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|CAPÍTULO O6|


Oh, el orgullo.

Aquella plaga del corazón que se extiende cual virus mortal y enferma el alma con el peor de los males, ese que impide que suspires por quien te enseñó a hacerlo, a negar el querer a quien tanto quisiste o en mi caso menos dramático, a ignorar al chico que me gusta por haberme plantado.

El orgullo es una infección que se mete al cuerpo por una herida abierta con la daga de la indiferencia; tenía la esperanza de que Ethan me hablara y me diera una bendita excusa por haberse ausentado en nuestra primera cita pero parece que le importó una cantidad kilométrica y gigante de residuos orgánicos de cualquier especie.

O sea, le valió mucha mierda.

Tener una jornada de más de seis horas estando relativamente cerca a Ethan sin recibir ni siquiera una mirada de disculpa de su parte me ha dolido,pero con el orgullo echando raíces en mi estómago, he evitado siquiera pronunciar su nombre... en voz alta.

Ayer estuve pendiente de Ethan y esperé hasta la hora en que me subí al bus para ir a casa pero cuando mi trasero se sentó en el asiento junto a Samantha me di por vencida, así que hoy viernes ya decidí no prestarle atención alguna. Lo más horrible del mundo universal es que ayer recibí otra nota suya que decía:

Te luce esa blusa, te resalta el cabello .
1 Fan.

Lo tomé primero como una ofrenda de paz pero me di cuenta de que no era nada, quizás solo era para hacerme una broma pesada pensando que en realidad no me gusta tanto.

A mitad de la clase de historia la maestra debe salir del aula por una llamada del director; Brad, con quien comparto esta hora y que está sentado en una silla adelante, se voltea para charlar.

—Oye, Rarita...

—¿Cuándo dejarás de llamarme así?

—Cuando dejes de ser rarita.

—Esto va para largo entonces.

—Exacto —afirma—. Como sea, mañana hay fiesta, ¿vas o qué?

—¿Qué celebran?

Brad me mira como si me hubiera salido un tercer ojo.

—No sé, ¿la vida? Solo es una fiesta, no una ceremonia.

Sinceramente y teniendo en cuenta los acontecimientos de esta primera semana en la preparatoria Winston, no estoy muy segura de qué podría pasar si asisto a una fiesta. El tema de las porristas está muy fresco y además está mi ridículo en la cafetería el lunes y nunca falta el chisme de boca en boca de que Ethan me plantó, así que si hacemos cuentas es más conveniente salir del ojo público por un tiempo. Unos días o una semana, pues.

—Mi padre no me deja ir.

La excusa confiable para faltar a todo sin ser juzgado a los 17 años es la sobre protección real o inexistente de los padres; de otro modo puedo quedar como una amargada y exponerme a la insistencia.

—¿Segura? Puedo no dejar que bebas hasta que no recuerdes tu nombre y así no llegas borracha y...

—No me deja. Además debo cuidar a mis hermanas.

—¿Tienes hermanas? —pregunta, con una sonrisa extraña.

—No pongas esa cara —exijo, con un gesto de disgusto—, tienen menos de un año.

—Emily, la rarita, una hermana mayor... —exclama en un susurro—, ¿quién lo diría?

—¿Por qué tanta sorpresa?

—No sé... uno pensaría que con tu... diré torpeza, eras la bebé de la casa.

Pretendo discutir la premisa pero al ver que no hay mucha falsedad prefiero callar.

Ocasionalmente las preguntas a terceros sobre un tema se nos atascan en toda la punta de la lengua, a veces por vergüenza de la duda o por temor de la reacción y sin embargo, de vez en cuando, por más que te repitas que no vas a preguntar, que no vas a preguntar y que no vas a preguntar, a tu cerebro como que se le desequilibran las neuronas y da, de un momento a otro, el impulso de preguntar y ese impulso incluye el inmediato arrepentimiento.

—¿Ethan te ha preguntado por mí?

A Brad parece descolocarlo mi pregunta y a mi rostro lo ruboriza. No hay ya manera de retractarme, todo me delata. Para mi sorpresa, no se burla a risa limpia mas tampoco responde.

—Me refiero... —Intento arreglar, pero no se me ocurre nada por varios segundos hasta que Brad parece encontrar algo qué decir.

—No. No lo ha hecho. De todas maneras y para futuras referencias, Ethan y yo no somos de los hermanos que se cuentan nada; tú y yo tenemos más confianza que la que yo tengo con él y con eso ya te digo todo.

—De acuerdo.

—Y además, Emily, no debe interesarte lo que él piense —asegura—. Él no lo vale.

Sigo esperando con los avances científicos un estudio que demuestre por qué las adolescentes somos tan tercas en los temas de los chicos, y quiero una respuesta que no incluya falta de autoestima, sobra de estupidez, influencia de drogas, falta de Dios ni inmadurez.

A ver si pueden con eso, ateos.

Para la hora del receso no me dieron muchas ganas de estar en la cafetería donde lo más probable es que Ethan esté con el equipo de Barbies, así que voy a ir a dejar mis libros en el casillero y luego saldré al césped de la parte posterior del edificio.

Quito el pequeño candado de la puerta y la abro, cae un pedazo de papel de allí. A diferencia de los otros que han llegado en el transcurso de la semana, este es blanco, claramente arrancado de un cuaderno y está escrito con lápiz.

Emily lamento mucho no a ver estado en la heladeria. te juro que ay una explicacion. espero que vayas a ir a la fiesta de mañana, supongo que ya te abran dicho de ella pues todos van a ir. espero encontrarte alla, quiero hablar contigo pero no acá.

Ethan.

Leo la nota más de tres veces, cada una con mayor rapidez que la anterior. ¡Entonces sí hay una explicación! Lo sabía, Ethan no puede ser mala persona. La primera teoría que se me viene a la mente del por qué no puede decirme nada acá es que siendo yo ahora una persona no agradable a las porristas y siendo él del equipo de fútbol, puede perjudicarlo el que lo vean muy amable conmigo. Ya le preguntaré.

Por ahora, sé que sí le intereso y que lo lamenta, y eso es todo lo que necesito.

Mi día acaba de mejorar.

Lunes, miércoles y viernes son los tres días en que debo colaborar con el Club de ayuda a la comunidad. Esta semana por ser la primera, solo se reunieron el martes, cuando no pude ir y nos vamos a reunir hoy para dividir las labores entre los ocho estudiantes miembros, que según Brad, hay.

Así que acá estamos; quince minutos luego del último timbre para la salida llegamos con Ashley al áula A27 donde ya está Brad, otros tres chicos y dos chicas más.

Una pelirroja de cabellos crespos y desordenados se pone de pie frente a todos nosotros.

—Hola, chicos. —Un susurro de un "hola" al unísono viaja en el áula—. Veo tres caras nuevas, así que me presento. Soy Ellie North y la líder de nuestro pequeño pero importante grupo. Tenemos tres opciones en nuestro club para ayudar, de parte de la institución ya se han pasado cartas y se ha autorizado nuestra ayuda en tres puntos: el hogar de abuelitos del norte, el orfanato Kindly y el refugio de animales YouCan. Somos ocho personas, así que necesitamos tres "equipos"... —Mira de lado a lado el salón donde algo es más que obvio—. Y como es evidente, ya cada uno tenemos nuestro grupo.

Brad, Ashley y yo estamos en tres sillas en el lado derecho del salón, en el izquierdo hay dos chicos y una chica y hay un chico solo en la parte del medio que al parecer es el novio de Ellie, así que así están repartidos los equipos.

La voz dulce de la pelinegra del grupo del lado izquierdo suena en tono moderado, suficiente para que todos escuchemos.

—¿Podemos tomar nosotros el refugio de mascotas? —Tras hacer su pregunta, ladea su cabeza hacia nosotros esperando alguna respuesta, yo me encojo de hombros sin prestarle mucha importancia y lo mismo mis dos compañeros. Al ver el asentimiento de Ellie también, ella se da por satisfecha—. Gracias.

—Nosotros siempre hemos tenido el hogar de abuelitos —agrega el tal vez novio de Ellie. Ella le secunda la afirmación.

—Entonces nos quedamos con el Orfanato —añade Brad, con su tono neutro de siempre.

—Pues bien, eso fue fácil —dice Ellie—. Es lo bueno de los clubes pequeños, hay más concordancia. Acá tengo las carpetas de cada lugar, ahí está el permiso de ingreso y los horarios en que pueden ayudar. Recuerden hacer que los encargados firmen para que las horas que hagan sean válidas y nos vemos acá día de por medio para actualizar progresos y eso... yo no lo veo necesario, pero el director sí, así que acá los espero.

Ellie le da una carpeta al grupo de la pelinegra, una a nosotros y se sienta junto a su novio para mirar la otra. Es Ashley quien toma la nuestra y la ojea.

—Podemos estar... cualquier día de lunes a viernes, de dos a ocho de la noche y los fines de semana desde por la mañana hasta las cinco de la tarde.

—Yo puedo luego de las cinco —apostilla Brad—, cualquier día.

—Yo no puedo después de las cinco —informo—. Trabajo. Podría quizás algún día entre semana de dos a cuatro o los domingos.

—Yo puedo en las tardes de seis a ocho y los sábados —concluye Ash.

Nos miramos el uno al otro tras exponer nuestros horarios. Quizás ser equipo no fue buena idea.

—Bueno, no dice que tenemos que hacerlo todos juntos —admite Ash.

O quizás sí lo fue.

Cuando el horario individual queda más o menos claro y ya nos hemos lamentado por no poder hacerlo juntos, esperamos sin hablar de mucho mientras acaba la hora que por reglamentación debemos estar acá.

Ya no hay rutas para la casa, así que con el dolor del alma debemos todos caminar; compartimos camino por un par de calles y en medio de una, recuerdo un tema importantísimo.

—Oye, Brad, ¿aún está en pie la fiesta de mañana?

Antes de que él me responda, Ashley reclama.

—¿La invitaste? Eres el colmo.

—También te invité a ti y no quisiste, ella era mi opción.

—¿O sea que fui la segundona? —inquiero.

—No, yo te quería llevar a ti...

—¿Y por qué la vas a llevar? —objeta ella.

—¡Una a la vez! —chilla Brad. Ambas nos reímos—. Ashley no quiso ir porque es una zombie en las fiestas y Emily no quiso ir porque su padre no la deja —dice para sí mismo a la vez que para nosotras.

—Esto... hablé con mi papá hace un rato y dijo que lo podía considerar —miento descaradamente.

—¿Ya le dijiste de quién es la fiesta? —espeta Ashley, mirándolo solo a él y hablando como si yo no estuviera presente. Sin embargo, mi atención se la lleva Brad con su mirada de culpa total.

—¿De quién es? —curioseo.

Brad entorna los ojos.

—De Brenda —admite entre dientes—. Pero no importa, la casa es tan grande que ni siquiera te hubieras enterado de que ella estaba cerca.

—¿No se te ocurrió considerar que ella no es bienvenida allá? —contraataca Ashley, de nuevo como si yo no estuviera acá—. ¿Es que no recuerdas lo que sucedió hace un par de días? Brenda la odia.

—Yo puedo... —inicio, pero Brad no me deja hablar.

—¡Ni siquiera se hubieran visto en toda la fiesta!

—¿Piensas que ella va a querer ir a SU CASA, Brad? ¿Qué es lo que...?

—¡Dejen de hablar como si yo no estuviera acá! —estallo en un grito que los sobresalta y me observan—. Brad, ¿aún puedo ir contigo?

—¿No me oíste? —inquiere Ash—. La fiesta es de Brenda. De B-r-e-n-d-a.

—Brad tiene razón, ni la voy a ver.

Brad levanta sus dos palmas con un gesto de suficiencia y Ashley se pone colorada.

—Hagan lo que quieran.

Y enojada y echando humo por la nariz, se adelanta a pasos rápidos hasta que la perdemos de vista. Brad me aprieta amistosamente el hombro.

—De verdad, no la vas ni a ver, no te preocupes.

—No me preocupa. Además, no es que le tenga miedo ni nada.

—Y no te dejaré sola.

Me obligo a sonreír y asentir ante esa promesa, desde ya buscando alguna manera para verme con Ethan sin que Brad se entere o se moleste. Si Ethan no quiere que las porristas lo vean conmigo, mucho menos que su hermano lo sepa ya que no se llevan bien.


El que persevera alcanza, así que desde que llegué a la casa y le dije a papá de la fiesta, he insistido mucho, omitiendo su No rotundo instintivo.

—Por favor, pa.

—No, Emily, no conozco a ninguno de los adultos responsables.

—Por favor.

—No.

—Por favor.

—No.

—Por favor, por fis, por favorcito, por favoooooor, please, por favor, me he portado bien, por favor, please, pa', no seas amargado, por favor, no voy a beber nada con alcohol, y estaré con mis amigas, por favor, pa' no te pediré obsequio de navidad, ni de cumpleaños, por fis, no seas así, pa', vamos, es la fiesta de la porrista más popular de la preparatoria, pa', pa', pa', papiiiiiiiiiito.

—¡Espera! —grita, cortando mis súplicas. Deja de darme la espalda y me mira directo a los ojos—. ¿De quién es la fiesta?

Cierro los puños detrás de mi espalda y me muerdo la lengua, arrepintiéndome de haber dado ese dato. Me odio, de verdad que sí.

—De una... compañera...

—Dijiste que de una porrista.

Eso confirma que a pesar de estar ignorándome físicamente, sí me prestaba atención en mi parlanchinés. Asiento, dudosa.

—Sí... de la capitana.

—¿Entraste al equipo de porristas? —pregunta, estando muy orgulloso en caso de que la respuesta sea sí—. ¿Y ya eres amiga de la capitana?

—Pues...

—¡Estoy tan orgulloso, Emily! Estás siguiendo los mismos pasos de tu madre y yo...

Se queda sin aire y se le arma un nudo en la garganta. La culpa y la angustia me golpean de lleno en la nuca, e intento buscar una manera de contradecir su suposición... Pero... ay, vamos, cuando uno ve a un padre llorando de orgullo es imposible bajarlo de la nube. Los padres orgullosos y felices tienen una mirada más letal que la de un cachorro pidiendo perdón, ¿cómo decepcionar una mirada así de brillante?

—Sí, pa... —Convenciéndome que la mejor manera de no decepcionarlo es mintiéndole, sigo con eso—. Hice audición el martes... —Bueno, una mentira a medias—. Y... ¡entré!

Me encojo de hombros y pulo la sonrisa más falsa que puedo hacer naturalmente y papá me abraza muy fuerte, dejando mis brazos inamovibles dentro de los suyos. Rayos.

—Puedes ir a la fiesta. Hasta una hora razonable, puede ser... ¿a las 10?

—Pa...

—Bueno, a las 11. Eso es todo, sigues teniendo 17 años. —Sorbe su nariz y se pasa la palma por los ojos, quitando cualquier residuo de lágrimas—. ¿Y vas con tu amigo Ethan?

No podía decirle a mi papá que me plantó porque lo odiaría sin conocerlo y mi optimismo por empezar algo con Ethan pudo más así que opté por no contarle. Según él, nos tomamos el helado lo más de felices y contentos y todo bien y ya que aún hay una ligera posibilidad de que mi romance con el capitán del equipo de fútbol pase y de aquí a unos años podemos estar casándonos, es lo mejor que papá tenga una buena imagen de él antes de incluso haberlo visto.

—Sí, exacto.

—Bueno, cariño, está bien por mí. ¿A qué hora es la fiesta?

—Supongo que me iré a eso de las 8.

Como la posibilidad de que alguien más además de mis dos amigos me hayan visto con la ropa de la suerte es casi nula porque solo la usé por una hora, me la vuelvo a colocar para la fiesta. Los sábados solo trabajo en el horario de la mañana y hasta la una de la tarde, así que he tenido desde esa hora para comer y alistarme, Brad me dio las indicaciones para llegar a la casa de Brenda y dijo que me esperaría en la entrada, parece que no es tan lejos pero me aconsejó tomar un taxi para que no me perdiera y eso haré.

A las siete y media salgo de mi habitación con mi pequeño bolso para las llaves y un espejo; el teléfono no, porque según mi padre me lo pueden robar y según las estadísticas de seguridad es cierto, así que mejor prevenir.

—Te ves linda, Em —halaga papá.

Está con mis hermanas en la sala, mirando televisión.

—Gracias, pa... —Muerdo mi labio y desvío la mirada, organizando palabras en mi mente y luego me siento a su lado.

—¿Qué? —inquiere mi padre.

—Bueno... no es que los hombres sepan mucho de esto pero...

—Yo sí sé de lo que sea —alardea—, y he estado mucho tiempo en internet mirando niñas de 17 años.

Parece escuchar lo que dijo luego de decirlo y arruga la frente.

—Que el FBI no te escuche, pa —bromeo.

—Admito que sonó mal, pero me refiero a páginas sanas de paternidad y cómo lidiar con la adolescencia y todo eso... nada pornográfico.

Río de su explicación en medio de balbuceos y niego con la cabeza.

—Es que... bueno, dime... ¿cómo luzco?

—Te dije que bonita.

—Sí, pero eres mi padre, debes decir eso... me refiero a... ¿realmente me veo bien? Y no me digas que sí solo porque eres mi padre.

—Como padre te voy a destacar y agradecer que no vayas escotada hasta el ombligo, con minifaldas o en tacones más altos que tú —dice—, y como persona te digo que sí, estás muy linda. Tienes los mismos ojos cafés de tu madre y le sacaste el cabello a tu abuela... en general eres una copia de tu madre y para mí, ella siempre fue lo más bello del universo... hasta que nacieron ustedes. Admitamos que hay adolescentes que son poco agraciadas, cariño, pero tú no eres una de ellas. Quizás un poco bajita, pero eso en una señorita es lindo. Tal vez tus hermanas sean más altas...

—Supongo que... ¿gracias?

Las gemelas que han estado todo el tiempo gateando en la alfombra, se sientan tranquilamente y cada una se recuesta sobre uno de los perros.

Miro el reloj en la pared y marca las siete y cincuenta y dos.

—¿A qué horas sales, Em?

—En un ratico, pa. No quiero llegar tan temprano.

—¿Y es lejos?

—No creo... igual tomaré un taxi.

—Te acompaño a tomarlo, así anoto las placas y el nombre del conductor.

—Como quieras, pa, igual no...

El timbre de la casa nos sorprende. Ya que somos relativamente nuevos en el vecindario, no tenemos aún visitas vecinas y es muy tarde para que sea algún vendedor y papá no ha ordenado nada a domicilio.

—Yo abro —digo, y me levanto.

Al abrir la puerta y ver un rostro familiar de ese lado, una sonrisa mitad pregunta adorna mi rostro. Escuchar los pasos de mi padre acercándose me hacen cambiar el gesto y buscar una explicación pronta.

—Oh, hola —saluda mi papá al visitante—, tú debes ser Ethan.

Le extiende la mano formalmente y Brad la toma. Considerando que es más simple decir que él es Ethan a explicar una posible mentira de mi parte a mi papá que nos retrase o dañe la fiesta, hablo antes de que mi amigo dañe todo:

—Sí, pa', él es Ethan.

—Buenas noches —responde él. Arruga sus cejas un segundo pero mi mirada suplicante con los ojos muy abiertos, hace que componga pronto su expresión—. Es un gusto, señor, soy... Ethan.

—Creí que se iban a ver allá —exclama papá—, aunque agradezco que hayas venido, es más caballeroso y menos peligroso para Emily.

—Sí, señor... creí que era mejor llevarla para que no se perdiera.

—¿Quieres tomar algo o...?

—No, pa, ya nos vamos.

Corro a tomar mi bolso del sillón y doy un beso a cada una de mis hermanas para luego tomar a Brad del brazo y salir casi huyendo. Hasta que no escucho que papá cierra la puerta, no miro atrás, ya cuando estamos lejos, Brad me reclama.

—¿Cómo que soy Ethan?

Sin ganas de mentirle del todo a Brad que es tan bueno conmigo, decido contarle aunque todo me sale en un discurso muy rápido y que espero que comprenda enteramente.

—Papá sabía que yo iba a salir a tomar helado con Ethan pero no le dije que me había plantado para que no pensara mal de él y cuando le pedí que me dejara ir a la fiesta asumió de inmediato que era con Ethan y no quería contradecirlo para que no me negara el permiso, así que le dije que sí era con él y en mi defensa diré que no se suponía que vinieras por mí, ¿qué con eso? Si lo miramos bien, es tu culpa.

La carta de culpar al hombre de los inconvenientes es un As que las mujeres traemos en el ADN y sale así no más, sin que lo pidamos, es como un sexto sentido.

—Lo que dije era en serio —se defiende—. Supuse que te perderías, así que mejor vine por ti.

—¿Por qué asumiste eso? Eso es muy prejuicioso.

—Pues la última vez ibas buscando el salón A27 y terminaste en la audición de porristas, eso fue un indicio, te pierdes hasta en tus pensamientos.

—No me perdí ese día...

—Claro que sí, en los ojos de mi hermano. No importa en dónde, te perdiste y punto.

Odio, metafóricamente, a la gente que siempre tiene buenos argumentos para contrarrestar mis excusas baratas. Brad es uno de ellos.

Mi castaño amigo ha considerado que estando ya con él no es necesario tomar el taxi y prefiere hacerme caminar las quince calles hasta la casa de Brenda. Cuando doblamos en una esquina, de repente la ciudad pasa de ser un seguidillo de edificios a ser un barrio de casas enormes y de aspecto costoso. Desde una calle atrás se veían las luces saliendo de la casa de la fiesta, un par de motos y mucha gente llegando de todas direcciones. Cuando estamos frente a nuestro destino, mi boca se abre de par en par.

—¿Brenda vive acá?

—Ostentoso, ¿no crees?

—Eso es decir poco.

No creí que tan cerca de mí existieran casas con ventanas tan grandes que fácilmente puedo tirarme de una y suicidarme estando completamente de pie, eso es genial.

Por reflejo me agarro del brazo de Brad y él lo flexiona para facilitarme el agarre. Hay un pequeño tumulto de personas en la puerta pero con Brad adelante, sirivéndome de escudo humano, logramos atravesarlo.

Justo frente a la puerta hacia adentro, hay unas escaleras y a los lados dos enormes salas. En una está la estancia solo con luces estroboscópicas y de colores, que es tomada como pista de baile y del otro lado está la parte iluminada con varias sillas y sofás donde grupos o parejas se acomodan a reír y a beber.

—¿Qué vas a tomar?

—Lo que sea que no tenga alcohol —respondo. Brad eleva sus cejas—. No me gusta.

—Como quieras.

La concentración de personas, risas, vasos, chistes y un par de minifaldas dan como resultado un ambiente saturado de hormonas alimentado por el ruido de las canciones de moda que agreden la integridad física y moral de las mujeres. Lo normal, obviamente.

Uno no sabe el poder que posee un gesto ajeno hasta que estás flechado hasta las costillas por una persona; ver la sonrisa de Ethan a lo lejos parece hacer que todo a mi alrededor se pierda y quede solo él como el centro del salón entero. Está a unos metros de mí, tiene un vaso en su mano y una sonrisa enorme en el rostro mientras charla con sus amigos de algo aparentemente muy gracioso que los tiene a todos a carcajada limpia. Parece notar que alguien lo mira y entonces nuestros ojos conectan, sin embargo, antes de que pueda articular una palabra, me ignora completamente.

Bueno, está un poco lejos y puede ya haber bebido un poco, total y no me reconoció.

—Toma, Rarita. —Brad llega y me pasa un vaso con soda. Mira en la misma dirección que yo—. Terca, muy terca, sí señor

Haciendo maromas para conseguirnos dos plazas en uno de los sofás, Brad y yo nos sentamos a conversar y a reír de gente ajena que está haciendo el ridículo. Pasa un buen rato y entonces al levantar la vista, veo a Brenda y a sus amigas a unos metros de nosotros.

—Ahí está Brenda —siseo por lo bajo, tapando parcialmente mi cara—. No quiero que me vaya a echar en frente de todos.

—No te va a echar si no te ve —responde Brad.

—¿Cómo nos levantamos sin que nos vea? Está muy cerca.

—Podemos quedarnos acá sin que nos... —Mi cabeza está agachada y la de Brad sí está en alto, es por eso que él exclama—. Mentiras, ¡me vio! Agáchate más...

Doblo completamente el cuello hacia abajo y veo de reojo cómo Brad bate su brazo en saludo.

—Diablos, Brad, no la llames.

—Ahí viene —comenta. Maldigo por lo bajo—. No te ha visto, pero ahí viene. Ni modo, a saludarla y esperar lo mejor.

Sin muchas opciones, levanto lentamente la cabeza y justo cuando la puedo ver, alguien más la saluda haciendo que ella volteé su mirada para corresponder el saludo. Con rapidez y sin pensar, me levanto del mueble, dejando a Brad y huyo corriendo hacia el otro lado. Ya estando al otro lado de la sala, giro a mirar a mi amigo que es abordado por la rubia y sus amigas, me apresuro a meterme al otro salón, al de baile, al menos mientras ella siga allá. Al menos si viene acá, estamos a oscuras y es más complicado que me vea.

No teniendo muchas ganas realmente de bailar, busco la pared más cercana y siguiéndola, avanzo, con el plan de rodearla y quizás llegar a otro lado. Logro ver una luz proveniente de otra sala entrando por una puerta que está a solo un par de metros. Al llegar a ella y atravesarla puedo ver que es un patio trasero con buena luz, donde algunos de los asistentes salen solamente a charlar o a fumarse un cigarrillo. No está tan atestado de gente como adentro pero sí hay muchas personas.

—Me alegra tanto que hayas venido. —La voz de Ethan me saca instantáneamente una sonrisa. Giro hacia donde vino la voz y lo veo sonriéndome—. Aunque no con mi hermano, ¿qué haces con él?

—Él me invitó y papá no me dejaba venir sola. —Una mentira blanca de vez en cuando no daña—. Recibí tu nota.

—Me alegra que la hayas recibido.

—Sí, sobre eso...

—Hay una explicación por no haber ido a nuestra cita.

—¿Sabes lo mal que me sentí de haberte esperado? —acuso. Ethan baja la mirada con arrepentimiento—. Si solo hubieras dicho que no desde el comienzo y ya...

—Te voy a decir la verdad, pero no te vayas a enojar —empieza. Lo peor que le pueden decir a una chica antes de enojarla, es que no se enoje, así que ya me enojé por sospecha—. Estaba con Brenda.

—Wow, ¿cómo no enojarme por eso? —espeto.

—No solo yo —se apresura a explicar—. Estábamos todos los del equipo de fútbol y todas las porristas con ella.

—Hasta donde va la historia, me dejaste plantada por una reunión social con los populares.

—No. Estábamos en la preparatoria, con el director.

Mi ceño se suaviza y la preocupación se acentúa.

—¿Están en problemas? ¿Qué pasó?

—Van a quitar el equipo de porristas —confiesa—. Tú no quisiste entrar y las otras chicas no querían entrar si tú no lo hacías.

—Pero ni me conocen. Ni siquiera sé de quienes hablas.

—No te conocen pero te admiran y dijeron que no querían nada con Brenda, que si estaban en el equipo era por ti y por tenerte de compañera.

—No es mi culpa que Brenda sea así de odiosa con todos.

Conozco a Brenda hace un par de días y por lo que veo, ha sido igual de mala desde siempre, así que no pueden ponerme en la espalda la culpa de que nadie quiera estar con ella cuando es su actitud la que lo daña todo.

—Es cierto... el punto es que sin porristas suficientes, la preparatoria quita el presupuesto para el equipo. No hay uniformes, no hay lugar para ensayos, no hay nada, así que adiós porristas. Ese día estábamos con el director intentando convencerlo de que dejara el equipo así tal cuál con las que había pero se negó. Alargó el plazo para conseguir más gente hasta el otro fin de semana, así que Brenda hizo la fiesta e invitó a las que audicionaron a ver si las convencía de entrar.

—Y no me invitó a mí.

—Tú ya diste el definitivo no, y no le agradas de a mucho la verdad. —Pasa una mano por su despeinado cabello, dando una imagen de comercial. Es tan lindo—. Pero en fin, por eso no fui a nuestra cita. Perdóname.

—¿Por eso no me hablaste al día siguiente tampoco? —reclamo.

—Pensé que estabas enojada conmigo. Sentía vergüenza, no soy de los que plantan a las chicas lindas.

Hay unas voces que combinadas con un rostro pueden hacer que el humor de alguien pase de cero a cien y del enojo a una sonrisa.

—¿Crees que soy linda?

—De las más lindas.

Sí, definitivamente Ethan puede ser mi romance de colegio imitando el de mis padres. Su sonrisa es tan preciosa y le combina tanto con el café de los ojos y las pobladas cejas combinando con su cabello, además es bien alto y no es que fuera a propósito pero ayer lo vi de espaldas y es bien nalgón.

—¿Crees entonces que podamos...?

Alguien que me toma de los hombros de repente me interrumpe y cuando miro al dueño del contacto, veo a Brad.

—Vámonos —apremia.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Llegó la policía.

—¿Y qué? —digo.

—Están revisándolos a todos.

—¿Y? No estamos...

—¿Eres mayor de edad? —inquiere Brad, con afán.

—No.

—¿Has bebido alcohol?

—No.

—De hecho sí, puse vodka en tu soda.

—¡¿Qué?!

—Me disculpo más tarde, vámonos.

Mi mente pasa por un trayecto de incredulidad, indignación, enojo y al final rabia por irme y miedo de que me revisen o algo.

Brad mira a Ethan y le dedica una de esas miradas que guardan odio en medio. Algún día quiero saber por qué se desagradan de esa manera si ambos por separado son tan amables. Sostienen la mirada por un par de segundos en que me pregunto si Ethan está molesto porque su hermano nos vio o si Brad está molesto porque estaba con su hermano o si debo yo enojarme con alguno.

—Hazle caso, Emily —pide Ethan finalmente.

—Pero...

—Sí podemos —corta Ethan, respondiendo a mi pregunta a medias de hace unos segundos—. Pero después arreglamos, ¿sí? Mira... —Observo cómo saca de su bolsillo un bolígrafo y luego toma mi muñeca, dejándome momentáneamente paralizada por su contacto. Omitiendo la parte de rareza, veo como anota sobre mi piel—. Este es mi número, escríbeme.

—De acuerdo.

De la casa solo soy sacada por Brad que me hala mientras yo ando en mi nube de caramelo de azúcar azul. Cuando nos alejamos lo suficiente con Brad para estar solos, me empieza a recriminar.

—¿Viniste conmigo para verte con Ethan?

—No...

—¡Claro que sí! Por eso me dijiste la primera vez que no, dime, ¿te invitó después de eso?

Con su ceño fruncido me observa mientras caminamos. Vamos, Brad es mi amigo, seguro que entiende.

—Vamos, no te enojes... Me mandó otra nota al casillero diciendo que quería verme en la fiesta para hablar.

—Ajá y seguro ahora que te saliste no fue por Brenda sino por él. ¿Lo planearon?

—No, eso fue casualidad... fue el destino.

—Y yo que te consideraba mejor que eso.

Esa simple frase hace que todo el episodio de Ethan quede atrás para dar paso a la ofensa directa que me da. Me detengo a mitad de la calle y pongo mis brazos en jarras.

—¿Mejor que qué? ¿Soy menos persona porque me gusta tu hermano o qué carajos?

—Yo no dije...

—¡Claro que sí lo dijiste! Tú y Ash me tratan como si el hecho de querer salir con Ethan me hiciera menos inteligente o persona o no sé qué mierda. ¿O es que piensan que no soy suficiente para el más popular?

—Cálmate.

—¡No! Cálmate tú y mejor lárgate a contarle a Ashley que vine a ver a Ethan para que mañana tengan nuevo veneno que me puedan lanzar.

—No pretendemos ofenderte, es por tu bien.

—¡Y una mierda! No sé qué ha sucedido entre todos ustedes porque unos se odian y los otros peor, pero no me pueden meter en la mitad de eso. Si Ethan y yo o si cualquiera y yo decidimos salir no es asunto de ustedes.

Brad no parece alterarse en lo más mínimo por la discusión, de hecho parece que le vale cinco. Y eso es lo segundo peor que alguien puede hacer para enojar a una chica: hacerse el que no se enoja en absoluto.

—Vamos te llevo a casa y mañana hablamos —propone. Antes de que le responda a grito herido, habla de nuevo:— No tenemos nada en tu contra, Emily, te apreciamos. Si no quieres que saquemos en absoluto el tema de Ethan y lo bueno o malo que es, de acuerdo, así será.

Yo usualmente no espero ganar una discusión tan pronto y la adrenalina de la gritería me queda en stand by y no sé entonces qué hacer. Cruzo mis brazos y empiezo a caminar de nuevo sin decir nada, porque soy orgullosa hasta donde no da más y acabamos de tener una discusión, así que entre ser y no ser, estoy enojada.

Caminando en silencio miro distraídamente mi muñeca donde Ethan puso los diez dígitos de su número y su nombre debajo.

Así como cuando un balonazo llega de lleno en la cara, llega una epifanía a mí.

—¡Oh, por Dios! ¡No es Ethan!

Brad se sobresalta por mi casi grito y me mira.

—¿De qué hablas?

—No es Ethan el de las notas.

—¿Cuáles notas?

—Las de mi casillero.

—¿O sea que no fue él quien te invitó a la fiesta? —inquiere.

—No. Digo, sí fue él pero por eso lo sé.

—Me perdí, Emily.

—He recibido notas desde el martes pasado —explico, olvidando momentáneamente mi enojo con Brad—. Pero todas eran en papeles de colores y con una letra diferente a esta, además de no venir con el nombre en la firma, así. —Elevo mi muñeca hacia sus ojos, mostrando a lo que me refiero.

—¿Y eso significa que...? —Brad luce confundido y en un segundo recuerdo que a él técnicamente no le he contado de las notas.

—Significa que no ha sido Ethan quien me ha enviado notas, es alguien más.

—¿Y ese alguien es...?

—Ni idea —respondo—. Solo sé que no es Ethan.

Para mis adentros una cuestión se me hace real: tengo un admirador y ahora debo saber quién es. 

ACÁ TU PORCENTAJE ►


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