Capítulo 5
Las cosas se habían salido de control esa mañana. No recordaba haberme encontrado antes en una situación similar. O sea, no sabiendo qué demonios pasaba a mi alrededor. Sabía que Luna llevaba un par de días actuando extraño. Se enojaba con facilidad y me insultaba sin razón de peso. Pensé que se debía a que estaba resentida por notar que los demonios la acosaban con frecuencia y me culpaba por ello. Pero ella no había comentado mucho sobre esa tarde, por lo que seguía sin comprender lo que le sucedía.
Así fue cómo sin tener idea de qué había hecho o dejado de hacer, me encontré teniendo que pasarle pañuelos desechables a una desconsolada Luna que lloraba a moco tendido en el sofá. La mujer superaba a diario sus niveles de locura de una manera sorprendente. Al principio creí que la razón era que se le habían arruinado un par de recetas que estaba ensayando para su próxima clase. Luego pensé que se trataba de algún asunto familiar, o de un problema con su mejor amiga. Barajé la posibilidad de haber sido muy rudo con ella esa semana, e incluso me sentí mal por ello. Sin embargo, verla llorar con una película de dibujos animados me dejó sin pistas.
—¿Te encuentras bien?
—¡¿Te parece que estoy bien?! —me gritó con los ojos dilatados de furia.
—¿No?
—Estúpido demonio.
Luna comenzó a llorar con más fuerza después de insultarme, por lo que ignoré su ataque gratuito. Mi boca quedó abierta de desconcierto. Con cuidado de no mancharme con sus babas y mucosidades, le pasé otro pañuelo mientras ella tiraba al suelo el último que le había dado. En esos momentos, la humana era más peligrosa que una bomba atómica, un veneno letal y un arcángel al mismo tiempo.
—Iré a buscarte un vaso de agua —sugerí, desesperado por salir de allí.
—De acuerdo, pero no tardes —La escuché decir al tiempo que se sonaba la nariz.
Arrugué mi cara escuchando el sonido de la salida de sus flemas. Por suerte para mi raza, no nos enfermábamos salvo en casos muy particulares. Y ni siquiera estaba seguro de que un ángel pudiese llorar, a pesar de las creencias y canciones humanas que clamaban que sí. Hui a la cocina sin demora. Pensaba tomarme unos minutos de descanso antes de regresar junto a la tormenta de histeria que se sentaba en la sala junto a una caja de pañuelos. La podía escuchar rezongando aun desde la distancia. "Nadie me comprende", decía. "Voy a morir sola", aseguraba entre moco y lágrima.
—Vaya loca.
Vertí agua fresca en un vaso mientras pensaba en qué hacer para deshacerme un rato de ella y visitar a Samsaveel para que me contara qué había descubierto. Desde que salvé a Luna de aquel demonio, otros rodeaban la casa y la vigilaban todo el tiempo. Por supuesto, no eran tan idiotas como para acercarse donde yo pudiese alcanzarlos, sino que se mantenían al asecho de manera que solo podía percibir sus esencias pestilentes. Eso me estaba poniendo furioso, pues alguien sabía que matar a Luna era la forma de eliminarme. Había hecho tantos enemigos durante mi existencia, que cualquier demonio de mayor jerarquía podría estar detrás de ese complot. Incluso el hecho de que la humana encontrase ese libro de hechicería podría no deberse a una casualidad. Mandé todo al diablo. Quizás si hacía una visita rápida, la chica no notaría mi ausencia.
Lo primero que percibí al llegar a la habitación de Samsaveel en el infierno, fue su trasero desnudo que se movía al ritmo que sus caderas marcaban. El desgraciado estaba teniendo sexo mientras yo me retorcía de sufrimiento en mi miseria allá arriba con la humana chiflada. En su lugar haría lo mismo, pero nunca se lo diría. En lugar de eso lo haría sentir mal por ser tan pésimo amigo.
—¡Sam!
—¡Cielo e infierno! —chilló, asustado— Avisa antes de llegar así, maldición.
Me reí al verlo tomar la sábana y cubrirse de la cintura hacia abajo. Dos demonios salieron corriendo de su cama y se marcharon dejándonos solos. Uno de ellos tenía aspecto femenino y el otro masculino, lo cual me hizo sonreír. Sam era capaz de lanzarse a seducir a una piedra si se lo proponía.
—Vine para una rápida visita, Luna está sola y no quiero dejarla desprotegida después de lo de la semana pasada.
—Oh —comentó con malicia—. ¿Ya la tuteas? A este paso pronto la llamarás pastelito de canela.
—Muy gracioso. ¿Te llevaste a un payaso a la cama anoche? —le solté, irritado. No había querido llamarla por su nombre, simplemente pasó— Dime qué has averiguado.
Sam comenzó hablando de cosas que ya había intuido o descubierto por las malas. El vínculo correspondía a un hechizo antiguo, de la época anterior al diluvio. Me ataba a Luna de manera que cualquier daño físico que le sobreviniera, repercutiría en mí. Pudiera ser que la mala suerte de la chica la hubiera hecho encontrarse con aquel libro, o tal vez alguno de mis enemigos lo había plantado con toda la intención. Otra duda la constituía el hecho de que una humana enana y débil como ella fuese capaz de ejecutar semejante demostración de hechicería. Atar a un ángel a tu servicio no era tarea de principiantes. Lo cual me hacía pensar que en verdad no conocía a Luna.
Hablamos sobre el ataque en la ciudad y sobre el acoso al que la chica estaba siendo sometida. Sam comentó que los demonios estaban inquietos allí debajo, y le pregunté su opinión sobre el presunto líder detrás de ellos. Los Pecados Capitales gozaban de cierta jerarquía allí debajo, pero teniendo en cuenta que uno había robado una piña y el otro solo se había dedicado a "aprender" de Luna y Thalya, supuse que no eran sus propios jefes.
—No quiero hacer especulaciones, pero se comenta que no solo los demonios están alterados. También nuestra raza ha mostrado actividad reciente. Es posible que estén involucrados.
—¿Ángeles metidos en esto? Por los fuegos del infierno, Sam. ¿Qué querrían ellos de mí? ¿Estás seguro de eso?
Samsaveel negó con la cabeza y un encogimiento de hombros, demostrando con ello que ignoraba la respuesta a mis dudas. No creía tener asuntos con los de alas afeminadas, aunque iba por la vida rompiendo las reglas de Dios, por lo que no dudaba que hubiese ofendido a alguno. Sin embargo, querer matarme por ello parecía un castigo excesivo. Además de que usar a una humana para ese objetivo era demasiado bajo para los hijitos bien portados de mi padre. A menos de que se tratara de otro ángel caído. Pudiera ser que alguno de ellos se hubiese incomodado por algo que hice. O solo porque era el más guapo de todos. ¿Quién podía saber?
A través del vínculo percibí la furia de Luna crecer dentro de ella. Me pregunté qué podría haberla hecho enojar de ese modo. Me despedí de Sam y aparecí en la cocina con un batir de alas. Bien, ya se habían tardado demasiado en molestar. El pecado de la Ira me miraba furibundo desde un rincón de la habitación, con un rostro que imitaba a un humano en la cuarta década de su vida.
—¡¿Dónde demonios te metiste?! —gritó Luna, parándose en la puerta de la cocina— ¿Fuiste a buscar el vaso de agua a la selva amazónica? ¿O a la Antártida?
El pecado soltó una risita confiada. Al parecer le divertía bastante que la humana me estuviese riñendo. Pero la felicidad le duró poco, porque al escucharlo, Luna se giró hacia él con el rostro desfigurado por la rabia.
—¿Y tú quién diablos eres? —preguntó, con un ademán despectivo— ¿Quién te dejó pasar? ¡¿Qué rayos estás haciendo en mi cocina?!
La Ira fijó sus ojos furiosos en Luna. Estaba seguro de que no se esperaba aquella respuesta tan insolente de parte de una humana como ella. La chica parecía ser muy frágil, pero había descubierto que podía tener un mal genio poderoso.
—No te atrevas a hablarme de ese modo, estúpida humana. Yo soy...
—Me atreveré a hablarte como me dé la gana, viejo inútil —lo interrumpió ella—. Estás en mi casa cuando no te he invitado, y me da igual quién seas.
La expresión de Ira no tenía precio. Me mordí el labio para evitar soltar una carcajada allí mismo. Era una imagen demasiado ridícula.
—Este atropello tendrá consecuencias... —comenzó a decir el pecado.
—Vete de mi casa —Luna soltó un suspiro exasperado y se masajeó el puente de la nariz, buscando calmarse—. ¡Fuera de mi casa ahora mismo!
—¡No me voy! —gritó Ira a su vez.
Abrí la puerta del refrigerador para servirme un poco de jugo de pera en un vaso. Aquel espectáculo merecía palomitas, pero no tenía ninguna a mano. Tendría que conformarme con mi bebida favorita. Me recosté a la mesa observando divertido cómo la Ira enrojecía su rostro y llegaba a expulsar humo de sus narices, indignado por los insultos de la humana. Se me escapó una risita que logró distraer a Luna y maldije para mí mismo. No se suponía que volviera a tomarla conmigo. Por suerte, ella me ignoró como si de un insecto se tratara y por una vez lo agradecí.
—No voy a decírtelo otra vez...
—¡Que no me voy, pedazo de costilla de hombre! ¡Devoradora de manzanas prohibidas...!
—¡¡¡VETE DE MI CASAAAAA!!!
El chillido de Luna había sido increíblemente atronador. Si la Ira hubiese tenido cola, la hubiese metido entre sus patas en actitud rendida. Esta vez no pude evitar reírme con todas mis fuerzas. Era culpa del pecado, por potenciar con sus poderes el mal humor que se cargaba la humana por esos días. Con un suspiro resignado, el demonio se giró hacia mí, caminando en mi dirección para alejarse de la chica.
—Se suponía que usara mi influencia para volverla loca de la rabia y lograr que te hiciera daño —confesó Ira, derrotado—. Pero no puedo con ella, Azazyel. Buena suerte.
La Ira se esfumó en una nube de vapor negro, sobresaltando a Luna. Al parecer no había pasado por su problemática cabeza la posibilidad de que estuviese discutiendo con un demonio. Lo único malo de esa huida tan apresurada, había sido el no haber podido interrogar al pecado para descubrir quién tiraba de sus hilos. Tomé el último sorbo de jugo y me quedé mirando a la lunática con cautela. Tal vez tuviese ganas de pelear todavía.
—¡Zazy! —sollozó, sorprendiéndome— Lamento haber tratado así a tu amigo. No era mi intención.
Luna se lanzó hacia mis brazos y pasó los suyos sobre mi cuello, apretándome con suavidad. Nunca lo admitiría en voz alta, pero se sentía bien verme envuelto en su olor a canela. Estaba desconcertado por su actitud y su cercanía. Antes de que la salvara de aquel demonio, Luna no confiaba mucho en mí. Sin embargo, ahora parecía considerarme su ángel guardián. El pensamiento me arrancó una mueca de disgusto. Odiaba ese trabajo y antes de ser un caído había compadecido a mis hermanos que cumplían esa función. Esa de correr detrás de un humano todo el tiempo para evitar que les hicieran pasar a mejor vida. Bueno, en cierto modo era lo que estaba haciendo. Aun cuando fuese para salvar mi propio pellejo.
—Me duele mucho—susurró ella.
—¿Estás herida? —pregunté, alarmado—¿Dónde te duele? ¿Fue ese demonio inútil? ¿Te hizo daño?
—No —aseguró, observando atenta mi reacción—. No, Zazy. Me duele porque tengo mi período.
Ay, no. No, no, no. A través de la historia, esta etapa del mes en la vida de las humanas ha sido motivo de preocupación y desgracias. La sujeté por los hombros para separarla un poco de mí. Ella era material radioactivo, brujería satánica y pólvora dentro de un cuerpo menudo. Tenía que alejarme de inmediato. A fin de cuentas, no iba a necesitarme mucho para su defensa si había sido capaz de deshacerse por su cuenta de un Pecado Capital. Me hubiese ido, de no ser porque me tomó de la mano y me miró con ojos de cachorro abandonado bajo la lluvia. Malditos los coros celestiales y los hechizos vinculantes. No podía decirle que no.
—Ayúdame, Zazy —me pidió—. Quédate conmigo.
Esa tarde aprendí cómo hacer un té para aliviar dolores menstruales, y no estaba muy orgulloso de ello. Pasé la tarde viendo películas dramáticas y de romance juvenil ridículo. Cada vez que intentaba levantarme, la lunática me sujetaba la mano y se abrazaba a mi cuerpo. ¿Acaso pensaba que yo era una especie de almohada como para recostarse de ese modo a mí? Eventualmente terminé disfrutando de la situación, aunque lo negaría hasta el día de mi juicio final. Me reí viendo cómo los humanos juraban que el diablo vestía de Prada. Imaginarse al señor del infierno llevando un bolso como el de Luna y unos tacones era una imagen ridícula.
Se me escapó la risa en un momento particular del filme y Luna se giró hacia mí, sosteniendo la taza de té con la misma mano cuyo brazo se enlazaba con el mío.
—¿Te diviertes?
Sonreí mirándola a los ojos. Había un magnetismo innegable en sus pupilas de miel y en sus pecas. Antes de que pudiera detenerme a mí mismo, me encontré acercándome a ella y depositando un beso sobre su frente. Luna parpadeó confusa por un instante y luego sonrió. Tampoco yo sabía qué bicho celestial me había picado como para hacer eso. Pero ninguno de los dos dijo nada, sino que volvimos la mirada a la televisión para continuar viendo películas cursis el resto del día.
Aquí está el capítulo de hoy, como lo prometí ❤❤❤. Espero mucho amor😍
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