19.- Mi dulce principessa.
Bella.
Hay una leve sensación nerviosa en mi sistema, golpeteo mi pie contra el suelo recién pulido mientras observo la hora en el reloj que rodea mi muñeca.
Hoy es un día importante, es la primera carrera para la clasificación del Gran Premio de Italia, pero lo que más importancia le da, es que también es la primera carrera oficial de Alessio luego de su accidente.
Cuando el equipo de Mercedes Benz anunció el regreso de su piloto estrella, todos se volvieron un poco locos. Los fanáticos explotaron con entusiasmo, hubo miles de fotos rodando en el internet de Alessio, de todas sus carreras anteriores y muchos aseguraban que la copa volvería a pertenecerle.
Todos están emocionados del regreso del Rey de las carreras.
Y aunque saber que el público lo apoyaba tanto fue un alivio para Alessio, eso también significó un peso sobre los hombros que era evidente que no sabía como manejar.
Pero que esté aquí, alistándose, es el paso más grade que puede dar.
El golpeteo de mi pie continúa mientras aguardo en el pasillo, justo frente a su puerta. A pesar de que me hubiese gustado estar con él mientras se prepara, pidió su propio espacio y yo no sería quien interrumpiera su privacidad.
Es claro que necesita su tiempo antes de salir, así que no presiono, solo me quedo ahí, aguardado hasta que esté listo para salir, porque confío en él y sé que lo hará. Sé que saldrá y conquistará a todos.
Como si mis pensamientos lo hubiesen invocado, la puerta se abre y me incorporo con prisa, una sonrisa se extiende por mis labios cuando lo miro, parece nervioso, una sonrisa titubeante aparece en sus labios y baja la vista un segundo.
—¿Y bien? ¿Qué te parece?
Mi respiración se corta cuando lo veo en su traje de carreras en color azul. El material ajustado presiona contra su cuerpo firme, su torso parece más delgado, la tela rodea los músculos de sus brazos evidenciando el resultado de todos los entrenamientos que estuvo realizando en la última semana.
Su cabello está revuelto, pero luce de una forma que le da un aspecto sexi, tan sexi que no puedo resistir el impulso de morder mi labio inferior. Su mirada se conecta con la mía y descubro la emoción en ellos, una sonrisa confiada se cruza por sus labios y eleva el mentón con ligereza.
Había visto fotos de él internet portando el traje del equipo, sin embargo, ninguna imagen se compara a lo caliente y sexi que luce ahora frente a mí. Sostiene el casco bajo el brazo y poco a poco la confianza lo llena por completo.
—Te vez tan sexi —chillo corriendo hacia él. Me recibe con el brazo que tiene libre y el sonido de su risa me llena por completo.
Me aparto para conseguir mirarlo más de cerca, y él parece encantado de ser digno de toda mi atención.
—Es un poco raro, me siento algo...sofocado —dice frunciendo los labios —no usarlo tanto tiempo trae sus consecuencias.
—Ahora entiendo porque vuelves locas a todas esas chicas en el internet —bromeo —gracias al cielo que no soy una novia celosa.
—En todo caso, ten la seguridad de que solo tengo ojos para ti —sonríe —¿vienes conmigo a los Boxes?
Asiento. Toma mi mano y nos conduce hasta el sitio en donde se encuentra todo el equipo. Si creí que durante los entrenamientos había movimiento, es solo porque no había visto asistido a una carrera oficial de clasificación.
A las que había asistido eran las finales con los equipos disputándose el trofeo. Esta...está es la carrera de inicio, de aquí depende mucho si el camino de los pilotos hasta el Gran Premio es sencillo o complicado.
Hamilton se acerca a nosotros, tiene una sonrisa en los labios y mira a Alessio casi con orgullo.
—Que bueno es verte de regreso —extiende la mano y palmea uno de sus hombros —es hora, debes ir.
Hace un gesto con la cabeza hacia la pista, el cuerpo de Alessio se tensa brevemente antes de asentir. Cuando su director se aleja, busca mi mirada.
—Todo va a estar bien —acaricio su brazo por encima del material —lo harás bien.
—Es que...ha pasado tiempo —sacude la cabeza —¿qué tal si ni siquiera califico?
Ladeo la cabeza, una suave sonrisa se extiende por mis labios. La duda y el temor se han adueñado de sus ojos mientras observa su auto ser preparado para la carrera que comenzará en unos minutos.
—Solo conduce —susurro —solo toma el auto y conduce, haz lo que mejor sabes hacer, tesoro.
Parpadea, poco a poco la bruma en sus ojos se disipa y la confianza vuelve a filtrarse en el azul de su iris.
—Ve y conquístalos —me coloco en puntillas, alcanzo sus labios y la mano que tiene libre me rodea la cintura.
Me apega a su pecho como si necesitara de mi cercanía, me permito envolver los brazos alrededor de su cuello y profundizar el beso. Cuando el oxigeno se acaba y me veo en la necesidad de apartarme, sus ojos están más iluminados, más seguros.
—Estarás aquí, ¿cierto?
Él había conseguido que Hamilton permitiera mi presencia en los Boxes, ya he estado aquí antes y supongo que sabe que mi presencia no significa ninguna distracción, así que lo permitió sin mayor problema.
Mis tíos y hermanos también estaban presenciando la carrera en los mejores lugares. Todos venimos por él.
—Todo el tiempo —prometo.
Asiente. Se inclina y deja un corto y último beso contra mis labios antes de retroceder, y caminar hacia el sitio en donde todos los pilotos toman su posición. Permanezco en mi sitio, mirándolo colocarse el casco y avanzar con una determinación nueva en él.
Alessio Vitale ha vuelto, y sé que ahora no habrá nada que pueda detenerlo.
Alessio
La adrenalina corre por mis venas, siento el latir de mi corazón fuerte contra mi pecho. Abro y cierro las manos mientras me repito que puedo hacer esto, ya he llegado hasta aquí, no puedo rendirme, no puedo seguir huyendo de esto.
—Al, ¿me copias? —Escucho la voz de mi director probando los cascos antes de la carrera.
—Sí, fuerte y claro.
—¿Cómo estás?
—Muero de calor —bromeo para intentar bajar la tensión de mi cuerpo —había olvidado el calor que hace aquí dentro.
La risa del equipo se escucha también. Eso me hace sonreír, luego, el silencio por los cascos me hace saber que probablemente han colocado la comunicación directa para no distraerme.
—Puedes hacerlo, Al —la voz de Hamilton está llena de confianza y eso consigue llenarme también —demuéstrales que el rey ha vuelto.
Sonrío, mantengo las manos alrededor del volante y tomo una inhalación que me permite recuperar el control.
Las luces encienden, la cuenta comienza, mi pecho late con fuerza, un golpe tras otro, mi respiración es pesada y recuerdo todos los ejercicios que nos obligan a seguir a los pilotos para mantener nuestra respiración normal.
Uno, dos, tres...
La adrenalina explota, me lleva a otro nivel mientras coloco el pie sobre el acelerador.
Cuatro, cinco...
Las luces se apagan y es hora, piso el acelerador con fuerza, el motor ruge mientras el auto toma fuerza, mi cuerpo se va hacia atrás por la velocidad y pierdo levemente el control del auto, me toma una fracción de segundo recuperarlo, acostumbrarme a la sensación de estar corriendo a doscientos kilómetros por hora.
Escucho el chillido de las llantas, el rugido de los motores de los otros conductores que me rodean.
—Bien, vas bien —Hamilton habla con entusiasmo —tienes buena posición, no te apresures.
Sonrío cuando acelero y el motor ruge con fuerza dándome muchísima más velocidad. Mi cuerpo reconoce la sensación, la satisfacción de rebasar a los demás conductores y avanzar en las posiciones.
Estoy yendo a más de trescientos kilómetros, la recta se abre ante mí así que aprovecho las posiciones que he subido mientras mantengo el control y me precipito hacia adelante. Reconozco la curva a unos metros, es mi oportunidad para avanzar y no permitir que nadie me robe la delantera.
Piso los frenos antes de la curva, los neumáticos chillan contra el asfalto y mi sonrisa se ensancha, joder, se siente bien.
Me mantengo bajo control las primeras vueltas de la carrera, mi cuerpo se acostumbra a la velocidad. Durante los entrenamientos conseguí adaptarme pero no es lo mismo ahora que estoy corriendo con otros diez pilotos que desean lo mismo que yo.
—Allan está delante por dos posiciones, detrás de ti viene Max, y Kennett está pisando muy cerca de ambos.
Reconozco la pintura del auto de Max, él consigue mantenerse cerca mientras ambos avanzamos con velocidad. Somos del mismo equipo, pero el aire competitivo ha vuelto a surgir entre nosotros.
Me tenso brevemente antes de tomar la curva, las llantas chillan de nuevo contra el asfalto y el giro bien ejecutado me coloca una posición más adelante. Reconozco el auto de Allan, liderando la lista de posiciones. El muy idiota está demasiado adelantado y tengo que alcanzarlo.
No me apresuro, estoy en la p3 lo que me tiene satisfecho, pero quiero más, aunque no es el momento, si me apresuro, puedo terminar estampándome contra la valla de contención y nadie desea eso, mucho menos en la primera carrera.
Domino las siguientes vueltas, hago una parada en los boxes para el cambio de llantas y recibo las indicaciones de Hamilton. Apenas unos segundos después, estoy saliendo a velocidad dejando un quemón de llantas en el asfalto.
—Vamos por ese primer puesto —acelero en la recta, el motor ruge llevándome a los trescientos kilómetros por hora, me aferro al volante mientras reconozco la curva y me arriesgo a frenar pocos segundos después de lo que debería.
El auto se sacude, pero el movimiento cumple su cometido. Pronto estoy del lado de Allan, nuestros autos están emparejados y los motores rugen con fuerza, negándose a dejarse rebasar.
—Toma la siguiente curva, aprovéchala, es tu oportunidad —Hamilton indica y yo obedezco.
Mis pulmones se contraen y mi respiración se corta cuando tomo la curva, mi cuerpo gira al mismo tiempo que el auto y me aferro con fuerza al volante, manteniéndome en la pista, un solo descuido y saldré volando por los aires.
—¡Sí! —una exclamación brota de mis labios cuando el auto de Allan queda detrás del mío.
Toma eso, idiota.
Mis manos se aferran alrededor del volante mientras acelero, mantengo la vista al frente y reconozco la bandera de meta. Puedo hacerlo, estoy tan cerca...
Estoy tan concentrado mirando la línea de meta que no me doy cuenta que el auto de Allan se acerca peligrosamente al mío, no estoy preparado para su movimiento.
Mi auto se sacude, el golpe en la parte trasera me hace perder el control y las llantas chillan contra el asfalto.
—¡Jodido imbécil! —bramo cuando caigo en cuenta que Allan me ha golpeado para sacarme del camino.
Me aferro con mi vida al volante, hago un giro y apenas consigo mantenerme en posición, mi corazón golpea con furia, la adrenalina se esparce por todo mi torrente sanguíneo pero no dejo que me saque.
Ya pasé esto una vez, no volverá a ocurrir.
Consigo volver, con el corazón bombeando y la respiración entrecortada.
—Al, ¿todo bien? ¿Estás en condiciones para continuar?
—Sí, ese idiota no va a dejarme fuera.
Su mala jugada le ha dado la posibilidad de rebasarme, en un parpadeo la bandera de la meta se ondea sobre nosotros, y sé que se ha acabado por ahora.
Pese al mal rato que tuve hace segundos, mi pecho se llena de orgullo cuando me doy cuenta que acabé en la segunda posición, y Max en la tercera.
—¡Eso fue asombroso! —Bella se lanza a mis brazos apenas me ve entrar, no parece importarle que estoy sudoroso y suelto el casco para poder recibirla.
—¿Qué te ha parecido?
—Increíble, aunque casi sufro un infarto cuando te chocaron —confiesa formando un mohín con los labios.
—Casi necesitábamos darle aire —bromea Hamilton —una buena carrera, Al. Lo hiciste bien, Max.
—Tenemos que sacar al idiota de Allan en la próxima carrera —dice acercándose, una sonrisa se extiende en sus labios cuando me mira —buena jugada.
—Igual la tuya.
Luego me concentro en mi chica, en la forma en la que sus ojos me miran con orgullo, me mira de una forma en la que nadie lo ha hecho jamás y eso me hechiza por completo.
—¿Estás listo para festejar? —sonrío.
—Para ti siempre estoy listo —aseguro.
Nos quedamos con el equipo, siguiendo los protocolos del final de la primera carrera y recibo las felicitaciones de todos con una sonrisa. El tío de Bella y sus hermanos también se acercan, Mateo parece realmente emocionado mientras habla de los movimientos como todo un experto.
Marce y mi madre me encuentran también y su emoción termina por desbordarme, todos están tan felices por mí, hablando de la carrera, diciendo cada detalle...
Y me encuentro a mí mismo disfrutando de aquello que creía odiar. Todo parece volver a su lugar, y solo espero...deseo tanto, que está vez, pueda disfrutarlo hasta la recta final.
Bella y yo vamos a celebrar esa noche. Nuestro destino es un bar casi escondido del centro de Millán en donde podemos perdernos sin preocuparnos por la atención.
Bebemos champán, tanto que al final acabamos algo mareados, comemos tanto como nuestros estómagos lo permiten y bailamos sin preocuparnos por nada más.
Esa noche Bell se quedaría en mi piso, así que volvemos andando porque no quiero arriesgarme a conducir con la mente nublada.
Me siento bien, mejor de lo que esperé. Y este buen comienzo me anima para tener fe en los siguientes.
—Estoy agotada —dice Bell cuando al fin nos metemos a la cama. —Agradezco que Diane nos haya dejado libre mañana, porque no creo ser capaz de ponerme en puntas.
—Mañana nos tomaremos el día —prometo con una sonrisa.
La oscuridad nos rodea cuando nos escabullimos bajo las sábanas, compartir esta intimidad tan bien, como una especie de calma que llega cuando más lo necesitas.
Bella se acurruca contra mi pecho, su delgado cuerpo encaja perfectamente con el mío, como si hubiesen sido diseñados para acoplarse.
—Estoy orgullosa de ti, ¿sabes? —eleva la cabeza para mirarme a través de la oscuridad —me alegra tanto que vuelvas a hacer lo que te apasiona.
—Significa mucho para mí —acaricio su cabello —gracias por estar ahí.
—Siempre que me necesites, pero cuando ganes la copa...quiero que me menciones ante las cámaras, ¿de acuerdo?
Me río, pero asiento, dándole la única respuesta que quiero darle.
—Lo que desees, principessa.
Sus ojos se iluminan y me mira con adoración, no responde nada, simplemente vuelve a acurrucarse contra mi pecho y sin darnos cuenta...ambos nos quedamos dormidos.
Dicen que cuando menos esperas algo malo, más doloroso es cuando sucede. Las pesadillas habían desaparecido, creí ingenuamente que ya no las tendría...pero me equivoque.
Esa noche tengo la peor de todas. Es distinta porque me veo a mi mismo dentro del auto ser rodeado por las llamas, mi cuerpo experimenta todo mientras me miro gritar, es extraño, siento el dolor, el calor, pero es como si estuviese en otro sitio, mirando mi vida consumirse.
Esta vez no despierto, cuando mi cuerpo se pierde entre las llamas y mis pulmones parecen estallar, no despierto aún cuando la explosión ocurre y el dolor taladra mis huesos.
—¡Al!
Abro los ojos sobresaltado, tomo una bocanada de aire y mi mente tarda en reaccionar.
—Al, por Dios, respira —siento las delicadas manos colocarse en mi torso.
El sudor me cubre, la piel me arde en el sitio en el que se encuentran las cicatrices, todas las sensaciones como si fuese real lo que ocurrió.
Salgo a trompicones de la cama, me siento mareado y aturdido y casi corro hasta el baño.
—Al —la voz de Bella se escucha del otro lado de la puerta.
Mis pulmones queman, la piel me arde y en un movimiento desesperado, me quito la camisa.
Joder, ¿Qué carajos pasa conmigo? Suelto un grito cuando en vez de ver las cicatrices, veo la piel al rojo vivo. Retrocedo chocando con un par de envases de cristal, el material estalla en el piso y mi mente colapsa.
—¡Cariño abre la puerta!
En segundos estoy en el suelo, incapaz de respirar, incapaz de hacer otra cosa que no sea sentir como el alma se me va del cuerpo. Tengo los ojos cerrados, los segundos pasan y todo se siente como una maldita tortura, una lenta, y agonizante.
Un golpe fuerte se escucha pero no es suficiente para hacerme reaccionar.
—Al...cariño, vuelve conmigo —sus manos acunan mi rostro —mírame —pide.
Abro los ojos, me encuentro con el gris precioso que me eclipsa.
—Mis ojos, solo mira mis ojos —pide mientras sus manos acarician mi cabello y el costado de mi rostro —vuelve conmigo, aquí estoy.
Mis ojos se llena de lágrimas, arden tanto que no puedo contener las lágrimas y sollozo.
Ella me envuelve en un abrazo, me aferro a ella, envolviéndola con los brazos y sintiendo el confort de su cercanía.
—Vuelve conmigo —susurra con dulzura haciéndome mirarla.
Cuando me he recuperado, y creo que poseo voz otra vez, susurro:
—Estoy aquí.
No habla más, permanece en el suelo abrazándome hasta que todo el miedo se va, hasta que la bruma desaparece y me atrevo a bajar la vista. Las cicatrices están ahí esta vez, y me toma un par de segundos...darme cuenta que estoy descubierto frente a ella.
—Las has visto —mi voz brota torturada.
No responde, cierro los ojos y apoyo la cabeza contra la pared.
—Al —su voz me hace mirarla —no me importan.
Siento su mano sobre mi pecho y me estremezco, un escalofrío me recorre y lucho por no apartar su mano, por dejar de sentir su piel directamente sobre las cicatrices, pero luego, el calor que desprende se siente...bien.
Traza la superficie irregular, su mano explora toda la zona arrugada y de relieves que la piel ha formado. Todo mi brazo está cubierto de ellas, algunas son más leves pero otras aún se sienten perfectamente.
Odio que alguien las mire, odio las miradas de lastima que las personas lanzan en mi dirección. Como si el hecho de tenerlas me hiciera merecer lástima o que sean condescendientes.
Probablemente nadie sabe en realidad que las tengo, pero reconocí la mirada de Hamilton, de Max. Lo reconocí perfectamente en los ojos de los médicos y de cada enfermera que me trató.
Y no soportaría verlo en ella.
Pero cuando mis ojos buscan los suyos...ella sigue mirándome igual que antes. Nada ha cambiado, sigue queriéndome tanto y eso trae de nuevo las lágrimas a mis ojos.
—Eres perfecto para mí —susurra con amor —no me importan las cicatrices, no me importa absolutamente nada.
Su palma continúa trazando caricias sobre la piel, sigue acariciándome y poco a poco la vergüenza y el temor se va.
—Lo siento...
—No quiero disculpas, no tienes porqué disculparte —dice —nada es culpa tuya.
No respondo, permanecemos así por varios minutos hasta que ella se incorpora.
—Ven, volvamos a la cama.
No protesto, me dejo guiar de nuevo hasta el colchón. Nos metemos de nuevo bajo las sábanas, esta vez soy yo quien se recuesta sobre su pecho. Ella traza caricias en mi cabello, tan dulce como solo ella pude hacerme sentir.
—¿Bell...?
—¿Sí?
—Nunca te vayas de mi lado —suplico.
Me encuentro con su sonrisa, y con un par de ojos que me prometen todo sin necesidad de una palabra, pero aún así, dice con firmeza:
—Nunca, seguiré aquí, a tu lado. Siempre.
Y le creo, me aferro a ella y le creo porque las mentiras no forman parte de ella, porque si hay alguien que no abandona...
Esa es mi dulce principessa.
____________________________________________________________________________
¡No se olviden de votar y comentar!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro