Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 8

—Sé que la tomaste tú —susurró Luna, acusándome por cuarta vez en la mañana de robar su pulsera favorita.

No había dejado de hablar sobre la maldita prenda todo el camino en el autobús hacia la escuela de cocina. ¿Tenía yo la culpa de que fuese una desorganizada sin par? Incluso durante la clase, se dedicó a molestar con el mismo tema mientras intentaba que su salsa Bechamel no se quemara. El profesor había propuesto como ejercicio práctico la realización de un asado de pavo en equipos de cuatro estudiantes. Por supuesto, los "compañeros" de Luna la habían marginado con escaso disimulo. Y como eran un poco idiotas, le encargaron la salsa al pensar que era algo inútil; desconociendo que la Bechamel era la protagonista del plato.

—Cualquiera puede asar un pavo —comentó el profesor más tarde—. Pero no todos saben hacer una salsa como esta. Muchas felicidades, señorita Vance.

Luna sonrió con discreta satisfacción, pero yo sabía que en su mente estaba haciendo su baile ridículo de las mañanas. Distraído con el recuerdo de su lencería roja, y preguntándome de qué color sería la que llevaba puesta, pasé un paño limpio por la mesa. Odiaba estarme adaptando al papel de asistente que ella me había impuesto, pero muy a mi pesar lo estaba haciendo. Conocía muchas cosas sobre cocina que un ángel de mi categoría no debería saber, y para colmo, ya limpiaba sin que me lo pidiera.

Lo peor del caso, y lo que más me molestaba, era que cada vez me parecía más atractiva. Sam y la estúpida hoja que había encontrado en la biblioteca de Lucifer tenían la culpa. Si no me hubiese enterado de que estaba prohibido acostarme con ella, la intención no me hubiese cruzado por la mente ni en medio de otro diluvio. No estaría obsesionado con la idea de acariciar la curva de su cintura, o de darle un apretón a su trasero. Malditos coros celestiales. Seguí limpiando antes de cometer una locura. Luna sería capaz de golpearme con la sartén si me atrevía.

Tarareaba con buen humor la canción "You're crazy" de la banda de los ochenta Guns and Roses solo por molestarla, cuando el señor Cebollas se acercó a nuestra mesa. El título "Estás loca" le quedaba como un guante. Algo tenía que hacer para equilibrar la balanza de la humillación, aunque nada se comparaba con el hecho de estarle limpiando la mesa de trabajo en clases mientras ella coqueteaba con Cebollas. Le dirigí una sonrisa burlona mientras elevaba un poco el tono de mi murmullo y le hacía un guiño de complicidad. Esta vez no olía al preciado condimento, sino que se había bañado con alguna apestosa colonia barata. ¿No era suficiente castigo cuidar de Luna? ¿Ahora también tendría que soportar el aroma peculiar del muñeco Ken? La vida era muy injusta conmigo. Yo era un buen ángel caído que no hacía daño a nadie.

Comenzaba a preguntarme por qué la obedecía. El vínculo no me obligaba a cumplir al pie de la letra sus caprichos, sino a proteger su vida. Y ahí estaba yo, vestido con un delantal y un gorro ridículos, con un paño de cocina en la mano mientras fregaba. Maldita humana. Todas esas noches en que tenía miedo de los demonios y se acurrucaba contra mi pecho, fueron borradas ante la visión del inútil muñeco Ken. Esperaba que se le quemara la salsa mientras hablaba con él, así aprendería.

—¿Entonces a las ocho?

—Me parece perfecto.

La pareja había arreglado una cita para esa noche. El tiempo de descanso terminó y don Cebollas regresó a su lugar bajo la mirada curiosa de toda la clase. Bien, "curiosa" sería un modo de decirlo. Los hombres lo observaban con interés, mientras las mujeres lucían confusas y algunas decepcionadas. Me compadecí de las mortales por aspirar a las atenciones de un simple humano que apestaba a condimento. Para mi insatisfacción, la salsa de Luna no se quemó. Se tomaba las cosas en serio en esa clase. Estaba poniendo su empeño en aprender todo lo que pudiera para poder abrir su propio negocio en el futuro. Admiraba eso de ella, el hecho de fijarse una meta y no ceder ante nada para alcanzarla.

