40.- Criaturitas del mal.
Antoni
—¡Apresúrate! —exclama Sally mientras coloca la mano en el vientre y me lanza una mirada que me deja saber que, si no lo hago, va a asesinarme.
—Dolcezza, estoy conduciendo tan rápido como puedo —respondo —si voy más rápido con la cantidad de nervios que traigo es seguro que terminemos estrellándonos, y no queremos eso.
Un nuevo quejido adolorido brota de sus labios mientras respira de la manera en la que practicó durante las clases previas al parto.
—¿Qué el hospital no estaba a diez minutos? —inquiere con desesperación —Dios, esto duele mucho.
Acelero un poco más cuando tengo la carretera libre y eso parece aliviarla un poco. No teníamos previsto que el parto fuese hoy, estaba programado hasta para dentro de dos semanas así que el hecho de que las contracciones comenzaran, es algo que nos tomó completamente por sorpresa.
—Estamos cerca —informo mientras aumento la velocidad del auto y el nerviosismo disminuye tan solo un poco de mi sistema cuando consigo divisar el hospital.
Nos toma un par de minutos llegar, cargo a Sally en brazos hasta la entrada, un grupo de enfermeras se encuentran esperando por nuestra llegada así que tan pronto como cruzo las puertas, se acercan con la silla de ruedas.
Me detienen cuando intento seguirlos.
—Señor Lombardi, necesitamos los datos de su esposa —dice el médico —la atenderemos bien, la enfermera lo llevará a recepción y luego lo traerá con su esposa.
Asiento, me acerco hasta Sally y recibo una mirada nerviosa de su parte. Me inclino hacia adelante, acunando su rostro entre mis manos y dejo un beso en su frente.
—No me tardo nada, dolcezza —prometo acompañando mis palabras con una sonrisa.
Ella asiente, dándome esa mirada que me deja saber que confía plenamente en mí. El nerviosismo y la ansiedad se intensifican tan pronto observo como una de las enfermeras empuja la silla, y la alejarla.
Intento no demorarme, intento no pensar demasiado en todo lo que puede salir mal y solamente me concentro en caminar hacia recepción, y dejar todos los datos necesarios sobre mi esposa.
Llamo a Ángelo cuando voy a la sala en la que debo cambiarme de ropa, mi hermano dice que estarán en el hospital pronto y de fondo escucho la voz emocionada de Daphne. La amistad de mi cuñada y esposa se había intensificado durante los meses de embarazo, Daph siempre estaba al pendiente de lo que Sally pudiera necesitar, de apoyarla cuando yo no podía hacerlo, de acompañarla cuando yo estaba fuera de casa. Fue un gran soporte para mi dolcezza, así que merecían saber que nuestros hijos ya estaban a punto de llegar.
Fueron probablemente los diez minutos más nerviosos de toda mi vida, cuando tengo el cambio de ropa, me conducen hasta la sala en donde mi esposa se encuentra. Le sonrío cuando ingreso y ella me responde con un gesto aliviado.
Nos dicen que tienen que esperar a que Sally llegue al punto adecuado de dilatación, y gracias a eso, el médico se gana un par de maldiciones por parte de Sally.
Ángelo dijo que cuando Dante nació, Daphne maldijo hasta la existencia de mi pobre hermano, jurando que no volvería a acostarse con él. Sinceramente, creí que exageró...hasta hoy.
Nos toma mucho tiempo, más del que considero adecuado, pasar a la sala de partos. Y tan pronto como comienza, Sally parece olvidar su absoluto amor hacia mí.
Sin embargo, pese a que dice odiarme, no suelto su mano sufriendo los apretones que amenazan con cortarme la circulación. Consideramos el parto por cesárea, pero mi esposa lo rechazó casi tan pronto como lo sugerí.
Aprieto los labios cuando un nuevo grito adolorido brota de sus labios, el sudor cubre su frente y mantiene los ojos cerrados con fuerza.
—Vamos, Sally —dice la doctora —ya casi, una vez más.
—Antoni más vale que la próxima vez usemos protección —advierte mirándome —¡O juro que voy a odiarte el resto de mi vida!
—Lo sé —respondo asintiendo — me lo has dejado claro la última hora, no te preocupes dolcezza, la usaremos.
Un quejido se me escapa cuando Sally clava las uñas en el dorso de mi mano y cuando me mira, con una mirada que trata de decir "soy yo la que está teniendo dos bebés, no tienes derecho a quejarte", me callo.
El tiempo en los hospitales parece volverse eterno, un minuto afuera se siente como una hora dentro de una sala de parto, y lo es mucho más cuando miras a la mujer que amas, sufrir dolores que no deberían de existir.
El sentimiento de impotencia por no poder hacer absolutamente nada para aliviar su dolor más que sostener su mano y dar palabras de aliento que seguramente no escucha. Pero permanezco a su lado, siendo consciente de que es lo mejor que puedo hacer.
Son casi cuatro horas de sufrimiento, seis si contamos las dos que tuvimos que esperar antes de entrar a la sala de partos, pero al final, esas seis horas se reducen a nada tan pronto como nuestro primer bebé hace.
Todo ocurre en cámara lenta, el llanto se escucha como un sonido con eco. Un fuerte llanto que genera miles de emociones en mi interior, y pocos minutos después, un segundo sonido igual de glorioso.
Sally se deja caer contra la almohada que está detrás de ella y suspira aliviada. El cansancio es evidente en su rostro, pero parece esfumarse tan pronto como la enfermera se acerca con nuestros bebés.
—Felicidades, señores Lombardi. Son padres de una niña hermosa y un niño precioso —informa el doctor —¿el padre desea tomarlos?
Apenas registro que asiento, la mirada se me nubla cuando la enfermera se acerca y me entrega al diminuto bulto.
—Hola, Alessio —susurro mirando a mi hijo —soy papá.
Mi voz tiembla con la emoción, me obligo a recomponerme cuando una segunda enfermera se acerca con nuestra hija, no me la entrega, sino que se acerca hasta Sally para dársela. Mi esposa la recibe con la mirada cristalizada mientras solloza al colocarla contra su pecho.
—Hola, Gianna —susurra antes de elevar la mirada hacia mí —son nuestros bebés.
¿Cómo es posible amar a alguien con tanta intensidad sin conocerlo? ¿Cómo un sentimiento por alguien tan pequeño puede ser tan grande?
Alessio arruga el rostro antes de llorar con fuerza, lo muevo entre mis brazos, apartando la atención tan solo un poco para mirar a Gianna, quien también llora, pero más leve en los brazos de su madre.
Me acerco a la cama, colocándome justo en el borde. La mirada de Sally pasa de nuestros hijos a mí y cuando nuestros ojos se encuentran, cuando las miradas se conectan, sé que los ama tanto como nosotros nos amamos.
Sé que ese amor que siempre ha estado en ella ahora se vuelve más intenso. Mientras sostenemos a nuestros hijos en brazos, sé que hemos obtenido el mayor de nuestros sueños y también el más preciado.
Acaricio la pequeña mejilla de mi hija, mirándola y sintiendo que justo ahora, no necesito nada más. Sintiéndome al fin como si hubiese llegado a la meta luego de un largo maratón, se siente como si la paz cayera sobre nosotros, y nos dejara saber que hemos obtenido eso que tanto anhelábamos.
Tenemos una familia, y juro en ese instante que daré hasta mi último aliento para protegerlos y garantizarles la felicidad.
Volvemos a casa dos días después, tras asegurarnos que Sally y nuestros hijos están completamente bien.
Empujo el carrito en donde se encuentran los mellizos profundamente dormidos, Sally a mi costado observa la decoración de la casa.
—Es hermoso —susurra mirando los globos y las figuras que adornan la casa —¿Hiciste esto solo para recibirnos?
—Bueno, mi familia merece el mejor de los recibimientos —aseguro con una sonrisa —venga, los demás nos esperan.
Mi hermano, Daphne y nuestros amigos ya se encuentran en el interior de la casa. Se abstienen de los gritos de recibimiento por los recién nacidos que van en el carrito que empujo, pero eso no impide que los trillizos se acerquen con curiosidad.
—¿Son nuestros primos? —inquiere Carina.
—Así es, Cari —respondo rodeando el carrito para colocarme al frente —ella es Gianna, y él es Alessio.
—Son tan pequeñitos —dice Mateo.
—Ustedes eran igual de pequeñitos cuando llegaron a casa —mi hermano se acerca mirando a sus hijos —así que deberán de cuidar de sus primos como sus hermanos cuidaron de ustedes.
—Parece una muñeca —Jacob se inclina hacia el carrito —¿puedo cargar a Ginna, tío Antoni?
—Por supuesto —me incorporo para poder tomar a mi hija del carrito, y con suavidad se la entrego a mi sobrino. Jacob la acuna entre sus brazos y sonrío ante la forma dulce en la que le habla.
Me aparto de ellos cuando Ángelo se acerca a su hijo y me concentro en nuestros amigos que se acercan.
Beatrice también llega unos momentos después, Sally y ella comparten una sonrisa educada antes de que mi madre se acerque hasta el carrito, en donde Alessio se encuentra.
—Son tan parecidos —dice con una sonrisa cuando lo tiene en brazos —es como mirarte cuando eras un bebé.
—Ya lo dije, los genes de los Lombardi son fuertes —Sally ríe a mi costado.
Nuestros hijos compartían el oscuro cabello y la pequeña nariz perfilada. Viéndolos juntos tenían ciertos rasgos, sin embargo, eran demasiado pequeños como para asegurar que seguirían pareciéndose al crecer.
El ambiente en la casa es completamente cálido, cuando recibimos las felicitaciones, Sally y yo llevamos a nuestros hijos a su habitación, para dejarlos descansar con tranquilidad. Cuando ambos están en su cuna, nos detenemos frente a ellos.
—Los esperamos por meses —susurra mi esposa mientras se apega a mi cuerpo. La rodeo con un mi brazo para sentirla un poco más cerca —y ya están con nosotros.
—Si hubiese sabido todo lo que se siente tener una familia, sin duda no hubiese tardado tanto en desearla —admito —pero creo que el hecho de que me sienta de esta manera, es gracias a ti. No imagino una vida familiar si no es contigo.
Sally gira, colocando las manos contra mi pecho mientras una sonrisa se extiende por sus labios.
—Tú sacas lo mejor de las personas —susurra —me aceptaste tal cual, con mi pasado tormentoso, con mis dudas...con mi inseguridad. No me dejaste sola ni un solo segundo, estuviste a mi lado dispuesto a pelear todas las batallas posibles, juraste protegerme y lo hiciste.
Extiende la mano para acariciar mi rostro e inclino la cabeza hacia su toque, ante todas las sensaciones que me trasmite con solo un roce.
—Eres el hombre de mi vida —susurra —y estoy completamente segura de que serás el mejor padre que nuestros bebés puedan tener.
Sus palabras cavan un hueco en el centro de mi pecho, la visión se vuelve borrosa mientras desvío la atención de mi esposa hacia el par de angelitos que duermen tranquilamente en las cunas.
Los miro y solo puedo pensar en lo mucho que los amo, en lo bien que quiero hacer las cosas para que nunca les falte nada. Para darles todo lo que necesiten, pero sobre todo...para dejarles saber que su padre los ama, que nunca me perdonaría hacerles algún daño. Quiero hacerles saber que papá siempre va a estar a su lado, dispuesto a dar la vida por ellos.
No sé como ser padre, no tuve un ejemplo, pero supongo que este tipo de cosas, nadie te las enseña. Supongo que son cosas que aprendes sobre la marcha, y yo tengo mucho por aprender.
—Pondré mi todo mi esfuerzo para serlo —susurro volviendo la atención a mi esposa —porque ustedes ahora son todo lo que necesito.
—Es un romántico, señor robot —dice colocando las manos a los costados de mi rostro antes de elevarse en puntillas para besar mis labios.
—Solo por ti, mi dulce y perfecta dolcezza.
SALLY
Ocho meses después.
—Mia cara, nada de berrinches —dice Antoni tratando de emplear un tono duro, pero es sabido que cuando se trata de nuestra hija, no lo consigue muy bien.
Gianna lanza un chillido antes de golpear la cuchara y acabar la papilla de zanahoria en la camisa blanca e impecable de su padre.
—Gianna, eso no se hace —reprende apartándose —te estás convirtiendo en una berrinchuda.
Unos balbuceos se forman a modo de protesta. Antoni se incorpora, tomando una servilleta para poder limpiarse el rostro y la camisa de la papilla naranja que lo cubre.
Gianna mira a su padre apartarse, mantiene sus bonitos ojos celestes en él hasta que Antoni voltea otra vez, y le sonríe. Nuestra hija lo hace también y extiende las manos pidiendo que la abrace.
Antoni lo hace, sacándola de la silla antes de darle un beso en su regordeta mejilla.
—Sabe como manejarte bien a sus ocho meses —me burlo —le estás enseñando como se controla a papá.
—Es que ve, ¿podrías resistirte a esta mirada? —pega el rostro al de Gianna y ambos me observan.
—Alessio, ¿tú que opinas? —llevo la cuchara hasta la boca de nuestro hijo y él la recibe con gusto —¿Crees que papá deba ser más fuerte?
—Papá —dice señalando a su padre y Antoni sonríe —papá.
—Sí, es papá —respondo limpiándole el rastro de papilla de la boca —¿tú también quieres que papá te cargue?
—Claro que sí —responde mi esposo acercándose. Sonrío, sacando a Alessio de la silla también y se lo entrego. Antoni mantiene a cada uno a los costados de su cuerpo, y es una imagen digna de admirar.
Alessio es el más parecido físicamente a Antoni. Comparten el mismo cabello oscuro, la misma nariz respingada y la barbilla. Pero sus ojos son del mismo color que los míos.
Gianna es mi retrato, exceptuando el color de ojos, que son tan azules como los de su padre. Sus risos comienzan a definirse, y el color de cabello es un poco más claro.
A sus ocho meses, se han convertido en un par de bebés completamente despiertos. Creo que la frecuente convivencia con sus primos ayuda a su comportamiento despierto, les encanta estar rodeado de los trillizos, y de Dante, el más pequeño de nuestros sobrinos.
La casa parece una guardería cuando nos visitan, los Lombardi tenían tantos herederos que no tendrían que preocuparse por quien continuaría con el legado.
—Sé que aman que papá los abrace, pero hay que terminar de comer, criaturitas —dice acercándose para que tome a Alessio.
Él viene hacia mí sin chistar, lo coloco de nuevo en la silla y es Gianna quien protesta cuando su padre intenta colocarla de nuevo en la silla. Me rio, mirando como Antoni parece luchar contra una bebé de ocho meses para colocarla en la silla.
—Bien, entonces comerás fuera de la silla —responde colocándola sobre una de sus piernas, y tomando de nuevo la pequeña cuchara para alimentarla.
Los miro de reojo, es adorable ver a Antoni es su faceta de papá. Tan dedicado, tan dulce.
Nos concentramos en terminar de darles de comer a nuestros hijos y cuando acabamos, Antoni los lleva a su habitación para el cambio de ropa porque cada comida termina en un desastre.
Yo me encargo de limpiar las sillas, y recoger los trastes para colocarlos en el fregadero. Cuando todo está listo, subo hasta la habitación de los mellizos, pero me detengo antes de entrar.
Antoni está de espaldas, sostiene a Alessio en sus brazos mientras Gianna está en el porta bebé que hemos instalado junto al sitio en donde solemos cambiar de ropa a los mellizos.
Lo mueve con ligereza cuando Gianna comienza a llorar, parece ser que Antoni ha aprendido a identificar las razones del llanto de nuestros hijos, porque tan pronto como el sonido se escucha, él resopla.
—¿Por qué no le haces berrinches a mamá? —inquiere mientras sostiene a Alessio contra su pecho y se acerca a Gianna —¿Por qué solo me torturas a mí de esta manera?
Nuestra hija calma su llanto tan pronto escucha la voz de su padre, Antoni se inclina con ligereza y doy un corto paso, para permitirme mirar mejor la escena.
—Eso es porque sabes que papá consentirá todo, ¿no es cierto, mía cara? —pregunta con dulzura —tienes razón, pero que tu madre no se entere porque nos va a ir mal a ambos, ¿de acuerdo criaturita?
Sonrío, mirando con adoración como el imponente hombre le habla con dulzura a nuestra hija. Lo observo colocar a Alessio a un costado de su hermana, y permanece en silencio observándolos a ambos.
—Ustedes, miei figli (mis niños) —susurra acariciando la mejilla de cada uno —son el regalo más bonito que su madre pudo darme. ¿Les cuento un secreto?
Mi corazón se estruja cuando lo miro apoyarse delante de nuestros hijos, ellos mantienen la atención en su padre, fijando sus bonitos ojos en el hombre que les habla con dulzura y amor.
—Su madre es la persona más increíble del universo, sé que aprenderán tantas cosas de ella, como yo lo he aprendido —la visión se me nubla ante el sentimiento que explota en mi pecho —es amorosa, comprensiva, es tan fuerte...tanto como no pueden imaginar, y deseo que ustedes, criaturitas, aprendan de ella. Somos afortunados de tenerla en nuestra vida, ¿no lo creen? Yo de tenerla como esposa, y ustedes de tener a una maravillosa mujer como madre.
Deja un beso en cada mejilla de nuestros niños y susurra algo que no alcanzo a escuchar, Gianna es la primera en reparar en mi presencia.
—¡Mamá! —Antoni voltea, descubriéndome de pie a unos metros y extiende la mano, invitándome a acercarme.
Cuando lo hago, entrelaza nuestras manos y me atrae a su cuerpo, sus manos se enroscan en mi cintura mientras se inclina hacia mí para besar mis labios.
—Te amo, dolcezza.
—Y yo de amo a ti, señor robot —susurro con una sonrisa.
Compartimos una mirada antes de voltear hacia nuestros hijos.
—Y también los amamos a ustedes...—cruzo el brazo por la espalda de mi esposo mientras me apego a él, y decir al mismo tiempo...
—Criaturitas del mal.
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