Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

8.- La única respuesta

Sally

Mis manos están contra ese fuerte torso, soy capaz de sentir los músculos contra mis palmas y su aliento chocar contra mí. Percibo cierto rastro de olor a alcohol, los ojos de Antoni se han oscurecido y parece mucho más intimidante, aún cuando soy yo quien está sobre él,

—Bésame, Dolcezzca.

Dolcezzca, esa maldita palabra que consigue darme un escalofrío en todo el cuerpo. No es una petición amable, es casi una orden. Un mandato autoritario que me deja sin aliento.

Antoni tiene los labios entreabiertos, esperando el momento en el que me atreva a besarlo, pero es como si no fuese capaz de hacer o decir nada más.

—Si no me besas tú, lo haré yo —dice con seguridad—. Tú decides.

Trago con fuerza, la mano que rodea mi cintura ejerce un agarre mucho más firme, apegándome contra su firme cuerpo.

—Que conste que te di a elegir —apenas procesos sus palabras cuando el cuerpo de Antoni se impulsa hacia un lado.

Un grito agudo brota de mis labios cuando siento mi cuerpo rodar, y ahora es él quien se encuentra sobre mí, me siento pequeña debajo de ese cuerpo imponente que parece tener la intención de acabar conmigo.

—Antoni...—su nombre brota de mis labios en un susurro suave—. Estás borracho.

—Pero estoy lo suficientemente lucido como para detenerme si me dices que no —habla en un susurro—. La cuestión aquí, Dolcezzca, es... ¿quieres que me detenga?

¿Qué rayos está ocurriendo? Vine aquí con un motivo muy diferente a este, pero es como si mi mente hubiese olvidado los motivos que me arrastraron hacia aquí.

Mi corazón martillea contra mi pecho, de una forma rápida, casi descontrolada. Mi respiración se corta en el segundo el que Antoni se acerca y se encarga de eliminar la distancia entre nosotros.

Algo en mi se retuerce cuando sus labios se apoderan de los míos por segunda ocasión, el sentimiento de sorpresa inicial se ha esfumado para ser sustituido por una corriente de adrenalina que me impulsa a rodearle el cuello con los brazos.

El beso se vuelve profundo, necesitado. El aroma de Antoni llega hasta mí, ese tan masculino y eclipsador que me nubla el juicio, que me arrastra a un sitio que desconocía por completo.

Se apodera de mi labio inferior, mordisqueándolo con ligereza. Una corriente de adrenalina se apodera de mi organismo. Antoni se aparta y por alguna extraña razón que no entiendo, extraño la cercanía.

Se incorpora aún con pasos tambaleantes, extiende la mano hacia mí y la tomo, un tirón fuerte me hace impactar contra su cuerpo otra vez.

La habitación está envuelta por el silencio, solamente siendo interrumpido por el sonido de nuestras respiraciones agitadas.

—Estoy borracho y podría llevarte a mi cama ahora mismo —susurra, pero a pesar de que es un sonido bajo, sus palabras están impregnadas de un sentido de firmeza y seguridad que consigue intimidarme—. Pero no lo haré porque no quiero que me odies por la mañana.

En ese punto, sonrío. Antoni Lombardi reteniéndose de llevarme a la cama porque no quiere ser objeto de mi odio. ¿Cómo podría odiarlo?

Desde aquel incidente en la fiesta no había dejado de pensarlo, no había olvidado la mirada preocupada, ni como se encargó de eliminar todos los cotilleos que involucraban mi nombre.

Nunca antes me he sentido tan protegida a lado de alguien, mucho menos a lado de un hombre. Pero con Antoni, con él todo es tan...intenso. Tan inesperado.

Me acerco, doy un paso para quedar a centímetros de su cuerpo y conecto la mirada con la de él.

—Aceptaría que me llevaras a la cama ahora mismo —eso parece tomarlo desprevenido—. Pero estás borracho, y no me acuesto con borrachos.

—Te juro, Dolcezzca que tan pronto como te coloque en esa cama, dejaré de estar borracho —afirma inclinando el cuerpo con ligereza hacia mí.