La lunática probó una cucharada de su propio plato e hizo una mueca casi imperceptible. Su instinto le decía que le faltaba algo, y un segundo después la vi recorrer la mesa buscando el ingrediente perdido.

—Maldita sea —masculló—. ¿Dónde lo puse?

—Si no estuvieses tan entretenida planeando citas, quizás sabrías.

—Si no fueras un entrometido, tal vez me preocuparía de tu opinión.

Ingrato pedazo de carne con pecas. ¿Se atrevía a hablarme así después de todo lo que había hecho por ella? Bien, no solo por ella, pero nadie iba a contarle mis verdaderas razones. Mi momento de hacerme el ángel ofendido había llegado, y no perdería la oportunidad por un tecnicismo.

—Estúpido demonio.

—Estúpida humana —contesté al unísono, para después replicar—. No soy un demonio.

—No soy... —Luna se detuvo a pensarlo mejor— Bueno, sí soy.

Giré mis ojos al tiempo que le pasaba la pimienta, el ingrediente secreto que había estado buscando, y que por alguna razón no había visto frente a sus narices. ¿Tan nerviosa lo ponía aquel saco de carne y hueso? Luna sonrió, estiró su mano y tomó la pimienta, provocándome uno de aquellos molestos choques de electricidad. Media hora después, su parte del trabajo estaba terminada. La salsa quedó perfecta, o al menos eso dijeron ella y el profesor. Por supuesto, de no ser por mi generosa contribución encontrando la pimienta, todo hubiese sido un desastre. Me encargué de recordárselo todo el camino a casa.

En cuanto cruzó las puertas de la vivienda, Luna se fue a su habitación. Un minuto después, salió de la misma llevando toda clase de artilugios al cuarto de baño. Ese hecho me llenó de furia. La desagradecida corría a arreglarse solo para aquel insignificante humano. No me importaba nada lo que hicieran en su estúpida cita, por supuesto. No podía importarme menos. Pero me sentía enojado, por algún extraño motivo. Sin prestarle mucha atención a mis erráticos pensamientos, me fui a la cocina a buscar un vaso de jugo de pera. Mis nervios colapsaron al encontrarme la caja vacía. ¿Quién osaba tomarse mi bebida preferida? Arrugué el pedazo de cartón y maldije cuando el líquido restante se derramó sobre el suelo. Suspirando, abrí el closet de los productos de limpieza para colocarme el delantal y tomar el trapeador.

Terminé limpiando toda la cocina de pura ira. Cada mancha de suciedad era un motivo más por el cual exasperarme con ella. Para estar más cómodo, dejé mis zapatos en una esquina y me calcé las pantuflas favoritas de Luna, —esas que nunca quería compartir— esperando mancharlas de mugre en el proceso. Tiempo después, mientras guardaba la vajilla en el estante, percibí la esencia de Videre justo antes de escuchar su risita. ¿Ahora qué querían los pecados?

—Si no vienes a decirme dónde está el cobarde de Lux, bien puedes marcharte por donde llegaste.

—¡Vaya! —exclamó ella, entre la diversión y la sorpresa— Anger dijo que estabas enojado, pero no imaginé que sería hasta este punto. Tú y yo siempre nos hemos entendido bien.

La mano de Videre recorriendo mi abdomen me causó repulsión. No estaba de humor para jugar.

—Aléjate —le advertí, haciendo que mis ojos brillasen como muestra de mi verdadera esencia.

La Envidia retrocedió aterrada. Cuando un ángel le mostraba su verdadero rostro a un demonio, solía causar ese efecto. Debía ser que no podían soportar tanta belleza en sus inmundos ojos.

—Calma, Azazyel. Solo quiero ayudarte.

—Por supuesto, la Envidia quiere ayudar al ángel —ironicé.

—De acuerdo, vine para echar un vistazo al cabello de tu humana y ver si puedo teñir el mío de su color.

—Por mí como si te la llevas al infierno.

Videre frunció el ceño y luego alzó una ceja con cautela. Me percaté de que estaba apretando el paño con el que había estado limpiando y lo lancé hacia el fregadero en un arranque de furia. Maldita mujer, en verdad debía ser una bruja poderosa. Se las había apañado para hacerme limpiar sin siquiera ordenarlo.

—¿Problemas en el paraíso? —preguntó, ganándose mi mirada de pocos amigos— Perdona, ¿me cuentas lo que pasa?

Lo dudé. Lo pensé por varios minutos en los que el silencio se hizo pesado. Pero finalmente le conté lo que me estaba molestando. Luna iba a tener una cita con aquel humano escuálido y apestoso a cebollas. Su dulce olor a canela sucumbiría ante el embate de las especias, y eso me hacía estallar en cólera. Sobre todo, después de haberme quedado junto a ella todas esas noches desde la semana anterior, cuando le había contado sobre Lucifer y los pecados. Había luchado tanto contra toda la frustración sexual que me cargaba al verla usando sus pijamas cortos; solo por acompañarla porque estaba asustada, que me enfermaba pensar en el humano haciéndole lo que yo no podría. No era justo. Era muy torcido que no pudiera estar con la única humana que había despertado mi interés en siglos.

—Estás celoso —afirmó Videre.

—Por supuesto que no. Soy una criatura celestial, estoy por encima de esos sentimientos mundanos.

—"Eras" una criatura celestial. Ahora eres un caído y eres perfectamente capaz de sentir celos por causa de la humana de la que te has encaprichado.

—Por última vez, mi relación con Luna no es de ese tipo.

El pecado sonrió de lado.

—Ah, pero admites que tienen una relación.

Chasqueé los labios, harto de aquella conversación sin sentido.

—¿No te bastó con robarte la maldita piña? ¿Ahora eres aficionada a la psicología?

Videre soltó una risotada. Entre carcajadas logró confesarme que no había sido ella, sino su influencia en una de las compañeras de clase de Luna. Ya podía imaginarme cuál había sido, aunque todas eran unas perras rencorosas.

—Tu problema es que estás oxidado en el arte de la seducción, Azazyel.

—¿Disculpa? Yo soy un maestro en esa materia, querida.

—Sí, estoy segura —dijo, aclarándose la garganta antes de continuar—. Por eso llevas ese horrible trapo puesto y esas chanclas de conejo.

Eché un vistazo a mi conjunto. El delantal tapaba todo rastro de sensualidad, y las cabezas rosadas de conejo en las pantuflas me acercaban a un estilo de cuarentón amo de casa con siete hijos y barriga cervecera. Una horrible pesadilla, tenía que recuperar mi dignidad a toda costa.

—Andar por ahí con este aspecto es lo que ha hecho que ella se fije en otro hombre.

Tenía razón. Videre se despidió en silencio, dejándome solo con mis pensamientos. ¿Por qué me importaba que Luna se fijase en Cebollas? ¿Para qué necesitaba resultarle atractivo a la simple humana que me había invocado? Estaba siendo irracional. Aun así, la idea no me impidió quitarme el delantal y las pantuflas de un tirón. Tanta docilidad de mi parte me hacía sentir patético. Me dirigí a la puerta de Luna con la intención de cantarle un par de verdades, pero ella seguía en el baño. Decidí esperarla tendido sobre su cama. Si hubiese sabido que ella entraría toda confiada y sin sospechar mi presencia se despojaría de la toalla quedando como Dios la trajo al mundo, no hubiera aparecido de ese modo allí. ¿A quién quería engañar? Padre celestial, hubiese ido antes.

Contemplé inmóvil y en silencio su rutina, cautivado por el brillo de su piel. Luna no se percató de mi mirada depredadora sobre sus curvas gráciles, y se giró de espaldas a mí buscando alguna cosa en su armario. Medio incorporado sobre ambos codos, contemplé cómo el cabello le cayó a un costado cuando se inclinó para ponerse crema en las piernas, cubriendo a duras penas la curva de su seno con sus rizos. Sus roces inocentes se convirtieron en mi mente en una suerte de masaje erótico. Tenía que parar. No podía seguir torturándome con la idea de algo que nunca podría pasar. No si quería conservar intacta mi inmortalidad. Maldije porque ya me estaba comportando como una doncella que guardaba su virtud. Estúpido hechizo vinculante.

—¡Mierda! —chilló Luna cuando se volteó y me divisó sobre su cama— ¡¿Qué demonios?!

—Soy un ángel —señalé, más por molestarla que por necesidad de aclarar.

—¿Qué te pasa? ¿Ahora te dedicas a mirarme a hurtadillas?

—Solo comprobaba que estuvieses aceptable para tu cita.

La afirmación me salió un poco menos creíble y un poco más furiosa de lo pensado. Luna apretó contra su pecho la toalla que había recuperado del suelo, como si con ello pudiera borrar la imagen que se había grabado a fuego en mi mente. ¿Lencería roja? ¿Quién se acordaba de ello? Piel tersa y suave enmarcada por rizos de fuego, mi nueva obsesión.

—¿Quién te crees para comprobar eso? —inquirió, firme pero nerviosa.

—Ahora pregúntalo sin temblar.

¿Qué diablos estaba haciendo? ¿De verdad había usado ese tono con la humana? ¿De verdad me había levantado de un salto, ido hacia ella en un parpadear y puesto mi mano detrás de su nuca? Me sentía como poseído por el deseo. Llegué a creer que la Lujuria me estaba influenciando de algún modo. Pero estábamos solos, dentro de su habitación, separados por un simple pedazo de tela. ¿Cómo no enloquecer después de ver lo que había debajo? Sin más preámbulos, estampé mi boca sobre la suya y me adueñé de ella robándole infinidad de besos.

Mis manos cobraron voluntad propia. Vagaron por su espalda hasta llegar a la curva de sus nalgas, apretándolas hasta el punto de levantar a Luna del suelo y restregarla contra mi erección, notable ya. La escuché intentar chillar por la sorpresa para un segundo después beberme la sensación de su gemido en mi boca. Extasiado por el hecho de sentirla trepar a mi cintura, continué castigando sus labios con mis frenéticos besos.

Mi sudadera —o, mejor dicho, la sudadera de su hermano— cayó a mis pies poco después. Íbamos en serio. Tanto que dolía tener que retirarme antes de cometer una locura. Intenté pensar en asuntos repulsivos que me ayudaran a vencer el deseo irrefrenable que estaba sintiendo. Nada funcionó. Luna estaba en todas partes.

—Espera —Me odié por lograr apartarme unos pocos centímetros—. Yo... esto...

Me quedé en blanco. Como nunca me había pasado en todos los siglos de mi vida. Sin embargo, fue suficiente como para que Luna comprendiese lo que sucedía. No habría nada más allá de aquel lujurioso momento. Con una expresión humillada, regresó al suelo a pesar de mi firme apretón sobre sus nalgas. En el minuto en que se alejó de mis brazos, supe que había arruinado cualquier posibilidad de que nuestro encuentro se repitiera. Pero era lo mejor, aunque me resistiera a creerlo. Para ambos.

Luna me pidió con voz apagada que saliera de su habitación. Por supuesto, la cita se mantenía en pie. Lo único que había logrado con mi arrebato, había sido confundir mi cabeza y mi entrepierna. Malditos querubines. Lo peor del caso era que los demonios no la dejarían en paz solo porque saldría con un humano. Me vería en la obligación de seguirla para vigilar que ningún engendro del infierno jugara al asado con ella, o sería mi fin. Después de arriesgar mi inmortalidad de aquel modo tan excitante, no podía permitirme morir gracias a un simple demonio de baja categoría.

¡¡¡¡Holaaaa!!! Ya regresé mis angelitos caídos. Ya sé que me perdí de Wattpad por más de un mes, pero realmente fue necesario. Como algunos saben, soy médico, y mi trabajo demanda mucho de mí. Pero espero estar más activa este fin de año. Espero que hayan disfrutado de Zazy en este capítulo. Nos leemos

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro