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Primera parte

Ishigami Senku era bueno para muchas cosas, pero "correr" no era una de ellas. No obstante, teniendo en cuenta que era perseguido por un enjambre de pequeñas bestias voladoras asesinas, no tenía más opción que correr con todas sus escasas fuerzas.

No tenía muchas esperanzas de sobrevivir, menos si sus perseguidores eran koumorirattos o rattos.

Los rattos eran pequeñas bestias con alas de murciélagos, cuerpos de rata, colmillos de pirañas, ojos de araña y el tamaño aproximado de una ardilla promedio. Sin embargo, su apariencia desagradable era lo de menos, lo malo era su apetito voraz y su tendencia a viajar en grupo para devorar presas mucho más grandes que ellos. Y con esa estrategia eran de las bestias más letales que habitaban el continente.

La única forma que los humanos tenían para lidiar con los rattos era encerrarse en sus casas, rociarles gas y prenderles fuego, o bien con hechizos destructivos o defensivos. Desgraciadamente, Senku no era ningún hechicero, a diferencia de su madre adoptiva, Lillian. Si era un científico y podría usar un lanzallamas, pero no tenía los materiales necesarios, su padre era quien cargaba con ellos. Y, desgraciadamente, ya había pasado un largo rato desde que se separó de sus padres por culpa de unos malditos bandidos que los emboscaron en su viaje para visitar a unos parientes de Lillian.

Lillian tenía en brazos a la hermanita menor de Senku, Rei, y apenas le dio tiempo de poner una barrera para evitar las flechas, Byakuya apenas y si tuvo tiempo de tomar una espada y bloquear un intento de puñalada, y Senku, siendo un chico de apenas trece años, no tuvo otra opción más que correr cuando un bandido quiso ir tras él.

Lo persiguió varios metros hasta que Senku cayó por una pendiente y rodó hasta un río de corrientes rápidas que lo arrastró lejos. Quizás se hubiera ahogado de no ser porque se encontró con un tronco que alguien debió tirar como puente al que pudo sujetarse. Se abrazó a este y no lo soltó, soportando los tirones de la corriente para arrastrarse patéticamente hasta la orilla.

Una vez recuperó el aliento, intentó cruzar el tronco para volver por donde vino, pero entonces escuchó el característico chillido de los rattos y no lo pensó dos veces en salir corriendo por su vida.

Llevaba varios minutos corriendo y ya sentía que se moría.

Si no se lo comían los rattos, definitivamente se iba a morir de cansancio, sin ni un milímetro de duda.

Su resistencia física era un asco, no tenía que confiar en esta para salvarse, así que puso a trabajar su cerebro y miró desesperadamente a su alrededor, sin dejar de correr, pensando en cómo librarse de este problema.

El sol casi se había ocultado por completo, pero aún tenía suficiente visión, y fue así que pudo vislumbrar un enorme árbol con un gran hueco en el que quizás podría caber. ¡Era su única esperanza!

Ya se habían juntado muchos rattos, pero tenía suerte de que, debido a su tamaño, no eran tan rápidos.

Lo más difícil fue treparse al árbol, de verdad que era un asco en sus habilidades físicas, y los rattos ya estaban casi hincándole los dientes cuando logro meterse en el agujero.

Aunque claro, si él entraba entonces los rattos también.

Pero la diferencia era que dentro del agujero tenía una mejor posición para defenderse. Los rattos solo podrían entrar de a tres o cuatro, y él tenía una pequeña navaja y las suficientes ganas de vivir para apuñalar a cada animalejo que intentara obtener un pedazo de él.

Se llevó varias mordidas en las manos, pero finalmente lo dejaron en paz. Por suerte para él, los rattos eran unas alimañas cobardes que no estaban dispuestas a recibir daño por una comida, solo iban tras presas fáciles, y finalmente se cansaron de fracasar en comérselo y se fueron a buscar otra presa. Aun así, Senku no abandonó el hueco y no pensaba salir de ahí hasta que amaneciera, aprovechando que los rattos eran nocturnos.

Fue la noche más incómoda de su vida, casi no pudo dormir de lo incómodo que estaba hasta que colapsó de cansancio y durmió varias horas, despertando muy adolorido a las 7-8 de la mañana.

Apenas tuvo fuerzas para salir del tronco y bajarse del árbol, y entonces empezó a mirar a su alrededor recostado contra el árbol, bajo su sombra.

Era un día caluroso, y este bosque era muy diferente a los que Senku estaba acostumbrado, quizás porque estaban más al noroeste del continente, donde el calor más que agradable resultaba pesado. Para él, que vivía en el sureste donde el clima era templado y los veranos leves, el ambiente le estaba resultando bastante molesto. Tenía sed, y mucha hambre.

Se quitó la mochila que traía en los hombros y empezó a revisar su contenido.

Sus padres no lo dejaron cargar con mucho peso, ya que conocían lo débil que era, así que él estaba llevando los suministros médicos, una olla con frascos de pociones medicinales, vendas, menjunjes, algunos pergaminos, hierbas en bolsa y dos botellas de agua, una oxigenada y otra normal.

Por suerte nada parecía haberse dañado con la caída al río, excepto los pergaminos, pero nada que unas horas bajo el sol no arregle.

Uso las vendas y menjunjes para tratar las heridas en sus manos, bebió agua y, con su estómago rugiéndole, se dispuso a buscar algo para comer.

Encontró frutas comestibles en un árbol muy alto que no podría escalar ni aunque su vida dependiera de ello, así que pensó en alguna otra forma de llegar arriba.

Para su suerte, este bosque estaba lleno de lianas.

No le costó trabajo cortar unas cuantas y atarlas juntas. Ató una roca a un extremo y la lanzó con todas sus fuerzas lo más alto que pudo, que no fue mucho. Logró alcanzar una rama alta y subió hasta allí, para luego volver a arrojar la cuerda improvisada de lianas y subir y subir, usando la estrategia varias veces hasta que finalmente llegó a las frutas, que eran como una especie de mango y sabían delicioso.

Las hojas del árbol eran largas y grandes, así que ató varias juntas para hacer una bolsa que se colgó al hombro, y allí metió todas las frutas que pudieran caber. Luego bajó del árbol y se dispuso a buscar el río por el que había llegado a ese lugar.

Desgraciadamente, como anoche estuvo corriendo con pánico y una visión muy limitada debido al sol casi ausente, no tenía del todo claro cómo regresar por donde vino.

Después de varias horas caminando, empezó a cansarse muchísimo. Tanto correr y poco dormir no le hizo nada bien a su cuerpo. No quería dormirse en ese bosque desconocido con quién sabe cuántos peligros acechando, pero... no iba a durar mucho tiempo de pie así, y todavía no parecía estar ni cerca de encontrar el río, quizás fue tan idiota que hasta logró perderse en vez de acercarse más.

Otra hora pasó y sus piernas le temblaron con cada paso. Las frutas eran deliciosas y grandes, pero solo le quedaban un par y como siguiera comiéndolas ya no tendría nada para la noche o el día siguiente.

Cuando se topó con una cueva, finalmente no pudo más y se arrastró a ella, usando su mochila como almohada y durmiéndose en un sueño inquieto.

Lo despertaron los familiares chillidos de los rattos acechando.

Abrió los ojos con pánico, justo a tiempo para ver a un par de rattos mordisqueando las frutas en su bolso.

—Mierda.

¡Pero qué idiota! El olor de las frutas debió atraerlos y seguramente empezaron a comérselas creyéndolo muerto, porque apenas verlo despierto volaron lejos, pero eso no significaba que estuviera a salvo, sabía que las muy asquerosas fueron en busca de las demás, porque esa era otra estrategia de los rattos, enviar exploradoras a buscar presas grandes para luego devorarlas entre todo el enjambre.

Solo le quedaba una cosa por hacer: correr.

Abandonó la bolsa con las frutas, se puso la mochila y salió disparado fuera de la cueva, corriendo sin importarle en qué dirección iba, solo desesperado por alejarse de la ubicación que los rattos conocían.

Pero fue demasiado tarde, pronto empezó a escuchar sus chillidos infernales, persiguiéndolo otra vez.

Debían ser las nueve u ocho de la noche, apenas y sí podía ver algo gracias a la luz de la luna, y todo en lo que podía pensar era en que estaba jodido.

Justo cuando el aire se estaba negando a llegar a sus pulmones, sus ojos captaron algo a lo lejos: una construcción. Una torre de piedra. ¡Civilización! ¡Refugio!

Se obligó a sí mismo a seguir corriendo, usando lo último de sus fuerzas que quién sabe de dónde sacó, quizás de su voluntad de seguir con vida.

A medida que se acercaba, pudo ver mejor el castillo, que eran tres torres, dos más pequeñas y una exageradamente alta, y un área central muy grande. ¿La casa de un noble? Aunque se veía abandonada.

No perdió tiempo pensando en esas nimiedades, no con los rattos casi en su nuca.

Abrió la puerta y la cerró de inmediato, pero entonces una parte de la pared se derrumbó, haciéndolo jadear y percatarse que, de hecho, ese lugar estaba lleno de huecos en las paredes y el techo. No era un buen refugio... los rattos entrarían de todos modos.

Vio unas escaleras a lo lejos, atravesando una sala que estaba llena de huecos, y de esos huecos empezaron a meterse decenas de rattos.

Senku se quedó congelado en la puerta por un momento, pero entonces los rattos empezaron a surgir desde la parte derrumbada de la pared y él corrió por su vida sin siquiera pensarlo hasta acabar en el hueco de una escalera derrumbada, con su navaja en alto en su mano temblorosa, apuntando hacia el frente, incluso aunque sabía que no podría hacer nada con ella, incluso aunque sabía que esta era su inevitable muerte...

Estaba atrapado, estaba totalmente acorralado, estaba muerto.

Y ni siquiera sabía si sus padres seguían con vida...

Crujió los dientes, apretando la navaja con fuerza en sus manos, y entonces...

Y entonces...

¡ROAR!

Un fuerte rugido hizo temblar las paredes de todo el castillo y los rattos que ya se estaban acumulando frente a Senku de repente salieron disparados hacia arriba cuando una bestia saltó hacia ellos, atrapando a dos en su boca y asesinando con sus garras a varias de esas alimañas de paso.

Los ojos de Senku se ampliaron.

¡¿Pero qué demonios?!

¡¿Un león?!

Bueno, eso no era del todo cierto, era más bien un cachorro de león, una cachorra leona, para ser más exactos, no tan bebé ni completamente adulta, pero muy feroz y visiblemente hambrienta, con su boca chorreando saliva. De inmediato atrapó a más rattos con su fuerte mandíbula, crujiendo sus frágiles huesos con sus letales colmillos, usando sus garras para quitarse de encima a los que osaban morderla.

Aunque los rattos podían devorar un humano completo en solo unos minutos, sus dientes no eran tan fuerte para desgarrar la piel de una leona, aunque fuera cachorra, y al intentar morderla el animal solo se enfadó más y comenzó a masacrarlos, destruyéndolos con sus dientes y garras, atrapándolos y capturándolos, rugiendo para atemorizarlos, muy exitosamente.

Como eran tan cobardes, los rattos pronto comenzaron a huir despavoridos, apenas pudiendo escapar de la bestia furiosa, chillando y alejándose a toda velocidad del castillo.

Senku quizás se hubiera sentido aliviado, de no ser porque era muy consciente de que él no podía huir.

Los rattos podían salir volando hacia su libertad, pero él estaba atrapado allí con la bestia justo frente a la puerta, devorando los cadáveres que había conseguido.

Se llevó las manos a la boca, con miedo de siquiera respirar.

Unos cuantos rattos habían ido tras él en medio de la masacre de la bestia, quizás anhelando un bocadillo fácil antes de escapar de allí, pero supo espantarlos con su navaja, aunque ahora no quería mover ni un musculo, no quería ni existir en ningún lugar cerca de esa bestia ensangrentada que descuartizaba a los que lo hubieran descuartizado a él como si no fueran nada.

No era ni de cerca una leona adulta, pero tampoco era una cachorrita indefensa, ¿su manada estaba cerca? ¿Habían adoptado ese castillo como su refugio? ¿Cuánto tiempo tardarían en desmembrarlo? Según sus cálculos, si atacaban cinco adultos a la vez, unos diez segundos.

Miró a la daga en su mano.

¿Quizás fuera buena idea... acabar con su vida rápidamente antes de que esa bestia lo devorara lentamente?

La idea solo cruzó su mente por un segundo, antes de ser descartada.

Apretó la daga en su mano, sudando frío y decidido a pelear hasta el último segundo, pero entonces sus ojos se fijaron en la bestia y pudo ver esos ojos brillantes clavados en él. Y la valentía se le cayó al piso inmediatamente.

Los ojos felinos lo miraron directo a sus ojos llenos de temor, que se fijaron en su mandíbula chorreando saliva y sangre.

Él podría haberse desmayado allí mismo, pero... de repente la bestia se sentó, para luego recostarse de lado, todavía mirándolo, con su pecho subiendo y bajando a velocidad considerable.

Senku dejó escapar todo el aire que había estado conteniendo al darse cuenta de algo.

La bestia estaba cansada.

Claro, se dijo. ¡Recuerda lo que has estudiado de los leones! Su corazón y pulmones son relativamente pequeños para su tamaño, ¡su resistencia está muy lejos de ser optima! Y esta es una cachorra, de tanto atacar rattos definitivamente agotó sus fuerzas, y después de llenarse el estómago no querrá perder energías cazándome.

El humano promedio podría escapar de un león cansado, sí, pero por desgracia para Senku, él estaba muy por debajo del humano promedio... Ugh.

Al menos podría intentarlo...

Levantó un pie tentativamente e hizo amago de salir de su hueco, pero entonces la bestia (que no le había quitado los ojos de encima) gruñó un poco, enseñando sus colmillos, y Senku devolvió el pie a su sitio tan rápido como pudo.

Se quedó congelado en su rincón debajo de las escaleras, sin romper contacto visual con la leona, hasta que esta bostezó y se echó del todo en el suelo, durmiéndose como si nada.

Él se le quedó mirando otros buenos diez minutos, temiendo que se despertara a arrancarle la yugular, antes de obligar a su cuerpo a dejar de temblar y animarse a dar un paso fuera de su hueco, despegando la espalda de la pared y saliendo de debajo de la escalera con pasos muy sigilosos, todavía sudando frío.

Miró a la puerta.

La bestia estaba muy cerca de la única salida que parecía haber, pero no era imposible para él alcanzarla si usaba todo de sí para evitar despertarla, así que dio otro par de pasos silenciosos hacia allí, hasta que... hasta que ella rodó sobre su espalda como un puto gato doméstico y bloqueó la puerta del todo.

¡Mierda!

No gritó de rabia solo porque su vida dependía de ser silencioso, pero de inmediato regresó a su hueco a seguir pensando qué diablos hacer ahora.

Era obvio que no podía seguir mucho tiempo en ese hueco, esa bestia podría despertar en cualquier momento y de seguro lo vería como un excelente y nutritivo desayuno, así que tenía que encontrar otro modo de salir.

No sin miedo, volvió a abandonar su hueco bajo las escaleras derrumbadas y se fue en dirección contraria a la puerta y a la leona, buscando alguna otra forma de salir.

Exploró el castillo abandonado y medio derrumbado, viendo con preocupación los muchos agujeros en el techo y las paredes, lugares por los cuales los rattos podrían entrar con facilidad.

Este castillo no era nada seguro y... de no ser por esa leona, Senku ya estaría muerto.

Al darse cuenta de eso, el científico hizo una mueca.

En realidad, no estaba seguro de qué era peor. ¿Ser devorado por rattos o por una leona? Sentía que podría vomitar de solo pensarlo.

Exploró el primer piso del castillo, viendo que había otra puerta trasera por la que podría salir, pero estaba bloqueada por vigas y paredes semi-derrumbadas, para su mala suerte. Además, todas las ventanas tenían barrotes de hierro, y todos los huecos eran demasiado pequeños para que él cupiera.

Bufó y subió por la escalera que estaba entera, explorando el segundo piso, que conectaba con las tres torres del lugar.

El segundo piso también estaba lleno de agujeros por los que podrían entrar rattos. El acceso a una de las torres estaba totalmente bloqueado, la segunda torre estaba llena de telarañas, un piso que se veía muy agrietado y peligroso y por el que Senku prefirió no arriesgarse a intentar pasar. La tercera torre estaba en condiciones más decentes y Senku empezó a explorar las habitaciones, viendo con una mueca que todas tenían agujeros, estaban derrumbadas o bloqueadas... todas las habitaciones... menos una.

Casi llora de felicidad al ver una habitación completamente decente, sin agujeros ni derrumbes, con una cama con su colchón y una llave para cerrar la puerta. ¡Se veía como el paraíso!

Lo único que no había eran sabanas, pero había visto unas en otra habitación, así que corrió a tomarlas y rápidamente regresó a la habitación paraíso y se encerró, por primera vez sintiéndose a salvo en ese castillo del infierno.

Estaba muy tentado a buscar otra forma de huir sea como sea, pero... ¿luego qué? Si salía por la noche sería un bocadillo fácil para los rattos, y no es que en la mañana estuviera muy seguro con una bestia merodeando en lo más parecido a un refugio que había encontrado, pero al menos podría tener suerte y que la bestia se fuera, así que solo le quedaba aferrarse a eso y concentrarse en intentar dormir cómodo en medio de la nada, rodeado de monstruos que querían devorarlo.

No fue un sueño muy placido, no cuando sabía que una puerta de madera no era mucha garantía contra una bestia hambrienta, temió que despertaría con sus tripas siendo arrancadas, pero en su lugar se despertó con las tripas rugiéndole por el hambre.

Mierda, de verdad estaba muy hambriento, esas frutas de ayer fueron deliciosas, pero parecía que no eran una buena fuente de proteínas.

Sin embargo...

Un rugido resonó con fuerza y él corrió a esconderse bajo la cama, deteniéndose a medio camino al darse cuenta de que, de hecho, fue solo el recuerdo del rugido de ayer. Se llevó una mano al rostro de inmediato, maldiciendo su propia debilidad, ¡¿cómo podía estar tan asustado de solo el recuerdo?!

Se quedó sentado en la cama una buena hora, bebiendo sorbos muy pequeños de su botella de agua y tratando de ignorar el hambre hasta que finalmente su lógica le dio una patada mental y le recordó que muerto de hambre no iba a tener ninguna oportunidad de escapar de la bestia, y menos si esperaba más tiempo y caía la noche, porque entonces no solo tendría que escapar de la felina asesina, sino también de los asquerosos rattos.

Llegó frente a la puerta de su habitación segura, su único refugio en medio de la nada, y se quedó parado con la mano a pocos centímetros del seguro, temblorosa y dudosa de sí abrir o no.

¿La bestia estaría esperando en el pasillo? Si asomaba la cabeza, ¿se daría cuenta y correría a arrancarle la yugular? Estaba lidiando con un animal superior a un ser humano en casi todos los sentidos, y él ya era lo suficientemente inferior a un humano promedio en todos los aspectos menos inteligencia, pero, incluso con inteligencia, no había mucho que pudiera hacer con los pocos materiales a su alcance.

Una salida, una zona desconocida, puras medicinas y escases de comida y agua... Sí, las cosas no estaban muy a su favor que se diga, por no decir que estaba jodido.

Su estómago volvió a rugir y tragó saliva pesadamente, recordándose que los leones podían llegar a dormir hasta veinte horas al día. Era muy probable que la bestia siguiera dormida... eso esperaba.

Volvió a juntar valor, tomó aire y abrió la puerta, asomando la cabeza apenas lo justo y necesario.

Suspiró con alivio al ver el pasillo despejado, pero salió con toda la cautela del mundo.

Cuidó cada paso con extremo cuidado, se asomó a cada rincón, estuvo atento a cada sonido, pero no hubo ni rastros de la bestia, y, al llegar a la puerta principal con las piernas temblando, soltó un jadeo de alivio al ver el camino ¡totalmente despejado! Aun así, se obligó a ser cauteloso y siguió caminando despacio, temiendo que estuviera cerca. Llegó a la puerta, la abrió y, viendo que no estaba por ningún lado, salió corriendo lo más rápido que su flacucho cuerpo le permitía, sudando a mares mientras se prometía jamás en la vida volver a ese castillo.

¡Escapó! ¡Era libre! ¡Ahora solo tenía que buscar un pueblo para llamar a sus padres y adiós bestias devora-humanos!

Estaba a punto de llorar de felicidad cuando se tropezó con una rama y cayó de cara en un charco de lodo.

¿Por qué estás cosas me pasan a mí?...

Se limpió la cara con una mueca y se dispuso a buscar algo para comer, sintiéndose lo suficientemente lejos del castillo y de la bestia. Además, aún era temprano, los rattos no aparecerían en un buen rato.

No era tan idiota como para confiarse, así que siguió buscando comida con cautela y velocidad, queriendo seguir su camino para encontrar civilización lo antes posible.

Caminó y caminó, sin ver ninguna fuente de comida accesible. Habían un par de árboles con frutas, pero las ramas eran muy frágiles para que pudiera subirse, y su puntería era muy mala... por no decir que sus tiros eran tan débiles que no alcanzaban la altura suficiente.

Siguió caminando y siguió caminando hasta que... volvió a encontrarse con el castillo.

¡¿Qué?! ¡¿Caminé en círculos?! ¿¡ES EN SERIO?!

Pero eso ni siquiera era lo peor... no, señor, había algo diez billones de veces peor.

Como dejó la puerta del castillo abierta, los rattos muertos que quedaron de la masacre de la bestia atrajeron a ciertos animalejos carroñeros que ya estaban degustando el festín: hienas.

Senku palideció, retrocediendo varios pasos al ver como arrastraban a los rattos lejos del castillo, dejando algunos a medio comer en el camino.

Al estar retrocediendo con pánico, no se cuidó tanto como debería y piso una pequeña rama inocente, una ramita seca de pocos centímetros que sonó como una sentencia de muerte. Las hienas voltearon en su dirección de inmediato y no les costó trabajo verlo por los arbustos enanos que rodeaban el castillo.

Eran tres hienas, mucho más rápidas de lo que él podría ser nunca, y, aunque ya se habían devorado buena parte de los rattos, claro que no iban a desperdiciar una presa mucho más grande.

Senku no se dio tiempo a tener pánico, el pánico sería su muerte, así que se movió al instante.

Como las hienas habían arrastrad a los rattos fuera del castillo, ahora ellas estaban más alejadas de la puerta que él, que de inmediato corrió dentro del castillo y cerró la puerta con fuerza, pero una de las hienas saltó justo cuando iba a trabarla, empujando la puerta y tirándolo al suelo. El golpe atontó un poco a la hiena, por lo que tuvo tiempo de pararse y correr a las segundas escaleras, corriendo a la tercera torre, a su habitación segura.

Lo logró por muy poco y trabó la puerta, pero las hienas no se rindieron. Rasgaron, empujaron y mordieron la puerta con todas sus fuerzas, gruñendo y llenándolo de pánico.

¡¿Qué se supone que haría ahora?! La puerta de madera no aguantaría mucho tiempo...

Estaba muerto, tan muert...

¡ROAR!

El rugido familiar esta vez no fue su imaginación, y pronto el pasillo se llenó de chillidos y lamentos de la hiena, mordidas, gruñidos, arañazos, caídas, un maldito escándalo, pero al final pudo escuchar a las hienas irse despavoridas.

Le bestia solo soltó un breve gruñido, antes de seguir su camino como si no supiera que él estaba ahí, a pesar de que obviamente sabía que estaba allí por su sentido del olfato y del oído superior.

¿Por qué no lo atacaba también? ¿Por qué lo salvó?

Bueno, sabía por qué lo salvó. Las hienas estaban en su territorio, claro que eso la haría querer enseñarles quién manda, pero aun así... ¿por qué no intentaba atacar también?

¿Quizás estaba demasiado saciada por todos los rattos que comió? Era lo más probable.

No se atrevió a salir en un buen par de horas a pesar del hambre que tenía, pero pronto temió acabarse el agua y se obligó a sí mismo a asomar la cabeza fuera de su madriguera. Estaba despejado.

Volvió a salir con la misma cautela que antes hasta llegar a la salida, donde se congeló al ver a la bestia durmiendo plácidamente en el hueco de la escalera derrumbada en el que él se escondió ayer.

Casi se atraganta con su saliva, y se repitió una y otra vez que estaba dormida.

Se acercó a la puerta otra vez, con pasos cautelosos, sin quitar sus ojos de la bestia, pero fue entonces que notó la sangre. Y no era sangre de las hienas, sino sangre de la leona.

Tenía una fea herida en una de sus patas traseras, probablemente por una mordida de las hienas, y estaba sangrando... no tanto, pero sin dudas se desangraría y moriría antes del amanecer.

Qué ironía... él debería haber muerto por las hienas, pero ahora sería esa bestia la que moriría... o, mejor dicho, ese animal solitario, una cachorra sin su manada... una leona que lo salvó varias veces.

Apretó los labios, mirando fijamente la herida en su pata, pensando en todas las vendas y medicamentos que traía en su mochila... para él no sería nada difícil curar esa herida...

Negó con la cabeza, llamándose idiota por siquiera pensar en curar a la criatura más peligrosa que habitaba ese bosque. Aunque sabía que solo era un animal siguiendo sus instintos, sabía que no tenía la culpa y que estaba vivo por su causa, pero aun así... podría matarlo con un solo zarpazo. No podía tomar ese riesgo. Tenía demasiado miedo.

Salió del castillo con los puños apretados, dejando a la bestia que lo había salvado desangrándose, a pocas horas de su muerte... muerte que él podría evitar... si no fuera tan cobarde.

Tenía mucha hambre, así que decidió explorar el otro lado del castillo para ver si encontraba algo pronto para comer, sino dudaba llegar muy lejos con el estómago vacío.

Por una vez tuvo suerte y encontró una fuente de agua y de comida al mismo tiempo, ¡un gran lago a pocos metros detrás del castillo! Y claro, el lago estaba rodeado de fuentes de comida.

Encontró varios arbustos y árboles no tan altos con frutas comestibles, y vio también que había muchos peces en el lago. Se le hizo agua la boca, pero no tenía demasiado tiempo para ponerse a pescar, así que solo se dispuso a comer frutas para saciar su hambre.

Luego de comer y beber, empezó a explorar el terreno, buscando más fuentes de comida, y logró encontrar muchos vegetales enterrados, zanahorias y papas más que nada. Hmm, era extraño, no eran naturales de esa zona. ¿Eran restos de cultivos de los que alguna vez habitaron el castillo?

Sin embargo, no encontró solo vegetales en su exploración.

—Hienas... —murmuró por lo bajo, viendo decenas de huellas de esos animalejos cerca del lago.

Aparentemente eran demasiadas, también vio huellas al otro lado del lago, y, mientras más caminaba, más rastros de hiena encontró. Pelos de hiena, animales a medio comer y rastros de garras en los árboles.

Maldita sea... ¡habían demasiadas y estaban por todos lados! No quería ni pensar en toparse con un grupo más grande de esos animalejos.

Y las hienas ni siquiera eran lo peor que encontró...

Caminando más, se topó con una cueva donde pudo ver decenas de decenas de nidos de rattos.

No se animó ni a respirar cerca de la cueva, retrocedió lentamente, cubriendo su boca con sus manos.

Este lugar era una maldita trampa mortal... ¿cómo demonios iba a salir de aquí?

Solo tenía medicinas y poco más en su mochila, no conocía esta área, no tenía absolutamente nada para defenderse ni sabía a dónde ir. Viajar de noche sería un suicidio, y más sin un refugio sólido, y no creía que pudiera llegar a un pueblo en catorce horas desde que amanecía hasta que se ocultaba el sol.

Necesitaba prepararse mejor para el viaje, pero para eso necesitaba tiempo, más recursos, más comida y más medios para defenderse, esconderse, alimentarse, hidratarse y orientarse.

Debía preparar una expedición para varios días, pero seguro que le tomaría varias semanas. Necesitaba conocer su entorno, buscar materiales y construir herramientas. Y por mientras, necesitaba refugio.

El único lugar en el que tenía posibilidades de sobrevivir era en el castillo, pero ni siquiera ese lugar era tan seguro, estando tan llenos de huecos y medio derrumbado. De no ser por la bestia, las hienas habrían destrozado su puerta y los rattos entrarían por todas partes a merodear el castillo...

La bestia era la única razón por la que seguía vivo, y la único que podría protegerlo... Y ahora se estaba desangrando en el suelo, después de haberlo salvado.

Crujió los dientes, dándose una patada mental y forzándose a sí mismo a volver al castillo antes de que fuera demasiado tarde y la leona perdiera la vida por su cobardía.

Las manos le temblaron al entrar al castillo otra vez y verla durmiendo, no quería acercarse a ella, pero... él debía quedarse allí y preparar la expedición, era lo más seguro que hacer, pero sí la bestia moría y él debía quedarse allí, estaba totalmente muerto. Las hienas romperían su puerta o bien los rattos merodearían el castillo todo el tiempo y no podría salir de la única habitación segura que había allí.

Tragó saliva y descolgó la mochila de sus hombros, arrodillándose frente a la bestia para luego sacar un rollo de vendas, ungüentos y todo lo necesario para curarla.

Tomó la pata lastimada entre sus manos, palideciendo al ver las garras escondidas del animal. Una sola de esas cosas podría abrirle el pellejo de lado a lado

Se tragó su miedo, recordándose las razones lógicas por las cuales necesitaba hacer esto, y empezó a desinfectar su herida.

Solo le tomó unos minutos curarla, y afortunadamente pudo completar la tarea en una sola pieza. Suspiró profundamente, aliviado.

Empezó a guardar todo, pero en ese momento notó los ojos de la bestia abiertos.

La bestia estaba mirándolo, y Senku se quedó con la boca abierta porque... ¿Era posible que los leones tuvieran ojos azules?

Nunca había escuchado de algo así... era... fascinante.

Aparte de ser la criatura más peligrosa que había visto nunca, también era la más hermosa.

Lentamente, los ojos azules de la bestia volvieron a cerrarse y volvió a quedarse dormida. Y fue solo entonces que Senku se dio cuenta de que una mortal depredadora estuvo despierta a pocos centímetros de distancia de él, completamente capaz de arrancarle un brazo con un zarpazo o destrozarle el cuello de un mordisco... ¡y él perdiendo el tiempo mirando sus bonitos ojos en vez de preocuparse por su vida!

Sintió que podría desmayarse, pero en lugar de eso se recordó que tenía un cerebro y se alejó con cautela de ella, para luego correr con todas sus fuerzas a encerrarse en su habitación.

Recuperó el aliento y dejó de temblar, para luego mirar por la ventana.

Todavía faltaban un par de horas para el atardecer, y no se había traído nada de comida y agua con él como para encerrarse cómodamente en su habitación.

Bufó. ¿Qué le pasaba a su cerebro últimamente? Creía ser más inteligente que esto. Tenía que concentrarse más o no iba a salir de allí ni en diez billones de años.

Volvió a salir con cautela del castillo, luego corrió al lago y agarró toda el agua que podía cargar en su botella y un cuenco improvisado de hoja y madera. También creó un bolso de hojas para llevar todas las frutas que pudiera y volvió al castillo. Por suerte la bestia siguió durmiendo, probablemente no despertaría hasta mañana por la tarde, así que debía dormir temprano para despertarse antes que ella.

Pasar la noche en el castillo le recordó lo mucho que dependía de la leona al escuchar los chillidos y aleteos de los rattos merodeando el lugar. Era obvio que sabían que estaba ahí dentro, tenían un buen olfato y de seguro les llegaba su aroma y el de las frutas. La única razón por la que no entraban era la bestia durmiendo justo en la entrada donde más huecos había.

Algo era seguro: aunque le tuviera tanto o más miedo que los rattos a esa leona, la necesitaba.

Ella era su mayor miedo y la más grande amenaza en ese bosque, pero también su protectora, su única aliada, aunque involuntaria. Solo debía hallar cómo usarla a su favor.

Continuará...

Holaaaa :D

Nuevo long fic! O multi-chapter, ya veremos xP

Sé que esto está rarisimo, pero este fic está basado en un comic basado en una historia basada en la Bella y la Bestia XD

Bueno, no estoy tan segura de eso, una amiga me dio la idea... pero bueno, espero les haya gustado este primer capítulo UwU

De todos modos, esto no está tan basado en la Bella y la Bestia, no crean q tendrá nada q ver xD Es solo el concepto. Quizás algún día haga un fanfic q se parezca más a la Bella y la Bestia de Disney, porq me encantan ese tipo de pelis XDD

Ok, ya me callare :P Ojala q esto les haya gustado y no olviden q se les ama!~

Me despido!

CELESTE kaomy fueraaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!

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