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25. Camas separadas.

Savannah miraba a su alrededor admirando todo a su paso mientras el auto se deslizaba por la entrada de gravilla. La imponente mansión que se alzaba ante ella era un espectáculo impresionante; sus grandes ventanales reflejaban el sol, y los jardines perfectamente cuidados parecían sacados de un cuento de hadas. Cada detalle de la casa emanaba lujo y sofisticación, algo que la dejaba sin palabras, nunca se imaginó que Max pudiese tener una vivienda así, aunque debió imaginarlo cuando él le dijo que era un importante heredero.

—Es muy hermosa, Max —murmuró, girándose hacia él, esperando captar alguna señal de orgullo en su rostro. Pero él permaneció en silencio, con una expresión distante que la desconcertó.

Quizás esté cansado por el viaje, pensó, tratando de calmar su curiosidad.

Al entrar, fueron recibidos por Susana, una de las empleadas de la casa. La mujer, con una sonrisa amable, se acercó a ellos.

—Bienvenido a casa, señor, es bueno verlo después de tanto tiempo.

—Gracias Susana, ¿Dónde está mi madre,mi tía y mi hermana? —preguntó Max, su voz cargada de impaciencia.

—Lo siento, señor, pero no están en casa en este momento, salieron desde muy temprano —respondió Susana, notando la tensión en la voz de su jefe. Él asintió, aunque la preocupación no desapareció de su semblante.

—Quiero que conozcas a Savannah —dijo Max, señalando a su esposa—. Ella es mi esposa.

Savannah sintió un pequeño escalofrío recorrer su espalda al escuchar esas palabras, aunque eran ciertas, no había rasgo de emoción en su voz.

—Susana, ¿puedes llevar a la señora a la habitación que está al fondo del pasillo, en el segundo piso? —ordenó Max, sin mirar a Savannah.

—Claro que si señor —respondió Susana, sonriendo a Savannah—. Síguame, por favor señora.

Aún aturdida, Savannah asintió con la cabeza, tratando de procesar lo que acababa de suceder, Un torrente de preguntas se agolpaba en su mente. Se despidió de Jael, que la miraba con una mezcla de apoyo y quizás algo que reconoció como angustia.

—Gracias por todo Jael, fue muy importante que asistieras para nuestra boda.

—Gracias a ti por recibirme en el rancho Savannah, y por compartir el momento de tu matrimonio conmigo.— ella sonrió y asintió, luego se giró hacia Maximiliano y depositó un suave y tierno beso en los labios de su esposo, pero él nisiquiera se inmutó.

Mientras subían las escaleras, Savannah no podía evitar sentirse confundida, la casa era hermosa decorada con elegancia y buen gusto. Pero su mente estaba en otro lugar.

¿Por qué se comporta así Max?, ¿Qué significa esto para nosotros?, ¿Se refería siempre de una manera tan impersonal a su habitación?

Cuando llegaron a la habitación Savannah se sentó en el borde de la cama, sintiendo la presión de la incertidumbre, en su corazón había una sombra de duda, una pregunta que la atormentaba:

¿Qué significaba realmente ser la esposa de Max y por qué ese cambio, esa manera tan distante de comportarse?

A medida que Susana comenzaba a darle un recorrido por su nuevo espacio, sus pensamientos se deslizaban hacia lo que había dejado atrás y lo que le esperaba. La habitación era amplia, con grandes ventanales que dejaban entrar la luz del sol, pero la calidez del ambiente no lograba disipar el frío que sentía en su pecho, un frío que le estaba calando hasta los huesos.

Susana, señalando con entusiasmo el vestidor, el baño y la cama king size que ocupaba el centro de la habitación.

—Voy a organizar sus cosas ahora mismo, señora, y quizás pueda darse una ducha. Debe estar agotada después del viaje.

Savannah asintió, con una sonrisa forzada en los labios, pero su mente seguía atrapada en los pensamientos sobre Maximiliano. Mientras Susana comenzaba a colocar sus pertenencias, Savannah se acercó a la ventana y miró hacia afuera. La vista era espectacular, con montañas en el horizonte y un cielo despejado. Sin embargo, a pesar de la belleza del paisaje, su corazón se sentía pesado.

— ¿Le gusta la habitación, señora?— preguntó Susana, interrumpiendo sus pensamientos.

—Sí, es hermosa— respondió ella, aunque su mente todavía estaba en otro lugar, contemplando la transformación que había visto en Max. Era como si el hombre que conoció alguna vez hubiera desaparecido, y en su lugar quedara este extraño, frío y distante. La distancia que sentía de Maximiliano era palpable, y su corazón anhelaba la calidez que había conocido en su mirada en el pasado.

—Gracias, Susana. Aprecio mucho tu ayuda— dijo Savannah, tratando de sonreír de nuevo.

Esa noche, mientras el silencio se asentaba sobre la mansión, Savannah se sintió sola.

Mientras tanto, en el recibidor, Jael se volvió hacia Maximiliano con una expresión de incredulidad.

—¿De verdad piensas que tu esposa y tú pueden dormir en camas separadas? ¿Así como si nada?, porque ambos sabemos que la habitación a la que la mandaste no es la tuya.

Maximiliano se cruzó de brazos y miró a Jael con una mirada que no dejaba lugar a dudas.

Sí, y no veo por qué debería ser diferente. La luna de miel quedó atrás en el rancho Brown. Ahora tengo a Savannah justo donde la quería, lista para comenzar a pagar su deuda con mi familia.

Jael frunció el ceño.

—Pero, Max, eso no es justo. Savannah se ve muy enamorada. ¿No te importa lo que sienta ella? ¿O solo estás concentrado en tus propios deseos de venganza?— Max suspiró, deshaciendo el cruce de brazos y dirigiendo su mirada hacia el suelo.

—Espero que esté tan enamorada como lo estaba Dylan. Pero eso no cambia lo que soy ni lo que he decidido.

La conversación quedó en el aire, pesada y tensa, mientras Jael intentaba encontrar las palabras adecuadas.

—Pero eso no puede ser todo. Ella merece saber que lo que está pasando, ella merece saber que se está metiendo en un completo infierno. —Maximiliano se encogió de hombros, desinteresado.

—No le diré nada, no le daré la bienvenida al infierno, eso es algo que Savannah tendrá que descubrir por sí misma.

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