
Capítulo 1
¿Quién necesita de un ángel guardián, cuando tienes un demonio que te resuelve todos los problemas? Luna no tenía idea de las inclinaciones de su difunta abuela por la brujería y demonología. Por eso, cuando la adorable señora pasó a mejor vida —o sea, a cocinarse en el pozo de la eterna condenación—, la chica no tuvo problemas para mudarse a la casa que heredó. Todo bien llegados a ese punto. Hasta que esa revoltosa mujer puso sus manos sobre el libro que me encadenó a su servicio.
Era un buen ángel caído, no le hacía daño a nadie. Sí, en el pasado le enseñé cosas malas a los humanos. Sí, forniqué con las hijas de Adán. Y cumplía mi castigo en el infierno con mucho gusto, habría pasado cinco o seis siglos más allí abajo sin tener deseos de cambiar mi destino. Pero como siempre, nada de lo que esperas es lo que sucede. El día en cuestión, estaba a punto de pecar bien delicioso con una chica demonio de trasero enorme. Antes de convertirse en demonio, había sido una humana dedicada al negocio de las películas para adultos, por lo que esperaba grandes cosas de aquel encuentro. Sus piernas se enredaban en mis caderas, apresándome entre sus muslos al tiempo que besaba mi cuello y mi pecho. Pero no quería mimos, solo tenía ganas del platillo principal. La hice ponerse de pie y bajé mis pantalones.
La zorra demonio me miró con lujuria en sus ojos negros y se lamió los labios con gusto. Había que admitirlo, papá Dios me había armado con una de las mejores piezas de su colección. Sí, estaba orgulloso de mi pene. Adelante, búrlense todo lo que quieran. Eso no hará menos cierto que soy un excelente polvo. La chica se lanzó a la tarea de dejarme seco de inmediato. Lo hacía bien, me estaba poniendo a punto con su lengua en poco tiempo. Sonreí mientras me acomodaba en mi sillón para disfrutar de sus caricias, esperaba pasarme todo el día y la noche dentro de mi habitación roja disfrutando de buen sexo salvaje.
Entonces lo sentí. La manera en que mis expectativas se rompían al tiempo que el placer pasaba a segundo plano. Hacía centurias, desde que era un ángel puro que seguía las órdenes de su papi, que no tenía aquella sensación en el pecho. La de estar siendo llamado a servir. La horrible certeza de que tu tranquilidad se acaba de ir al retrete. Aparté a mi acompañante de manera poco cortés, lo normal en mí. No podía respirar. El mundo humano me estaba llamando, quería succionarme lenta y dolorosamente. Intenté combatirlo en vano, porque el hechizo era fuerte. ¿Quién rayos me estaba llamando? Cuando pusiera mis manos en esa pequeña basura, me las iba a pagar. Nadie convoca al gran Azazyel en el momento en que se dispone a fornicar y vive para contarlo.
El esfuerzo por detener aquella llamada me hizo liberar mis poderes. Mis alas se desplegaron detrás de mi espalda desnuda, hecho que llenó a mi acompañante de pavor. Estúpida criatura inferior, todavía no superaba su miedo por los ángeles. No importaba cuanto tiempo pasase allí debajo quemándome junto con ellos, siempre sería Azazyel, el ángel caído. Azazyel, el hijo de Dios. Pero los comprendía. Porque quién podría considerar demonio a un ser tan perfecto como yo. Por lo general, ellos eran poco agraciados, no los culpaba por deslumbrarse cada vez que me veían.
En esas estupideces pensaba cuando el hechizo terminó por convocarme al mundo de los humanos. De pronto me encontré en una habitación extraña. Había recipientes de distintos tamaños y materiales, llenos de distintas sustancias, o apenas untados de estas. El suelo estaba manchado de un fino polvo blanco. Bajo mis pies descalzos, un pentagrama se marcaba a fuego, como muestra de lo que allí había ocurrido. Me habían invocado, quién sabía para qué fin. Un grito agudo estremeció mis oídos y me hizo rechinar los dientes. Detrás de la meseta ubicada en medio del lugar, había una chica desparramada en el piso, sentada sobre su trasero como si hubiese acabado de caerse. Previniendo el desastre que se acercaba, estiré mi espalda e hice desaparecer mis alas. Ahora tenía el odioso aspecto de un simple ser humano.
—¡¿Quién eres?! —chilló la muchacha desde su posición— ¡¿Cómo has entrado?! ¡¿Por qué andas desnudo?!
Me preparaba para ponerla a dormir cuando escuché su última pregunta. Desconcertado, miré hacia abajo. Sí, mi mayor orgullo apuntaba erecto hacia el frente, justo hacia la dirección en la que ella gritaba. No supe qué contestar. Llevaba mucho viviendo entre demonios, a quienes les daba igual si me ponía pantalones o iba encuerado. Los humanos seguían siendo tan puritanos como siempre. ¿Qué había de malo en pasearme por ahí con mi pene al aire? ¿Para qué si no me había invocado?
—Ya cierra el pico, estúpida humana —le dije, cansado de los cinco minutos que llevaba gritándome.
La chica frunció el ceño en señal de confusión, dándome un respiro que aproveché para subirme los pantalones.
—¿Humana? —balbuceó ella, echando vistazos al libro que llevaba en sus manos— Pero tú... yo...
—Tú, yo, nosotros, ustedes... ¿Cómo eran los demás?
Me quedé pensativo intentando recordar. Hacía mucho que no pensaba en la gramática del idioma humano. No era algo que fuese prioridad en el momento, pero así era yo. Pensaba lo que me diera la gana, cuando me diera la gana. Nadie me decía qué hacer. Absolutamente nadie, anoten mis palabras. Aunque, si lo pensaba bien, no había tenido intenciones de dejar mi habitación en el infierno. Y aquí estaba, medio desnudo y sin follar. Estúpida humana.
—¿Cómo lograste convocarme? —pregunté.
Me resultaba curioso verla allí, aún tirada en el suelo agarrando su grueso libro. Era de complexión menuda, una humana que apenas había dejado la adolescencia. Su cabello rojo caía en rebeldes rizos por toda su cara, la cual estaba manchada de hollín. ¿En verdad tenía aquella niña la fuerza para invocarme fuera del infierno?
—¿In...voc... qué?
—¿Eres tonta? Ponte de pie. Me causa nervios verte ahí tirada.
La chica me obedeció sin dejar de mirarme. Lo entendía, sí. Mis abdominales eran demasiado para aquella muchacha que se la había pasado mirando a simples mortales toda su vida. La vi sacudirse el polvo negro que la cubría, y contemplar el estado deplorable de la habitación. Ya me estaba cansando de su silencio. Necesitaba una explicación tanto como ella necesitaba un baño. ¡Con urgencia!
—¿Cómo lograste invocarme? ¿Cómo pudiste si estás enana y eres demasiado joven? —grité, hastiado— ¡¿Cómo diablos me invocaste?!
—¡No sé! —exclamó ella a su vez— No lo sé. Esto es un libro de recetas de mi abuela. ¡Se suponía que fueses un plato de galletas de mantequilla! No esto... ¿Tú qué eres?
No, mis oídos debían estarme engañando. ¿Galletas de mantequilla? ¿Me había llamado una chiquilla que solo pretendía prepararse una merienda? Sonreí sintiendo que estaba a punto de estallar en un montón de palabras bien feas, de esas que les había enseñado a los humanos eones atrás.
—Déjame ver ese libro.
—No.
—¿Cómo que "no"? Déjame verlo.
—Dije que no. El libro es una herencia que me dejó mi abuela. Tú sal de mi cocina y de mi casa.
Absurdo. Solo así podía calificar ese momento. Yo, el gran Azazyel, discutiendo en una cocina. Apenas había logrado recordar el nombre de aquella habitación inútil. Y mientras yo me sentía ridículo, la humana revisaba su texto cada vez más confundida.
—Esto me pasa por intentar leer en francés —dijo, revisando de un extremo a otro de la hoja.
—Yo sé leer francés, si quieres te ayudo.
Lo pude ver. La duda en su rostro, la desconfianza en sus ojos. Sin embargo, la curiosidad pudo más que ella. Se acercó y mantuvo el ejemplar en sus manos, dejándome echar una ojeada a lo que decía. Y quise gritar cuando leí aquellas páginas. Por supuesto, no era francés. Era pura brujería, de la grande. La inepta humana que me había llamado, estaba jugando con un grimorio legendario. Estaba jodido. Quería estrangular a la muy tonta con su propio cabello, así aprendería a no meterse en ese tipo de asuntos, una vez que llegase al infierno.
—¿Qué dice? —preguntó.
Me quedé callado sin saber qué decirle. Ni de broma le confesaría que tenía el control total sobre mi voluntad, que estaba atado a ella hasta que descubriera cómo librarme de aquel hechizo. La solución era mentir, por lógica. El problema era que no se me ocurría nada.
—Dice... —Improvisé— Que estoy aquí para cumplirte tres deseos.
—¿Qué? —preguntó, no muy convencida— ¿Eres un genio? No luces como uno.
—Ah, ¿no? ¿Y cómo se supone que luzca un genio?
Soporté su escrutinio a mi cuerpo sin interrumpirla. La pobre merecía un último regalo antes de que pusiera mis manos alrededor de su cuello y apretara. Porque iba a hacerlo, una vez me librase de ese vínculo.
—Más azul —concluyó, mirándome el trasero de manera descarada.
—Bueno, tomaré en cuenta tus consejos —Rodé mis ojos—. ¿Cuáles son tus deseos?
—Bien, primero quiero que me ayudes a ganar el concurso culinario que está organizando mi escuela. Es el nacional, así que no es sencillo.
—¿Vas a desperdiciar un deseo jugando a Master Chef?
La mirada de la humana dio miedo. No me avergüenza admitirlo. El gran Azazyel sintió temor. Al parecer ella no era fan del aquel programa, lo cual era una lástima. En el infierno era muy popular. Quizás pasaría su condena eterna viéndolo allí debajo.
—Qué gracioso. ¿Dónde aprendiste eso, demonio?
—¿Qué dices? No soy un demonio.
—¿Entonces qué eres? Ya me di cuenta de que este no es un libro de recetas de postres.
—Qué inteligente de tu parte —ironicé—. No soy un demonio. Soy un ángel caído.
La chica parpadeó confusa y sonrió mirándome a los ojos. Los suyos eran de un suave color parecido a la miel. Bajo los mismos, un sinnúmero de pecas adornaba sus mejillas y la punta de su nariz. Adorable, qué asco.
—Así que... un demonio.
—No. No es lo mismo.
—Sí lo es.
La chiquilla me estaba cansando. Había dejado de comportarse como una tonta para parecer una humana normal y funcional. Solo parecerlo. Era molesta, demasiado para mi gusto. Justo antes de que pudiese imaginarme que haría algo más, la muchacha extendió la mano hacia mí. Qué curioso. Me consideraba un demonio, pero no huía despavorida gritando por un exorcista. Cada vez me convencía más de que aquella mujer no era corriente.
—Me llamo Luna —dijo—. ¿Y tú eres?
—Azazyel —contesté, negándome a tomar su mano.
—Aza... Zazy, te llamaré Zazy.
—No, no lo harás. Ese es un apodo degradante para un ángel caído.
Luna torció la boca en una mueca sarcástica. Ya sabía lo que iba a decirme, pero me negaba a adoptar el apodo de un sucio demonio. Sin embargo, por mucho que quisiera, si ella decía una palabra para obligarme a aceptarlo, tendría que doblegarme.
—¿Por qué no empiezas por limpiar mi cocina? Si lo haces, podré dedicarme a elaborar platillos con tranquilidad.
—¿Cómo va a ayudarte eso a ganar un concurso? Pensé que querías tu nombre en los trofeos y ya.
—No es tan sencillo, Zazy —declaró, e hice una mueca al escuchar ese maldito apodo—. Quiero ser una chef reconocida internacionalmente, pero sin trampas en la medida de lo posible. Así que nos esperan tres meses muy largos.
Maldije para mis adentros mientras le ofrecía mi mejor sonrisa al tomar un paño seco. Cuando me librara de ese hechizo, me las iba a pagar.
Bueno, este es el primer capítulo de mi historia. Voy a matarme por aceptar este reto. Morirás conmigo, NekoS_W
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