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34.- Empezar de cero


Carina

Dos semanas más tarde, estamos en revisión con el médico. Alessandro no había recuperado mucho de su memoria, apenas unos pequeños fragmentos de momentos pero parecía que eso no era impedimento para que pudiera sentirse cada vez mejor.

—Tu recuperación va como debería, Alessandro —el médico sonríe. —No parece haber signos de que el tumor continúe, pero no debemos confiarnos. ¿Cómo va tu memoria?

—No como me hubiese gustado —admite —apenas he recuperado algunos fragmentos, pero son tan confusos que no sé si alegrarme.

—Sabíamos que la afectación a la memoria sería una de las principales consecuencias. Es posible que los recuerdos vayan regresando pero también existe la posibilidad de que nunca lo hagan.

Noto como el cuerpo de Alessandro se tensa, como su mano se cierra en puño sobre la tela de su pantalón.

—Lo sé, es solo que esperaba que fuese...distinto.

Un gesto comprensivo inunda al doctor.

—Hay ciertas terapias que ayudan a la mente a recuperar ciertos recuerdos, pero no garantizan que estos vuelvan en su totalidad. Sé que puede ser complicado, pero sin el tumor, tu calidad de vida ha aumentado muchísimo, y mejorará con el tiempo.

—¿Qué probabilidad hay que los recuerdos vuelvan? —inquiere.

Él médico se quita las gafas y permanece con la mirada en los papeles antes de observarnos.

—Menos del cinco por ciento —mi pecho se aprieta y el cuerpo de Alessandro se tensa más —no quiero darte esperanzas de que alguna vez recuperes la memoria en su totalidad, tal vez los recuerdos que tienes sea todo.

—Supongo que eso significa que es todo por hoy, ¿no es cierto, doc?

—Así es —nos incorporamos y Alessandro le da una sonrisa cordial al doctor —dale tiempo, tienes que tener paciencia, no trates de presionarte, ¿de acuerdo? Sabes que cualquier duda que tengas, puedes llamarme, tienes toda una red de apoyo, no te olvides de eso.

Alessandro está particularmente callado cuando salimos del consultorio, ni siquiera cuando nos subimos al auto parece tener intención de decir algo. Se mantiene concentrado conduciendo el auto hacia la casa, y no sé si en realidad decir algo sea lo más prudente.

En todo este tiempo habíamos intentado hacer actividades que pudieran parecer rutinarias, pero que significaban un cambio al momento de hacerlas. Comenzó a conducir la motocicleta con frecuencia, y luego le di unas cortas lecciones de manejo

Todo eso hacía que comenzara a adecuarse de nuevo a sus rutinas. Un par de días a la semana me acompañaba al casino, y el resto del tiempo lo pasaba con Dave o Florence, o simplemente pasándolo en casa, juntos.

—Lo siento —dice de pronto cuando nos detenemos en un semáforo en rojo.

—¿Por qué?

—Esperaba mejores noticias —dice con un suspiro —creí que como los recuerdos estaban volviendo...—sacude la cabeza levemente dejando la frase inconclusa.

—No tienes que disculparte —murmuro —no es algo que sea culpa tuya, no es tu responsabilidad. Sabíamos que esto pasaría, Sandro... debes de aceptarlo.

Cuando me mira, veo de nuevo el tormento en sus ojos. Creí que habíamos superado la etapa pero tal vez soy ingenua al pensar que podría superarlo todo en tan pocas semanas.

—Es tan fácil decirlo cuando tu vives con normalidad, cuando recuerdas absolutamente todo lo que has vivido, es tan pero tan fácil decirlo cuando no eres tú quien no tiene idea de quien es.

Su tono brota rudo, amargo. El semáforo cambia y Alessandro pisa el acelerador. Las palabras se atoran en mi garganta, luchando por ser expresadas pero me niego a hacerlo porque sé que su reacción es normal, porque soy muy consciente de lo difícil que le está resultando .

—No voy a discutir contigo mientras conduces —sentencio.

Me mira irritado, pero todo lo que sale de sus labios es un seco:

—Bien.

Cierro los ojos repitiéndome que no debo perder el control, debo ser paciente. Cuando el médico nos dijo el probable comportamiento de Alessandro, me preparé para lo peor, cuando no fue así asumí que esos comportamientos nunca aparecerían, pero lo hicieron.

Ninguno vuelve a hablar hasta que llegamos a la casa. Bajo del auto y él se adelanta hacia la casa. Antes de entrar, tomo una inhalación antes de abrir la puerta y encontrarlo a mitad de la sala.

—¿Ahora si quieres discutir conmigo?

—Sandro...

—Porque yo si quiero discutirlo —debate —porque estoy harto de que crean que no he aceptado lo que ocurre, cuando en realidad es algo que hice desde el primer momento. He creído en todas sus palabras, he hecho lo que esperan que haga pero cada día que pasa, siento que no es suficiente.

—Nadie te está presionando para que lo hagas, Sandro, ¿no lo entiendes? —me aproximo hasta él —solo queremos lo mejor para ti, todos, absolutamente todos estamos haciendo lo que está en nuestras manos para ayudarte...

—¡Pues no está funcionando! —explota haciéndome retroceder —¡Nada está funcionando, Carina!

—No tienes que gritarme, yo no...

—¡Es que no sé que más hacer! ¡Estoy harto de todo esto! —doy otro paso hacia atrás —creí que podría recordarlo todo, pero no puedo imaginar quedarme así, con pequeños trozos de una vida que no parece mía. Recuerdos de un hombre que no se parece a mí.

Pasa las manos por su cabello sacudiéndolo...

—Vi el libro —confiesa —¿por qué no me lo has enseñado?

—¿Qué libro...?

—El de las fotografías, el de los recuerdos, ¿por qué no me lo has enseñado? —lo miro sorprendida, sus ojos me observan exigiendo una respuesta que no tengo porque en realidad, no sé la razón.

O tal vez si la sé. Porque ese libro está lleno de detalles, de momentos, que si los viese...

Algo en mí cobra sentido entonces.

—¿Es por eso que te comportaste tan receptivo con todo lo relacionado a nosotros?

—¿Qué? No —sacude la cabeza —no, claro que no, yo...

—No —lo interrumpo —claro que es por eso.

Sus ojos se encuentran con los míos y siento un conocido dolor en el pecho.

—No te lo enseñé porque quería que cuando lo vieses, cuando leyeras lo que escribiste en él, hayas estado convencido de lo que sientes por mí, y de que esta es la vida que realmente querías.

—Cari...

—¿Cuándo lo descubriste?

Desvía la mirada por un momento antes de poder regresarla a mí.

—El primer día que llegue.

Una sonrisa triste se filtra en mis labios y él es muy consciente del sentimiento que se apodera de mí en este momento.

—Tal vez es ese el problema —susurro —has aceptado todo lo que te decimos, y has creído en las letras de ese cuaderno sin cuestionarlas. Tal vez es por eso que no sabes quien eres.

—Es la verdad.

—El hecho de que sea verdad, no quiere decir que no la cuestiones, Sandro.

El sacude la cabeza en una negativa pero cuando desvía la mirada hacia las fotografías que cuelgan de la pared...lo sé. Tal vez no quiere admitirlo, pero los cuestionamientos están ahí. Las lágrimas se agolpan en mis ojos porque mi mayor temor era justo esto, que él no quisiera la vida que tenía junto a mí.

—Yo sé que te quiero, regina —dice aproximándose y el cariño con el que pronuncia las palabras me rompe el corazón —lo sé aquí... —coloca la mano en el pecho.

—Nunca he dudado que me quieras, Sandro —sonrío con la vista borrosa por las lágrimas —jamás lo dudaría, pero creo que es algo que tu mismo tienes que descubrir. No quiero que te sientas obligado a aceptar una vida con la que no te identificas. No podría perdonármelo nunca.

—Esto es una mierda, y no dejo de sentir que estoy jodiendo todo —dice acariciando mi rostro —es solo que ya no sé que hacer, Cari.

Elevo la mano hasta alcanzar la suya.

—Tal vez debes dejar de creer en todo lo que decimos, y comenzar a averiguarlo por ti mismo, ¿no lo crees?

No me da una respuesta, permanece mirándome por largo rato antes de inclinarse y atrapar mis labios entre los suyos. Su contacto me resulta cálido, reconfortante, tan familiar.

Mis manos se deslizan por su torso hasta alcanzar su cuello, el cual rodeo con mis brazos. Me apego a él, me sostiene tan cerca de su cuerpo como si quisiera asegurarse de no dejar ni un solo centímetro de distancia entre ambos.

Se aparta tan solo unos centímetros de mis labios para susurrar:

—No necesito averiguar nada, Cari, porque de alguna forma sé que no hay forma de que pueda estar sin ti.

Mi pecho sufre un colapso ante sus palabras, sus manos se afianzan a mis caderas antes de que vuelva a besarme. De un momento a otro, mi mente se nubla y solo hay un deseo incontenible de estar con él.

No sé si él lo nota, o es solo que siente lo mismo que yo, porque sus manos se pierden por debajo de mi blusa. El contacto de sus dedos contra la piel de mi espalda es frío, acaricia toda la zona hasta alcanzar el broche del sostén y se aparta, sus ojos se posan en los míos y entiendo bien lo que desea.

—Si estás esperando que te detenga, no lo haré —sonrío.

Sus labios se curvan en una sonrisa satisfecha mientras vuelve a besarme de una forma más feroz, más salvaje. Retrocedo conforme él avanza, cuando mis pies chocan contra el sillón, me dejo caer con el cuerpo de Alessandro aprisionando el mío.

Sus labios abandonan mi boca para viajar por mi cuello, mi respiración se agita cuando una de sus manos se pierde por debajo del sostén y aprieta uno de mis senos, arqueo la espalda casi por instinto y siento su sonrisa contra la piel de mi cuello.

No sé como hemos pasado de discutir a estar a punto de tener sexo en el sillón de la sala, pero ¿a quién le importa?

Es cuestión de segundos para que la ropa acabe en el piso, para que mi cuerpo desnudo sea admirado por él. Sus ojos me recorren por completo y si debería sentir pudor, no lo tengo en lo absoluto.

—Dios santo, eres preciosa —dice acomodándose de nuevo sobre mi cuerpo.

Sus manos viajan por todo mi cuerpo, el espacio entre nosotros le permite llegar hasta mi entrada y en cuanto sus dedos rozan mis pliegues, mi razón se apaga y sé que le permitiré hacer conmigo lo que quiera.

Un gemido brota de mis labios cuando uno de sus dedos se pierde en mi interior, no le toma mucho tiempo encontrar el rimo adecuado, entrando y saliendo de mí mientras creo que estoy muy cerca de perder la cabeza.

La humedad de sus labios parece como una sensación electrificante en mi piel, y en el segundo el que atrapa uno de mis pezones con los dientes... todo se va al carajo. Siento su lengua juguetear contra mi pezón, su mano no pierde el ritmo dentro de mí, al contrario, parece bastante esmerado con su trabajo.

Mi cuerpo se estremece mientras las oleadas de placer me golpean una tras otra haciéndome imposible contenerme, un gemido particularmente fuerte brota de mis labios cuando el indicio del primer orgasmo llega, Alessandro lo nota y su dedo toca el punto justo para llevarme al límite.

Mi cuerpo se estremece ante la sensación placentera, el parece bastante satisfecho de haber conseguido mi primer orgasmo porque cuando lo miro, tiene una sonrisa casi arrogante en los labios.

—Joder, creo que debemos parar porque no traigo...

—Tu billetera —le indico.

Le toma un par de segundos hacer caso a lo que digo, muerdo mi labio cuando él se aparta y tengo una visión clara de todo su cuerpo, inevitablemente mis ojos viajan hasta su miembro cuando se da la vuelta hacia mí.

—¿Siempre cargo un condón en mi billetera? —inquiere rompiendo el empaque.

—No tengo idea, pero será mejor que te des prisa.

Escucho su risa y luego está sobre mí otra vez, me sujeta las piernas, abriéndolas para él.

—¿Estás lista? —inquiere inclinándose hacia adelante.

Su miembro golpea contra mi entrada y empujo las caderas para sentir el roce otra vez. Él toma eso como una respuesta y se acomoda, en el segundo en el que empuja contra mí, la ola de placer vuelve más fuerte que nunca.

El maldice por lo bajo, tiene los parpados apretados mientras su rostro refleja el placer que siente.

Mueve las caderas contra mí con fuerza, jadeo sintiendo que literalmente puedo ver estrellas, me concentro en la sensación de él entrando y saliendo de mí, le toma un par de segundos encontrar el ritmo adecuado para ambos, mi cuerpo es llenado de corrientes placenteras mientras me permito admirar al hombre que tengo sobre mí.

Sus músculos de sus brazos se tensan mientras se sostiene sobre mí, sus caderas golpean contra las mías, me siento llena, siento el placer incrementar más y más hasta el punto en el que parece que no podrá ser mayor...pero lo es.

—Joder, regina —gruñe contra mi oído —oh, joder.

No sé cuánto tiempo pasa. La realidad es que creo que pierdo la noción del tiempo mientras nuestros cuerpos se unen y trato desesperadamente de grabar este momento en mi memoria.

