Capítulo 22
DEAN ©
Capítulo 22
La veo reír, jugando con varios niños. Corre de un lado a otro, simulando que no es capaz de alcanzarlos mientras los pequeños se burlan con inocencia y orgullo. Esa sensación de calidez que me recorre todo el pecho vuelve a embriagarme, es algo que solo aparece cuando la veo feliz y que solo desaparece cuando está lejos de mí. Porque, mientras que está conmigo, no soy capaz de alejar o ignorar ese calor que bulle en lo más profundo de mi pecho y que me hace darme cuenta de lo perdido que estoy en ella.
Todavía me quedaba mucho por contarle, lo poco que le solté hoy había sido suficiente para darme cuenta de que mi dolor, mi sufrimiento y todas mis agonías ya no solo las sufría yo. La niña pareció sentir tanto dolor ante mis confesiones que no me creí capaz de seguir.
Si tan solo supiese la clase de hombre que soy no sentiría una pizca de lástima por mí. En momentos en los que me demostraba sin barreras la pureza de su alma y la bondad de su corazón, me sentía un gran hijo de puta. No merecía su cariño, mucho menos su pena.
Pero se sentía tan jodidamente bien que es difícil que alguien tan egoísta como yo la deje ir, aun a sabiendas de todo lo que puedo causarle.
—¿Qué te trae por aquí? —Katherine interrumpe mis pensamientos, apareciendo a mi lado y siguiendo el recorrido de mi mirada — Es una chica muy mona, demasiado dulce diría yo. ¿No preferías a las putas? Ya sabes, ellas jamás se harían ilusiones con alguien como tú.
—Alguien como yo te salvó la vida en más de una ocasión —la encaro, su amabilidad se había esfumado. Ahora que no había nadie a nuestro alrededor la verdadera Kat salía a la luz.
—No creas que fue por voluntad propia, tu me habrías dejado pudrirme entre estas paredes.
—Eso es cierto, una puta como tu no merecía otra cosa. Pero te salvé, estás en deuda conmigo, de por vida —le recuerdo eso que sabe demasiado bien. Sus facciones se endurecen, puedo apreciar la molestia emanar de cada poro de su piel y no hay nada que me guste más.
La verdadera historia ente Katherine y yo es demasiado compleja. No mentí cuando dije que nos criamos juntos, ella también acabó en este infierno. Estuvo encerrada menos tiempo, por motivos distintos a los míos, pero eso no le salvó de tener un final tan horrible como la mayoría de los que acabamos allí.
Cuando llegó yo ya tenía quince años, recuerdo perfectamente la primera vez que la vi. Me resultó hermosa, llevaba tanto tiempo sin ver a una chica que ya se me había olvidado lo que era una. Ese día el silencio lo inundó todo, ninguno de los que estábamos allí encerrados podíamos entender qué hacía una chica aquí; en un centro exclusivo para varones.
Todos sintieron curiosidad, sobre todo los más mayores. Querían conocerla, escuchar su voz. A algunos les hacía recordar a sus madres a otros solo les despertaba ese lado sexual que llevaba años dormido.
En mí, por el contrario, solo despertó preocupación. Una mujer aquí sería como los dulces para los niños, tan adictivo como destructivo. Y no exactamente para los monstruos, ellos no podrían dejarla y ella simplemente acabaría tan destrozada como los peores de nosotros. De inmediato una incontrolable necesidad de protegerla me dominó y, desde el día que llegó, la vigilé desde las sombras, buscando su protección, cerciorándome de que su seguridad estaba asegurada.
Así pasaron los primeros meses, ella se movía como un fantasma y yo la seguía como si fuese su propia sombra. Por muy extraño que me resultase, ningún guardia se fijaba en ella, casi parecía que era invisible para ellos. Estaba tan agradecido por ello que, poco a poco, la fui dejando de ver como un ratón en apuros y comencé a visualizarla como a Holly. Ya no temía por que los guardias la lastimasen, sino por cualquier peligro que pudiese llegar a correr.
