Capítulo V
Habían pasado unos días, en donde Kiara había estado muy ocupada investigando el caso que comprometía a mi familia. Durante unos días ella no respondió mis mensajes o mis llamadas, así que dejé de comunicarme con ella.
No quería lastimarla y estaba segura de que necesitaba su espacio.
Pensé en no decirle nada a Kex, quería que estuviera tranquilo, que se tomara todo eso como una nueva etapa de su vida y no quería que tuviera más problemas. Porque estaba segura que ser dueño de una parte de una compañía no sería nada sencillo.
Recordé cuando estábamos con Kira en la oficina, yo me ocupaba de las cosas simples y de mantener a mi esposa bajo control, ya que solía ser algo impulsiva. Era divertido, porque solo debía ocuparme de hacer informes, de la paga de los empleados y el mantenimiento de la empresa, pero con ella todo era perfecto.
Ahora que se había ido de mi lado, esas actividades pasaron a ser detestables para mí.
Salí de mis pensamientos cuando oí el sonido de mi celular sonar. Leí el nombre de Kiara en la pantalla y una pequeña sonrisa se asomó en mis labios. Deslicé el dedo en la pantalla y me llevé el celular hacia la oreja.
—Hola...
—Hola, Cass.
—¿Cómo te va en el trabajo?
—Hasta ahora nada, no he dormido mucho, pero recordé que mañana será el cumpleaños de Kex y me preguntaba si quisieras ir a comprarle algo... —dijo dudosamente.
—Claro, ¿quieres que te pase a buscar?
—Te espero en la cafetería de Joe's en media hora.
—Hasta entonces.
Me alegraba saber que todo estaba "normal" entre nosotras, porque claro que ella no me había olvidado, pero tampoco quería alejarse de mí y para ser sincera, yo tampoco quería alejarme de ella.
Tomé las llaves y algo de dinero para comprarle algunos regalos a mi pequeño, aunque ya era todo un hombre. Salí de casa, me subí al auto y esperé a Kiara en la cafetería, como habíamos acordado.
A lo lejos la observé, con su cabello negro recogido en una coleta, su campera de corderito de color azul, su preferido, un jean negro y unas botas del mismo color. Se acercó al auto y le abrí la puerta desde el lado de adentro.
Entró y cerró la puerta.
Nos miramos y sonreímos al mismo tiempo.
—¿Ya sabes qué le darás?
—Me haces esa pregunta cada año y la respuesta siempre es la misma.
—Hay una nueva tienda que vende libros y algunas cosas de merchandasing que tal vez te convenza, podemos ir si quieres.
—Claro, me vendría bien ideas para esto.
Estaba claro que por ahora no hablaríamos de lo que había sucedido y no la culpaba, entender que la mujer que amaste por siempre no te ama de la misma forma, era terrible. Si ella necesitaba tiempo para procesarlo, se lo daría, de todas formas nada podría separarnos.
Además no era la primera vez que ella intentaba algo por el estilo, hace algunos años también intentó besarme, pero le dije que lo que sucedió aquella noche, fue solo por el efecto del alcohol.
Dos mujeres borrachas no era una buena idea.
Durante el camino le dije que quería comprarle algo que Kex pudiera usar siempre o algo que lo ayudara en su nuevo camino en la universidad y en la empresa.
Kiara me recomendó que un libro no estaría mal y pensé que podría comprar algo más para acompañar al libro.
Cuando llegamos a la tienda, había cientos de estantes con cientos de libros de todos los géneros, sabía que un libro de terror no podía comprarle, porque los detestaba con su vida y los libros clichés le daban asco. Así que me dirigí a la sección de suspenso, algo que él amaba.
Observé una colección de libros sobre Sherlock Holmes que me llamó la atención, pero estaban muy altos y ni haciendo puntitas de pie llegaba a ellos. De repente, ella se acercó a mí, hizo puntitas de pie y logró tomar los libros.
Los observó y sonrió de lado.
—Eres una gran madre, Cass.
—¿Por qué lo dices? Solo es un regalo y Kex merece todo lo bueno.
—Lo digo porque sé que siempre que algo sucede con tu familia, tu trabajo empeora, los clientes no te llaman por miedo del qué dirán y aún así prefieres darle una pequeña alegría a tu hijo, ¿cómo no iba a pensar que eres una buena madre?
Kiara sabía como hacerme sentir mejor, pero esto no era nada especial, cualquier madre haría cualquier cosa por ver a su hijo feliz.
—Exageras, solo amo demasiado a mi pequeño.
—Y eso me hace admirarte aún más —susurró.
Ambas nos miramos a los ojos y noté un brillo especial en sus ojos marrones, pero preferí no contestar a su comentario, solo para no herirla aún más.
Desvié la mirada y a lo lejos observé una lámpara de un fantasma, manchado de sangre. Perfecto para mi hijo. Ocho libros de Arthur Conan Doyle y una lámpara de un fantasma sangriento, estaba segura que le gustaría.
Me dirigí hasta ella y la tomé, luego fui hasta el mostrador, donde un chico nos cobró doscientos cincuenta dólares por las cosas. Cuando salimos de la tienda, Kiara y yo platicamos sobre el regalo que ella le daría a Kex.
Dijo que le daría una estatua de un personaje que a él le gustaba. Estaba entre Hulk o Flash, pero la calmé diciéndole que cualquier cosa estaría bien.
La acerqué a su departamento y se despidió de mí con un saludo normal, sin estar cerca de mí. La saludé con la mano y me dirigí hacia mi casa.
Cuando llegué, dejé los regalos dentro de mi placard, para que mi hijo no lo descubriera. En eso, un cliente me llamó. Dijo que necesitaba una fotógrafa para un evento que habría en su empresa, la cual se llamaba Killof's, una empresa heredera sólo de padre e hijos, solo los hombres la heredaban.
Al final la llamada, Kex entró a mi habitación con una sonrisa en su rostro.
—¿Qué sucede, hijo? ¿Por qué tan alegre?
—Bueno... —llevó su mano a su nuca y se la rascó.
—¿Es por ese chico?
Asintió sonrientemente.
—Nos veremos más tarde y vendré a la media noche.
—Está bien —me acerqué a él y dejé un beso en su frente—, ni un minuto más, ¿entendido?
—Tranquila, ma, llegaré para celebrar mi cumpleaños contigo.
Se fue de la habitación, se dirigió hacia la puerta y se fue.
Suspiré y comencé a pensar en que mi pequeño ya estaba creciendo, que debía dejarlo volar y aunque temía lo que la sociedad diría sobre él, tenía que apoyarlo.
No nos apoyaron cuando éramos jóvenes y temía que él sufriera lo mismo. Aunque supuestamente lo aceptaban más por ser bisexual, que gay. Recuerdo que con Kira no fue tan fácil, pero logramos superar los obstáculos.
A veces podía sentir el aroma a flores que ella me compraba y me sentía segura.
Esta vez no fue la excepción. Sentí un aroma tranquilizador, el cual me envolvió en muchos recuerdos y sonreí. Hasta que el aroma me guió hasta la habitación de mi pequeño y noté una orquídea en su almohada.
Caminé y la tomé en mis manos. Creí que sería extraño que Kex la dejara allí, aunque podría ser que solo quiso ser amable y alivianar un poco de mi dolor. Él mejor que nadie sabía muy bien el infierno que fue mi vida luego de la desaparición de Kira.
Solo ver su sonrisa podía alegrarme.
Guardé la orquídea en mi bolsillo.
Volví a mi habitación para editar unas fotos antiguas que tenía y sin darme cuenta, el tiempo pasó volando. Aunque de mi mente no podía salir ese aroma tan perfecto que el mundo había creado.
Oí que Kex había llegado, saqué sus regalos de mi placard y bajé con ellos para entregárselos. Al hacerlo, él sonrió de oreja a oreja y me abrazó fuertemente.
—¿Dónde conseguiste la colección completa? —observó sus libros con su brillo característico.
—Una madre jamás revela sus secretos.
—Debieron costarte una fortuna, ¿no?
—La felicidad de un hijo no tiene precio, no me molesta gastar dinero en ti.
—La lámpara la usaré para cuando deba quedarme hasta tarde estudiando y cuando sea forense, podré retribuir todo aquello que hiciste por mí —se entusiasmó.
—Solo quiero que te enfoques en ti, aunque la sociedad haga comentarios buenos y malos, debes prometerme que nadie se interpondrá en tus sueños.
—Seré tan fuerte como tú y mamá lo eran.
Solté una pequeña risita.
—Serás aún más valiente, ¿sabes por qué?
Negó con la cabeza.
—Porque fuiste hecho con amor, eres una combinación perfecta de ambas y llevas en tu corazón más bondad que cualquiera que conozca.
Sus ojos se cristalizaron, frotó sus manos en sus ojos y sonrió.
Sus brazos me abrazaron y sus manos no soltaban sus regalos.
De repente, mi celular comenzó a sonar, al sacarlo de mi bolsillo, noté que Kiara me estaba llamando. Ambos fruncimos el ceño, porque eso no podía ser muy bueno.
Atendí.
—¿Qué sucede?
—Tengo novedades, por favor, ven a la estación.
—Voy enseguida —cortó.
Miré a mi hijo, porque no quería dejarlo solo el día de su cumpleaños, nadie merecería eso, menos mi pequeño.
—Ve, mamá, entiendo.
—Quiero estar contigo...
—Si debes irte para encontrar a mi madre, puedo sacrificar mi cumpleaños, tú sacrificaste tu vida por mí.
Sonreí de lado al saber cuánto había madurado. Mi pequeño era un hombre, pero para mí siempre sería mi pequeño por el cual lucharía.
—Te llamaré más tarde —dejé un beso en su cabeza.
Tomé las llaves de mi auto y salí de mi casa lo más rápido que pude.
Como dijo Kex, toda pista podría ayudarme a encontrar el paradero de mi esposa.
Muchos pensamientos se cruzaron por mi mente, algunos me querían convencer de que todo era una locura, de que todo estaba en mi cabeza y que la paranoia me estaba consumiendo. Otros pensamientos me decían que debía seguir insistiendo, porque de otra manera no podría vivir tranquila. Al menos no sin saber que sus restos estaban cerca de mí.
Cuando llegué, busqué a Kiara, quien me esperaba en su escritorio, mirando fijamente la computadora, seguro que estaba redactando el informe sobre lo que había encontrado.
—¿Qué encontraste?
Levantó la vista y Malcom se acercó a nosotras.
—Una orquídea —contestó él.
—¿Significa algo para ti?
—No, para nada.
Mi corazón comenzó a latir fuertemente, porque eso significaba que quien hubiera dejado la orquídea, había estado en mi casa y Kex podría estar en peligro.
Malcom se acercó a mí, me empujó contra el escritorio de Kiara, quien se sorprendió. Me colocó las esposas alrededor de mis muñecas y maldije internamente.
—La orquídea que está en el suelo no dice lo mismo.
—¡Malcom, no puedes hacer esto! —espetó la pelinegra.
—¿Cuántas veces te dije que ella siempre fue la culpable?
En sus ojos noté su confusión y decepción.
—Dime que no es cierto.
La miré, porque no podía mentirle, iba en contra de mis valores y además... no quería dañarla aún más de lo que la había dañado.
—Sólo déjame hablar con Kex.
Tragó grueso y asintió levemente para que Malcom me llevara a la celda de la estación.
Todos me miraban de mala manera, algunos murmuraban, otros negaban con la cabeza, porque me conocían como la lesbiana interesada que desvió a Kira Vancour del camino, para quedarse con parte de su dinero cuando muriera.
Nadie creía que yo era inocente, solo Kiara y Kex, pero ya ni siquiera era suficiente. Para el mundo entero era la asesina y nada podía cambiarlo.
Había perdido la esperanza de tener una vida normal.
Un guardia colocó la llave en la cerradura, la giró y Maclom me empujó con demasiada fuerza. Se acercó a mí, me quitó las esposas y sonrió de lado.
—Sabía que no valías nada.
Preferí quedarme en silencio, porque sabría que nada ni nadie lo haría cambiar de opinión. Salió de la celda y Kiara se acercó a las barras.
—¿Por qué no te defendiste?
Observar con detenimiento sus ojos me hizo querer llorar, no aguantaba tanta humillación por algo que no había hecho.
—¿Acaso crees que alguien me defendería?
—Yo lo haría.
—Porque fuiste mi amiga y siempre quisiste ser más que eso, me conoces mejor que nadie, pero eres solo una mujer contra una sociedad entera. Ni siquiera mis cuñados me apoyan.
—Kex te ama, yo también, jamás lo oculté...
—Lo sé, pero sabes que no puedo corresponderte.
—Eso solo me hace admirarte aún más.
La miré extrañada.
—¿Sabes cuantas personas estarían conmigo solo para tener su libertad? —hizo una pausa—. Tú no eres como los demás, tu amor por Kira era puro y sincero, así como tu amor hacía mí, jamás me metiste en un problema ni me pediste nada fuera de lugar.
—Cualquiera haría eso.
—No, Cass, nadie lo haría, por eso te amo y siempre lucharé para que tengas la vida que te mereces.
En serio deseaba que Kiara encontrara a alguien que valiera la pena, porque jamás podríamos tener algo. Mi corazón le pertenecía a una mujer que hacía años no veía, pero que mi amor por ella se mantenía intacto.
—¿Quieres llamar a Kex o lo llamo yo?
—Hazlo tú, por favor, no tengo valor para decirle que estoy presa.
¿Cómo explicarle a mi propio hijo que yo no tenía nada que ver? Dios mío, mis clientes se alejarían por miedo al que dirían, ¿cómo voy a mantenernos? ¿Cómo vivirá Kex a partir de ahora? ¿Quién confiará en él?
—Maldición —me senté en el suelo y las lágrimas comenzaron a salir de mis ojos.
No podía con tanto, eran demasiadas presiones y temía no poder aguantar.
Sentía como mi pecho cada vez era más pequeño, haciendo que los sentimientos chocaran mutuamente y así colisionarían, ocasionando un caos en mí.
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