12.- ¿Qué es lo que has hecho?
Sally
Mi cuerpo entero se siente tenso, mis respiraciones son pesadas mientras mi mente me repite todas y cada una de las razones por las que no debo de hablar. Razones por las que él no puede saber la verdad.
Pero no hay manera de ocultárselo, si no es por mí, va a terminar por odiarme. Antoni ya sabe lo suficiente, con las palabras pronunciadas hace apenas un par de minutos, he dicho más que en toda mi vida.
—Conocí a alguien antes de mi cumpleaños número dieciocho —cierro los ojos mientras tomo una corta inhalación.
Mi mente no se calla, no deja de decirme que esto es un error. Me repite una y otra vez que debo escuchar a mi cerebro, que toda la mierda que he pasado es porque no lo he escuchado antes, pero Antoni me importa lo suficiente como para no querer que me aparte.
—Fue lindo, al inicio —bajo la vista por unos momentos, intentando armarme con esa valentía que me ha acompañado siempre—me avergüenza admitir que nunca tuve una figura paterna, que nunca conocí lo que es el amor de un padre. Me avergüenza decir que mi madre, a pesar de ser una mujer maravillosa, nunca lo fue lo suficiente valiente como para alejarnos de ese hombre.
Mi voz tiembla cuando los recuerdos se entremezclan, la amargura vuelve a mi sistema, a mi pecho, intentando adueñarse de mi corazón.
—Mi padre fue un monstruo, Antoni, y me alegro tanto de que esté muerto —las lágrimas me nublan la visión —desgraciadamente murió mucho después de orillar a mi madre a su muerte. Así que mi vida desde que mamá murió fue un completo infierno.
Me tallo los ojos, eliminando las lágrimas para intentar recomponerme.
—Ya no tenía a mi madre para desquitar su enojo y mostrar la bestia que era, así que lo hacía conmigo —las uñas se me clavan en las palmas de las manos, una sensación ardorosa se apodera de la zona, pero no se compara en nada con la que experimento en mi interior.
Antoni se mantiene en silencio, no dice una sola palabra, pero sé que está escuchando. Sé que lo hace y que presta atención a cada cosa que digo.
—Así que cuando lo conocí y él me ofreció toda una vida de encanto, no dudé en irme con él —suelto una risa amarga —porque la vida que me ofreció, era un cuento de hadas, era una vida de princesas, su atención, su amor, su afecto...todo en él era encantador.
Tomo una inhalación, permitiéndole a mis pulmones tener un poco de oxígeno.
—Es un empresario —aprieto los dientes, rehusándome a pronunciar su nombre—es diez años mayor, así que yo estaba por cumplir los dieciocho, y él casi los treinta. Fue perfecto, me creó la ilusión de toda una vida, llena de vestidos, joyas, dinero. De eventos con altas sociedades, con políticos reconocidos, de viajes, todo con él era...tan mágico que me sumergió con rapidez en su mundo. Fue tan atrapante que no me di cuenta en que momento bajé tanto la guardia, en que momento borré mis propios límites, y dejé de ser yo.
Me limpio las lágrimas, la respiración se me corta y cierro los ojos. La distancia que Antoni parecía haber creado entre nosotros desaparece en el segundo en el que siento su mano en mi espalda baja.
Su tacto cálido me envuelve, la protección que él me hace sentir me atrapa, dándome lo necesario para continuar.
—Comenzó de a poco que ni siquiera me di cuenta de que estaba sucediendo. Fueron pequeñas cosas, fueron tan diminutas que fue fácil pasarlo por alto. Primero fue la ropa, que no era adecuada, luego el exceso de maquillaje, que los vestidos eran muy ajustados, que mis sonrisas no eran lo suficientemente encantadoras, que mis modales no eran los adecuados.
Los recuerdos vuelven tan rápido que me aturden.
—Fueron palabras fuertes, miradas aterrorizantes, gritos, empujones. Luego golpes cerca del rostro, golpeaba paredes y decía, "es que no quiero golpearte a ti" —mi voz se quiebra —y fui tan ciega porque me decía a mi misma que estaba bien, que podría ser mucho peor. Me repetía que eso no era nada comparado con lo que mi padre me hacía, con la manera en la que él me golpeaba. Pero luego, como era de esperarse, todo empeoró.
La mano de Antoni se detiene a mitad de mi espalda. Cierro los ojos y me obligo a continuar porque ya he dicho lo suficiente, porque él merece saber la razón por la que me aterra tanto...sentirme al descubierto.
—Detestaba que lo avergonzara en público, luego de los eventos, al volver a casa...siempre encontraba una falla en mi comportamiento. La broma que hice no fue lo suficiente graciosa, la sonrisa de más al mesero, el entusiasmo innecesario o la seriedad sobrante.
—¿Por eso te asustaste tanto en el evento? —su voz brota en un sonido tenso, en uno casi forzado.
—Una vez derramé sin querer un poco de vino en su traje, fue un accidente, alguien chocó contra mí y yo solo tropecé. La mancha no fue demasiado, pero él me arrastró fuera de la fiesta, nos montó en el auto y...y me dio una de las peores palizas de toda mi vida. Ese día en el evento creí verlo, creí que estaba ahí y solo...me asusté.
—Dios, Sally...
—Eso solo fue el comienzo —continúo —con cada día era peor, con cada semana, con cada mes. Estuvimos juntos por poco más de un año, pero fue un completo infierno. Doce meses que fueron suficientes para marcarme de por vida.
Llevo la mano hacia el vientre, justo sobre la cicatriz.
—Esa noche llegó borracho, siempre tuvo problemas con la bebida, se ponía violento con apenas unos tragos. Pero esa noche...fue demasiado. Más de lo que alguna vez había bebido, llegó gritando, rompiendo todo a su paso porque decía que yo lo había engañado, dijo que me llevaría con mi padre, que me devolvería al sitio del que no debió de haberme sacado para que mi progenitor fuera quien me asesinara.
Un sollozo brota de mis labios al recordar cada momento de esa noche, cada palabra que no he podido olvidar.
—Peleamos, mucho. El terror por volver con mi padre fue lo que me hizo defenderme, y eso lo enfureció. En el segundo en el que le mostré un poco de valentía, decidió que sería él quien me asesinaría.
Me estremezco, la mano de Antoni no se aparta, pero no me atrevo a mirarlo porque no quiero descubrir la expresión en su rostro.
—No sé en que momento llegamos a la cocina, él seguía golpeándome, diciendo cosas sin sentido, todo fue tan rápido...
Las imágenes se reproducen tan frescas, tan recientes, como si toda la pesadilla hubiese ocurrido ayer.
—Hey, Sally...—su voz me trae de regreso—no tienes que continuar.
No sé en que momento Antoni se ha colocado a escasos centímetros de mi cuerpo, con sus brazos rodeándome. Apenas y me percato de la forma irregular en la que respiro, reconozco las señales y me obligo a mantener el control.
—Solo...solo necesito un momento —pido cerrando los ojos.
Tomo una inhalación, la fragancia de Antoni se introduce en mí, el aroma me distrae, concentra a mi cerebro en otra cosa lejos de las imágenes de esa noche. Es un aroma fresco, me concentro en identificar cada componente, cada elemento por más pequeño que fuese.
Un toque de lavanda resalta, huele a madera y almizcles.
Abro los ojos ante su toque suave en mi rostro, solo en ese punto me permito conectar la mirada con la suya. El par de ojos celestes me miran con la misma dulzura, con un dejo de preocupación también.
—No tienes que continuar —susurra.
—Mereces que sea honesta —le recuerdo.
Paso las manos en mi rostro como si eso pudiera ayudarme, tomo una inhalación que me brinda un poco de oxígeno, y digo en voz alta el más amargo de mis recuerdos.
—Todo fue tan rápido, aún ahora es como si mi mente pasara en cámara rápida los segundos en los que él estaba sobre mí, tratando de asfixiarme, sus manos en mi cuello, la forma tan vacía en la que me miraba mientras yo pensaba: ya está, este es mi fin.
—No sé como conseguí abrir uno de los cajones de la alacena, en donde estaban los cuchillos. Cuando notó lo que planeaba hacer me soltó y apenas pude registrar la manera en la que su brazo se movió hacia el estante, y luego hacia mí.
Mi cuerpo se estremece, cada musculo se pone rígido y las náuseas me invaden.
—Aún tengo pesadillas con la sensación del cuchillo atravesándome la piel. El grado de dolor tan intenso que pensé que iba a morir, la sangre, mis gritos, el terror. Mi cuerpo reaccionó por instinto, yo no quería...—sollozo sintiendo el pecho hundirse ante los recuerdos—yo no quería hacerlo, Antoni, pero él iba a matarme, era él, o yo. Todavía tengo pesadillas con la manera en la que clavé el cuchillo en su abdomen, tres veces y luego...luego solo hui.
—Por Dios, Sally —los brazos de Antoni me envuelven y sollozo en su pecho.
—Nunca quise...nunca quise hacerle daño. Solo quería...vivir—. Mi voz se rompe y ahogo el sollozo—desperté a la mañana siguiente en el hospital, con un oficial a mi lado, él había presentado una denuncia, cambió la historia de tal manera que yo fui la mujer loca que lo atacó.
Los recuerdos amargos se me incrustan en la mente.
—Iba a ir presa, así que convencí a una enfermera para ayudarme. Convencí a la única mujer que me creyó y me ayudó a salir del hospital. No planeaba volver con mi padre, la herida dolía como el infierno, pero conseguí retirar un poco de dinero, el suficiente como para comprar un vuelo a Italia, apenas y traje ropa conmigo, una mochila y dinero en efectivo. Hui, dejé atrás mi vida y llegué a este sitio. Sola...sin trabajo, sin familia. Huyendo de un crimen que cometí solo porque quería vivir.
El silencio que le sigue a mi confesión es escalofriante, tan aterrador. Cuando volteo, esperando encontrarme con su mirada, no lo hago.
Antoni aún continúa con el brazo alrededor de mi cuerpo, pero no me mira. Y yo necesito que lo haga.
—Si volviera a California seguramente me arrestarían de inmediato. Tengo residencia italiana por mi padre, tal vez es lo único bueno que pudo dejarme.
Él continúa sin hablar. Parece demasiado aturdido por la información que acaba de recibir.
—Por eso no quiero involucrarme con nadie, o al menos...no de una manera tan...intima. He tenido encuentros con hombres que no significan nada para mí, noches que son producto de noches alocadas, chicos a los cuales no volveré a ver en mi vida, a los cuales no les debo explicaciones. Pero tú, Antoni, tú no eres cualquier hombre, yo...yo quiero hacer las cosas bien, pero estoy aterrada, aterrada de que un día él me encuentre, y le haga daño a las personas a las que quiero, que son importantes para mí. Aterrada de que la policía me encuentren y me encierren por intento de asesinato.
—Nadie va a encontrarte —dice con firmeza. Voltea, ahí está la misma mirada dulce, la misma manera tan intensa de verme —no va a encontrarte y si lo hace juro que no va a tocarte ni un solo cabello.
—Antoni...
—No estás sola, no estás indefensa —habla con una seguridad impresionante —voy a cuidar de ti, Dolcezza, nadie va a encontrarte y nadie va a volver a hacerte daño. Porque en el segundo en el que alguien lo intente, van a lamentarlo. Si alguien vuelve a golpear un centímetro de tu piel conocerán la peor versión de mí, y es una advertencia que le voy a dejar claro a todo aquel que intente lastimarte.
Los muros se desvanecen cuando él acerca su rostro al mío. La sensación de miedo, de angustia, todo se va cuando él está cerca.
—Voy a cuidar de ti, Dolcezza, solo si me aseguras que esa es toda la verdad. Si me prometes que no hay más secretos.
Mi corazón se encoge, duele tanto, pero consigo tolerarlo, porque he experimentado dolores peores, porque las torturas a las que he sometido a mi cuerpo lo han acostumbrado al dolor.
—No los hay —ni yo misma soy capaz de creer en lo que digo, pero él lo hace, él me cree.
—Entonces no debes preocuparte por nada —dice abrazándome —ahora tienes la protección de un Lombardi, y nadie va a tocarte sin experimentar la mayor de las consecuencias.
—Es poderoso, Antoni, si él quisiera...
—¿Y tú crees que no lo soy? —inquiere —me subestimas, Dolcezza. Ningún hombre inteligente se mete con otro de su mismo nivel, porque a esos cabrones les gusta sentirse poderosos, les gusta aprovecharse de su rango para lastimar. Pero cuando alguien de su mismo nivel se les enfrenta, no responden. Todos tenemos miedos, Sally, todos tenemos una debilidad, y si eres lo suficientemente inteligente, lograrás descubrirlas.
Sus manos acunan mi rostro y luego, sus labios se encuentran con mi frente, es un toque suave, delicado, lleno de dulzura y cariño.
—Sé que no me necesitas, porque eres lo suficientemente fuerte, lo has demostrado al haber conseguido llegar a Italia, pero te voy a cuidar y garantizaré que nadie se atreva a dañarte otra vez, ¿de acuerdo?
Sonrío, la carga que hasta este momento llevaba sobre mis hombros desaparece. Es como si Antoni la tomara también, ayudándome con el peso y el remordimiento.
—De acuerdo —susurro.
Me siento cansada, probablemente confesar toda mi verdad me ha arrebatado las energías así que solamente nos escabullimos a la cama, con sus brazos rodeándome, su aroma envolviéndome, con él haciendo lo que dijo que haría.
Cuidándome.
Con Antoni me siento segura, protegida. No me ha pintado ningún cuento de hadas, pero no lo he necesitado. Porque su franqueza y honestidad, la transparencia de sus sentimientos, me permiten saber que él no romperá su palabra.
Si esperé algún cambio de actitud de parte de Antoni luego de contarle parte de mi pasado, no fue así. Continuó siendo el hombre encantador que ha sido siempre, mirándome de la misma forma, como si no me hubiese expuesto hacia él.
Y por alguna razón, eso solo me hace sentir más aprecio por él del que pude haber previsto.
Antoni a pesar de tener la apariencia de hombre imponente, es tan dulce. La manera en la que ha buscado que me sienta cómoda, en la que se preocupa, la manera en la que me hace sentir tan protegida, comienza a eclipsarme.
Y sé bien que cuando alguien te hace sentir de esa manera, cuando encuentras aquello que estuviste buscando por años, parece como la más grandes de las ilusiones.
—Ángelo nunca fue bueno en el golf —dice la señora Lombardi mientras mira a sus hijos jugar. Daphne ríe levemente mientras acomoda a Lía sobre su regazo.
—Los deportes y él no se llevan bien en realidad —concuerda —pero supongo que un hombre tan inteligente para los cálculos, preferiría una oficina a un campo de juego.
—Eso no está en discusión —responde la mujer mayor —mis hijos son tan brillantes como su padre. Antoni es tan bueno con la tecnología, sus creaciones son tan innovadoras que estoy segura de que es cuestión de tiempo para que sus creaciones sean reconocidas a nivel internacional. Y Ángelo, mi niño es tan brillante con los números, su padre estaría orgulloso de ver la manera en la que ha hecho crecer los casinos. Sin él, nos hubiésemos ido a la ruina en cuestión de meses, se necesita una gran tenacidad para dirigir un imperio tan grande. Y para tener una familia, claramente.
—¿Tú que opinas, Sally? —inquiere Daphne.
La mirada crítica de la señora Lombardi se posa sobre mí, me he sentido observada por ella desde el segundo en el que llegué, pero he intentado convencerme de que solo son cosas mías.
—Creo que los Lombardi son excepcionales por naturaleza —expreso. Mi respuesta parece satisfacer a la mujer y Daphne sonríe.
—Daphne, querida, ¿por qué no le dices a la nana que traiga a los trillizos? —inquiere —el clima es perfecto para que jueguen en los campos.
—Abu, ¿puedo comer galletas? —inquiere Lía bajando del regazo de Daphne.
—Claro que sí, preciosa. Daphne, puedes darle de las galletas que están en la cocina, fueron horneadas esta mañana.
—De acuerdo, volvemos enseguida —expresa ella tomando la mano de su pequeña para luego alejarse.
He estado sola varias veces con la señora Lombardi, en las muchas veces que fue a visitar a sus nietas, pero ahora todo se siente diferente.
—He querido un momento a solas contigo desde que llegaron —dice con una leve sonrisa en los labios—pero es complicado con tantos invitados. ¿No lo crees?
Me obligo a sonreír.
—Sí, creo entonces que debería aprovechar la oportunidad.
Beatrice Lombardi sonríe un poco más. Le da un sorbo a la copa de vino que está de su lado y examina nuestro alrededor como si quisiera asegurarse de que nadie va a escucharnos.
—Supongo que lo que tienen mi hijo y tú, es serio —expresa—de lo contrario no te hubiese traído a un fin de semana familiar. Aún cuando yo se lo hubiera pedido.
—Es serio, señora Lombardi —confirmo.
—Escucha, Sally, no voy a andarme con rodeos —cruza las piernas en un gesto elegante —me gusta cuidar de mis hijos, aunque no lo he hecho del todo bien en los últimos años, sin embargo, siempre me he asegurado de que las mujeres que estén a su lado, sean las indicadas. Y no que vayan detrás del dinero de mi familia.
Mi espalda se yergue con la tensión. La señora Lombardi toma un poco más de su copa antes de fijar su entera atención en mí. Sus ojos son igual a los de Antoni, igual de profundos, es poseedora de la misma mirada intimidante, intensa.
—Me gusta investigar, Sally —dice con tranquilidad y mi pulso se dispara —lo hice con Daphne, ella parecía buena, algunas deudas pendientes, pero no parecía tener intenciones de obtener dinero de mi familia, así que lo dejé pasar. No me equivoqué, ella resultó ser una excelente esposa para mi hijo, y una madre extraordinaria para mis nietos.
Deja a un lado la copa y sonríe levemente.
—Pero no hay nada sobre ti —mi pecho se hunde con fiereza, me obligo a aparentar que estoy bien, que no estoy al borde de un ataque de nervios —es curiosos, no hay nada sobre ti exceptuando los últimos tres años de tu vida en Italia. Años en donde casi dos de ellos has trabajado con Ángelo.
—Eso es por el tiempo que llevo viviendo en el país —respondo con tranquilidad—señora Lombardi, si lo que quiere saber es si estoy detrás del dinero de su hijo, la respuesta es no. No me hace falta, si me investigó podrá haberse dado cuenta de eso. Vivo en un departamento adecuado, tengo lo que necesito y posiblemente un poco más, su hijo no me ha dado ni un solo centavo desde que estamos saliendo, es algo que puede consultar con total libertad. No estoy detrás del dinero de su familia.
—Sí, eso me queda claro —dice —lo que me intriga, Sally, es el hecho de que no parezcas tener vida fuera del trabajo. Que no haya nada sobre ti, ni registros, ni expedientes, tu vida parece ser un cajón vacío.
—¿Y eso es algo malo? —inquiero—tal vez es solo la respuesta para decirle que no tengo absolutamente ningún problema, ¿no lo ha considerado?
Ella parece pensarlo, me mira por largo rato, por tanto, tiempo que temo que pueda darse cuenta de que no estoy usando nada más que una fachada.
—Antoni parece tener aprecio por ti —dice al fin —y eso me alegra, porque hace tiempo que no veía a mi hijo lucir tan sereno, y relajado. Supongo que tú tienes mucho que ver en eso.
—No me gusta tomar méritos que tal vez no me correspondan —admito.
Ella suelta una risa, mira por un momento en dirección hacia donde sus hijos se encuentran jugando golf, y luego vuelve la atención hacia mí.
—Detesto las mentiras, Sally, y detesto más que les mientan a mis hijos —su voz brota en un sonido firme —no tengo motivos para oponerme a tu relación con Antoni, él es mayor, lo suficientemente adulto como para correr los riesgos que desee, pero le advierto, señorita Rizzo, que si le mientes y lo descubro, te alejaré de mi familia.
—¿Me está amenazando?
—Te estoy advirtiendo, querida —sonríe —pero supongo que no tienes que preocuparte, porque estás siendo sincera y honesta con mi hijo. Antoni merece una mujer tan capaz y audaz como él. Tú pareces serlo, así que no intentes pasarte de lista.
Una parte de mí me reprende por haberme puesto en esta situación, bajo la mirada crítica de todas las personas que intentan echar un vistazo a mi pasado.
¿Qué hubiese pasado si Beatrice descubría toda la verdad? Definitivamente no hubiésemos tenido una conversación tan civilizada.
—No le falles a mi hijo, Sally —dice como palabras finales —o vas a arrepentirte.
Daphne vuelve, los hombres también lo hacen y pronto todos estamos debajo de la carpa que se ha instalado en el jardín.
—¿Todo bien, Dolcezza? —inquiere Antoni con una sonrisa.
—Todo bien —respondo y me obligo a redirigir su atención a otro sitio que no sea yo.
Pero mientras sonreímos y pasamos tiempo juntos, no puedo dejar de pensar en lo mismo una y otra vez, no puedo apartar la pregunta de mi mente.
Estúpida Sally, ¿qué es lo que has hecho?
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