Alessandro aumenta las fuerzas de sus embestidas contra mí, lo recibo completamente mientras el peso de la excitación me empuja hacia un sitio casi desconocido.

Mi cuerpo se tensa, arqueo el cuerpo ante la ola de placer incontenible y clavo las uñas en su espalda cuando el orgasmo de golpea con tanta fuerza que me quedo sin aliento. Alessandro sigue moviéndose contra mí por algunos instantes antes de que un gemido brote de su garganta y santo cielo, creo que puedo tener un nuevo orgasmo ante el sonido que se clava en mis oídos.

Se apoya un poco más contra mi cuerpo, solo por algunos segundos antes de salir de mi interior y acomodarse a mi costado, bendito sea el sillón por ser lo suficientemente grande para ambos.

—Sandro...

—Shht —dice acariciando mi rostro —no digas nada.

Sus ojos se encuentran con los míos.

—Eres tú lo que quiero, Carina, lo que siempre he querido. Por favor, no dudes de eso.

Se inclina hacia mí, sus labios se encuentran con los míos y sonrío cuando me abraza, porque tal vez todos tuvieron razón.

Su corazón... su corazón no me olvidaría jamás.

Alessandro.

La puta perfección.

Esa es la definición que puedo darle al sexo con Carina.

Ahora, ella se encuentra portando una de mis camisetas, y sin pantalones por lo que me da una vista bastante clara de sus piernas.

Hemos pasado el día en casa, luego de nuestra discusión y del increíble sexo, hemos intentado disfrutar el día.

Pero tan pronto como ella deja la cena delante de mí y me observa, sé que hay algo que tiene que decir.

—He pensado...que podemos hacer algunas cosas para que comiences a recuperarte —dice con suavidad —cosas que tú realmente quieras hacer.

—¿Cosas que yo quiera hacer?

—Sí, ya sabes, cosas que nadie te sugiera, que nadie diga que te gustaban o que solías amarlas, simplemente que tú desees hacerlas.

Tomo un poco del huevo que hay en el plato para llevármelo a la boca. Ella hace lo mismo con su comida y hay varios segundos de silencio antes de que pueda responderle. Ella no me presiona, permanece simplemente aguardado.

—Creo que quiero regresar a las clases de la universidad —confieso —pero no sé como hacerlo si ahora no conozco nada de la literatura. Creo que estaré peor que los alumnos a los que deberé enseñarles.

Una risa brota de sus labios.

—Ese es un punto en el que no había pensado —confiesa —pero creo que puedes intentarlo, ¿qué tan difícil puede ser?

—Humm, no los sé —me lo pienso —creo que debería al menos prepararme antes de intentar volver.

Tomo un poco del jugo y apoyo los codos sobre la mesa.

—Me gustaría volver a mi departamento —Cari me mira curiosa —no para vivir solo para...pasar ratos ahí, ya sabes, creo que familiarizarme de nuevo con mis cosas podrá ayudar para saber que es lo que quiero hacer.

—Bien —ella sonríe —entonces creo que podemos hacerlo, o puedo llevarte y recogerte después, o como prefieras.

—Creo que necesito un tiempo a solas —confieso —para tratar de entender mi vida anterior, para aceptar que...sigo siendo el mismo hombre.

Cari extiende la mano a través de la mesa para poder tomar la mía. Su contacto es cálido y consigue darme una paz que quiero sentir todo el tiempo.

—Claro que sigues siendo el mismo hombre, solo tienes que descubrirte a ti mismo otra vez. Y lo harás, estoy segura.

La miro, ¿Cómo puedo dudar siquiera de mis sentimientos por esta mujer? solo hay una cosa que tengo claro ahora, que la quiero a mi lado siempre. No porque lo haya leído en el cuaderno, no porque todos lo digan... sino porque lo siento.

Porque mi cuerpo entero lo grita, porque mi corazón se acelera al verla y mente no deja de pensar en ella cuando no estamos juntos.

—Tal vez lo que necesito es empezar de cero —susurro —pero quiero que estés conmigo, es la única certeza que tengo ahora.

—Entonces empezaremos de cero, juntos.

Su mano aprieta la mía.

—Pero aunque empecemos de cero...¿aún soy tu novio, verdad?

Una carcajada abandona sus labios, se incorpora de su asiento y viene hacia mí, sus manos acunan mi rostro y asiente.

—Si, Sandro, aún eres mi novio.

Y para dar fe de sus palabras, me besa.

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