Siendo sincera no sé si era porque me sentía traicionada (aunque no tenía motivos, si al final terminaste llamando), o si era porque me encantaba hacerme la difícil contigo o que era demasiado masoquista y me negaba a perder algo que había deseado tanto, aunque por momentos me hiciera daño.

La única verdad que sé, es que moría de ganas por responderte, pero ya no, ya era tarde, no podía, había decidido odiarte.

En ese momento, llegué a pensar en el amor como algo desgastante, algo que te carcome desde dentro hasta dejarte seco, ya me había pasado anteriormente y no deseaba seguir dejando que mi corazón fuera comido y menos por ti, así que simplemente desconecté mis datos y me puse a leer Orgullo y Prejuicio, uno de mis libros favoritos y tenía suerte de contar con un ejemplar en físico, así podía alejarme de las redes, y sobre todo, de tí.

Pasé toda la noche leyendo, no podía consiliar el sueño.
A la mañana siguiente, me volví a armar de valor para eliminar tu contacto, pero no solo eso, esta vez pensaba bloquearlo, era el modo de hacerte desaparecer de mi vida, aunque fuese infantil, y entonces, como siempre, volviste a sabotear mis planes de rebelión tonta, de niña pequeña, volviste a llamar y mi dedo, ese dedo que no me obedece y le gusta salirse con la suya, contestó la llamada, y ahí estabas tú, con una sonrisa y te cuento algo:
–¡Que lindo que eras!

Desde entonces tu sonrisa se volvió mi debilidad y haría cualquier cosa por ella, al punto que era capaz de poner todo lo que tenía en tus manos.

Nuevamente caí a tus pies, y ya no estaba segura si eso me haría bien o mal, solo el tiempo me daría la respuesta, porque ya me había vuelto a subir a ese barco que se encontraba a la deriva.