17.- Tres palabras, un sentimiento
Antoni
Ángelo me mira con intriga.
—¿Estás seguro? —inquiere —quiero decir, ¿seguro que ella lo vio?
—Fue lo que me dijo —respondo —y no dudo de su palabra.
Mi hermano se incorpora de su asiento. Coloca las manos en su cintura mientras toma una inhalación.
—Dijiste que ya le ha pasado antes —expresa —¿qué tal si solo creyó verlo?
—Maldición, Ángelo —espeto con molestia —ella está segura de que esta vez si lo vio.
—Entiendo que estés preocupado, pero los guardias no vieron a nadie —insiste —si hubiesen visto a alguien sospechoso, tienen ordenes de actuar. Ellos están pendientes de todo lo que ocurre cuando Sally sale con mis hijos. Sé que te preocupa, pero tal vez solo fue una ilusión.
Una punzada de molesta me atraviesa el pecho.
—¿Vas a ayudarme?
—¿A qué, Antoni? —inquiere —No sabes ni el nombre, ir con la policía ¿y que vamos a decirle? ¿Qué tu novia creyó ver a su ex pareja? ¿Qué cargos habrá en su contra?
—Ángelo...
—No van a creernos —sentencia —Sally necesita más que una declaración para afirmar que ese hombre la persigue. Está con los guardias todo el tiempo, la seguridad en la casa ha incrementado, si alguien estuviese siguiéndola, lo notaríamos.
—No le crees, ¿verdad?
Mi hermano suspira, se acomoda las mangas de la camisa y aparta la mirada. Una sonrisa irónica se cuela por mi rostro mientras me aparto.
—¿Sabes algo, Ángelo? —inquiero —Si fuese Daphne, si fueses tú quien viniera a mí a decir exactamente lo mismo, yo no hubiese dudado en ayudarte.
—Antoni...
—Gracias por nada, hermanito.
Me marcho de su estudio con la molestia creciendo en mi interior. Escucho a mi hermano llamarme una vez más pero no me detengo.
Atravieso la casa hasta la habitación que Sally ocupa y no me molesto en tocar para entrar.
Daphne se encuentra con ella, ambas se incorporan al verme entrar, Sally se limpia las lágrimas y Daph me lanza una mirada preocupada.
—¿Qué ha dicho Ángelo? —inquiere mi cuñada —¿Qué haremos?
—Nada —ella frunce las cejas —porque cree que Sally pudo no haberlo visto en realidad.
—Oh, ese idiota —exclama Daph —va a escucharme.
—Daph, no...—Sally intenta detenerla, pero Daphne ya ha conseguido escabullirse hacia el exterior.
Una mirada culpable es lanzada en mi dirección, Sally cierra los ojos por un par de segundos en los cuales me acerco hasta ella.
—No te sientas culpable —murmuro tomando su mentón para hacer que me mire —yo si te creo, Dolcezza. Y no me importa si Ángelo no lo cree, no lo necesito para protegerte.
—Él está aquí —dice con seguridad —juro que esta vez no fue solo mi mente.
—Lo sé —mis pulgares trazan una caricia en sus mejillas —Dolcezza, necesito el nombre.
—Antoni...
—Necesito el nombre para averiguar en donde está, para pedirle a mi equipo que lo encuentre. De lo contrario, no podré hacer nada para cuidar de ti.
Parece dudosa de hacerlo, es como si estuviese considerando todas las consecuencias que decir su nombre puede ocasionar.
—No voy a obligarte a que me lo digas, pero no puedo hacer nada si no sé quien es —insisto —no soy quien, para obligarte, y tampoco pretendo presionarte, pero...
—Harper Myers —cierra los ojos al hablar, una expresión torturada está en su rostro antes de que pueda mirarme otra vez —se dio cuenta de que lo vi, así que es probable que ahora mismo esté haciendo algo más.
La envuelvo con mis brazos para acercarla a mí, mis labios se encuentran con su frente en un intento de reconfortarla.
—Vendrás conmigo.
—¿Qué?
—Cuando sea tu descanso, vendrás conmigo —murmuro —no te dejaré sola, hay un par de guardias que me siguen a todos lados, Dolcezza, y contrataré un par más para ti.
Sally parpadea, se aparta de mi cuerpo y luce incrédula.
—No puedo irme contigo —frunce las cejas levemente —pago renta, no puedo abandonar a mi compañera de piso. No cuando...
—Bueno, pues seguiré pagando la renta de tu piso —aseguro sin darle demasiada importancia —vendrás a vivir conmigo hasta que ese tal Harper Myers aparezca y me asegure que no puede hacerte ningún daño.
—Has perdido la cabeza —dice.
—Por ti nada más —enrosco la mano en su cintura y la apego a mí. Sally abre las palmas y las coloca sobre mi pecho, soy consciente de la manera en la que lucha para retener la sonrisa, pero termina fracasando.
—No voy a irme a vivir contigo —asegura —y no aceptaré, aunque nos encierres en esta habitación por el resto del día.
Una carcajada brota de mis labios cuando ella me recuerda la forma en la que conseguí nuestra primera cita.
—Por favor, dolcezza —ladeo la cabeza mientras le dedico la mirada más suplicante que poseo —déjame cuidar de ti.
—Antoni, cuidar de mí no significa que tengas que llevarme a vivir contigo y además pagar el alquiler de un piso que no voy a estar usando.
Frunzo los labios, Sally luce tan convencida que mi mente intenta encontrar una manera de hacerla cambiar de parecer.
—Solo mientras lo encontramos —insisto —una vez que me asegure que él no está en el país, o que ya no puede hacerte daño, juro que te dejo ir.
Ella sonríe, ladea la cabeza y un par de risos se escapan de la coleta, cayendo a los costados de su rostro.
—¿Tengo tu palabra? —inquiere.
—Tienes mi palabra.
Toma una inhalación, sus hombros se elevan mientras deja de mirarme por unos cortos segundos.
—Lo pensaré.
—De acuerdo —asiento —tienes diez minutos.
—¿Qué? —me inclino hacia ella dejando un casto beso sobre sus labios y retrocedo —¿diez minutos?
—Y espero que la respuesta sea afirmativa, porque en quince llamaré a la agencia de mudanza —advierto —para llevar tus cosas a tu nuevo hogar.
Le dedico una sonrisa y le doy la espalda, ya he salido de la habitación cuando su grito me hace ensanchar la sonrisa.
—¡Antoni Lombardi! —exclama con molestia —¡No te pases!
—¡Más vale que te des prisa! —respondo antes de buscar mi celular.
No hay una respuesta, bajo las escaleras con rapidez mientras marco el número de Simón, el conseguiría localizar fácilmente la ubicación de Harper Myers. Esta es una de las grandes ventajas de tener una empresa de tecnología.
—¿Si, jefe? —inquiere apenas responde.
—Hola, Simón —saludo —tengo un trabajo especial para ti.
—Claro, ¿qué ocurre?
—Necesito que encuentres a un hombre —informo —el nombre es Harper Myers, de california. Necesito saber si ha estado en el país y las ubicaciones exactas.
—De acuerdo, apenas tenga algo se lo haré llegar.
—Gracias, Simón —me despido y cuelgo la llamada.
No importa lo que cueste, ni el tiempo que lleve. Voy a encontrar a ese hijo de perra, y cuando lo haga, deseará jamás haber pisado Milán, pero lo más importante, deseará nunca haber tocado a mi dolcezza.
Voy a asegurarme de eso, es una promesa.
Ángelo me llama por la tarde para decirme que no tengo que preocuparme por Sally mientras esté en la casa. Le ha colocado un guardia personal y le ha entregado un nuevo número por si el anterior ha sido rastreado.
También se aseguró de que Sally tuviera la tarde libre para poder ver las cosas relacionadas con su mudanza, mudanza que ella a regañadientes aceptó.
La única condición que puso fue que no se mudaría completamente. La mayor parte de sus cosas se quedó en el piso que compartía con la otra chica, quien parecía haber desarrollado un desagrado hacia mí.
Una maleta y pocas cosas que fueron suficientes para acomodarlas en el auto es todo lo que lleva.
—¿Segura que no necesitarás nada más? —inquiero mientras bajamos las cosas del auto.
—Segura —afirma mientras los guardias nos ayudan con todo lo que hay en el interior de la camioneta.
Nosotros llevamos las maletas y ellos se encargan de algunos libros y bolsos. Así como de varias decoraciones que Sally insistió en traer.
Hay suficiente espacio en mi piso, así que cuando los guardias dejan las cosas en medio de la sala, realmente parece poco.
—Bueno, puedo ayudar a acomodarte en la habitación —sugiero —mañana podemos encargarnos de las decoraciones.
—De acuerdo —apenas me mira mientras arrastra la maleta hacia el interior de la habitación.
La miro avanzar en silencio y comienzo a seguirla cuando ya se ha alejado varios pasos. Ambos ingresamos en silencio, Sally suspira cuando sube la maleta a la cama y desliza el cierre para abrirla.
—¿Estás enojada? —inquiero.
Los movimientos de Sally se detienen, permanece observando la maleta por algunos segundos antes de poder mirarme.
—No quiero ser una carga —expresa —no tendrías porque estar haciendo todo esto. Tal vez solo estoy demasiado paranoica con todo lo que he pasado que creo verlo en todos lados.
—O tal vez si está aquí —susurro acercándome —en cualquier caso, no eres una carga para mí.
—Antoni...
—Sally, hablo en serio —elevo las manos hasta acunar su rostro —no eres y nunca serás una carga. Dije que te protegería, te prometí que no dejaría que nadie volviera a lastimarte, eso es lo que estoy haciendo. Cuido de ti.
—Tu madre piensa que estoy contigo por dinero —me recuerda —trayéndome a vivir contigo solo va a aumentar sus sospechas.
—Mi madre piensa muchas cosas, y la mayor parte de esas cosas me tienen sin cuidado —aseguro —puedo tomar mis decisiones sin que me importe lo que ella opina.
Ladea la cabeza, una mirada dulce es lanzada en mi dirección y mi corazón da un pequeño vuelco al notar la forma tan sincera en la que me ve.
—Nunca nadie se ha preocupado tanto por mi —susurra —eres la primera persona a la que parezco importarle de verdad.
Sonrío, acaricio el costado izquierdo de su rostro mientras me inclino hacia ella. Mis labios se apoderan de los suyos, lo hacen de una manera necesitada, porque siempre me encuentro deseándola.
Sally consigue que el deseo nunca se vaya de mi cuerpo, la deseo incluso cuando no la tengo cerca. Y ante su cercanía, solamente consigue incrementarse.
—Tengo que acomodar la maleta —dice cuando caemos sobre el colchón, justo a un costado de la maleta abierta.
—Podemos encargarnos de la maleta luego —aseguro con una sonrisa —¿qué dices?
Ella ríe un poco, pero asiente. Es toda la respuesta que necesito antes de besarla de nuevo. Cada parte de Sally me parece perfecta, me hace querer memorizar cada centímetro de la blanca piel, cada espacio y curva.
Sally no me detiene cuando mis manos se pierden por debajo de su blusa, su cuerpo se tensa con ligereza cuando las yemas de mis dedos se deslizan por la cicatriz de su vientre.
—Antoni...—jadea cuando mis labios recorren su cuello —hay algo que tengo que decirte.
—Ahora no —pido acomodándome entre sus piernas.
—Es importante —insiste.
—No hables, dolcezza —pido atrapando sus labios para hacerla guardar silencio.
Sally arquea la espalda cuando una de mis manos se dirige a su entrepierna. Sonrío con satisfacción cuando su cuerpo se contrae ante el toque en la zona húmeda de su cuerpo.
—Antoni...
—Shht —mis dientes mordisquean el lóbulo de su oreja y ella maldice —pero que boquita, señorita Rizzo.
—¿Crees que eres el único que puede maldecir en la cama? —inquiere con diversión —pero en serio tengo que hablar contigo.
—¿Puedes esperar? —casi suplico desabrochando con rapidez los botones de la camisa.
Soy consciente de la manera en la que se muerde el labio inferior, como de pronto sus ojos adquieren esa mirada de deseo cuando recorre los músculos de mi torso.
—Ya decía que no era tan importante —la molesto colocándome de nuevo sobre ella.
Mis labios la recorren, Sally jadea cuando una de mis manos vuelve a perderse en su entrepierna. El tiempo se reduce a nada cuando estoy contra ella, las prendas están de más así que un par de instantes después las hemos eliminado por completo.
—Eres tan adictiva —susurro contra su oreja —tan, pero tan adictiva.
La maleta cae con un sonido seco cuando nos movemos. Ambos reímos, pero no le tomamos importancia, podríamos encargarnos perfectamente de eso luego.
Cuando estoy en la posición perfecta, justo entre sus piernas, el maldito celular suena.
—Aguarda un segundo —pido apartándome de su cuerpo para recuperar mi celar que está sobre la alfombra.
Leo el nombre de Simón en la pantalla y suelto una palabrota.
—Me das una excelente vista —dice Sally con una sonrisa mientras desliza parte de las sábanas sobre su cuerpo.
—Vas a querer matarme, pero esta llamada es importante —mascullo.
Deslizo la pantalla del celular y tomo la llamada. Recupero la ropa interior y me la coloco mientras sostengo el teléfono con mi hombro.
—¿Tienes algo?
—Es extraño, jefe —dice Simón y le lanzo una mirada rápida a Sally. Le hago una señal para que aguarde y salgo de la habitación.
—¿Por qué? —inquiero —Dime que ocurre.
—No hay registros —informa —no hay nada bajo ese nombre. No hay vuelos, cargos, pagos ni reservaciones en hoteles. Tampoco alguna información sobre que haya estado cerca. Es como si ese hombre no existiera, jefe.
—¿Estás seguro?¿Hiciste búsquedas en california?
—Entrar a la base de datos de otro país es más complicado —admite con tono pensativo —e ilegal.
—Creo que sabes perfectamente que hacer para no ser descubierto, ¿no es así?
Un corto silencio se instala en la línea. No suelo pedirles a mis colaboradores que hagan cosas ilegales, pero hay ocasiones que lo ameritan.
—Sí, creo que puedo intentar buscar algo —dice después de medio minuto de haberlo considerado —¿puedo tener un aumento luego de esto?
Me rio. —Claro, tendrás tu aumento.
—Perfecto, jefe —dice con tono entusiasta —le tendré toda la información que necesite.
—Sé que sí. Necesito encontrar a ese hombre, Simón.
—Lo encontraré —asegura —le llamaré apenas tenga algo.
Le agradezco y cuelgo la llamada.
Si Simón no encontró nada sobre Harper Myer en Italia, quiere decir que él cabrón no está en el país.
¿Será posible que Ángelo tuviese razón y la mente de Sally le estuviese jugando una mala pasada?
No, no es posible. Tengo que creer en ella, en lo que me ha dicho.
Pero entonces, ¿por qué no hay ni un solo registro de ese cabrón?
Amenos que no estuviese en el país con ese nombre. Camino con rapidez de nuevo a la habitación, Sally me mira, mantiene el celular en las manos, pero lo abandona apenas me ve entrar.
—¿Qué pasa?
—¿Es posible que Harper esté utilizando una identidad falsa para estar detrás de ti? —inquiero —¿Es posible?
—Sí, es decir, tiene el suficiente dinero como para comprar una identidad falsa —susurra —¿Por qué?
—Porque no hay rastros de alguien con el nombre Harper Myer en Italia —suspiro con pesar —o no está aquí, o lo está con otra identidad.
Ella sacude la cabeza.
—¿Qué tal si Ángelo tiene razón y solo lo imaginé? —inquiere en un hilo de voz —es imposible que el sepa en donde estoy, no puede saberlo porque...—se detiene antes de terminar la frase.
—¿Por qué...?
—No tiene idea de que tengo familia en Italia —dice con rapidez —no tiene forma de saber que he llegado tan lejos.
—Sally...
—Tal vez comienzo a perder la cabeza —dice con la voz torturada —tal vez si estoy imaginando que el me sigue persiguiendo.
—Hey...—camino hasta donde se encuentra, Sally me mira de una forma tan angustiada que no retengo mi instinto de abrazarla. —Si estás segura de que lo viste, quiere decir que así fue.
Ella sacude la cabeza, se abraza a mi mientras siento su cuerpo estremecerse.
—Estaba segura de que era él, pero ahora...ahora no lo estoy. Quiero pensar que sí pero mi mente es un caos, Antoni.
—Dolcezza...
—Sería una locura que se haya comprado una identidad falsa para venir detrás de mí —masculla —es casi imposible que me encuentre.
—¿Cómo estás tan segura? —inquiero —¿Hay algo más de lo que no esté enterado?
Niega. —Solo no estoy segura de que realmente lo haya visto. Creo...creo que mi mente comienza a tener más poder sobre mí.
Sonrío, imparto una caricia a lo largo de su cabello y ella vuelve a acomodarse contra mí.
—Hay una doctora, atendió a Bella con el asunto de la muerte de sus padres —murmuro —puedo arreglarte una cita, solo para que hables con ella, todo lo que viviste, dolcezza, sería demasiado para cualquier persona.
—Crees que comienzo a volverme loca.
—No —sentencio —creo que es demasiada carga para una mujer tan buena, creo que has estado llevando ese peso por demasiado tiempo. Un terapeuta puede ayudar, Sally. Puede ayudar a que la carga sea menos pesada, a que el dolor disminuya si lo compartes.
No me responde, solamente se acurruca contra mí.
—Sé que hay cosas que no son fáciles de decir, tesoro —murmuro con dulzura —pero guardarlas para ti solo harán más daño. Reprimirlas no va a hacer que sean menos dolorosas, solo le das mayor poder para hacerlas más fuertes.
—A veces creo que el dolor no va a irse jamás —susurra —a veces creo que despertaré y sabré que todo esto no es más que un sueño.
Me aparto, Sally eleva la cabeza ligeramente para conseguir mirarme.
—Bueno, pues creo que tienes suerte de soñar con alguien tan apuesto como yo —bromeo. La angustia desaparece de sus ojos cuando ríe, cuando deja escapar es sonido tan glorioso.
—Si es un sueño, deseo no despertar jamás —confiesa.
—Entonces sigue durmiendo, preciosa —mis labios se colocan sobre los de ella en un beso suave —que yo cuidaré de ti, y de tus sueños.
Sonríe, lo hace de una forma tan bonita que me eclipsa. No habla, pero no es necesario, no se siente la necesidad de decir palabras justo ahora.
Su piel roza la mía cuando se acomoda contra mi pecho, y a pesar de que estamos casi desnudos, ahora el único deseo que tengo de ella es el de cuidarla, el de asegurarme que no vuelva a experimentar ninguna clase de dolor.
Su respiración se vuelve cada vez más suave, sonrío cuando creo que se ha quedado dormida, sin embargo, su voz adormilada me indica que no lo está por completo.
Siempre he querido saber como se escucha un "Te quiero" pronunciado con sinceridad, como se siente el que alguien te quiera de una manera genuina, una parte de mí no le daba importancia, sin embargo, cuando ella lo dice, cuando Sally dice esas dos cortas palabras, todo lo que he conocido se esfuma.
—Te quiero, señor robot.
Fueron las dos primeras palabras las que me sacudieron por completo. Las que me colocaron todo lo conocido de cabeza, y me arrojaron a un paraje desconocido.
—No tienes que decirlo —susurra con la voz cada vez más suave —porque sé que también me quieres.
—Sally...
—Dilo cuando estés listo, cielo —pide y se remueve contra mi pecho.
La abrazo un poco más, la apego a mi pecho y beso su coronilla. No me atrevo a decirlo, pero lo pienso. Porque lo hago, claro que lo hago. Ahí abrazado a ella en la oscuridad, tengo el pensamiento que hace mucho no aparecía en mi mente. Lo tengo, y deseo no olvidarlo jamás.
Tres palabras que encierran ahora el mayor de los sentimientos hacia la chica entre mis brazos, tres palabras que se sienten con más peso del que deberían, tres palabras que son:
Te quiero, dolcezza.
La quiero, y esperaba estar listo pronto para poder hacérselo saber.
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