A día de hoy puedo mirar atrás y darme cuenta de que mi cabeza estaba tan jodida como mi interior, me obsesioné tanto que llegué a creer que se trataba de la propia Holly. La observaba comer, pasear, dormir... No le quitaba el ojo de encima y, como todo acosador, tarde o temprano acabé pillado.
Puedo decir que nos volvimos buenos amigos, desde que tuvo el valor a hablarme no había momento en el que nos separásemos. Parecíamos hermanos, o como a muchos de los chicos les gustaba decir, novios. No puedo negar que, con tan solo quince años y una vida tan jodida, que ella llegase se sintió bien, así que todos esos comentarios en vez de incomodarme me agradaban. De aquella soñaba con amar y ser amado, y Kat parecía la persona adecuada para ello.
Ella fue la primera mujer que besé, la primera a la que vi desnuda y la dueña de mi virginidad. Ambos descubrimos muchas cosas juntos. Si embargo, Katherine no fue la primera mujer en engañarme, dañarme y traicionarme.
A los dos años de su llegada, justo cuando comenzaba a sentir los vestigios de la felicidad en aquella cárcel, esos hombres llegaron. Eran muchos, superarían el centenar, e irrumpieron en el orfanato disparando contra todo lo que se les cruzase. Acabaron con guardias y compañeros hasta que dieron con nuestra habitación, Kat y yo estábamos juntos, así que no dudé en interponerme entre ella y esos desconocidos.
—Señorita Katherine, es hora de partir —informó uno de ellos.
—¿Los conoces? —pregunté incrédulo.
Habíamos dejado atrás a amigos, muchos de ellos habían intentado detener a los hombres solo para protegerla.
—¿Ha salido todo bien? —preguntó al hombre, ignorándome.
—Sí señorita, el peligro a terminado. ¿Quién es él?
—Solo un amigo.
—¿Sabe algo?
—No.
—Nos aseguraremos de que eso sea cierto —interrumpió otro hombre, este lucía diferente. No vestía como los demás, su cuerpo se ocultaba tras un pulcro traje y de sus manos colgaba lo que parecía un bate de hierro.
—He dicho que no sabe nada —insistió Kat.
Yo me encontraba perdido, no entendía nada, pero si algo tenía claro es que no quería verla marchar. No quería quedarme sin ella, no podía siquiera imaginar lo que sería verme solo nuevamente.
—Kat, ¿Qué está pasando?
—Sáquenla de aquí —ordenó el trajeado —. De él me encargo yo.
Si cierro los ojos todavía puedo sentir la paliza que me dio. Sé que no lo hizo por lo que pudiera saber, con esos golpes quiso iniciarme en su mundo. No sé qué vio en mí, todavía desconozco sus motivos, pero tras ese día comenzó todo.
—¿Algún día dejarás de odiarme?
—No.
—Yo te quise Dean, pero si mi padre descubría que había hablado con un hombre nos habría matado a ambos.
—No quiero tener otra vez la misma conversación, ya no me importa Kat. Todo lo que pasó cuando estuvimos aquí encerrados no significa nada para mí, tu no vales nada. Si aun estás con vida es porque estos niños necesitan a alguien que mire por ellos, y parece ser que es lo único para lo que vales desde que tu padre intentó matarte —espeto con brusquedad.
La odiaba, me causaba repulsión haber apreciado a la persona por la cual acabé donde estoy.
—Espero que esa niña tenga la oportunidad de huir de ti, sino acabarás destruyéndola como a todos —sin cuidado la tomo del brazo, acercándola lo suficiente como para que mis próximas palabras solo sean escuchadas por ella.
—Una sola mención más de ella y estaré encantado de decirle a Petrov dónde está su bonita hija —pasa saliva, agachando la mirada y asintiendo repetidamente. La alejo entonces, su sola cercanía me causaba náuseas.
Su padre, uno de los mejores narcotraficantes y experto en la trata de mujeres, ya no es aquel hombre que daba todo por la protección de su hija. Cuando la encerró aquí lo hizo únicamente para cerciorarse de que absolutamente nadie podía llegar a ella, de aquella todo cuanto poseía y apreciaba se vio en peligro por decenas de bandas enemigas que querían ocupar su lugar.
Cuando conocí a Petrov, cuando ese maldito me llevó hasta él, lo único que aprecié fue a un enfermo ansioso de poder, pero con una gran debilidad. Él fue mi mentor, el rey que me convirtió en uno, me hizo a su imagen y semejanza, con la única diferencia de que, tras toda mi locura y enfermad, jamás habría espacio para lastimar a quien más quiero. Petrov, por el contrario, no tuvo ni una pizca de duda a la hora de ordenar la inminente muerte de su única hija.
El poder le pudo, tanto que lo único que supo hacer para que los enemigos no pudiesen con él fue matar a su única debilidad.
—¿Por qué no lo has hecho ya? Todavía me quieres Dean, jamás podrías hacerme daño —el orgullo en su voz me hace apretar los puños.
Mis próximas palabras se ven interrumpidas por la dulce voz de Amor, la busco, camina hacia a mí con una hermosa sonrisa sobre los labios. Su corta melena baila en el aire a causa de la suave brisa y ese vestidito que tanto deseo arrancarle se eleva, dejando la piel lechosa de sus muslos al descubierto.
—Hola —se apoya en mis hombros e impulsándose con la punta de sus pies intenta alcanzar mis labios. La sostengo de la cadera, ayudándola a no caer y extingo la corta distancia que nos separa. Sus labios saben a gloria, se sienten como estar en las jodidas nubes flotando. Con tan solo un roce desaparecía toda la mierda de mi cabeza y traía esa paz que durante tanto tiempo he estado buscando.
Cuando se aleja me sonríe, y entonces, me doy cuenta de que no necesito más. Es con ella cuando siento que todo lo malo desaparece, es a su lado donde me siento completo, es en su mirada donde me reflejo y no veo al monstruo que todos ven. Es junto a ella donde quiero pasar el resto de mi miserable vida.
»—¿Tienes las medicinas? —pregunta con timidez.
Desde que Lizzy soltó esa estupidez le avergüenza tener que decirme que necesita medicamentos para estar bien. No sé qué mierda le pasará por la cabeza, pero si cree que me afecta en algo que necesite medicinas está jodidamente equivocada.
Algunas personas necesitan medicinas para estar bien, otras su piquete diario, otras comida, y en mi caso, la necesito a ella.
Amor es mi medicina.
—¿Qué te pasa?
—Lárgate de aquí —rujo. Kat me mira por última vez, no sé qué mierda noto en su mirada, pero intuyo que nada bueno. Aun así, no tengo tiempo para prestarle atención a esa traidora, lo ignoro y me centro en la niña.
—¿Por qué la tratas así? ¿No es tu amiga? —inquiere con inocencia, rodeándome el cuello con sus finas y cálidas manos.
Evito responder, aproximo nuestros rostros y le robo un beso.
—Vamos a por tus medicinas —la tomo de la mano y la encamino hacia la camioneta, allí la acomodo en la parte trasera mientras busco sus medicamentos en el asiento delantero.
—Este lugar es muy bonito, conviertes el abandono en algo no solo superable, sino agradable —comenta con admiración cuando vuelvo a su lado —. Esos niños son felices, y todo gracias a ti.
Con su mirada orgullosa clavada en mí preparo la inyección que necesita y tomo entre mi mano las dos pastillas que complementan el tratamiento. Me acerco a ella y se las tiendo, entregándole también la botella de agua. No le cuesta pasarlas, así que cuando termina tomo su brazo.
—¿Lista?
—No, odio las agujas —se queja en un puchero, sonrío inevitablemente y le planto un casto beso en esos gruesos labios.
—Solo será un momento —animo,y como cada día, hundo la aguja en su brazo y vacío el contenido que la ayuda a no sentir ningún tipo de dolor. Dejo las cosas a un lado y me centro en amasar la zona mientras regalo besos a cada parte de su cara, ella ríe con fuerza, haciéndome feliz.
—Gracias —canturrea, acariciando mi nuca —. Gracias por confiar en mí, por traerme aquí y mostrarme esa parte de tu vida, por cuidarme... por regalarme días tan increíbles.
—¿Por qué suenas apenada? —tomo su barbilla, obligándola a no apartar la mirada. La primera alerta se instala tras mi cabeza, mi pulso se acelera y los nervios me atacan.
—Pronto tendré que volver a casa, no puedo pasar tanto tiempo alejada de papá. Además, si él acepta que salga del hospital podré volver a iniciar mi vida. ¿Estarás conmigo? —pregunta con ilusión, el brillo en su mirada.
—Siempre estaré contigo —me abraza con fuerza.
La culpabilidad me golpea, había intentado alargar todo esto lo máximo posible, pero estaba claro que tarde o temprano tendrá que leer la nota que su padre le dejó. Tendré que verla hundirse por mi culpa, pero también la veré salir adelante con mi ayuda. Mi gran error no estropeará lo nuestro.
—¡Tengo tantas ganas de empezar las clases! ¿Qué será de mis amigos? Hace tanto que no los veo que ni siquiera sé si se acordarán de mí.
—Volverás a recuperarlo todo niña, solo tienes que esperar a que demos con Abruzzi —asiento, buscando su aprobación.
—¿Cuánto vas a tardar en encontrar a ese loco? ¿No eras el rey del mundo? —reprocha con burla, golpeándome el hombro entre risas.
—Esa rata es escurridiza, pero ten por seguro que daré con él. No dejaré que ni él ni el doctor queden exentos de casi haberte matado.
—Mi héroe —susurra, tallando mi rostro —. Siempre he tenido miedo a enamorarme, hasta que te encontré. Es un orgullo amar a alguien como tú.
Sin darme tiempo a reaccionar me besa. Mi mente se encuentra en blanco, mi corazón parece haberse detenido y cualquier rastro de coherencia haber desaparecido. Mis emociones estallan, se dispersan por mis venas tan rápido que duele y con tanto desconcierto y revuelo que aturden.
Emoción, felicidad, amor, miedo, inseguridad, dudas, confianza, orgullo, satisfacción...
Vienen y van, llegan y golpean con fuerza para irse y dejar entrar a otras nuevas. No sé cuánto tiempo pasa, pero de un momento a otro ya no siento sus labios sobre los míos, ya no siento sus manos sobre mi piel, ni siquiera soy capaz de escucharla o verla. Solo puedo enfocarme en todo eso que ataca mi cuerpo y me hacen sentir tan único y poderoso, como destrozado y magullado. Jamás imaginé llegar a experimentar algo así, es como haberme metido el mejor chute y estar ahora mismo en el jodido cielo.
—¿Dean? —escucho en la lejanía —¿Dean? —insiste, esta vez con más fuerza.
—Vuelve a decirlo —exijo cuando vuelvo a mí, elevo la vista y clavo mis ojos en ese verde que pasa de preocupado a feliz.
—Te amo Dean —susurra sobre mis labios.
—Otra vez —tomo su rostro, detallando cada parte con admiración y redención.
—No llores —acerca sus manos y limpia esa agua salada que resbalaba por mis mejillas sin previo aviso —. Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero. Jamás dejaré de hacerlo, siempre voy a querer al hombre que me devolvió la vida, al gruñón y pervertido diablo que lucha a diario por mantenerme a salvo, al hombre fuerte que teme lastimarme si me ama... Nada de lo que intentes hará desparecer mis sentimientos por ti. Mi Dean.
• • •
¡Muchísimas gracias por los 50k! Ayer lo agradecí por todas partes, pero igualmente quiero hacerlo también por aquí. Sin vosotras nada sería posible, así que mil gracias. Hacéis que alcance metas que creí imposibles y que, todo el trabajo, merezca la pena.💖
¿Doble actualización? Pues sí, continuar que tenéis un capítulo cortito de regalo. 😏
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro