24.- La promesa de un para siempre
Observo a Alessandro deslizarse por el colchón, hemos vuelto a casa luego de la consulta con el médico, el silencio reina entre nosotros y es como si de cierta manera, ninguno quisiera dar el primer paso para enfrentar la situación que tenemos de frente.
—Realmente es por esto que no deseaba considerar opciones —su voz brota apagada, consigo mirarlo, sostenerle la mirada aún cuando no me creo capaz.
—No quiere decir que esté todo perdido.
—Basta, Cari, tienes que dejar de ser tan positiva —dice y parece agotado —lo escuchaste, cinco años o morir en medio de una cirugía.
—También escuché que con la quimioterapia podemos tener 5 años buenos —murmuro acercándome —cinco años es mucho mejor que tres meses, Sandro. ¿No lo has pensado siquiera? ¿En todas las cosas que podremos lograr?
—Con la quimioterapia será imposible tener una vida normal, tendré que estar sumido entre hospitales, quimios, idas y venidas al médico, y realmente dudo que pueda darte la vida que esperas, Cari.
—Lo único que espero es estar a tu lado el tiempo que sea, pero si tenemos la oportunidad de alargarlo, ¿no vale la pena intentarlo?
Permanece en silencio y entonces me doy cuenta de lo que realmente sucede, parece como si quisiera ocultarlo pero es demasiado tarde porque me he dado cuenta de lo que está ocurriendo.
Mi estómago cae al vacío cuando me doy cuenta de que en realidad, solamente estaba creyendo en una falsa idea de que él realmente intentaría el tratamiento.
—Nunca pensaste en intentarlo realmente, ¿no es cierto? —inquiero con dolor —solo...solo quisiste que yo lo pensara.
—Carina...
—No —me aparto casi de inmediato, me siento traicionada aunque no entiendo por completo el porqué, después de todo no puedo obligarlo a hacer algo que no desea pero ¿por qué entonces él se cree con el derecho de mentirme?
—Cari, por favor —dice casi suplicante mientras se incorpora —solo estoy intentando encontrar cual es el mejor camino a seguir, yo solo...
—¡Eso no significa que tengas que mentirme a la cara! —estallo —confíe en ti y creí que realmente querías intentarlo, y perdón si me mantengo tan positiva, perdóname por no resignarme a que mueras.
—¿No escuchaste al médico? Cualquier camino que sigamos va a ser inútil, terminará en el mismo resultado. Y no quiero eso, no es justo para ti y...
—¡Y continúas con la misma mierda de siempre! —termino por perder la paciencia —bien, si eso es lo que quieres, si quieres que acepte que mueras, bien. Lo haré.
—Carina...
—Haz lo que jodidamente quieras, Alessandro. Después de todo parece que no te importa nadie más que tú.
Me es intolerable seguir más tiempo frente a él así que me doy la vuelta para poder marcharme de la habitación, no puedo estar ahora cerca de él y fingir que nada está pasando, que no me duele el diagnóstico, estoy cansada de tener que fingir ser fuerte.
Antes de que pueda marcharme, su mano envuelve mi muñeca. Es un agarre firme pero no lo suficiente como para causar daño, su mirada está llena de un sentimiento que ahora mismo no puedo identificar.
—Nunca vuelvas a decir que no me importas —exige —porque me has importando desde el primer momento en el que te conocí, fue porque me importas que decidí irme esa noche, porque no quería causarte un dolor que no merecías, y lo entiendo, fui egoísta pero pensé que solo estaba cuidando de ti. Ahora sé que cometí un error, pero lo que siempre he querido, es evitarte sufrir, Cari.
—No puedes evitar lastimar a la gente, Sandro —murmuro girando hacia él —no puedes pretender que mintiéndoles estén bien.
—Lo sé —cierra los ojos por unos breves segundos —quisiera que nada de esto estuviese resultado así, Cari, realmente lo quiero, pero es lo que hay, y no quiero condenar el poco tiempo que podamos tener a que sea solo un infierno, sin tiempo para realmente vivir.