Un dejo de valentía me envuelve porque, a pesar de que estar en la cama de Antoni Lombardi es una oferta tentadora, el hombre está borracho y es seguro que luego de esto lo tenga diciendo que es un maldito error y que soy la niñera de sus sobrinos.

—No soy tu tipo, ¿recuerdas? —a pesar del reproche en mis palabras, Antoni curva los labios en una sonrisa.

—Y según escuché, yo tampoco soy el tuyo, pero ¿eso qué? —inquiere—. No es impedimento para que nos enrollemos.

—¿Enrollarnos? —arqueo una de mis cejas—. No, señor Lombardi, se equivoca ahí.

—¿Me equivoco?

—No viene aquí para...—mis palabras se interrumpen con el feroz beso que deja contra mis labios. El aire abandona mis pulmones cuando él coloca las manos en mis muslos y me eleva.

—Antoni...

—Shht, Dolcezzca —pide antes de volver a callarme con sus besos. Nos movemos, Antoni empuja la puerta con su pie y el sonido al rebotar la madera contra las paredes me envuelve.

Apenas y reconozco el alrededor lujoso de la habitación en la que entramos. Nos deja caer sobre el colchón y de nuevo, esa maldita sonrisa aparece en su rostro.

—¿Crees que me equivoco? —pregunta.

Sus manos se posicionan en mis caderas y suben, tan pronto como las yemas de sus dedos se acercan a la cicatriz de mi vientre, me olvido de toda la valentía y adrenalina, y me siento al descubierto.

—Claro que te equivocas —espeto empujando su cuerpo. Mi respiración es irregular—. No quiero acostarme contigo.

—Sally...

—Estás borracho y calenturiento y yo...

Una carcajada brota de sus labios, Antoni apoya los codos sobre el colchón, con la espalda ligeramente elevada.

—Estoy borracho, calenturiento y quiero saber a que has venido exactamente —dice entornando los ojos hacia mí—. Es media noche y vienes para decirme, ¿qué? ¿Qué no me odias ni me detestas?

Su camisa está entreabierta de los primeros botones, así que su piel reluce aún con la tenue oscuridad de la habitación. Tiene la barba recortada, lo que le da un aspecto mucho más maduro. Porta una camisa de manga corta, así que mientras sostiene su peso sobre los codos los músculos del brazo se tensan, mostrándose por completo.

Antoni Lombardi es apuesto, no es algo que pueda ser siquiera puesto en duda. Es muy parecido físicamente a Ángelo, pero Antoni tiene los rasgos más maduros, más definidos.

Ángelo es más simple, sin tanta intensidad desbordando de su aura. Sin esa apariencia de hombre que puede acabar contigo con solo una mirada.

—Ya te he dicho a que he venido.

—¿A disculparte por ignorar mi existencia en los últimos días? —cuestiona arqueando una de sus cejas—. Bueno eso perfectamente pudo ser solucionado en casa de mi hermano, ¿qué te hizo venir hasta mi departamento, justo a media noche?

No hay una respuesta para eso, lo cierto es que luego de que Ángelo dijera que deseaba dejarme en claro que su hermano jamás me haría daño, y que no le agradaba que tuviese una imagen errónea de él, no dude en pedir un taxi sin importarme la hora y venir.

¿A qué? Ni siquiera yo lo sé.

—Para dejar en claro que no creo que puedas dañarme —susurro—. Me asusté en el evento, pero...

Sacudo la cabeza.

—Es complicado. No podrías entenderlo.

—Subestimas mi inteligencia entonces —dice con seguridad—. Ponme a prueba, Dolcezzca.

—Deja de llamarme esa forma —pido.

Antoni sonríe un poco más.

—Eres un completo misterio —susurra—. Eres una chica llena de contradicciones, Sally. Y te estás metiendo en mi cabeza, con cada día que pasa me convenzo de que no te conozco en lo absoluto y que debería dejar de meter mis narices en donde no me incumbe...

Se levanta, aún se tambalea un poco, pero parece más estable.

—Pero no puedo hacerlo, Sally —extiende la mano para acariciar mi cabello, el gesto dulce me revuelve todo mi interior— eres un puto misterio que no entiendo.

Sonrío levemente.

—Y es justo por eso que debemos continuar como estábamos —sentencio—. Olvidando ese candente beso de tu sala.

—Probablemente lo olvide, estoy borracho —sonríe con sorna.

Una punzada de molestia me invade.

—Bien por ti —tomo una inhalación y lo miro intentando aparentar que los últimos diez minutos no me han dejado con un maldito caos en mi interior.

Me doy la vuelta, cuando intento marcharme siento unos dedos firmes rodearme la muñeca, impidiéndome avanzar.

Miro el agarre, la mano de Antoni es grande, cubre perfectamente el hueso de mi muñeca y cuando elevo la mirada hacia él, sus ojos oscurecidos vuelven a intimidarme.

Santo cielo, ¿Cómo puede ser tan sexi e intimidante al mismo tiempo? Es como si una parte de mí deseara tirársele encima y la otra quisiera correr lejos cada que me mira de esta forma.

—No puedes venir a mi departamento a media noche, dejar que te bese de esa forma y luego marcharte como si nada —sisea—. No voy con eso.

—¿Y con qué vas? —reto—. Te apuesto, Antoni, que en el segundo en que despertemos desnudos en esa cama recordarás que soy la niñera de tus sobrinos y eso será motivo suficiente para mandarme a la mierda.

Sus cejas se arrugan.

—Y ya me han mandado a la mierda muchísimas veces —espeto—. Pero no dejaré que el hermano de mi jefe lo haga, ni arriesgarme a perder mi empleo por eso.

—Ángelo no va a despedirte, mujer —dice soltando mi mano, cosa que agradezco—. Y si lo intentar abogaría por ti, o en el peor de los casos te ayudaría a encontrar otro empleo.

Lo miro con incredulidad.

—El alcohol te hace idiota —Antoni ríe— ya dije todo lo que tenía por decir, ahora, espero que llevemos la fiesta en paz.

—Nada de esa mierda —asegura sin dejar de sonreír—. No creas que aceptaré que huyas de mí tan fácil. Sé que te mueres por estar en mi cama, Dolcezzca, y aunque soy consciente de que no vas a admitirlo, me daré por satisfecho si esta vez eres tú quien me besa.

—¿Qué te hace pensar que te besaré?

El hombre sonríe, camina hasta un pequeño teclado que está al costado de la cama y teclea algo en él. Una voz robótica se escucha diciendo:

—Vivienda asegurada desde el interior, introduzca la contraseña para deshabilitar el sistema de seguridad.

—¿¡Antoni que mierda!? —chillo y el ríe.

—Y bueno, es obvio que la contraseña solo yo la sé —dice con suficiencia.

El aire me abandona, maldito sea el momento en el que decidí venir a este sitio.

—Estoy esperando mi beso, claro, puedo esperar toda la noche.

—Me agradas más cuando no estás borracho —siseo.

Antoni vuelve a la cama, se apoya en los codos y me mira.

—¿Y bien?

—Supongo que tendrás que hacerme un lado en tu cama —espeto quitándome el abrigo—. Pero no voy a volver a besarlo, señor Lombardi.

—Estás de coña —gruñe con impaciencia. Me quito los zapatos y rodeo la cama.

—Suelo moverme demasiado, espero que no ronques —él me mira con el semblante desencajado. Me acomodo en el lado izquierdo del colchón y me cubro con las sábanas—. Oh, que cansada estoy. Deberías dormir también, Antoni. Es tarde.

—No voy a deshabilitar el sistema.

—Entonces compartiremos cama esta noche —digo intentando sonar despreocupada—. Lastima que no sea en el sentido que usted lo desea.

Lo escucho maldecir, se lanza a mi costado de la cama y sigue hablando por lo bajo hasta que dejo de escucharlo.

Cierro los ojos y suspiro con cansancio.

Creo que no hace falta decir, que no pegué el ojo en toda la noche.

—¡No es cierto! —exclamo horrorizada.

—No grites, que tengo una resaca terrible —dice Antoni mientras intenta nuevamente ingresar la contraseña.

La voz robótica repite lo mismo: "Error, no se puede deshabilitar el sistema"

—¡Voy a gritar todo lo que se me de la gana! —respondo sintiéndome desesperada.

—Sally...

—Más te vale que esto no sea otra de tus mañas para hacer que me quede, Antoni.

Él sonríe.

—Aunque hubiese sido un movimiento inteligente, créeme que no nos encerraría en mi departamento a propósito.

—Eso fue justo lo que hiciste anoche —le recuerdo con reproche.

—Pensando que solamente tendría que poner la contraseña y esta cosa tonta respondería —dice dándole un par de golpecitos al control.

Antoni cumplió su palabra y no desactivó el sistema de seguridad sino hasta que me hubo casi obligado a desayunar un par de huevos revueltos con café. Fue agradable, en realidad, hasta que le dije que tenía que volver a casa de su hermano y él intentó quitar el sistema, y no funcionó.

—Eres un ingeniero de sistemas, deberías saber como funciona.

—Claro que sé como funciona —responde entornando los ojos hacia mí.

—¿Entonces por qué las puertas del elevador no se abren? —inquiero señalando las puertas de metal que siguen bloqueadas.

Antoni frunce el ceño, mira algo en el control que tiene en la mano, y luego a su celular.

—No tengo idea.

—¡Antoni! —me quejo sintiéndome cada vez más desesperada—. ¿Quién compra un sistema de seguridad para encerrarse?

—Yo, claramente —dice con obviedad—. Y no lo compré, yo lo desarrollé.

Parece orgulloso de eso hasta que capta la mirada que le dedico, una que quiere decir: pues vaya cosa inservible que desarrollaste.

—Si tu lo creaste, deberías saber que es lo que ocurre —insisto.

—Ese es el problema, Dolcezzca, que no me tomé el tiempo para probarlo y no tengo idea de que es lo que puede estar fallando justo ahora.

Casi me pongo a llorar.

—¿Lo habías usado antes? —el niega—. ¿Y creíste que sería buena idea usar por primera vez algo que ni siquiera te tomaste el tiempo de probar, cuando yo estaba aquí?

—Estaba borracho, no pensé —se excusa.

—¡Tienes que arreglarlo! —exijo—. ¡Tu hermano va a despedirme!

—¡Deja de gritar! —exclama con impaciencia.

—¡No estaría gritando si no nos hubieses encerrado!

Antoni maldice, lanza el control contra el sofá y toma el teléfono. Lo pierdo de vista, ingresa a su habitación y yo me desplomo contra el sillón.

No debería de haber venido en primer lugar, luego, no debí besarlo de esa manera.

Mi visión se posa en la alfombra, la misma en donde habíamos caído, la misma en donde me había besado la noche anterior.

Es evidente que Antoni recuerda todo lo sucedido, pero gracias al cielo no ha sacado a relucir el tema de que casi nos enrollamos. Casi.

Pero ahora estoy aquí, encerrada con él porque su estúpido sistema de seguridad decidió fallar.

¿Qué tan idiota hay que ser como para instalar en tu casa algo que no has probado antes?

—Mi equipo vendrá en unos veinte minutos —informa Antoni volviendo—. Y le he llamado a Ángelo, diciéndole que estamos encerrados en mi departamento porque...

—¿¡Le dijiste a tu hermano que estamos encerrados juntos!? —Antoni arruga el rostro con desagrado—. ¡Va despedirme!

Antoni coloca las manos en sus sienes, toma una profunda inhalación antes de mirarme.

—En realidad dijo que no te preocupes, y que espera que podamos salir de aquí pronto porque teme que puedas asesinarme.

—Oh

—Sí, "Oh" —es todo lo que dice mientras rueda los ojos con fastidio.

—¿Tienes un equipo?

Él se acomoda en el sillón, eleva uno de sus brazos y lo pone sobre el borde. Apoya el codo y sostiene su cabeza contra su mano hecha puño.

—Sí, en mi empresa.

—Claro, empresario —murmuro.

Suelto un suspiro resignado y me apoyo de forma desganada contra el respaldo del sillón.

Ninguno habla. El ambiente no es incómodo, pero cuando miro la alfombra, los recuerdos vuelven. Me siento avergonzada, una corta sesión de besos no tenía porque significar nada, yo no deseaba que significara algo.

—¿Tienes familia en Italia? —la voz de Antoni me hace mirarlo. Sigue en la misma posición, tan relajado que pareciera que el hecho de que estemos encerrados por culpa de la falla del sistema de seguridad, no le importa en lo mas mínimo.

—No —respondo— es decir, sí. Pero nunca pude encontrarla.

Soy consciente de como la curiosidad se apodera de su mirada, abandona la postura relajada para inclinar su torso hacia adelante, como si quisiera quedar un poco más cerca.

—¿Cómo que no pudiste encontrarla?

—Mi padre era italiano —respondo en un suspiro—. Aprendí el idioma por él, pero mamá era estadounidense. Así que toda mi vida estuve en california hasta...

Hasta ese día, hasta esa noche en donde tomé el dinero y salí huyendo del sitio que consideraba un hogar.

—Hasta que tuve que cambiar de aires —finalizo— sabía que mi padre tenía familia aquí así que cuando aterricé, intenté contactarlos, pero ninguno cogió el teléfono, no tenía direcciones, absolutamente nada así que...

—¿Quieres decir que estás sola en Italia?

—No, tengo amigos.

Él guarda silencio por un corto tiempo.

—¿Tu padre es la razón por la que te mudaste?

—En parte —susurro—. No me preguntes más, por favor.

—Sally, eres un completo misterio —su voz brota de esa manera tan firme que me estremece.

Tomo una inhalación, llenando mis pulmones de oxígeno y sintiendo como si la mirada de Antoni pudiera traspasarme, como si pudiera derribar todas esas barreras que he alzado para ocultar mi pasado, para ocultar las cosas que me hicieron, las cosas que hice.

—No me gusta sentir que no es toda la historia —vuelve a hablar—. No me gusta sentir que tengo verdades a medias.

—¿No has pensado que hay personas que no quieren hablar de su pasado? —cuestiono—. ¿Qué hay cosas que no estamos dispuestos a contar? Nadie tiene la obligación de contar detalles que no desea, Antoni. Y no puedes obligarme a hablar. Apenas y nos conocemos, apenas y hemos compartido un par de palabras, el hecho de que nos hayamos besado anoche, no significa nada.

Sus cejas se fruncen, aprieta los labios y el músculo de su mandíbula se tensa.

—El hecho de que me hayas besado, y encerrado aquí, contigo, no me obliga a decirte absolutamente nada de mi vida. No eres mi pareja, no eres mi familia, apenas y eres mi amigo.

Su rostro se contrae, ahora tiene una postura tensa mientras sus ojos vuelven a oscurecerse, como si se estuviese preparando para atacar.

—Así que no, Antoni. No tienes porque sentir que te estoy diciendo una historia a medias, porque eso no es tu maldito problema.

—Tienes razón —la oscuridad se ha ido de sus ojos, su mirada lanza un destello que apenas y reconozco—. No debería importarme una mierda, pero lo hace. Me preocupo por ti, desde ese momento en el que me miraste tan aterrorizada porque pudiera dañarte, me preocupo por ti. Y no debería hacerlo, no tengo necesidad, eres una mujer adulta que sabe tomar sus decisiones, no eres una chiquilla que requiera de un guardián, pero por alguna razón, Dolcezzca, por alguna razón yo siento que debo cuidar de ti.

—No tienes que hacerlo, no me conoces de nada.

—Para sentir atracción por alguien, no es necesario conocerla —se encoge de hombros.

Parpadeo, procesando sus palabras.

—¿Qué dices? —Antoni se ríe entre dientes.

—Así como tú, soy un hombre adulto que puede reconocer cuando una mujer le atrae. No me ando con rodeos, detesto los rodeos, si siento algo, lo digo de frente. Así que lo estoy diciendo ahora, me siento atraído por ti.

Vuelvo a parpadear.

—No mentí anoche con decir que te quería en mi cama, pero tampoco me gustan las complicaciones, Sally. No voy con esa mierda de dramas, no me gustan los tira y afloja, los aborrezco, soy un hombre sencillo, si quiero sexo, tengo sexo y listo. No espero encontrar algo más, y no espero que encuentren algo más en mí.

El parpadeo se repite, la mirada intensa de Antoni me traspasa, me hace sentir pequeña. Como si todos mis secretos estuviesen a punto de ser revelados. El martilleo de mi corazón se intensifica mientras el imponente hombre a mi lado parece lucir tan sereno, como si no hubiese dicho las palabras exactas para causar un maldito caos en mi interior.

¿Qué es esto? ¿Por qué me siento tan...pequeña, pero a la vez tan protegida con él? ¿Por qué siento que Antoni Lombardi es exactamente lo que siempre he esperado?

Es ridículo, lo es conocer a alguien y pensar que reúne todas las características tanto físicas como emocionales, lo es considerar tan solo por un instante, el sentir algo por aquel hombre.

La atracción es innegable, el beso de anoche es prueba viviente de eso. Una prueba que quema y arde entre nosotros, una prueba de que, si no fuese por la marca que llevo, no me hubiese detenido hasta que nuestros cuerpos se hubiesen fusionado.

—Yo soy una complicación —intento sonar firme, serena, despreocupada. Pero en realidad resulta todo lo contrario y eso es suficiente para hacerlo sonreír.

Cuando Antoni sonríe es como una maldita descarga eléctrica. Como una sacudida, como si el piso se sacudiera por el mayor de los terremotos.

—Lo sé, Dolcezzca —susurra—. Soy muy consciente de eso. Lo he sabido desde el momento en el que nos encontramos en aquel bar, y no dejaré de saberlo, no se me olvidará nunca.

—No puedo ofrecer solo sexo —Antoni sonríe un poco más.

—¿Te he pedido solo sexo?

Parpadeo, la marea de confusión se intensifica. Me siento aturdida sin entender ni un carajo.

—Pero dijiste...

—Dije que no me gustan las complicaciones, pero me gustas tú —dice y me siento mareada— dije que si quiero sexo lo pido, y lo sugerí contigo. Dije que no me gusta el tira y afloja, y es por eso que estamos hablando ahora.

—¿Qué...?

—No volverás a tener ni una sola insinuación de mi parte, ningún otro beso si me dices que no sientes atracción por mí —sus palabras son firmes, autoritarias— si me dices ahora mismo, que anoche no te morías por besarme, si me pides ahora, en este instante, que olvide el beso. No estoy clavado contigo, pero si seguimos así, lo estaré. Y eso no es bueno para ninguno de los dos, Dolcezzca.

Se incorpora, me hundo en el asiento cuando se incorpora y se acerca a mí. Es alto, demasiado. Su cuerpo fornido me intimida y vuelvo a sentirme pequeña, Antoni sonríe de lado mientras se inclina hacia mí, sus manos se colocan a los costados de mi cuerpo, sosteniéndose contra el respaldo del sillón.

Nuestros rostros están a escasos centímetros, tan cerca que su aliento choca contra mi rostro.

—Lo diré una última vez —dice con seguridad—. Y lo que hagas será tomado como respuesta.

Sus pestañas onduladas se mueven con el parpadeo, recorro su rostro, desde las cejas pobladas y perfectamente delineada, hasta el par de labios que se curvan en una media sonrisa. Su nariz roza la mía, tan respingada y perfecta que parece que no es natural, y los ojos celestes tan eclipsadores que me aturden.

—¿Qué es lo que dirás? —mi voz brota en un susurro, en un sonido suave que parece satisfacerlo.

—Bésame, Dolcezzca.

Mi cuerpo se estremece, mis ojos viajan hasta sus labios. El cuerpo de Antoni se hecha para atrás apenas unos pocos centímetros y ahí lo entiendo, quiere asegurarse que sea yo la que haga el contacto.

Mi corazón golpea con fuerza, con latido rápido, casi mortal. Trago con fuerza y la respiración se me corta, vuelvo la atención a sus ojos y antes de siquiera pensar en las consecuencias, mis brazos se envuelven alrededor de su cuello.

Nuestros labios chocan, el estallido de sensaciones se produce de nuevo, y ahí, en ese momento, le doy a Antoni Lombardi la única respuesta que necesita. 

_______________________________________________________________________________

¡No se olviden de votar y comentar! Significa mucho para mí. 

Cuenta de lectoras en Instagram y Tiktok: lectorasdemariza

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro