla sobre la mía —son casi nada, Bell, verás que en un par de meses estarás de vuelta siendo tan exitosa como siempre.
Sonrío. Jacob siempre tiene un extraño positivismo, supongo que eso se lo heredó a mi tía Daphne, ella siempre tiene algo bueno para decir, una palabra positiva que te sube el ánimo, que te hace sentir mejor.
Sin embargo, ahora no tienen el efecto acostumbrado. He tratado de convencerme que cuando la lesión se cure en su totalidad, podré volver a bailar como si nada hubiese sucedido. Pero he estado demasiado tiempo en el mundo de la danza para saber que una fractura puede acabar con tu carrera. No quiero considerar que yo forme parte del gran porcentaje de bailarinas que tienen que dejar la danza por una lesión, porque sus huesos jamás se recuperaron, sus músculos no volvieron a ser tan fuertes como antes, no quiero imaginar que puedo pertenecer a ellos...pero lo hago.
—Bell —la voz de Jacob me saca de los pensamientos —vuelve conmigo.
Sacudo la cabeza, siento el toque suave de su mano contra la mía y las lágrimas se acumulan en mis ojos.
—Oh, no llores —pide pero abre los brazos para permitirme refugiarme en ellos —¿quieres que vayamos por helado? —inquiere —conozco una heladería excelente, Lía fue conmigo hace un par de días y está enamorada de los helados.
—No quiero —confieso —quiero quedarme aquí y no salir nunca.
—A tus veintitrés y no dejas de ser una berrinchuda —me molesta, pero no deja de acariciar mi cabello.
Siento la fragancia que brota de él, la misma que mi tío Ángelo suele usar. Huele a roble, y un poco a ciprés, es un olor fresco, que me recuerda a estar en los brazos de los hombres que siempre me han protegido.
—¿Qué voy a hacer si nunca puedo volver a bailar? —me aparto de su cuerpo limpiándome las lágrimas.
Jacob no responde, parece pensar demasiado lo que dirá, como si no quisiera arriesgarse a darme una respuesta incorrecta.
—Volverás a bailar, eres la princesa de la danza, volverás a hacerlo, Bell. Eres fuerte, talentosa y tan dedicada. Te he visto pasar más tiempo en la sala de ensayos que en cualquier otro lado, esto es solo un pequeño tropiezo, pero estarás bien, ¿sí? Confía en mí.
—Aurora es tan afortunada —murmuro mencionando a su novia —¿aún puedes llevarme por helado?
Se aparta rodando los ojos, intenta parecer molesto y eso me causa gracia.
—Caprichosa y berrinchuda, compadezco al hombre que se enamore de ti —dice incorporándose de la cama.
Mis risas llenan el lugar, Jacob camina hasta el sitio en donde tengo el par de muletas que aunque no necesito del todo, me ayudan para no poner demasiado peso en el tobillo.
Luego, me lanza esa mirada que he aprendido a descifrar con los años, la típica mirada que me deja saber que tiene un plan en mente y del cual no tengo otra opción más que formar parte.
Llegamos a la heladería unos veinticinco minutos más tarde. Es un pequeño establecimiento que está en el centro de Milán. Hay pocas personas dentro así que no se nos dificulta encontrar una mesa para sentarnos.
A pesar de que es un establecimiento pequeño, tienen una amplia variedad de sabores de helados, desde los comunes hasta los más extravagantes.
Jacob pide helado de trufa negra y yo pido de algodón de azúcar, nos entregan un par de vasos que contienen nuestros respectivos nombres junto con una pequeña taza de chispas de chocolate como acompañamiento, lo que resulta algo nuevo en realidad.
—Así que, ¿has hablado con papá sobre esto? —inquiere Jacob antes de llevarse una cucharada del helado a la boca —sabes que se preocupa por ti, creo que deberías hablar con él.
—¿Y preocuparlo? —sacudo la cabeza —suficientes preocupaciones ya tiene como para darle una más.
—Nunca serás una carga para él si eso es lo que estás pensando.
Me concentro en el sabor dulce del helado para tratar de retener todo lo que quiero pensar en realidad. El padre de Jacob, mi tío, al que también considero como un padre, es quien ha cuidado de mí y de mis hermanas desde que mis padres murieron.
Era demasiado pequeña como para recordar lo que sucedió, pero él siempre ha estado para nosotras, ha sido un padre, y es por esa misma razón que detesto molestarlo, detesto mirarlo tan preocupado por mí.
—Él cree que estoy mejor, no quiero que sepa que no es así.
—Bell...
—Esto no será para siempre —trato de convencerme a mi misma —tú lo dijiste, la lesión sanará y seré la misma.
Jacob ladea la cabeza, su cabello también cae hacia un costado y fija la mirada en mí. Trato de retener la sonrisa porque el que me mire de esa forma me hace olvidar que en realidad me estaba enojando por ser un insistente.
—No me mires así.
—¿Cómo te estoy mirando?
—Como si fuese una niña chiquita, puedo lidiar con mis problemas sola, sin necesitar del tío Ángelo, o de ti.
Arruga la frente, otra cualidad de Jacob además de ser la principal persona que me molesta, es que es tan protector como su padre lo es conmigo. Además de mi primo, es mi mejor amigo.
—Hablo en serio, Jacob —suspiro —quiero...quiero dejar toda esta mierda y hablando de ello...
—Hablando de ello es como se supera, Bella —dice ahora con seriedad —lo sabes, no puedes guardarte todo esperando poder solucionarlo por tu cuenta.
—Creí que me invitaste al helado para despejarme, no para seguir con esto que todos han estado haciendo desde que me lesioné.
Sacude la cabeza, suspira resignado y por unos segundos me siento mal, mal porque sé que solamente quiere ayudarme, pero en realidad no creo poder hacerme cargo de lo que me sucede ahora mismo.
—De acuerdo, lo dejaré estar —dice no muy convencido.
Le dedico una mirada agradecida y es suficiente para que nuestra conversación amena regrese. Estamos en el establecimiento unos veinte minutos más antes de que el lugar reciba más clientes y decidamos levantarnos para cederle la mesa a una pareja de adultos mayores.
—¿Quieres volver a casa? —pregunta.
—Quiero caminar un poco —confieso —quiero poder acostumbrarme a esto sin necesitar las muletas —señalo el estabilizador de mi tobillo.
Me mira, evaluando si es la decisión correcta pero cuando le entrego las muletas, él no hace mucho por contradecirme.
—Podemos ir al parque de ahí —señalo el sitio al otro lado de la calle —vamos, hay un paso peatonal de ese lado.
Jacob trata de darme la mano pero la rechazo, no se me dificulta caminar con el estabilizador pero es molesto no tener la libertad acostumbrada de mi pie. Llegamos al paso peatonal y avanzamos.
—Hablé con Aurora —dice mientras atravesamos la calle —dice que le gustaría ir a visitar el nuevo mirador, ha dicho que si quieres venir...
Sus palabas se interrumpen por el sonido de las llantas quemando contra el asfalto, volteamos con alarma y un grito brota de mis labios cuando distingo un lujoso auto de carreras viniendo hacia nosotros.
—¡Bell! —el grito de Jacob penetra mis oídos mientras trata de apartarme pero no lo consigue, extiendo las manos, consciente de que es un intento inútil.
Mis palmas golpean el capto del auto en el mismo segundo en el que se detiene pero no lo suficiente porque recibo un golpe, uno que me derriba y me hace caer
Mi cuerpo choca contra el asfalto y me siento aturdida, el dolor en mi tobillo vuelve tan fuerte como hace semanas no lo siento...y entonces sé que he sido lanzada muchos pasos por detrás de mí "recuperación".
Alessio.
—Max, baja la velocidad —exijo aferrando las manos en el asiento del auto.
—Oh, vamos, amigo —dice y ríe —esto es lento a comparación de lo que siempre corremos.
—Sí, excepto porque no estamos en una maldita pista —gruño sintiendo como en vez de frenar, el auto adquiere más velocidad.
Me siento mareado, nos siento avanzar con rapidez y mi estomago se contrae, creo que puedo vomitar justo ahora mientras mis uñas se clavan sobre el cuero del asiento. Mi respiración se corta y creo que estoy entrando en pánico.
Es por esta razón que me he rehusado a subir a un auto desde el fatídico día en donde me accidenté, me resulta imposible estar en el interior de un automóvil sin sentir que el pánico va a consumirme, pero Max, mi compañero de equipo en las carreras, parece olvidar ese detalle.
—Frena ahora —ordeno —detente.
—No seas un miedoso, Alessio —se burla y pisa el acelerador.
—¡Qué lo detengas ahora! —bramo y la molestia, combinada con la sensación de ansiedad creciente me hacen tomar el volante.
—¿Qué mierda crees que haces, Al? —grita cuando logra estabilizarnos —¿quieres que tengamos un jodido accidente?
Mantiene la mirada en mí, quiero gritarle que sí, que jodidamente quiero accidentarnos para que así al menos él tenga una maldita idea de lo que se siente estar al borde de la muerte, pero no lo hago porque, cuando miro al frente, noto a la pareja que está cruzando el paso peatonal.
—¡Cuidado!
Max pisa el freno, las llantas quemando sobre la carretera se dejan escuchar y luego hay un grito, el auto se sacude y nos detenemos.
—¡Jodido idiota! —un golpe en el capo del auto nos hace reaccionar.
Abro la puerta del auto, me bajo a prisa sintiendo que puedo respirar cuando mis pies tocan la carretera pero la sensación de alivio no dura demasiado porque noto a la chica que está tendida sobre la carretera.
Hay un par de muletas tiradas junto a ella, y en ese punto reparo en la especie de férula que tiene en el pie.
—Joder —me apresuro a llegar hasta ella —¿estás bien?
—Apártate de ella —el chico que la acompaña me aparta de un empujón —estamos en un jodido paso peatonal, y esta es una carretera no una pista de carreras, hijos de puta.
Nos da la espalda y se concentra en la chica, se inclina a su lado y le ayuda a incorporarse.
—¿Estás bien, Bell?
—Sí —dice y luego nos mira.
Jo.der.
He visto muchas mujeres bonitas, estoy rodeado de ellas, pero esta chica...esta chica tiene una belleza casi angelical.
Es delgada, porta unos leggins negros que muestran una figura esbelta, tiene una blusa blanca corta pero lo suficientemente suelta como para no revelar nada, su cabello rubio cae en ondas sobre sus hombros, tiene un rostro simétrico, casi tan perfecto, y cuando miro sus ojos...madre santa.
—¡Idiotas! —exclama rompiendo mi ensoñación.
Sus ojos grises chispean con furia mientras se aferra al cuerpo del chico a su costado.
—Lo sentimos mucho...
—Lo sienten y una mierda —espeta el chico —deberían estar arrestados y su auto en el corralón.
—Lo sentimos, de verdad —Max se acerca a la chica pero ella lo aparta con un manotazo —¿quieres que te llevemos al hospital?
Me inclino tomando el par de muletas y las extiendo hacia ella, la manga de la camisa que porto se corre, su mirada viaja hasta el sitio y me siento expuesto cuando sus ojos se posan en las cicatrices de mi brazo.
Me aclaro la garganta, —¿hay algo que podamos hacer...?
—Dejar de creer que están en una pista de carreras y tener cuidado con los peatones —la chica me arrebata las muletas —tienen suerte de que no haya una patrulla cerca.
—03807 —miramos al chico cuando habla —tengo su numero de matrícula, esperen su jodida infracción pronto.
No nos dan oportunidad de responder, ambos avanzan y cuando se han alejado lo suficiente, me siento enfurecido con Max.
—¿Vas a...?
—Jódete.
Me giro, no me molesto en cerrar la puerta del auto que se ha quedado abierta y solo camino, estoy lejos de casa, aproximadamente una hora a pie pero no me importa, caminaría con tal de no volver a subirme a un auto con el idiota de Max como piloto.
Llego a casa sintiéndome agotado, lo que sucedió con la pareja y el auto de Max aún sigue repitiéndose en mi memoria y me siento jodidamente culpable porque sé que de no haber distraído a Max, él se hubiese dado cuenta de la pareja y no hubiese pasado a arrollarlos.
Lo que pasó hoy no me ayuda en lo absoluto, solo retuerce la daga de culpabilidad y me hace sentir miserable.
Me refugio en la cama sintiendo que no tengo energías suficientes como para mantenerme despierto, no es extraño en realidad, he dormido más en los últimos meses que en toda mi vida, no tengo ánimos de salir, de socializar...no quiero nada más que permanecer en mi cama sin ser molestado.
Así que me quedo ahí, escondido bajo las sabanas hasta que la noche cae y mi hermana Marcella llega. Ella es la que me ha estado acompañando desde el accidente que acabó conmigo, no parece muy feliz de verme en cama pero no dice nada, se limita a dejarme en paz y decir que si estoy hambriento vaya a preparar mi propia comida.
Pero no lo hago, solo me quedo en cama...por muchas horas más hasta que consigo dormir, lo que resulta mucho peor porque apenas consigo el sueño...la maldita tortura vuelve.
Fuego.
Calor.
Llamas.
Siento la piel arder, siento el humo quemarme los pulmones. Siento que no puedo respirar, la aterrorizante sensación de ahogamiento.
—Alessio —abro los ojos de golpe al mismo tiempo que tomo una gran bocanada de aire.
La luz tenue de la habitación me da la bienvenida a la realidad. Tengo la respiración agitada mientras siento el sudor en mi rostro.
—Parece que tenías una pesadilla —el rostro dulce de la mujer a mi lado es apenas visible en la oscuridad, pero consigue darme algo de paz. —¿Quieres un poco de agua?
—Estoy bien —cierro los ojos levemente —ve a dormir Marce.
Sacude la cabeza.
—No voy a irme hasta que me asegure que estás bien —su mano se coloca sobre mi pecho —¿es la misma de todas las noches?
Apenas asiento.
—Deberías visitar al terapeuta que mamá sugirió —me recuesto de nuevo —han pasado tres meses...
—Ve a dormir, Marcella —esta vez no es una suave petición. Es casi una orden.
Mi hermana suspira, se incorpora de la cama y a pesar de la oscuridad puedo sentir su mirada en mí. No digo nada más. Ella tampoco lo hace, solo se marcha dejándome de nuevo solo con aquellos recuerdos que quiero olvidar.
Elevo mi antebrazo derecho. Las yemas de mi mano izquierda trazan una caricia sobre la piel arrugada, sobre las marcas que el fuego dejó en mi piel. Luego volteo hacia la repisa, en donde la fotografía del último trofeo que sostuve parece burlarse de mí.
Mi nombre aparece debajo inscrito en la placa de oro: Alessio Vitale, campeón del gran premio de Italia.
Lo leo una y otra vez, antes eso causaba orgullo...ahora solo me da una especie de ira incontrolable. Soy considerado el rey de las carreras de autos...o lo era...hasta hace tres meses.
Ahora...ahora ni siquiera tengo un auto. El que poseía, mi amigo inseparable...mi posesión más preciada...se consumió ese día.
Quedo en cenizas, como toda mi carrera deportiva.
Ahora soy el rey de nada.
Tengo 26 años y parecía que había conquistado el mundo. ¿Irónico no? Ahora hace 3 meses que no puedo subirme a un auto sin tener un ataque de pánico, he perdido a mis patrocinadores, mis agentes están a punto de abandonarme también. Lo estoy perdiendo todo, y no estoy haciendo nada al respecto.
Pero, cuando algo llega para arrebatarte todo, no quedan ganas de luchar.
Mi fin llegó más pronto de lo que esperé, se me fue arrebatado sin siquiera poder luchar para retenerlo.
Mis sueños fueron consumidos por el fuego ese día, quedaron en cenizas que, por mucho que intentara...nunca volverán a ser lo que fueron antes de ese día.
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