Capítulo 19.
Era la primera vez que le dedicaban palabras tan bonitas. Sonrió tiernamente a la misma vez que se sonrojaba.
—¿Por qué me dices todo esto? —preguntó ella con curiosidad.
—Porqué necesito ser sincero y que sepas mis sentimientos —contestó él—. Necesitaba quitarme la espina que llevaba por dentro.
—Y..podría saber el nombre de mi fiel admirador? —le preguntó.
—Me llamo Anthony bonita. Y mi princesa se llama Violeta, como la flor más bella que puede existir. -sonrió cuando pronunciaba la frase.
Violeta sonrió tierna. Seguidamente, él le acarició el rostro con mucha delicadeza.
—Antes de nada quiero pedirte perdón por si te he asustado en alguna ocasión. Prometo no volver a molestarte más —suspiró resignado.
Cuando el muchacho lo daba todo por perdido..
—Anthony —pronunció ella.
Anthony la miró a los ojos.
—Dime cielo —dijo esperando un argumento.
—Quiero darte las gracias por todos los detalles, por todos los gestos y por las sonrisas que me has sacado. Confieso que muchas veces también he pasado miedo por si era algún psicópata de esos que estaba obsesionado conmigo pero por lo que veo no es así. Se trata de un joven con buenos sentimientos y sin ninguna maldad —añadió ella.
El muchacho se sintió halagado por las palabras que le acababa de decir la chica que amaba.
—Lo que siento es limpio. Jamás ha sido con maldad, al contrario, quiero tu felicidad. Solo te pido que me permitas ser al menos tu amigo —contestó.
El muchacho se quedó conforme pero a la vez con unas ganas inmensas de seguir luchando por ella. Después de haber logrado tanto no podía dejarse vencer tan pronto.
—¿Sabes? Yo sí creo en las segundas oportunidades —anunció dándole a entender algo.
—¿Qué me quieres decir con eso?, ¿Me darías una oportunidad?, ¿Tendrías una cita conmigo? — preguntó nervioso.
Violeta sonrió
—La respuesta es sí. Me encantaría conocer a mi fiel admirador y si tiene que pasar algo, no descartaría que pase. Voy a guiarme por el corazón y no por lo que me dice la cabeza —dijo la joven ilusionada.
Anthony la abrazó ilusionado y le dio las gracias mentalmente al señor por bendecirlo de esa manera. Ella le correspondió el abrazo.
—Muchas gracias de verdad, esto es más de lo que he podido imaginar —dijo él muy sorprendido.
—Las gracias a ti ¿Cuando quieres que tengamos la cita? —preguntó con ganas de tenerla.
—¿Te gustaría tenerla en medía hora?Voy a cambiarme y vuelvo a por ti, así te da tiempo, ya sabes cosas de chicas. Pintarte y todo eso —contestó.
Ambos se dejaron de abrazar muy despacio.
—Estupendo —sonrió.
—Pues en media hora vuelvo. Te espero en el portal —dijo el feliz.
—Ahora nos vemos —dijo mientras le daba un beso en la mejilla.
Anthony se acercó a ella, le dio un beso en la comisura y salió del departamento. Fue a casa, se puso su mejor gala y preparó un picnic, de camino se paró en la misma floristería que le había dado tanta suerte y compró una rosa. Por otro lado, la muchacha se vistió, se maquilló muy sencilla pero con un toque muy romántico. La curiosidad de todo lo que le esperaba la estaba matando, era muy pero que muy feliz.
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Minerva rompió a llorar desconsoladamente.
—Por favor te lo pido. Vete de mi vida, haz que no me conociste, haz que no leíste nada.. —dijo hecha un mar de lágrimas
—No y no. No voy a ser yo quien te deje sola en este momento. Me niego a abandonarte en esta circunstancia —dijo desesperado.
Esteban abrazó a Minerva para consolarla y ella le correspondió.
—Te lo suplico, no quiero que te metas en medio —dijo con miedo.
— Minerva, no crees que eso es lo que ellos buscan. Darte miedo y hacer contigo lo que quieran —respondió el.
Esteban le acarició la cara y la miró a los ojos.
—Perdón —contestó apenada ella.
—¿Perdón por qué? —preguntó el.
—No debí tratarte mal. Los nervios pudieron conmigo y la pagué contigo, lo siento —dijo arrepentida.
—¿Sabes?, en realidad me encanta que me trates mal. Te pones muy sexy. Me encantan las chicas gruñonas —dijo picaron.
Ella lo miró y frunció el ceño. Sin planearlo sonrió como una niña pequeña.
—Y más si te logro robar una sonrisa como la de ahora —sonrió el también.
Ambos se miraron y no pudieron evitar reírse.
—No tienes remedio, deja de decir tonterías —le recomendó ella.
—¿Tonterías yo? No dije tonterías —contestó ella.
—Yo creo que sí —dijo segura.
—¿A caso es un pecado que me encantes? Digo, que me encanten las gruñonas —dijo para disimular.
La muchacha se sonrojó pero al ver que retrocedió, le cayó como un cubo de agua fría sobre los hombros.
—No —dijo cortante—. Bueno, está bien. Te lo contaré todo. Está en riesgo la vida de mi familia y ya no me voy a arriesgar más.
—Te escucho, no puedes ocultarlo más. No puedes vivir más con miedo, yo te ayudaré a solucionar el problema, te lo prometo —dijo para darle seguridad.
Minerva asintió. La joven aprovechó el momento para explicárselo todo con pelos y señales.
Al terminar la conversación, Minerva le enseñó todo lo que había en el cuarto secreto. Con la ayuda de un buen abogado Esteban consiguió meter a la cárcel a todos los que estaban relacionados con el delito y a escondidas de ella logró liberar a los padres y al hermano pequeño. Minutos después hizo unas llamadas y a la media hora tocaron la puerta.
—¿Qué hacías? Estás raro —preguntó ella sin entender porqué tanto misterio.
—Abre la puerta, por favor —pidió amablemente.
—¿No me vas a contar? —insistió ella.
—Ahora te explico —contestó el con ganas de ver la reacción que iba a tener su clienta en lo que canta un gallo.
Minerva abrió la puerta y no podía creerlo. Los padres y su hermano se abalanzaron a los brazos de ella con lágrimas.
La familia de ella entró y hablaron un buen rato de todo lo sucedido. Esteban en un descuido logró salir del departamento y ella lo vio.
—Un segundo papás. Ahora vengo —dijo Minerva.
Minerva salió corriendo y paró a Esteban. Se lanzó a sus brazos y lo abrazó como signo de agradecimiento.
—Gracias, mil gracias por conseguirlo —dijo agradecida.
Esteban le acarició la mejilla.
—Te dije que iba a hacer todo lo que estaba en mis manos para que fueses feliz. Mi labor contigo ha terminado, con ellos en la cárcel ya eres libre. Tienes a tu familia y ya no estarás sola —dijo satisfecho.
—Soy feliz gracias a ti, sin tu ayuda esto no lo hubiese conseguido —aclaró ella.
Minerva lo cogió de la mano.
—Acompáñame, quiero que los conozcas —sonrió.
Minerva entró con Esteban en su casa, les explicó a su familia quien era él y todos empezaron a hablar como si se conocieran de toda la vida. Parecían una familia feliz.
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Javier desvió la mirada hacía el suelo guardando silencio y su compañero lo observó.
—¿Eres tan cobarde que no dices nada? —preguntó enfadado.
—No tengo nada que decir cuando llevas razón en todo —contestó frío.
Rubén bufó.
—Bueno al menos, lo reconoces que has obrado mal ¿Eres consciente de lo que has hecho? —volvió a preguntarle en forma de reproche.
—Si, ni yo mismo me explico en qué momento pasó pero, no me arrepiento de nada —dijo sincero.
—Tío, has jugado con ella. Ahora no me digas que te arrepientes cuando he escuchado lo que le has dicho —dijo sin entender nada Rubén.
Javier se tapó la cara con las manos agobiado.
—Lo he dicho sin sentirlo, ¿Vale? No sé ni por qué le he respondido así. Y si, quizás es porque en realidad soy un cobarde —contestó decaído.
—Así no solucionas nada. Has fastidiado una amistad de oro. Es que lo pienso y me dan ganas de cruzarte la cara —suspiró—. Y pensar que me aparté para que la hicieras feliz.
—Lo sé, además, me lo merezco —dijo Javier sintiéndose culpable.
—Me da rabia, ella no es un objeto. Es la más buena que he podido conocer, no es como con las que has estado, es diferente y por eso me gusta. Lo que daría yo porqué me hiciera una chica el desayuno para valorarlo —seguía reprochándole Rubén.
—Por eso me siento mal —aclaró.
— Mira te voy a dar un último consejo. Es por tu bien, ya verás tu lo que haces o dejas de hacer —añadió Rubén—. Si en realidad la quieres, y quieres estar con ella ve y pídele perdón. Repara lo que provocaste. Si piensas lo contrario, pídele perdón pero pon un límite en medio. Déjala en paz que haga su vida a su manera y mantente al margen.
Esmeralda seguía en su cuarto, se acomodó en la cama y no podía parar de llorar. Cada segundo que recordaba todo lo que ocurrió era como si le clavaran veinte puñales por la espalda.
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Los padres seguían diciéndoles cosas de Arielyn para que la conociera más, de repente la puerta se abrió y apareció una muchacha con el cabello caoba. Los tres dirigieron la mirada y vieron que no era ella.
—Hola, ¿Interrumpo? —preguntó Ingrid.
—No, pase —dijo la madre.
Ingrid pasó y cerró.
—¿Cómo te encuentras? —le preguntó a Michael.
—Raro, pero dentro de lo que cabe bien —contestó.
—Me alegro, eres un ejemplo a seguir. Soy Ingrid, doctora del centro. Me he interesado mucho por tu caso —dijo la Dra.
—Gracias por su preocupación —agradeció él.
Los padres vieron oportuno intervenir.
—Nosotros también le damos las gracias por la preocupación —sonrieron los padres.
—No hay de qué ¿Puedo examinarle? —preguntó pidiendo permiso.
—¿Tiene permiso de Arielyn? Solo ella sabe cómo va el caso y es quien lo ha tratado todo este tiempo. Si ella no lo estima conveniente no podrá —preguntó la madre.
Ingrid asintió.
—Si, antes le pedí opinión —recordó que tenía permiso.
—Entonces, no veo inconveniente —dijo el padre.
Ingrid se acercó al joven con la intención de examinarlo cuando Michael se lo impidió. Los padres y Ingrid se sorprendieron por la reacción del muchacho.
—Mikifú, ¿Ocurre algo? —preguntó su madre extrañada por la reacción.
No quiero que me examine. Solo puede hacerlo ella, ¿Dónde está Arielyn?,¿Porqué no está aquí conmigo? —empezó a buscarla con la mirada.
—Mirando unos resultados —respondió Ingrid.
—Dile que venga, porfavor —suplicó Michael—. Quiero verla.
La madre tomó la mano de su hijo.
—Michael, deja que haga lo que tenga que hacer. Igual necesita tomarse algo o cualquier cosa —dijo la madre.
Michael suspiró resignado. Sólo quería tenerla a su lado.
—Voy a buscarla, no tardo —anunció Ingrid.
Ingrid salió de la habitación y minutos después entró Arielyn. A Michael se le iluminó la cara al verla y dejó que le hiciera las pruebas sin rechistar.
Una hora después..
Arielyn revisó todos los estudios. Efectivamente Michael ya estaba totalmente recuperado, firmó el acta de alta.
—¿Cómo me voy a acostumbrar a estar sin ti? —se preguntaba ella misma— venir a trabajar y no verte. Sé que ya estás bien y no volveré más a tenerte cerca. Me duele alejarme de ti, no quiero..Al menos me queda el consuelo de que vas a estar bien.
Diez minutos después Arielyn entró de nuevo a la habitación.
—Ya tengo los resultados —dijo con una sonrisa.
Michael y sus padres se quedaron mirándola fijamente.
—¿Cómo salieron? —preguntó Michael.
—Esta todo correcto, te tengo que dar la enhorabuena —contestó ella.
Los padres no se lo podrían creer, estaban súper felices. Arielyn le dio todas sus pertenencias y el alta.
—Firma aquí, oficialmente estas dado de alta —dijo Arielyn.
Antes de que los padres reaccionaran Michael estiró del brazo de Arielyn con lágrimas y la abrazó.
—No quiero separarme de ti —le susurró—. Prométeme que tendremos contacto, sino fingiré que me encuentro mal para estar cerca de ti —dijo con los ojos llorosos.
—Lo prometo, lo importante es tu bienestar. Es mejor que estés en casa —contestó haciéndose la fuerte.
—¿Tienes un boli y un papel cerca? —preguntó Michael.
Arielyn le acercó una hoja y un bolígrafo. Michael se apoyó donde pudo y escribió su número, se lo dio a la muchacha e hizo que ella hiciera lo mismo. Ambos se guardaron los números en un lugar seguro.
—Puedes cambiarte en el aseo, la ropa está con las cosas que te he dado —explicó.
Los padres le agradecieron una y otra vez lo que había hecho por su hijo, ella les dio unas recetas y les dijo unas recomendaciones. Los padres ayudaron a cambiarse a Michael y salieron con todo en orden. Por último, Michael firmó el acta.
—Te escribiré —dijo Michael.
Se despidieron de Arielyn y se metieron en el coche familiar. Por el cristal de la habitación se logró apreciar como Michael lloraba de tristeza, no se imaginaba ni un segundo sin ella. Dentro de la habitación, Arielyn vio como se alejaba el coche con lágrimas, acarició y observó cada rincón que había habitado Michael.
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