Capítulo Especial: Luna POV
Esa tarde, cuando tiré las llaves sobre la mesa y el bolso sobre mi sillón favorito, no tenía idea de que iba a invocar a un demonio.Me dejé caer junto a mi bolsa con un suspiro frustrado. Mis compañeros de clase de culinaria, aunque eran todos adultos mayores de veintiuno, podían comportarse como tontos acabados de salir de la secundaria. Parecía ser que, incluso cuando me había ganado el puesto por medio de un concurso y era gratis, me costaría algo que no era dinero. Me costaría mi salud mental, si tenía alguna todavía. Unas cinco veces a la semana encerrada en la cocina de un restaurante donde no se me apreciaba, sumado a tres veces en las que debía salir corriendo para poder rodearme de niños ricos sin ninguna ambición en la vida, iban a ponerme de cabeza en un manicomio.
—Necesito azúcar, —me dije a mí misma— con urgencia.
Me puse de pie de un salto y me dirigí a la cocina. El fregadero estaba lleno de trastes sucios. En mi defensa, no había tenido tiempo de lavarlos después de quedarme dormida practicando la receta de la clase del día siguiente. Luego en la mañana tuve que salir corriendo cuando mi alarma no me despertó. Por eso la cocina era un desastre, y seguiría siéndolo por unas horas más. Tenía que hacer algo dulce que fuese sencillo y rápido de elaborar.Mi mirada voló por la cocina hacia la isla, donde había dejado un libro de mi abuela. Varios días atrás se había caído de entre sus cosas, dándome un susto. Abuelita Donna siempre había sido un poco reservada con sus pertenencias, por lo que no había rebuscado mucho entre estas después de su muerte. Sin embargo, aquel libro estaba escrito a mano con lo que parecía ser un conjunto de recetas.
Por alguna razón que escapaba a mi entendimiento, se me ocurrió que la mejor receta de galletas era aquella que estaba escrita en un idioma extraño. A mí me pareció francés. Si bien no tenía idea de cómo escribir o leer una sola palabra de aquella lengua, en mi mente loca, estaba leyendo francés.
Los dibujos en los bordes de las páginas eran algo extraños. Alas, llamas y cuernos. Pensé que la abuela tenía ganas de hacerse un tatuaje tribal y lo estaba diseñando en aquellas hojas. La inteligencia me perseguía, pero yo iba en un auto de último modelo.
Como todas las recetas de galletas comenzaban con harina y mezclándose en un bol, decidí ir por los objetos necesarios antes de que la cabeza me estallara. Odié no tener casi ningún utensilio limpio, y me prometí una vez más que lo haría luego, después de endulzarme la vida.
Una ráfaga de aire en la espalda me hizo voltearme hacia la isla de la cocina. Me pregunté si habría dejado alguna ventana abierta en otra habitación. A simple vista no había ninguna. Quizás una de las de la sala de estar se había abierto. Lo bueno era que no creía en espíritus ni criaturas, porque de otro modo ya me habría espantado con algunas cosas que me habían sucedido. Decidí ignorarlo como en otras ocasiones.
Me gustaba probar recetas nuevas siempre que podía. Me distraía y alejaba de mis problemas. Como el hecho de que a toda mi clase parecía no agradarle mi presencia. Bueno, a casi toda. A Kenneth sí le caía bien. Aunque ni siquiera el hecho de que fuese tan guapo podía hacerme olvidar que los demás habían saboteado mi proyecto solo por envidia. Un suspiro se escapó de mis labios antes de que pudiera darme cuenta. No importó que hubiese practicado toda la tarde y me hubiese quedado dormida en la cocina. Aun así, mi nota para esa evaluación iba a ser baja gracias a la "pequeña broma" de aquellos idiotas.
Después de colocarme el delantal, reuní los ingredientes básicos sobre la meseta. Eché otro vistazo al libro para tratar de descifrar lo que se requería para comenzar. Pensé en buscar un diccionario de francés o ayudarme con el internet. Sin embargo, por alguna razón decidí que podía leer aquel idioma y de pronto tener todas las respuestas.
Una nota al pie de la página con lo que parecía ser la letra de la abuela indicaba que leyera en voz alta. ¿Para qué iba a necesitar leerlo en voz alta? No lo pensé mucho. Si lo hubiese hecho, quizás no estaría aquí contándoles esta historia. Recité las palabras de la forma en que creí que sonaban, no sin hacer pequeñas pausas en las que dudaba que fuese a sacar la receta de allí en verdad.
El aire en la habitación comenzó a sentirse pesado de pronto. Caliente, como si hubiese dejado encendido el horno con la puerta abierta. Las páginas del libro se agitaron y me maldije por no haber ido a cerrar la ventana. No creí que en verdad estuviese pasando algo paranormal, hasta que la harina se salió del bol y comenzó a arremolinarse con el aire frente a mi rostro. Lo siguiente que supe fue que el polvo me azotaba la cara y el viento me lanzaba hacia atrás.
Reboté contra la pared sintiendo que se me escapaba el aire de los pulmones. No supe qué rayos había sucedido. Ni siquiera había prendido el horno para calentarlo, y aun así algo había explotado. Pensé en que tenía mucha suerte de estar viva, cuando noté que no había fuego a mi alrededor. La harina me hizo estornudar y toser, mas lo que vieron mis ojos me arrancó un grito de terror. Había un monstruo en mi cocina. Un bicho enorme con alas negras.
Cuando el polvo se dispersó lo pude ver con más claridad. No era un monstruo. Se trataba de un hombre alto y fornido. Un hombre desnudo en el centro de mi cocina mirándome como si quisiera matarme allí mismo. No pude ni siquiera ponerme de pie antes de comenzar a chillar.
—¡¿Quién eres?! —le reclamé— ¡¿Cómo has entrado?! —Mis ojos se desviaron por todo su torso marcado y hasta su entrepierna— ¡¿Por qué andas desnudo?!
En ese momento no sabía si pedir ayuda a la policía o pedirle su número de teléfono. Era muy guapo, aunque sus ojos helados daban mucho miedo. ¿Por qué diablos un hombre con su amiguito despierto entraría a mi casa? Ideas más realistas comenzaron a dar vueltas en mi cabeza. ¿Qué importaba si era guapo cuando parecía que iba a matarme? ¿Tenía un acosador y no me había dado cuenta? Necesitaba poner más cuidado a la hora de cerrar puertas y ventanas.
Noté que daba un paso hacia mí cuando mis palabras lo hicieron mirarse. Se detuvo por un instante, como si no supiese qué decir o hacer ante mi señalamiento. Me puse de pie y tomé el libro de la abuela del suelo. Busqué la página en cuestión de inmediato, pero ni por todo el miedo que estaba sintiendo iba a poder traducir aquellas palabras.
Volví a gritarle a falta de respuesta de su parte.
—Ya cierra el pico, estúpida humana.
Su voz era fuerte, ronca. Lo vi subirse los pantalones, dándole un alivio a una parte de mi incomodidad.
—¿Humana? —sentí que mi voz fallaba. La página no me decía nada en absoluto sobre lo que estaba pasando— Pero tú... yo...
—Tú, yo, nosotros, ustedes... ¿Cómo eran los demás?
La boca se me abrió con el desconcierto. Yo encontrándome al borde de un colapso y aquel hombre semidesnudo se dedicaba a recitar pronombres.
—¿Cómo lograste convocarme? —volvió a preguntar.
Soporté su escrutinio sin decir nada. ¿Qué podía salir de mi boca que pudiera arrojar luz sobre aquella situación?
—¿In..voc...qué?
—¿Eres tonta? Ponte de pie. Me causa nervios verte ahí tirada.
Le obedecí sin saber bien por qué. No podía dejar de mirarlo. Era demasiado perfecto para ser real. Incluso la arruga que se había formado sobre su ceja era hermosa. Sus ojos, aunque me recorrían con hostilidad, eran los dos pedazos de cielo más brillantes que había visto en mi vida. Me sacudí el polvo de harina de la ropa cuando empecé a sentirme mal vestida. Ridículo pensamiento ya que él apenas traía una prenda cubriendo su cuerpo.
—¿Cómo lograste invocarme? ¿Cómo pudiste si estás enana y eres demasiado joven? —Su señalamiento sobre mi estatura me hizo enojar. Yo tenía un tamaño adecuado para mi edad y nadie me convencería de lo contrario— ¡¿Cómo diablos me invocaste?!
—¡No sé! —le grité por fin, harta de que me hablase de aquel modo horrible— ¡No lo sé! Esto es un libro de recetas de mi abuela. ¡Se suponía que fueses un plato de galletas de mantequilla! No esto... —Me entró la duda otra vez— ¿Tú qué eres?
Si fuese una caricatura, se le calentaría el cerebro y le haría salir humo por las orejas. Como no lo era, me tocaba ser testigo de cómo sus ojos chispeaban de rabia.
—Déjame ver ese libro —exigió.
—No.
—¿Cómo que no? Déjame verlo.
—Dije que no. El libro es una herencia que me dejó mi abuela. Tú sal de mi cocina y de mi casa.
Era el momento más loco que había vivido. Y eso venía de alguien que había tenido sus momentos esquizofrénicos en varios momentos de su vida. Volví mi mirada al libro de la abuela, con la esperanza de encontrar algún detalle que se me hubiera pasado antes y que fuese la clave para descifrar lo que había pasado. Yo estaba loca, pero no tanto como para no darme cuenta de que aquel no era un hombre normal. Después de que me gritara que lo había invocado, no quedaba duda de ello. Solo me quedaba averiguar la clase de criatura con la que estaba lidiando. La frustración me invadió al no encontrar nada nuevo.
—Esto me pasa por intentar leer en francés —admití, derrotada.
¿Quién rayos me había mandado a leer aquella cosa rara solo porque estaba escrito con la letra de la abuela que lo hiciera? Dios mío, no tenía noción ninguna del peligro. Me hubiera ido fatal si en lugar de invocarme un hombre hermoso hubiese tropezado con una fórmula secreta para quedarse calvo.
—Yo sé leer en francés, si quieres te ayudo.
Claro, y yo me chupaba el dedo para dormir. Solo un minuto antes me estaba gritando y exigiendo, para venir a fingir querer ayudarme. A otro perro con aquel hueso. No le iba a entregar la clave de la situación, así como así.
—De acuerdo, pero el libro se queda en mis manos.
Me acerqué despacio, en caso de que quisiese arrebatármelo e irse corriendo. Percibí el momento en que contuvo la respiración y supe que no había buenas noticias. Entonces lo vi mirarme el cabello con rabia y decidí tomar algo de distancia.
—¿Qué dice?
Se quedó callado, y pude notar por el movimiento de sus ojos sobre el libro, que dudaba sobre lo que debía decir. Podía ser loca y todo lo que quisieran, pero sabía cuándo un hombre estaba a punto de mentirme. Y ellos preferían que las mujeres jugaran a ser tontas mientras se creían la última coca cola del desierto.
—Dice...Que estoy aquí para cumplirte tres deseos.
—¿Qué? —espeté, asombrada por la audacia. Me esperaba una mentira, si bien no una tan descarada— ¿Eres un genio? No luces como uno.
Mi mente no podía dejar de reproducir la imagen del genio de la lámpara maravillosa, en la versión animada de Disney. Bailando.
—Ah, ¿no? ¿Y cómo se supone que luzca un genio?
Su arrogancia era de otro mundo. La forma en que mentía y luego se hacía el ofendido porque no le creía. Aquel hombre, o lo que sea que fuese que se encontraba en mi cocina, tenía que manejarse con cuidado. Deseando quitarle aquella cara de auto satisfacción, paseé mi mirada por su cuerpo, demorándome más de lo necesario en su trasero.
—Más azul.
—Bueno, tomaré en cuenta tus consejos —aseguró, torciendo los ojos con desgana—. ¿Cuáles son tus deseos?
Me sorprendió que estuviese dispuesto a seguir con la farsa. Así que decidí usarlo en su contra.
—Bien, primero quiero que me ayudes a ganar el concurso culinario que está organizando mi escuela —le dije, recordando la pésima demostración que había hecho esa tarde gracias a mis buenos compañeros—. Es el nacional, así que no es sencillo.
Si ganaba ese concurso, el dinero del premio sería suficiente para abrir mi propio restaurante. No más humillaciones por parte de los dueños del lugar de mala muerte donde trabajaba. Sería difícil llevar un negocio, pero sabía que podía hacerlo.
—¿Vas a desperdiciar un deseo jugando a Master Chef?
No podía creer lo que aquella criatura despreciable acababa de decir. De pronto había dejado de temerle a lo que sea que fuera que había traído de otra dimensión —prefería no pensarlo mucho, ya que una vez que lo hacía me daba un miedo insuperable— y comenzaba a querer golpearlo con una espátula.
—Qué gracioso —No lo era—. ¿Dónde aprendiste eso, demonio?
Podía no pensar en las implicaciones de lo que era aquella criatura, pero debía llamarlo de alguna forma.
—¿Qué dices? No soy un demonio —replicó, ofendido.
—¿Entonces qué eres? Ya me di cuenta de que este no es un libro de recetas de postres.
Mi abuela estaba metida en cosas turbias, no había muchas pruebas, y tampoco ni una duda. Si no para qué iba a guardarse la receta para invocar a un demonio sexy. Quizás la abuela estaba jugando a las cincuenta sombras de demonio.
La imagen mental me provocó arcadas imaginarias. La abuela en tanga repartiendo golpes con cinturones de cuero al trasero desnudo de un hombre precioso. Lo peor era que, si había conocido bien a mi abuelita Donna, aquello era perfectamente posible. Perdida en mis pensamientos, no me fijé en que me había respondido.
—... demonio. Soy un ángel caído.
Bueno, ¿qué acaso eso no era la misma cosa? Según tenía yo entendido, los demonios eran ángeles que habían pecado o algo así. Mis padres no profesaban ninguna religión, por lo que al crecer tampoco me había interesado en ello en particular. Aunque uno se enteraba por aquí y por allá de chismecitos celestiales e infernales. Decidí continuar con mi creencia a pesar de que el sujeto me lanzó una mirada de disgusto.
—Así que... un demonio.
—No, —negó él— no es lo mismo.
—Sí lo es.
Algo debía estar mal en mí. Estaba hablando con una criatura salida del mismísimo infierno, y no había corrido a llamar a un exorcista. No había aprendido nada de las películas de terror. En lugar de actuar como una persona cuerda e inteligente, me disponía a utilizar a un demonio como asistente de cocina y empleado de limpieza. De algo tenía que servirme el susto, ¿no?
—Me llamo Luna —Extendí mi mano, la cual ignoró de forma monumental—. ¿Y tú eres?
No capté bien el nombre. Sonaba a algo parecido a "Zazy".
—Aza... Zazy, te llamaré Zazy.
Por supuesto que no estuvo de acuerdo. El orgullo de aquel hombre era más grande que él mismo. Y no era una criatura de baja estatura.
—¿Por qué no empiezas por limpiar mi cocina? Si lo haces, podré dedicarme a elaborar platillos con tranquilidad.
Sus intentos por librarse de la trampa que él mismo se había tendido fueron divertidos de ver. Le esperaban unos tres meses muy largos a aquel demonio.
¡Espero que les hay gustado! Espero sus comentarios con ansias.
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