2| Una oportunidad
Esto es nuevo.
Jamás creí que algo así le podría pasar a alguien como yo. Es todo un enigma la respuesta de mi duda, pese a que sé que me esforcé, supe desde el inicio que mis posibilidades eran más bajas que las de cualquier otro participante.
Pero lo hice, aún con temor me animé a hundir mis temores y adentrarme a una nueva aventura. Un mundo completamente nuevo. Aterrador por dónde lo veas, con personas y cosas mortales para alguien aislado de todo y todos.
Pese a esto, lo hice y, lo que es mejor, lo logré.
Las cosas parecen estar a favor mío por primera vez en dieciocho años. La alegria entra en mi sistema y se niega a salir. Mamá llora en un rincón, aún no entiendo si es por alegría o por tristeza. Papá, en cambio, la abraza con un rostro serio, pero detrás de esa careta de frialdad puedo ver un pizca de orgullo.
«¿Lo hice? ¿En serio lo logré?».
Sí, mierda. Lo hice. Las noches sin dormir, las mañanas amanecido en el trabajo y las incontables veces en las que pensé en no rendirme toman sentido esta misma mañana.
«Mi sueño se cumplió». Me digo a mi misma, sin crecer en lo que mis ojos ven.
Miro por enésima vez la carta de la universidad. El nombre de ella está escrito en negritas acompañado con un texto largo donde se resume en que entré a una de las universidades más prestigiosas y costosas de toda California.
Stanford.
El solo releer ese nombre me causa una serie de emociones que nunca antes experimenté.
Se me congela el corazón, las lágrimas amenazan con salirse cada vez que pienso en que logré llegar a la meta final de los exámenes.
Luego de años estudiando para esto, años enforzandome para salir del campo que me vio crecer. Años rezando para darles una nueva calidad de vida a mis padres. Ahora por fin lo conseguí y se siente estupendo.
-¿Cuándo deberás irte?-pregunta papá, siendo la voz externa de mi madre, quien aún persiste con sus lágrimas.
Vuelvo a leer la carta y en la parte final se aclara esa duda.
-Dicen que los cupos de habitación están llenos, pero que se liberará uno por mi beca recién en Marzo, cuando empiecen las clases. Mientras tanto me sugieren mudarme a un departamento compartido para equiparar gastos y así irme ambientando con la gran Ciudad. Supongo que saben que soy del campo-me encojo de hombros tras finalizar un breve resumen de lo que dice el texto.
-¿Un departamento compartido?-por fin habla mamá, con voz ahogada y gangosa-. ¿Qué es eso? ¿Vivir con un desconocido por tres meses? ¡Es una locura!
-Tendremos que averiguarlo-demanda papá, enderezando la espalda-. Mañana por la mañana iremos a la ciudad y veremos qué podemos hacer, tenemos dinero ahorrado...
La felicidad dura poco debido a esas palabras. La culpa y la vergüenza recaen en mis hombros hasta el punto de crearme un malestar estomacal.
Quo mi largo cabello negro de la cara, permitiendo ver a mis padres mejor. Ambos arreglando el plan de mañana, confiados, igual de emocionados que antes.
-No me parece bien que costeen todo ustedes solos-me atrevo a decir, acercándome a la mesa redonda de madera blanca, dejando la carta sobre ella, al igual que mis manos para demostrar mi decisión-. Habíamos acordado que ustedes ayudarían con el transporte de aquí hasta la ciudad para que yo vaya a tomar los exámenes y que cubrirían mi trabajo en el rancho, pero no que me pagarían el hospedaje.
-Eso es porque no sabíamos que tendrías que irte tan pronto y sin un techo sobre la cabeza-regaña mamá, limpiando con el dorso de la mano las últimas lágrimas de su morena piel.
Suspiro derrotando, sabiendo que no lograré nada discutiendo.
-Por la mañana hablamos, buscaremos un trabajo para ti en la ciudad. Estoy seguro que habrá muchos ricos que querrán a un tutor para sus malcriados hijos o algo por el estilo-se queja papá, arrugando la nariz al hablar, moviendo su bigote gris en el acto.
Sonríe a pesar de esto, volviendo a sentir la alegría en mi corazón. La satisfacción es enorme, más de lo que imaginé tener en todos estos años.
Papá se me acerca, imponente como siempre. Con su camisa azul clara y unos pantalones marrones, canas en su cabello marrón y unos ojos tan oscuros como la noche. Sin embargo, esa noche que guarda en sus orbes trae un brillo que me deja ahogado.
-Estoy orgulloso de ti, hijo-confiesa enfrente mío, tomando mis mejillas con sus dos manos, dejándome sentir la ásperocidad de las yemas-. Confío en que llegarás lejos con esta oportunidad única. Confío que vas a ser un buen hombre en el futuro.
Sus palabras me llenan de felicidad, tanto que lloro con libertar frente suyo.
El corazón se me remueve, el estómago igual. Traigo tanta alegría que siento que es sub real. Una locura de solo pensar, hasta tal vez una mala broma del destino.
El futuro parece ser lejano, no obstante, ya estoy dando los primeros pasos hacia él.
Solo espero no tropesar mucho en el camino, pese a saber que es casi imposible. Lo único que puedo pedir ahora es no tener distracción que me desenfoque de mi caminata hasta la victoria.
Con los nervios a flor de piel me siento en el asiento tracero de la camioneta, oyendo rechinar los viejos resortes de la confiada cheborlet de papá.
«Es el momento». Pienso, a la vez que la camioneta se mueve y damos por comenzado el inicio de un extenuante viaje.
-¿Traes todo?-pregunta mamá por enésima vez. Con el semplante preocupado, marcando aún más sus arrugas-. Sabes que no podremos volver a la ciudad luego de hoy, hay que ir hasta Misisipi a buscar los materiales para la construcción...
-No te preocupes, traigo todo, mamá-le intento calmar, sonriendo de costado, más comico por su rostro consternado que por la misma preocupación-. Estaré bien. Ya hemos planeado todo, no hay que temer lo peor.
-Es cierto, María, cálmate-me interrumpe hastiado papá, incluso puedo jugar que rodó los ojos-. El niño ya tiene trabajo, se las arreglará solo apartir de ahora y lo hará de maravilla.
-Parece más una amenaza que un consuelo-muemuro por lo bajo-. Pero el viejo tiene razón.
Mamá se pasa el resto del camino hablando sola de las posibles catástrofes que podrían ocurrir estando en la ciudad. Aún cuando le explico que estamos en California y no es México, me sigue diciendo que en caso de terremotos podría estar en aprietos por vivir en un departamento de diez pisos.
Y claro que esa suposición tiene una base factible, más cuando el dichoso departamento es uno de baja calidad que no tiene acensor ni salidas de emergencias. No obstante, omito estas cosas por el bien de la tranquilad de esta mujer con casi cincuenta y dos años.
El pensar en ello vuelvo mi vista al teléfono. Veo las fotos que el supervisor Lewis me envió cuando solicité el empleo de servicio de limpieza.
Tardé tardé tres semanas en conseguirlo y no creo que haya valido la pena perder tanto tiempo. Aunque el pago es considerable, pongo en tela de duda si este lugar tiene las condiciones mínimas para que sus puertas sigan abiertas.
Paredes sin revocar, escaleras con poca resistencia visible, baños que claramente podrían albergar bacterias nuevas que el ser humano no descubrió. En fin, una mierda total.
Pero para una persona que estuvo rodada de mierda de diferentes animales casi toda su vida, no parece ser tan mal.
Más aún si las personas que viven ahí son una porquería como el lugar, será como estar en el campo tratando con animales silvestres en busca de someterlos para que estén bajo el control del dueño.
Obviemos el hecho de que yo nunca sometería a nadie. Primero que nada, mi metro setenta es un chiste. Segundo, papá siempre me dijo que mi rostro causa más gracia que miedo.
En retrospectiva, es más probable que me traten como un perro a mí a que yo imponga algo que no sea vergüenza ajena.
-Llegamos, muchacho...-comunica papá, a la vez que suelta un suspiro que derrocha pasar.
Por primera vez en las cinco horas del viaje, mamá no dice nada. Bajamos todos en silencio, cargando cada uno una caja mediana que se supone que tiene en su interior años de mi vida y que no son más que libros de ciencias, materias y cuadernos en blanco para usar de bitácoras.
Puedo decir con orgullo que tengo más libros que ropa, aunque según mamá no debería de enorgullecerme tal cosa.
Un edificio enorme de un calor azul coral, repletos de huecos producidos por humedad, teniendo dos puertas de cristal sucias y rayadas. Entramos por estas, el interior deja mucho que desear.
-¿Hola?-mamá golpea el mostrador alto de color negro. Esperamos unos largos segundos en la resección, donde hay poca luz y la misma cantidad de muebles.
Solo diviso una escalera de cemento en la parte derecha, justo al lado del elevador que tiene un cartel de clausurado.
Antes de que mamá golpee nuevamente, unas risas se escuchan, a la vez que la puerta que está a menos de cinco metros de donde estamos se abre.
Dos personas se adientran a la sala, riendo y acomodando su ropa. Ella sube los tirantes de su remera blanca y él el cierre de los pantalones negros.
Papá carraspea con tono irritante, es en este momento que ambos jóvenes nos prestan atención. El muchacho abre los ojos con asombro, romoviendose en su lugar, aclara su garganta como papá antes de hablar.
-Disculpen las demora, señores. ¿Tienen reservación?-pregunta con nerviosismo, papá solo le extiende un papel y el chico pálido de cabello rojo va hacia el mostrador para anotar algo en la computadora-. Bien, entonces Ethan Miller está en el departamento 203 en el piso tres con...
-¿Qué carajos es ese olor?-se queja la chica, la rubia con camisa blanca casi tan transparente como los sucios vidrios del lugar. Arruga su pequeña nariz, además de que finge una ahorcado-. ¿Mierda de caballo?
Por inercia huelo el aire, pero no pérsico ningún olor fuera de lo normal.
«¿A caso su novio se largó un gas?». Me pregunto desentendido, arrugando mi frente al no comprender sus palabras.
-¿Ustedes se duchan o qué?-pregunta con burla, aunque el asco se le escucha con claridad-. Es obvio que vienen de afuera...
-¿Disculpa?-se sorprende mamá, mirando a la jóven teniendo el semblante estirado por la sorpresa.
-La perdonaré cuando se bañe, señora-espeta asqueada-. ¿No sabes que para venir de visitar a los lugares deben de darse una dicha antes?
Quedo entre medio de ambas joven sin lograr moverme, desviando la mirada entre las luchadoras con temor de salir golpeado.
-¿Es que en la ciudad no saben educar a sus hijos?-espeta mi madre, moviendo sus cientos de rulos oscuros hacia atrás. Estoy seguro que se está preparando para dar golpes al buen estilo de mamás latinas.
-¿Y es que en el campo no les enseñan a bañarse y vestir a sus hijos?-sonríe de costado, esta vez mirándome con gracia.
Da un paso más, quedando a poco menos de dos metros de distancia. Me lleva unos centímetros de ventaja, aunque su rostro luce joven y dulce, esos ojos azules no demuestran más que una ira y asco enormes.
Trago saliva con dificultades, viendo por inercia sus pequeños labios rosados, algo hichados. Por los nervios me aprieto el borde de la camisa a cuadros verde, oyendo mi corazón en los oídos.
«¿Qué me pasa?». Me asombro al sentir las taquicardias.
-Soy Ethan Miller, un gusto-se escapa con titubeo, aún embobado con los ojos fijos en ella, luchando por no bajar más.
Ella vuelve a sonreír, esta vez mostrando una línea de dientes perfectos.
-Un gusto, nerd. Soy Summer Bennett, tu compañera de piso.
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