Anthony empezó a correr cada vez a más velocidad, estuvo durante unos diez minutos así. De repente, vio que la joven se metía en un portal.

El muchacho se ocultó en el portal de al lado mientras veía como la muchacha sacaba las llaves y entraba en su interior.

Violeta subió a su piso, abrió y acto seguido cerró la puerta. Dejó cada cosa en su sitio y se dejó caer en el sofá.

Por otro lado, Anthony se fue acercando lentamente al portal del edificio dónde vivía la joven. Ahora el problema era otro.

—Se dónde vive pero... ¿Cómo se llama y en qué piso vive?  —dijo Anthony en voz baja.

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Minerva sonrió inocentemente a Esteban.

—De acuerdo  —afirmó.

—¿Me harás caso?  —preguntó con duda él.

Minerva asintió.

—Sí ¿Es necesario que se lo prometa?    —respondió.

Esteban negó con la cabeza.

—No, no lo es  —contestó.

 —Entonces estamos en paz   —dijo Minerva.

Esteban movió la silla de forma circular y la miró.

 —Y bien, ¿En qué puedo ayudarte?  —le preguntó con curiosidad.

Minerva lo miró con temor a que se riera de ella simplemente por tener miedo, para ella le causaba terror pero otra persona podía tomarla por loca.

—Hace un rato llamé por teléfono  —añadió.

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Rubén suspiró mientras dejó los ojos en blanco.

—Tú también eres muy agradable  —sonrió Rubén.

Javier le guiñó el ojo a Esmeralda.

—Por una vez en la vida, bueno quizás sean más. Estoy de acuerdo con este tontaino  —dijo Javier.

Rubén lo miró mal.

—Yo también te quiero tontito mío  —dijo con ironía Rubén.

Esmeralda se rió.

—¿Puedo haceros una pregunta?  —miró a ambos amigos.

—Si  —contestaron ambos al unísono.

Esmeralda cogió aire.

—¿Sois gays? En los tiempos que corren no es nada raro ver a parejas así.

Rubén y Javier se miraron. Ambos tosieron a la vez de nuevo.

—¿Nosotros gays? Nunca. Como una buena mujer que se quite lo demás  —aseguró Rubén.

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Arielyn al verlos en ese estado no pudo evitar abrazarlos. Ellos la correspondieron tristes.

—¿Podemos acercarnos?  —preguntó el padre.

Lentamente los padres y la joven doctora dejaron de abrazarse.

—Sí  —contestó la Dra.

La madre miró a la Dra.

—¿Tenemos que ponernos una bata o algo de eso que se usa en los hospitales?   —preguntó.

Arielyn negó con la cabeza.

 —No hace falta —sonrió.

Los padres se acercaron a Michael con las lágrimas saltadas. La madre del chico le cogió la mano mientras que a la misma vez, el padre le besaba la frente a su hijo.

—Mi chiquito hermoso. Tienes que ponerte bien, te necesitamos mucho. Eres nuestra vida —le dijo la madre a Michael con esperanza de que la escuchara.