Capítulo 7.
Violeta después de guardar el móvil se quedó fijamente mirando el libro. Tomo aire y se dedicó a observar como unos quince minutos a unos pajarillos que se encontraban justo al lado donde ella se encontraba. De repente se le dibujó una sonrisa al recordar su infancia, de niña tuvo un canario y junto a él pasó muchas horas canturreando canciones sin sentido.
Fue tan feliz durante esa época, sin problemas y sin dolores de cabeza que la atormentaran. Cuando se convirtió en adolescentes una mala jugada del destino le rompió todas sus ilusiones y la hicieron una persona frívola e insegura, aunque en su interior escondía un gran corazón.
Después de que se le pasase el cabreo que le había provocado la llamada y de recordar algunos momentos de su vida se dispuso a seguir leyendo el libro.
Anthony no podía ser más feliz. Con tan solo imaginarse la cantidad de libros que podría añadir a su biblioteca personal era algo súper especial para el. La mayoría de jóvenes de su edad solo les interesaba estar con chicas, el fútbol, emborracharse y irse de fiesta cada fin de semana. El no, el era diferente por eso muchas veces se sentía un bicho raro. Tenía claro que cada persona era un mundo y ahora mismo su mundo eran los cómics. Minutos después bajó de su nube y miró al dependiente. No estaba soñando era realidad lo que había escuchado.
—¿Las ofertas van por día o se pueden comprar varias de golpe? —le preguntó al joven.
—Puede comprar las que quiera por día. Sin límite ninguno, eso sí, solo los días que dure la oferta —contestó el dependiente.
Anthony sonrió.
—Perfecto, voy a echarles una ojeada y ya vengo —añadió.
El muchacho asintió y Anthony miró los que estaban en la oferta. Cogió al azar los cómics cuyos nombres le llamaron más la atención y fue al mostrador a pagarlos.
—Elección hecha —dijo mientras ponía los cómics al alcance del dependiente— hoy me llevo esta oferta, mañana más.
El joven pasó los códigos y le hizo el ticket en la máquina registradora. Le dio la factura a Anthony y le dio los libros dentro de una bolsa.
Anthony pagó contento su nueva compra y el otro muchacho le recordó una cosa muy importante.
—Si decide cambiar alguno tiene el plazo de 15 días. Siempre con el ticket de compra.
Anthony sonrió y se despidió de el educadamente. Tras salir del establecimiento se fue hacía el parque que se encontraba a unas cuadras de donde él estaba.
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Minerva miró su mano y vio que aún tenía el objeto de cristal que cogió cuando escuchó ruido. Lo puso en su sitio y volvió a mirar el mismo anuncio. Minutos después de reflexionar lo que iba a hacer se decidió y marcó el número que ponía en su móvil y llamó a la agencia.
Justo en el momento que Esteban tiró el vaso de plástico del café y en el que iba a mirar los diseños de anuncios una llamada telefónica captó su atención. Alcanzó el teléfono de la oficina y respondió identificando la empresa y a el mismo.
Ella se quedó tranquila al comprobar que no se había equivocado de número.
- Buenos días. Me gustaría informarme sobre los servicios que prestáis. -dijo con timidez.
Detrás de la línea Esteban notó una sensación extraña, algo le decía que este caso podría ser uno de los más... sobrenaturales que se le iba a presentar, si tenía que describirlo con alguna palabra.
—Buenos días. Si claro, yo puedo explicarle ¿Puede venir a mi oficina ahora o desea concertar una cita? —respondió.
La joven no tenía ganas de salir en ese momento pero, pensándolo bien le vendría bien despejarse.
— Y ¿Por teléfono no me la podría dar? La información, digo —afirmó con miedo.
Esteban suspiró.
—Si pero creo que sería más conveniente tener un trato directo, si llegásemos a un acuerdo podríamos fijar precio y todo lo que pueda conllevar los trámites. A mi parecer es mejor el contacto que no hablar sobre sus cosas a través de un teléfono —explicó.
—Está bien ¿Puedo ir ahora? —preguntó convencida.
—Si. Aquí la espero —le recordó amablemente los datos de la empresa y la dirección .
Minerva apuntó los datos en una hoja que tenía a mano y se lo guardó en el bolso.
—Hasta ahora y gracias —respondió.
—Un saludo, hasta ahora —dijo Esteban despidiéndose.
Ambos colgaron los teléfonos y lo pusieron en su sitio. Ella lo metió en el bolso, salió y cerró la casa bien.
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Javier de acuerdo con su compañero de piso y amigo asintió.
—Tú dirás —afirmó.
Rubén decidido se dispuso a comentarle la idea que tenía.
— Pues lo que he insinuado antes ¿Porqué no nos vamos a otro sitio y empezamos de nuevo —preguntó.
—¿Tienes alguna idea? —respondió con curiosidad.
—Pues como estamos en Olivares, ¿Porqué no nos vamos a Sevilla capital? Lo tenemos a media hora. —miró a Javier esperando respuesta.
—A estas alturas todo me parece bien —dijo.
—No se hable más hagamos las maletas y en el primer bus que vaya a la ciudad allá que nos vamos. - añadió con una sonrisa.
Javier cogió el móvil y miró las próximas salidas de los autobuses.
—En dos horas sale uno ¿Te atreves? —le preguntó a su compañero.
Rubén soltó una carcajada.
—Pues claro, tenemos el tiempo suficiente para hacer las maletas. Si nos damos prisa cogemos los billetes y el bus a tiempo. Come on.
Rubén fue a su habitación e hizo sus maletas en un tiempo récord. Javier hizo lo mismo y preparó las maletas en la entrada. Ambos se reunieron en la puerta.
—¿Ya tienes todo? —preguntó Javier.
—Si. Luego pensamos que hacer con el piso —contestó—¿Ya lo tienes todo?
—También. Nuestros padres tienen llave a unas malas que se lleven los muebles, ¿Avisamos al trabajo?, ¿Y a la familia? —le preguntó a su amigo.
—Cuando solucionemos todo los avisamos, los del trabajo que esperen. -resopló- Ya sabes las despedidas son duras y en cualquier momento podemos venir —afirmó Rubén.
—¿Y los coches? —miró a su compañero.
—Los dejamos aquí por el momento, cuando estemos organizados y sepamos a lo que nos enfrentamos venimos a por ellos —dijo mientras abría la puerta de casa y cerraba todo.
Javier miró que todo estuviese bien. Sacó las maletas al pasillo y Rubén salió de la casa y cerró la puerta. Diez minutos después se dirigieron en taxi a la estación y nada más llegar compraron los billetes.
Esmeralda terminó todo lo que tenía que hacer por hoy y se dirigió de nuevo a Jazmín.
—Bueno, ya lo he hecho todo —esbozó una pequeña sonrisa.
Jazmín después de terminar también abrazó a su compañera.
—Hoy te trasladabas ya a Sevilla ¿No? —preguntó con curiosidad.
—Si, ahora mismo voy a por las maletas y al bus —dijo con tristeza.
—Todo irá bien. Sonríe bonita, el cambio será muy bueno veras.
Esmeralda y Jazmín sonrieron a la misma vez.
—Ya te contaré cuando llegue.
Esmeralda procedió a coger todo de su taquilla y a despedirse de los niños que aún no se habían ido.
—De acuerdo. Nos comunicamos por Whatshap —dijo Jazmín—. No te olvides de lo mucho que te quiero petarda.
—Y yo a ti. Mejor me voy que si no me pongo sentimental —dijo riéndose.
Esmeralda le dio un beso en la mejilla , se despidió con la mano y se fue a casa. En segundo lugar cogió la maleta y se dirigió a la estación de autobuses.
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Arielyn se alarmó tras escuchar a la recepcionista.
—¿Ocurrió algo? —preguntó nerviosa.
Su compañera le explicó con palabras técnicas el caso para no asustar a los familiares.
—Urge que vengas ya. Eres la única especialista para estos casos —añadió.
—En 15 minutos estoy allí —contestó.
Ambas colgaron y Arielyn cogió el bolso, metió el móvil, se puso el uniforme y se fue al hospital en coche.
Los padres de Michael miraron a la recepcionista.
—Por favor díganos algo —suplicó la madre.
—En unos minutos les atenderá la Dra. especialista en el caso. Ella se encargará de valorar el estado de vuestro hijo, mantengan la calma. El estará bien —aclaró la recepcionista.
El padre de Michael hizo que su mujer se sentara en un sillón para que se tranquilizara y él se sentó en uno que estaba justo al lado.
Arielyn llegó lo más rápido que pudo, aparcó el coche y se dirigió a cuidados intensivos. Un enfermero le explicó el diagnostico y la muchacha entró al cuarto donde se encontraba el joven.
Se acercó lentamente y vio a un joven que se estaba debatiendo entre la vida y la muerte. En su interior sintió un escalofrío, a la vez como una obligación de estar con él y salvarlo. Su meta sin duda era sacarlo adelante, era el paciente con más riesgos que había tenido en todo este tiempo.
Inmediatamente se puso a valorarlo y a hacerle todas las pruebas que necesitaba en el acto para poder decir con exactitud cómo se encontraba el paciente a sus familiares.
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