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22. Un lazo irrompible.

El sol comenzaba a ocultarse tras las montañas, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Savannah estaba sentada en la vieja mecedora del porche, observando el paisaje que había sido su hogar toda la vida. Su madre, Jennie, salió de la casa con una taza de café humeante en las manos, y se sentó a su lado, en una silla desgastada por el tiempo.

—Savannah —comenzó Jennie, con la voz un poco temblorosa—. He estado pensando en todo lo que está pasando entre y Maximiliano tú.

Savannah la miró, sus ojos llenos de determinación.

—Mamá, no estoy deslumbrada. Estoy enamorada de Max. Es diferente, lo sientes, ¿verdad?, sé que estás preocupada, que te angustia mi futuro y lo que pueda sucederme, pero te aseguro que todo estará bien, mamá.

Jennie soltó un suspiro profundo, dejando que el aire pesado de sus preocupaciones llenara el espacio entre ellas.

—Lo sé, mi vida. Pero dejar el rancho para mudarte a la ciudad… eso puede ser muy difícil. No quiero que te lastimen. No puedo soportar la idea de que algo malo te suceda, no puedo evitar angustirme Savannah.

Savannah se giró hacia su madre, con la mirada seria.

—Mamá, siempre habrá riesgos en la vida, en los negocios, en el amor. Pero estoy dispuesta a enfrentarlos, sabes que amo estar en el rancho, no soy para nada una mujer de ciudad, de lujosos autos o grandes edificios, amo el rancho, los animale y la faena del campo, pero Max tiene problemas, y necesito estar a su lado mientras los enfrenta.

Jennie bajó la mirada, y una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla.

—Desde que perdí a Mike... y luego a tu padre, he sentido como si estuviera perdiendo todo. Eres lo único que me mantiene en pie, Savannah. Te necesito aquí, a mi lado.

Savannah sintió un nudo en el corazón al ver a su madre llorar, Jennie siempre había sido muy fuerte. Se acercó, envolviendo un brazo alrededor de los hombros de Jennie.

—Mamá, yo también te necesito. Pero esto es algo que tengo que hacer. No se trata solo de mí, se trata de Max y de lo que siento por él.

—¿No crees que todo esto ha ido muy rápido?, siento que te has enamorado muy pronto— Jennie secó sus lágrimas con la mano temblorosa. —Lo siento, cariño. No quiero ser desconfiada. Solo tengo miedo. Eres mi única hija, y no puedo evitar preocuparme por ti.

—Lo sé, y te entiendo —respondió Savannah, su voz suave y reconfortante—. Te prometo que estar lejos del rancho no será para siempre. Solo será un tiempo, mientras Max soluciona sus problemas. Luego volveré, volveremos juntos él y yo.

Jennie la miró a los ojos, buscando respuestas en la profundidad de su mirada.

—¿Y si decides quedarte allá? ¿Y si te enamoras de la ciudad?

Savannah sonrió, la luz de la esperanza brillando en su rostro.

—Nunca olvidaré de dónde vengo. Siempre serás mi madre, y el rancho siempre será nuestro hogar. Si quieres, puedes venir con nosotros pra que estés más tranquila.

—No, Savannah —dijo Jennie, sacudiendo la cabeza—. Este es tu camino. Yo me quedaré aquí, esperando. Solo quiero que seas feliz y que encuentres tu lugar en el mundo, em quedaré a cuidar el rancho y velar que todo siga funcionando como debe ser.

—Mamá, te amo. Siempre serás mi madre, sin importar dónde esté. Y siempre estaré contigo, te prometo que volveré pronto.— Jennie tomó las manos de Savannah entre las suyas, apretándolas con fuerza.

—Te deseo lo mejor del mundo, mi amor. Quiero que seas feliz, incluso si eso significa estar lejos de mí.

Las dos se quedaron en silencio, sintiendo la conexión profunda que las unía, a pesar de la distancia que se avecinaba. Las lágrimas de Jennie eran un recordatorio del amor que compartían, y Savannah sabía que, aunque el camino sería difícil, siempre tendrían un lazo irrompible.

—Siempre estaré contigo, mamá —susurró Savannah, abrazando a Jennie con fuerza—. Nunca lo olvides, en cuánto pueda volveré a casa.

Y en ese momento, bajo el cielo cambiante, ambas comprendieron que, aunque la vida las llevara por caminos diferentes, el amor siempre las mantendría unidas.

Savannah salió del baño envuelta en una toalla, el vapor aún flotaba en el aire de su habitación. Se sentía fresca y ligera, con el cabello húmedo cayendo en suaves ondas sobre sus hombros. El aroma a su gel de ducha favorito impregnaba el ambiente, creando una atmósfera íntima y acogedora. Cuando cruzó el umbral de su habitación, una figura la sorprendió: Max estaba sentado en la cama, también recién duchado, con el cabello ligeramente despeinado y una expresión de complicidad en su rostro.

—Hola, hermosa —dijo Max, con una sonrisa encantadora que le iluminaba el rostro.

Savannah sonrió sintiendo que su corazón latía más rápido. Caminó hacia él, sintiendo cómo su piel aún fresca se erizaba con cada paso.

—¿Vista nocturna? —preguntó, intentando sonar despreocupada, sintiendo cómo un ligero rubor se apoderaba de sus mejillas. Se acercó a él, dejando que la toalla se deslizara un poco por su hombro, coqueteando.

Max la miró con intensidad, disfrutando de la confianza que ella irradiaba. Se levantó y, en un movimiento suave, tomó su rostro entre sus manos y la besó, un beso tierno que encendió una chispa entre ellos. Savannah se perdió en la calidez de sus labios, devolviendo el beso con la misma dulzura.

El mundo exterior desapareció mientras se entregaban el uno al otro. Max la tomó en sus brazos, sintiendo que cada caricia, cada roce, lo llevaba a un estado de felicidad plena. Savannah se sintió en casa, segura y amada, como nunca antes lo había estado.

Ese momento se convirtió en un rincón sagrado donde sus corazones latían al unísono, y el amor que compartían era más fuerte que cualquier documento que pudieran firmar, al menos eso pensaba Savannah. Se entregaron el uno al otro, el universo girando a su alrededor, mientras la intimidad y la ternura llenaban la habitación, llevándolos a un lugar donde sólo existían ellos dos.

—Esperándote —respondió él, levantándose y acercándose un poco más—. No podía resistirme a verte después de tu ducha.

Los ojos de Savannah brillaban mientras lo miraba. La tensión en el aire se volvió palpable, y en un instante, sus labios se encontraron en un beso suave y dulce. Fue un roce tierno, pero cargado de una promesa. Max la abrazó con fuerza, sus manos firmes en su cintura mientras ella se aferraba a su cuello, sintiendo cómo el mundo a su alrededor se desvanecía.

—Eres tan… —comenzó a decir Savannah, pero se interrumpió al perderse en sus ojos.

—¿Tan qué? —preguntó Max, sonriendo con picardía.

—Tan perfecto —respondió ella, con sinceridad.

Max rió suavemente, disfrutando del momento. En ese instante, se sintió en la cima del mundo. En sus brazos, Savannah era todo lo que había querido, y más.

—Bueno, tengo algo que mostrarte —dijo Max, sacando un sobre de su bolsillo.

Savannah frunció el ceño, sintiendo que la atmósfera romántica se tornaba un tanto más seria.

—¿Qué es eso? —preguntó.

—Es un acuerdo prenupcial —dijo él, entregándole el sobre.

Savannah tomó el documento, sintiendo que su corazón se hundía un poco.

—¿Por qué, Max? No necesito tu dinero. Nunca pelearía por eso —protestó, sintiendo una punzada de incomodidad.

—No se trata de eso, Savannah —respondió él, acercándose más—. Quiero protegerte a ti y a tus propiedades. No quiero que nadie piense que estoy interesado en tu rancho o en tu dinero.

Savannah lo miró, buscando en sus ojos la sinceridad que siempre creía había encontrado.

—Pero yo nunca pensaría eso de ti. Te amo, Max. No me importan tus propiedades, ni tu dinero y tienes lo suficiente, ¡No?, tampoco creo que te importe lo mio.

—Lo sé, y yo te amo a ti. Pero esta es una medida de protección. Quiero que estés tranquila, que sepas que mis intenciones son puras.— mintió.

Ella suspiró, sintiendo cómo la carga de la conversación comenzaba a aplastarla un poco. Pero al mirar a Max, su corazón se ablandó.

—Si esto te da tranquilidad, lo firmaré —dijo, con una sonrisa resignada pero sincera. Max sonrió con alivio y amor. Ella firmó los documentos, cada trazo de su pluma era una declaración de confianza en él. Cuando terminó, le devolvió los papeles.

—Gracias —dijo Max, tomando su mano entre las suyas—. Esto significa mucho para mí.

—Y para mí también, siempre que estemos juntos —respondió Savannah, acercándose a él.

Sin pensarlo, se besaron de nuevo, esta vez con mayor intensidad. Sus labios se encontraron en una danza apasionada, uniendo sus cuerpos en un abrazo cálido. Max la levantó suavemente, llevándola hasta la cama. Ella se dejó caer sobre el colchón mientras él la miraba con admiración.

—Eres increíble —susurró Max, acariciando su rostro con ternura.

Savannah sonrió, sintiendo un torrente de felicidad. Nunca había experimentado algo así, una conexión tan profunda y pura.

—Y tú eres todo lo que siempre quise —respondió, sonrojándose.

Max se inclinó hacia ella, sus labios se encontraron nuevamente. Era un beso lleno de deseo y ternura. Las manos de Savannah se deslizaron por el pecho de Max, disfrutando de la textura de su piel. Él la miraba con devoción, como si ella fuera su todo.

La habitación se llenó de susurros y risas mientras se amaban en un torbellino de emociones. Max exploraba cada rincón de su ser, y Savannah se entregaba por completo, sintiendo que cada caricia, cada roce, era un pacto de amor eterno.

—Nunca había sido tan feliz —murmuró Savannah entre susurros, sintiendo cómo su cuerpo se encendía con cada contacto.

—Yo tampoco —respondió Max, sintiendo que cada latido de su corazón resonaba con la misma melodía.

Y así, en el calor de su amor, se entregaron el uno al otro, sintiendo que el tiempo se detenía a su alrededor. La felicidad inundaba el corazón de Savannah y Max batallaba por mantener sus emociones a ralla, Savannah nunca había experimentado una paz tan profunda. En sus brazos, encontró su hogar.

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