—Quiero entender, Sandro, pero necesito que realmente seas sincero. Dices que no quieres lastimarme, que no quieres darme falsas esperanzas e ilusiones, ¿pero qué crees que consigues al mentirme?
Parece resignado a que ya no tiene otra opción, su mano abandona mi piel y retrocede un solo paso, pero la distancia que interpone entre nosotros es inmensa.
—No quiero que hagas las cosas por mí —murmuro —pero tampoco quiero que me mientas, quiero que seas sincero, y si tú no deseas hacer nada al respecto, bien. No voy a intervenir. Pero no me obligues a fingir estar bien con eso, por favor.
—Si quiero hacer las cosas, Cari, quiero que sea una vida buena junto a ti, no quiero arrastrarte a procedimientos médicos, ni a el infierno de las quimioterapias.
Mi pecho se contrae, porque eso quiere decir que no aceptará la quimioterapia, ni la radiación. Lo que nos deja...
—Si voy a hacer algo al respecto, será definitivo, para acabar con esta maldita cosa de una vez por todas —su voz llena de firmeza.
—La cirugía. —mi voz brota llena de temor por lo que eso implica.
—No tengo idea de que pueda resultar y sé que hay muchas cosas que pueden salir mal, pero no planeo pasar por ese infierno otra vez.
El silencio cae sobre nosotros como una cascada, se instala en todo el espacio y trato de encontrar una respuesta adecuada, pero no hay nada que pueda decir.
—De acuerdo —asiento levemente —eso haremos entonces.
Alessandro extiende la mano, imparte una suave caricia a lo largo de mi rostro.
—Nunca más vuelvas a pensar que no eres importante para mi —susurra —porque siempre has sido importante, más de lo que siquiera yo mismo puedo reconocer.
Se inclina hasta que sus labios atrapan los míos, sus manos se colocan en mi cintura aprisionándome contra su cuerpo, sus labios se mueven en perfecta sintonía, robándome todo el aliento y exigiendo más y más de mí.
El silencio que se expande entre nosotros ahora es más suave, tranquilo, simplemente llenado con nuestra presencia y sin la necesidad de decir absolutamente nada.
Es como si mi cuerpo de pronto necesitara más, mientras el beso se vuelve feroz, casi salvaje, algo en mi se enciende y me hace desear mucho más.
—Dime que esta vez estás hablando con la verdad—casi suplico.
—Esta vez es verdad —dice con seguridad.
Sus labios vuelven a apoderarse de los míos, en cuestión de segundos todo mi raciocinio se va y es sustituido por la lujuria, por la necesidad de sentirlo cada vez más cerca de mí. Sus manos se apoderan de mi cintura, me apegan a su cuerpo y apenas soy consciente de que nos estamos moviendo hacia el colchón.
Mi espalda choca contra las sábanas, su cuerpo se alza sobre el mío, sus labios moviéndose con una sintonía perfecta que me arrebatan todos los sentidos.
—Cari...
—No hables —pido tomando el cuello de su camisa y casi obligándolo a que me bese otra vez.
Siento sus manos deslizarse por debajo de la ropa, suelto un jadeo cuando su palma presiona contra uno de mis pechos, Sandro sonríe brevemente contra mis labios antes de abandonarlos para darle toda su atención al resto de mi piel.
Deja un camino de besos desde mi mandíbula, pasando por todo el cuello, sus manos se pierden por debajo de mi blusa haciendo arder cada espacio que tocan, el deseo que tengo dentro va creciendo cada vez más y más hasta ser prácticamente incontrolable.
—¿Realmente quieres esto? —susurra con la respiración entrecortada —juro que voy a parar si dices que no.
Lo miro, sus ojos arden en deseo, con la misma intensidad con la que yo lo miro también. Reconozco los sentimientos en mi pecho, la punzada que aparece tan de repente pero que me obligo a ignorar, porque ya no somos aquellos adolescentes.
Él no va a irse por la mañana.
—Si —respondo —lo quiero.
Parece aliviado de escucharlo, se inclina de nuevo sobre mí y parece que eso es todo lo que necesitaba para dejarse dominar por la lujuria.
Es como si de pronto ambos funcionáramos motivados por el deseo, prácticamente nos arrancamos la ropa el uno al otro, y solo cuando esta sobre mí, con su piel rosando contra la mía, se detiene.
—Necesito algo —me hace un ademán para que aguarde y se estira hasta alcanzar la alfombra para tomar su pantalón.
Una corta carajada brota de mis labios cuando me doy cuenta del empaque cuadrado de plástico que saca de su bolsillo. Cuando me lo enseña, sus ojos brillan divertidos.
—No queremos bebés aún —dice rasgando el empaque.
Muerdo mi labio inferior, Alessandro posee un cuerpo tan tentador, los músculos de su abdomen revelan el ejercicio que seguramente hace, los músculos de sus brazos se tensan ante los movimientos y creo que estoy lo suficientemente mojada con solo la imagen que tengo de él delante de mí, que no tiene que preocuparse mucho por alargar el juego previo.
—Ahora sí —dice volviendo a colocarse sobre mí —si quieres que pare solo tienes que decirlo, no importa el momento, puedo hacerlo.
Una sonrisa tierna se posa en mis labios mientras asiento.
—Sé que sí.
Eso es todo lo que necesita para volver a besarme, mi mente se nubla en el segundo en el que su mano acaricia mi entrepierna, jadeo cuando sus dedos se abren paso en mi interior, acariciando y tocando cada punto necesario para hacerme perder la cabeza.
Cuando uno de sus dedos ingresa en mí, arqueo la espalda presa del placer. Aprieto los párpados sintiendo el placer recorrerme por completo como una corriente eléctrica que llena todo a su paso, que me lleva a un sitio que nunca antes he conocido.
—¿Te gusta, regina? —su voz se ha enronquecido, un gemido brota de mis labios cuando mueve el dedo con movimientos rítmicos en mi interior.
—Oh, si —apenas puedo hablar, eso parece satisfacerlo porque los movimientos se vuelven más rápidos y todo mi cuerpo se contrae. Siento la humedad de sus labios acariciarme la piel, se mueve hasta mis pechos y creo que pierdo la maldita cabeza cuando su lengua se apodera de la zona sensible que es mi debilidad.
No sé cuanto tiempo pasa acariciando y besando, pero parece como una maldita eternidad. Como si los segundos fuesen interminables, y creo que me puedo volver adicta al placer que sus manos y besos provocan en mí.
Cuando se acomoda entre mis piernas, mi cuerpo entero se estremece de placer, Sandro conecta la mirada con la mía mientras se acomoda y mueve levemente las caderas ocasionando que su miembro choque con mi entrada.
—Joder —gruñe mientras repite la acción, lo siento acariciarme, su longitud deslizándose por mi entrada y es casi como una tortura, una que se acerca al límite pero no te permite alcanzarlo.
—Sandro, por favor —suplico con los párpados apretados —te necesito ya.
No responde, pero su peso se coloca sobre mi cuerpo, abro las piernas dispuesta a aceptarlo por completo y cuando empuja sin aviso, cuando su miembro penetra en mí, creo que veo estrellas.
Lo escucho maldecir mientras mi cuerpo se adapta a él, los gemidos brotan de mis labios mientras lo siento llenarme por completo, mientras mi cuerpo lo recibe por completo y se adapta a tenerlo dentro.
Conforme el tiempo avanza, mi cuerpo comienza a experimentar un nuevo grado de placer, y cuando se mueve, cuando sus caderas alcanzan el ritmo perfecto... pierdo la razón.
Sus ojos me recorren, parece como si quisiera grabarse cada imagen mientras se mueve contra mí, mientras nuestros cuerpos chocan y se hacen uno, Alessandro Santori me mira como probablemente ningún otro hombre lo ha hecho.
Me mira exactamente igual que esa noche en donde me entregué a él por primera vez.
Los segundos se esfuman, el tiempo se reduce a nada porque solo puedo concentrarme en el placer que me provoca sentirlo dentro, sentirlo embestir una y otra vez con movimientos rítmicos y fuertes.
Conforme el tiempo pasa siento que estoy muchísimo más cerca del límite, todo mi cuerpo se contrae ante la ola de placer que me golpea, mis uñas se clavan en su espalda y Sandro suelta un gemido lo suficientemente fuerte que delata su propio placer.
El calor de nuestros cuerpos se combina elevando la temperatura a un grado mayor, pero nada de eso importa porque en cuestión de segundos, todo en mí explota.
Sé que ambos hemos llegado al punto máximo, Sandro gime echando la cabeza hacia atrás, sus manos sosteniendo su peso a los costados de mi rostro, nuestras caderas chocando y haciéndonos uno solo.
—Joder, regina —su voz penetra en mis oídos —eres la puta maravilla.
Sus palabras consiguen hacer estallar el placer, Sandro embiste un par de veces más con fuerza consiguiendo que el placer llegue al punto más alto, y creo que veo estrellas.
Mi cuerpo se tensa, un gemido placentero brota de mis labios mientras la liberación me recorre. Alessandro tensa los brazos y coloca la frente contra la mía mientras gime liberándose, permanece así por un par de segundos antes de salir de mí, me siento vacía ante su movimiento y cuando se desploma a mi lado, no puedo evitar mirarlo.
Ambos estamos sudorosos y tenemos la respiración agitada, pero la sonrisa que se adueña de nuestros labios lo dice todo.
—Ven aquí —pide abriendo los brazos.
No dudo en acurrucarme contra su pecho, sus brazos me envuelven y el latir de su corazón me proporciona una sensación de seguridad que no quiero dejar de sentir nunca.
—Siempre supe que sería un desastre —dice de repente.
—¿Qué cosa?
—Nosotros —su mirada se encuentra con la mía —era evidente, seríamos un desastre a primera vista.
Una corta carcajada brota de mis labios.
—Creo que te has equivocado, se dice, amor a primera vista —corrijo.
—No, regina, nosotros fuimos un desastre a primera vista —dice con la sonrisa ensanchándose —pero es eso lo que hace especial lo que tenemos.
—¿Qué es un desastre?
—Exactamente, es retador, ¿no lo crees? Me entusiasma saber que siempre habrá algo nuevo que podemos descubrir el uno del otro, creo que la perfección es aburrida, y que es necesario tener ciertos retos de vez en cuando.
—Esto es un reto —susurro acariciando su pecho —sé que lo es.
—Desearía que la solución no involucrara olvidarte —dice acariciando mi rostro —es lo único que me aterra más que morir, regina. No poder recordarte.
Sonrío aún cuando siendo las lágrimas agolparse en mis ojos.
—No importa si me olvidas, o si olvidas lo que vivimos, te prometo que yo lo recordaré por los dos.
Sus ojos se alivian, sus brazos me estrechan más cerca y se inclina para alcanzar mi frente.
—Te quiero, Cari.
Las palabras brotan entre nosotros, mi sonrisa se amplia mientras acaricio su piel.
—Yo también te quiero, Sandro. Sin importar los años, o las situaciones, aún te quiero.
El silencio cae sobre nosotros, cierro los ojos sintiéndome tranquila, en paz.
—Necesito hablar con mis padres —dice suavemente —informarles mi decisión. Ellos merecen la verdad.
—Estoy segura de que lo entenderán.
—Estarás conmigo, ¿verdad?
Me muevo para mirarlo otra vez, abro la palma frente a él y mueve la mano para entrelazar nuestros dedos.
—Siempre estaré contigo. Esa fue, y siempre será mi promesa.
Sonríe, sus ojos parecen más vivos que nunca mientras libera nuestras manos, me acuna el rostro, y me besa.
Me besa de la mejor manera que sabe, de ese modo que me hace perder la cabeza y olvidarme de que tenemos una cuenta regresiva, que cada vez está más cerca de llegar el cero.
___________________________________________________________________________
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro