Preparativos
Capitulo II
No necesitan saber que ocurrió con exactitud cuándo cada amigo se retiró a su hogar luego de ese viernes 26 de noviembre.
El clima de ese día había sido un presagio, pero ningún chico lo vio venir, y el 27 no fue diferente, los cuatro se levantaron con el ruido del granizo que caía con estrépito en la ciudad.
Esa mañana Emily se había levantado más temprano de lo usual— buenos días —dijo mientras pasaba al comedor—, ¡vaya! —exclamó mientras veía la cantidad de comida que había en la mesa—, ¿qué pasó aquí?, ¿viene el presidente? —bromeó con una sonrisa mientras tomaba asiento junto a su madre.
—Tu padre —habló con calma la mujer—, sabes lo ansioso que se pone con las lluvias... pensó que cocinar le ayudaría —murmuró mientras escuchaba pasos rápidos acercarse al comedor.
—¡Hice waffles! —sonrió el señor Giovani mientras dejaba el plato lleno en la mesa—. Por cierto, buenos días.
Emily asintió con la cabeza, extrañada, no sabía que la lluvia le sería tan agradable, su intuición le indicaba que, dado como había comenzado el día, todo saldría mejor de lo que esperaba.
—¿No debes ir al restaurante hoy? —le preguntó la castaña a su padre.
El hombre iba a contestar, pero el sonoro golpe de un hielo impactando contra el tragaluz llegó hasta sus oídos, haciéndole sobresaltar— los demás chefs estarán bien sin mí. —respondió rápidamente.
Emily se vio obligada a cambiar de tema— como dice mi amigo Peter: en otras noticias... —sonrió mientras tomaba uno de los waffles—... hoy es el cumpleaños de Hally, y...
Entonces su padre se apresuró a hablar— deberías de llevar algunos dulces, ¡yo mismo los prepararé! —en hombre no dio tiempo a que su hija contestara cuando ya se había ido en dirección de la cocina.
—Cuando se le pase la hiperactividad no va a existir ser viviente que logre levantarlo del sofá. —explicó la madre de Emily.
La castaña solo asintió, su madre tenía razón, pero no por eso dejaba de creer que su padre era el mejor.
***
En otro lado se encontraba Peter, el alemán estaba más que ansioso, se levantó feliz porque recordó que era el cumpleaños de Hally.
—¡Peter! —llamó su madre al notar que su hijo no bajaba—, ¡se te va a hacer tarde para la escuela!
Peter bajó corriendo las escaleras y al ver a su madre sonrió— hoy es sábado, no hay escuela.
—Oh. —murmuró extrañada la mujer mientras posaba su mano en la venda que envolvía su cabeza.
—¿Papá ya se fue? —preguntó el chico, pero su madre solo asintió.
La madre de Peter había sufrido un accidente hace un tiempo y le dejó una terrible amnesia... así que no recordaba muchas cosas, incluso no reconoció a su hijo en cuanto despertó, pero no tardó en encariñarse con el muchacho.
—¿Recordaste algo hoy? —preguntó el chico mientras se servía un tazón con cereal.
La mujer suspiró, era la pregunta de su día a día— recuerdo haber estado en... un... caballo volador.
Peter se detuvo y se giró para verla extrañado— eso definitivamente fue solo un sueño —y volvió la vista a su tarea; en breve volteó rápidamente sorprendiendo a su madre—. ¡O fuiste una diosa y jamás me lo contaste!
—Me atrapaste. —la mujer alzó las manos en señal de rendición.
No todos los días podía recordar algo, pero Peter sabía que dejarse llevar por la decepción nunca traía nada bueno; en el peor de los casos, estaba más que dispuesto a crear nuevos recuerdos y quería que fuesen alegres.
***
Erick se levantó lentamente, el chico observó por un largo rato como los hielos caían, el tapón temporal en su ventana ya era casi inútil, faltaba poco para que se comenzase a filtrar el agua.
—Que día tan horrendo. —murmuró para sí y volvió a enrollarse en sus cobijas.
El toqueteo en su puerta interrumpió lo que estaba por convertirse en una siesta de mañana bastante agradable.
—¿Sí? —preguntó sin moverse.
La puerta fue abierta de golpe, los pasos pesados se aproximaron hasta su lado, deteniéndose frente a él; Erick levantó la mirada con evidente flojera, encontrándose con el rostro de su padre.
—Buenos días. —murmuró el chico que solo dejaba asomar su cabeza por entre las cobijas.
—¿Por qué tu ventana está rota? —preguntó el señor Erick Williams.
—Concepto abierto. —respondió el muchacho fijando su vista en las piernas de su padre, no quería ver su rostro enfadado, no ahora.
—Erick...
—Hally la rompió —habló de forma impertinente—, fue un accidente.
—Pues es un accidente que sale caro, hay que reemplazar el cuadro comple- —pero su regaño se vio interrumpido por el característico ruido de un vidrio siendo brutalmente roto.
Una de las bolas de hielo se había desviado sin sentido alguno, logrando que uno de los cuadrados que formaban parte de la ventana de Erick se hiciese añicos y cayesen al suelo con estrepito... esta vez un poco de papel con cinta adhesiva no sería suficiente.
—Ahora son dos. —dijo Erick sin darse la vuelta, ya que se había hecho una idea de lo ocurrido.
—¡¿Qué se rompió?! —un grito se escuchó desde la planta de abajo; no había que ser un genio para saber que se trataba de Nicole Williams, la madre de Erick.
Cuando la señora Nicole hubo subido y visto con sus propios ojos los evidentes accidentes, no tardó en comenzar un alarido que terminó por sacar a Erick se su propia habitación con la cobija aun enrollando su cuerpo.
El pelinegro se lanzó al sofá de la sala y mentalmente se fijó la meta de no moverse de ahí hasta que llegase la hora de la fiesta, si, el chico planeaba ir al cumpleaños de Hally, no se permitiría faltar por sus incontrolables sentimientos.
No le daría el gusto al universo y a su inentendible lógica, ¡jamás!
—¿Te piensas quedar ahí todo el día? —preguntó su madre al verlo acostado cómodamente en el sofá.
—Si.
—¿Y no piensas ir al cumpleaños de Hally?
—Si.
Al notar la conducta de su hijo, la señora Nicole retrocedió hasta la cocina, era inevitable no enojarse para ella cuando Erick encerraba su mente en «el mundo que atormenta a cualquier adolescente» y dejaba las respuestas en una especie de modo automático.
Nicole Williams era una mujer que, como toda madre, solía salirse con la suya. La señora salió de la cocina y se acercó hasta el sofá.
—¿Te gustaría desayunar cereal, sándwich o algunos panqueques?
—Si.
Nicole frunció el entrecejo, esa no era la respuesta que esperaba, sin embargo, notó como en el rostro de Erick se comenzaba a formar una sonrisa traviesa; el chico había logrado fastidiar a su madre y lo sabía.
—Graciosillo —murmuró la señora mientras salía del lugar, «ya me hablará en cuanto le sirva el desayuno», pensó asintiendo para sí.
***
—¡Feliz cumpleaños! —escuchó Hally mientras uno de sus hermanos le saltaba encima.
—¡Mamá hizo-! —pero el menor de sus hermanos fue callado por la mano del mayor—. ¡Hm!
—Cállate, idiota —le riñó haciéndole entender que por poco arruinaba lo que debía ser un secreto.
Hally sonrió con entusiasmo por el gesto de sus hermanos, pero el ruido del exterior le hizo voltear en dirección de la ventana— demonios, tenía que ponerse a llover.
—En realidad es granizo —corrigió el menor.
Hally bufó, «como si eso fuese mejor», se dijo así misma.
Se levantó con el poco humor que le quedaba, bueno, al fin y al cabo, era su cumpleaños.
Cuando estuvo lista bajó a desayunar, gustosa dio el primer bocado e inmediatamente recordó las comidas que compartía con sus amigos... e igualmente ellos lo hicieron.
Los cuatro pensaron simultáneamente en los otros, recordándose los eventos del día anterior y los que afloraron durante la semana. El sentimiento de estar enfermos les invadió, por unos momentos durante la mañana se habían permitido olvidar todo, pero entonces, todos llevaron su mente hasta ese obscuro y recóndito lugar dentro de sí mismos.
El terrible lugar donde abundaban dudas sobre su existencia, quienes son, a que se iban a dedicar, las tareas que debían realizar, la sensación de que despejar «x» por cinco años seguidos en la escuela no les enseñaría lo que realmente necesitaban para sobrevivir al mundo exterior, y, sobre todo, sus sentimientos tortuosos que los hacían sentir culpables de cosas que ni habían hecho, si, estaban ahí en «el mundo que atormenta a cualquier adolescente», su propia mente.
Los cuatro suspiraron cansados en sus respectivas casas.
Lo peor de todo es que estaban de acuerdo en algo: hoy había una fiesta de cumpleaños, y debían fingir que nada pasaba, como todos los días. Aún sin saber que el mismo silencio que habían estado guardándose durante tanto tiempo con la intención de proteger su valiosa amistad, se iba a convertir en el arma de doble filo más peligrosa.
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