5.- Admitiendo verdades
Antoni
Ángelo y yo nunca fuimos demasiado unidos, sin embargo, desde la muerte de Lucca parecía que nuestra relación había dado un gran paso hacia adelante. Pasamos de vernos pocas veces al año, a prácticamente todas las semanas.
Así que no es un hecho extraño que me presentara a su casa sin avisar. De hecho, raro sería si realmente avisara de mi presencia.
El guardia de la entrada me permite el acceso a la casa, ingreso pasando la vista por el alrededor preparándome para recibir a mis sobrinos, pero no hay ese recibimiento efusivo que suele caracterizar a mi llegada.
—Señor Lombardi —la señora Wilson, quien se encargaba de ver la mayor parte de las cosas de la casa de mi hermano me recibe con una sonrisa amable—. Su hermano salió hace un par de horas con su familia.
Chasqueo la lengua.
—Claro, por eso tanto silencio —respondo. Es imposible que la casa de Ángelo esté en silencio.
Con seis niños y una adolescente en casa, es imposible que exista el silencio. Miro la hora en mi reloj, no tengo trabajo y volver a casa resultaría más aburrido que estar aquí, así que decido quedarme.
—Estaré en la biblioteca —informo.
La mujer asiente, me da la espalda y regresa a la cocina, lugar en donde supongo estaba antes de mi llegada.
Avanzo por la sala, atravieso el lugar que luce extrañamente impecable y doblo a la derecha para tomar el pasillo que conduce hacia la biblioteca. El lugar es cálido, Ángelo no es un aficionado a la lectura, pero al ser abogado, la biblioteca cuenta con más libros de Derecho que de ficción, aunque ha modernizado los estantes y añadido uno de cuentos infantiles, debido a mis sobrinos. Y como no, todo un estante lleno de libros clásicos y de romance para su amada esposa.
Me acomodo en el sillón reclinable que está a lado de los estantes, y saco el celular. Tomo una fotografía mía elevando el dedo corazón y se la envío a mi hermano.
"Vengo de visita y no te molestas en avisar que no estarás en casa, mal hermano"
Mantengo la atención en el celular hasta que la respuesta de Ángelo llega.
Ángelo: Si avisaras que piensas visitarnos, sería algo distinto. Pero no me extrañes mucho, llegamos en una hora
Yo: No te extraño nada, tomate tu tiempo mientras yo disfruto de tu nevera y piscina
—Oh, lo siento —elevo la vista y sonrío cuando Sally entra—. No tenía idea de que estabas aquí.
Bajo los pies de la pequeña mesa y me enderezo.
—Pensé que podría visitar a mis sobrinos, pero al parecer mi hermano ha decidido desaparecer.
Sally ríe, es un sonido melódico y eso me contagia. Acomoda los libros que trae en una de sus manos y se acerca al estante de libros infantiles para dejarlos ahí.
—Creí que deseabas mantenerte lejos de esas criaturas de mal —dice con los ojos entornados hacia mí.
Me rio. —Solo son criaturas del mal cuando he pasado demasiado tiempo con ellos, de otro modo, son los seres más adorables del universo entero, o, como los llamaría mi hermano, los desastres más adorables.
Sally vuelve a reír, se mueve con porte relajado por la habitación. Cuando ha terminado de escorar los libros en su sitio, atraviesa el lugar hasta llegar a donde me encuentro.
Toma asiento en el otro sillón reclinable y se cruza de piernas. Apoya el codo en uno de los costados del sillón y sostiene su barbilla con la mano hecha puño.
—¿Qué? —inquiero con una ceja arqueada.
—Ángelo y tú son tan diferentes —dice con una ligera sonrisa—. Tu hermano es un romántico de primera, tan enamorado de la señora Daphne...
—Que no te escuche llamarla señora Daphne —le advierto interrumpiéndola.
Ríe un poco más y sacude la cabeza, adoptando una postura más relajada.
—¿Por qué tu entonces no crees en el amor?
—Oh, vamos, Sally —sonrío—. ¿Realmente no vas a olvidar esa conversación?
Ella niega, suspiro apoyándome más contra el sillón y me cruzo de brazos. Parece ser que desde la otra noche que compartimos en el bar, había comenzado una especie de amistad entre nosotros.
—¿Nunca te has enamorado? —inquiere—. ¿Una novia?
—Estuve con una chica cerca de tres años —confieso y no sé por qué—. Pero me dejó porque, según ella, salir conmigo es como salir con un robot.
Una fuerte carcajada brota de sus labios, la miro apretando los labios para no reír, pero no lo consigo tan bien.
—¿De verdad? —inquiere.
—De verdad —asiento levemente.
—Pobre Antoni —dice llevándose la mano al pecho en un fingido tono de condescendencia—. ¿Estuviste deprimido?
—En lo absoluto —aseguro—. Bueno puede que me haya emborrachado un par de noches, pero fue todo. Soy un hombre ocupado, no puedo darme el lujo de deprimirme por mucho tiempo.
—Oh, ¿acaso solo piensas en trabajar? —inquiere divertida.
—Es lo que un hombre exitoso hace —objeto—. Unos trabajan más que otros.
—Tu hermano pasa gran tiempo en casa —señala—. Y es un millonario.
—Eh —objeto impulsándome hacia adelante—. Yo también soy un millonario, solo que no estoy interesado en el negocio familiar, bueno, no estuve interesado.
Sally asiente, permanece en silencio como si analizara cada palabra que he dicho. Era fácil hablar con ella, tan sencillo que no me preocupaba por lo que pudiera pensar, es cierto que no podíamos llamarnos amigos, pero ambos parecíamos pensar que la compañía del otro resultaba agradable.
—¿Por qué decía que salir contigo es como salir con un robot?
Adquiero una pose un tanto más relajada, Sally me mira como si en verdad estuviese interesada en conocer la respuesta.
—No lo sé —confieso al fin—. Creo que nunca he sido partidario de las relaciones románticas, no suelo ser tan...detallista. Mi trabajo me consume gran parte del día, así que eso de las citas o salidas, no van conmigo.
—¿No quieres una familia? ¿Casarte? —niego—. ¿De verdad?
—¿Por qué sorprende tanto el hecho de que no quiera nada de eso? —inquiero hacia ella con una sonrisa tirando de mis labios—. Mi madre decía siempre que es cuestión de tiempo para que comience a desearlo, pero ciertamente, creo que está equivocada conmigo, no creo desearlo nunca.
—Nunca digas nunca —señala—. ¿Y si conocieras a alguien que te hiciera sentir eso? ¿Qué te hiciera desearlo?
Me encojo de hombros.
—Supongo que entonces no seguiría negándolo —respondo con simpleza—. Puede que no lo quiera ahora, pero nada es seguro en el futuro, aunque tengo treinta y seis, y en ese supuesto, creo que debería comenzar a desearlo porque de lo contrario mis hijos en vez de padre, tendrán abuelo.
Una carcajada brota de sus labios, la miro con una sonrisa tirando de mis labios y su rostro adquiere una tonalidad rosa mientras ríe.
—No te burles, esto es serio.
—No eres tan viejo —objeta.
—Te llevo casi quince años —ella arquea una de sus cejas—. A mi parecer, estoy a punto de cruzar la línea.
Sally se acomoda de modo que queda un poco más cerca de mi cuerpo, aún sonríe cuando conecta la mirada con la mía y ladea la cabeza.
—Treinta y seis no es una edad para preocuparse, no seas un dramático —expresa incorporándose—. Me gustaría seguir hablando de tus preocupaciones de la edad, pero tengo cosas por hacer.
Me rio un poco mientras asiento.
—Claro, entiendo.
—Los señores llegaran pronto —dice caminando hacia la puerta—. No te aburras mucho.
La miro alejarse, cuando toma el picaporte gira levemente y mira sobre su hombro.
—Adiós, señor robot —tenso los labios reteniendo la sonrisa, Sally ríe antes de abrir la puerta, y salir por completo.
Sacudo la cabeza, dejando a la risa brotar de mí y vuelto a tomar el celular, solo entonces leo el mensaje de mi hermano.
Ángelo: Ya vamos de regreso, señor desesperado.
Sonrío un poco más y bloqueo el celular dispuesto a esperar un corto tiempo más antes de decidir volver a casa.
(...)
—Oh, esto es tan agotador —apenas he pasado unas pocas horas en casa de mi hermano, conviviendo con mis sobrinos, pero siendo como si hubiese sido una eternidad—. ¿Cómo es que puedes estar todo el día con ellos?
Ángelo ríe, sacude la cabeza levemente y me mira divertido.
—Eso es porque son mis hijos —dice con obviedad—. No tengo la posibilidad de quejarme, como ciertas personas.
Entorno los ojos hacia él lo que lo hace reír un poco más.
—La señora Wilson me dijo que pasaste un tiempo con Sally en la biblioteca —dejo de mirar a Taddeo, mi adorable sobrino de seis meses de edad para observa a su padre—. Pasas más tiempo con ella desde esa noche.
Chasqueo la lengua.
—No es verdad.
—Claro que si —dice y mira a su hijo—. Vienes con más frecuencia a la casa, con más de la que acostumbras, y siempre preguntas por Sally.
—Eso no...
—Puedes admitir que te sientes atraído por la niñera de mis hijos —dice reteniendo la risa—. No voy a enojarme.
Me aparto un poco, acomodándome la camisa mientras recapitulo sus palabras. Sí, probablemente si estaba pasando más tiempo en casa de mi hermano, pero no porque se tratara de la niñera. Es decir, me resultaba agradable pasar tiempo con ella, Sally es agradable pero no a ese grado.
No al grado de atracción.
—No sabe lo que dices, ella no me atrae.
Ángelo eleva la mirada, sus ojos me escudriñan y parece darse cuenta de algo, algo de lo que yo no estoy enterado.
—¿Por qué me miras de esa manera? —inquiero con impaciencia—. Ella no me gusta, no me atrae, debes dejar a un lado esa obsesión tuya.
Mi hermano ríe un poco.
—Sí, bueno, podrás engañar a cualquiera, pero no a mí —dice encogiéndose de hombros—. Eres un hombre adulto, Antoni, no te cuesta nada admitir que encuentras atractiva a Sally.
Resoplo, ruedo los ojos mientras coloco las manos en la cintura.
—El hecho de que pase tiempo con ella, no quiere decir que sea por atracción —señalo—. Es simplemente porque me agrada, y yo le agrado a ella.
—Ajá.
—Ángelo...
—No he dicho nada —dice mirándome con diversión.
—Pero no me crees —reprocho, cruzo los brazos sobre mi pecho mientras lo miro tomar su hijo en brazos y acomodarlo.
Taddeo lanza una mirada en mi dirección, luego sonríe levemente y recuerdo mis palabras.
—Si alguna vez tengo hijos, seré un anciano —Ángelo arruga la frente, parece un tanto desconcertado de lo que digo—. ¿Lo imaginas? Tomando en cuenta que mi paternidad comience a los cuarenta, cuando mi hijo o hija cumpla quince, tendré cincuenta y cinco. Me pedirá jugar futbol y sufriré un infarto.
No espero la carcajada que Ángelo lanza, sostiene a su hijo contra su pecho mientras su cuerpo se sacude.
—Ángelo...—advierto con molestia.
No se detiene, continúa riendo a un grado que acaba con mi paciencia.
—Lo siento, lo siento —dice aún entre risas—. Es que, por Dios, Antoni. No vas a sufrir un infarto a los cincuenta y cinco.
—¿Cómo sabes? —inquiero.
Cuando él consigue calmar su risa parece tomarlo en serio.
—¿Por qué comienzan a preocuparte el tema de los hijos ahora? —pregunta curioso—. Creí que eso es algo que te traía sin cuidado.
—Y me trae sin cuidado —expongo—. Es solo que Sally dijo...
Me detengo cuando mi hermano arquea una de sus cejas, una sonrisa ladeada se apodera de sus labios mientras parece entender.
—Solo digo que puede que tal vez algún día conozca a alguien que quiera hijos, eso sería un problema —Ángelo me observa con escudriño, como si quisiera descubrir si hay algo más detrás de mis palabras—. Es por eso que no me fijo en chicas como Sally.
—¿Eso qué quiere decir?
—Tiene veintidós —le recuerdo—. Va a querer una familia, hijos, sé perfectamente a que me atendría si decido considerarla atractiva.
—Eso es...
—No me atrae la niñera de tus hijos —afirmo—. Y si lo hiciera eso significaría un problema para mí, porque no estamos en el mismo canal, no vamos al mismo sitio. Y sabes bien como terminan esas relaciones.
Esta vez no me debate, algo que me agrada de mi hermano es que, cuando alguien toca un punto importante, no intenta debatir. Y este punto es importante para mí, el no involucrarme con personas que no tienen las mismas convicciones, que no desean lo mismo que yo.
—Quitarse la armadura no siempre significa que van a herirte —dice cuando me he alejado un poco, dispuesto a marcharme—. Lo entendí a tiempo, Antoni. Tal vez también aún es tiempo para ti.
Lo miro sobre mi hombro, luciendo un hombre tan distinto. Él tuvo suerte, yo también la tendría, quería creer.
Pero somos diferentes, Ángelo siempre anheló una familia, incluso cuando se lo negaba a él mismo, en cambio yo, no deseo nada de eso.
Por un motivo diferente, no es porque alguien me haya hecho daño, no es porque me hayan arrebatado algo preciado, no. Simplemente, no era un deseo que tuviera en mí, no resulta importante.
Ha sido así por mucho tiempo, y no siendo una necesidad de cambiar. O al menos, eso es lo que creí.
(...)
Dos días después, las palabras de Ángelo aún corren por mi mente. Joder, ¿de verdad tenía que estar pensando en eso? ¿Por qué justo ahora?
Y sí, encontré que detrás de mis visitas a mi hermano, en realidad si había alguien.
Sally Rizzo.
Es como si de forma inconsciente siempre la buscara, como si sintiera la necesidad de encontrarla, de intercambiar con ella, aunque sea un par de palabras. Han pasado cerca de dos semanas desde la noche del bar, y algo ha cambiado.
—Antoni, ¿me estás escuchando? —Marlon, un amigo y lo más cercano a un socio que tengo chasquea los dedos frente a mí.
—Lo siento, ¿qué decías?
Me mira con diversión.
—El evento del fin de semana —dice con una sonrisa tirando de sus labios—. Ese en donde tu empresa es donadora anual.
—Cierto —le doy un sorbo a la copa de vino que está frente a mí y suspiro—. ¿Qué hay con eso?
—Pues nada —dice—. Que debemos entregar una lista de asistentes y aún no has autorizado ninguna.
—Creo que la secretaria puede hacerlo perfectamente —le recuerdo—. Solo dile que haga una y la aprobaré.
—Bien —se incorpora—. ¿Tendrás una acompañante o invitada?
Sacudo la cabeza en forma negativa.
—¿Por qué no me sorprende? —inquiere con burla—. Le diré a tu secretaria que la elabore y te la pase para el final de la tarde, necesitamos confirmar las asistencias pronto.
—Bien
Marlon se despide con un gesto y sale de la oficina, había olvidado por completo en evento de caridad en el que la empresa participaba. Me gustaba ayudar tanto como me fuese posible, y ser donador de varias instituciones me ayudaba a cumplir ese propósito.
Eran pequeños eventos de gala en donde los donadores junto con otros invitados asistían para conocer las instituciones y de esta manera obtener mayores fondos benéficos, un evento al que no me podía permitir faltar.
El resto de mi día pasa entre papeleos y firmas, superviso el avance del nuevo software y me siento satisfecho cuando obtengo los resultados esperados. Para el final de la tarde, tal y como Marlon lo dijo, mi secretaria me pasa la lista de invitados.
La miro con detenimiento, reconozco algunos nombres de empleados, miro el nombre de mi madre y un par de amigos. Mi secretaria parece haber hecho bien su trabajo porque cada uno tiene a su acompañante y su asistencia confirmada. Excepto mi nombre.
Observo el espacio en blanco, tamborileo mis dedos sobre el material del escritorio y es un instante, en el que tomo una atrevida, pero firme decisión.
Tomo el celular, busco el número que tenía guardado bajo el nombre de Sally Rizzo y sin pensar, pulso la tecla para llamar.
Muevo el pie con impaciencia cuando los timbres se alargan, por unos instantes dudo que responda, pero lo hace.
—¿Hola?
—Hola, Sally —saludo.
—¿Antoni? —solo en ese punto me percato de que es probable que ella no tenga registrado el mío.
Yo tenía el suyo porque Ángelo me lo registro cuando dejaba a los niños en casa, por cualquier emergencia, decía. Pero Sally no tenía motivos para tener el mío.
—El mismo —respondo—. Quiero preguntarte algo.
—Soy todo oídos.
—¿Tienes algún compromiso este fin de semana? —inquiero con la esperanza de que diga que no.
—Trabajo...
—Yo me encargo de que tengas un día libre —la interrumpo—. Además del trabajo, ¿tienes algún compromiso?
—No lo creo, ¿por qué?
—Bueno, en ese caso, ¿Quieres ser mi acompañante en un evento de caridad el sábado por la noche?
Un silencio se instala en la sala, parece pensárselo demasiado.
—¿Cómo? ¿Quieres que te acompañe a un evento de caridad? ¿Por qué?
—Porque eres una compañía agradable, y quiero que vayas conmigo. Así que... ¿aceptas?
La escucho reír, no parece demasiado segura, pero termina diciendo:
—Lo veo el sábado en la noche, señor Lombardi —sonrío, reteniendo la exclamación de triunfo y solo digo:
—Lo estaré esperando con ansias, señorita Rizzo.
Se despide, cuando la llamada se cuelga tomo la pluma y escribo el nombre de mi joven acompañante, cuando miro la tinta sobre el papel, sonrío un poco más.
Bueno, Antoni, tal vez es momento de que admitas que Sally Rizzo, te parece más que atractiva.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro