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Capítulo 3: Mercancía

Eiden me mostró todo el enorme lugar, lo que, incluida las canchas de fútbol americano, soccer y basquetbol; el enorme teatro; y las piscinas. 

Habíamos visto unos cuantos alumnos instalándose en sus respectivas habitaciones, pero en gran parte, el internado estaba vacío.

Eiden parecía ser bastante popular por ahí, pues los pocos alumnos con que nos topamos, lo saludaban como si fueran sus amigos de toda la vida o les pareciera la persona más genial de todo el mundo.

Cuando terminó mi tour con Eiden, fui a mi cuarto a ordenar mis cosas. Hice mi cama, puse mi ropa en el armario y lo más importante, saqué mi laptop para contactarme con un amigo y proveedor.

Abrí mi Instagram y entré al perfil del mi amigo para luego mandarle un mensaje por privado.

Ese día era jueves, significaba que mañana en la tarde podría salir de esa prisión educativa para adolescentes.

Mi amigo me respondió unos minutos después: "nos vemos donde siempre".

Una sonrisa se formó en mi boca, pero luego se esfumó. ¿Cómo llegaría hasta allá sin automóvil? Tenía que haber alguna parada de autobús en alguna parte.

No me agradaba la idea de tener que preguntarle a Eiden más cosas. No parecía un mal tipo, pero parecía demasiado correcto y aburrido, probablemente preguntaría porqué saldría y no quería tener que inventar algo.

¿Cómo le preguntaba sin dar explicaciones, ni tener que mentir?

[...]

Al día siguiente desperté de pésimo humor. Esa cama no era la mejor del mundo y menos tenía comparación con mi gran cama y mi mullido colchón.

Luego de despabilar, me levanté y fui a las duchas con mi cabello desordenado y enredado como siempre. Por suerte, solo me topé con una chica, la cual estaba saliendo en el momento que yo entré.

Rápidamente me bañé y me vestí para volver a mi cuarto.

Debido a que aún eran vacaciones, no teníamos un horario tan estricto, por lo que el desayuno era de nueve a doce del día. Dependía de cada uno cuando tomarlo.

Fui a las once al comedor para desayunar y me senté sola en una mesa.

Había varias personas en el lugar, algunas desayunando recién y otras que ya habían terminado y estaban conversando.

Ninguno se parecía a mi a simple vista.

Mientras yo estaba vestida con una camiseta de línea de hombre varias tallas más grande que la mía, unos jeans apretados y una sudadera abierta tan grande como mi camiseta; los demás tenían ropa algo más elegante.

Sabía que ese internado era privado y sólo la gente con bastante dinero podía pagar la mensualidad, pero no pensaba que todos se vestirán como niños de clase alta.

De pronto, vi a Eiden sentado con un grupo de chicas y chicos igual de perfectos que él... eran realmente molestos. ¿Sólo yo lo veía así? Porque todos parecían sonreírles genuinamente.

Después de terminar mi desayuno, me acerqué hacia el grupo de Eiden y saludé con la sonrisa más natural que pude poner en mi cara.

—¿Puedo preguntarles algo? —todos asintieron—. ¿Hay una parada de autobuses por aquí cerca?

—¿Tienes que salir hoy? —preguntó una chica de pelo naranjo ondulado.

«¿Qué te importa, entrometida de mierda?», pensé, tragándome las ganas de decirlo en voz alta.

—Sí, hay algo que debo comprar.

—¿Dónde?

Estaba al borde de perder la calma y ahorcar a la versión barata de Clary Fray de Cazadores de Sombras.

—Pues a un lugar.

—Estela —la llamó Eiden—. No seas tan entrometida, la asustaras.

"Asustar" no era la palabra, más bien era "desesperar hasta la muerte".

—Hay una parada unos metros hacia el norte.

—Gracias.

—Ah, Heather —me dijo Eiden antes de que me fuera—. Toma...

Sacó algo de su bolsillo de la chaqueta y me lo entregó.

Yo tomé la tarjeta y la analicé. Era una clase de identificación con mi nombre, edad y curso.

—Cuando quieras salir y entrar, muéstrasela al guardia.

—Gracias, otra vez.

Le di una sonrisa amable y salí lo más rápido que pude de ahí para ir en dirección a cuarto.

¿Hacia donde demonios quedaba el norte? Podía decir que mi sentido de ubicación jamás ha sido bueno. Si hubiera tenido mi celular en ese momento hubiera podido usar Google Maps y ahorrarme los problemas.

Cuando se acercaba la hora a la que había acordado con mi amigo de juntarnos, tomé mi mochila y salí.

Cuando estaba en la puerta principal, el guardia me pidió la tarjeta de identificación que me había dado Eiden y la revisó. Luego de asegurarse de mi edad, abrió, salí y miré hacia ambos lados.

Noté que hacia mi derecha había una parada a unos metros, así que caminé en esa dirección y cuando llegué, me senté en la banca a esperar.

El autobús no demoró demasiado, incluso llegué al lugar de encuentro diez minutos antes.

El lugar era un callejón entre unos departamentos, donde nadie podía ver la transacción ilegal que se hacía. Nadie más que los que recogían la basura se metían a ese lugar.

Justo un minuto antes de la hora, mi amigo apareció.

—Bien, ¿cuánta vas a querer?

—¿Cuánto tienes? —pregunté algo impaciente.

—Oye, ¿por qué tan desesperada?

—No sé si Kim te dijo, pero mis padres me enviaron a un internado... Si no fuera porque soy mayor de edad, no podría salir de ahí sola.

Kim era amiga de él, por eso se había convertido también en mi confiable proveedor de hierba.

—Debe ser una mierda, ahora entiendo porque necesitas esto —el chico abrió su mochila en el suelo y me pasó cuatro bolsitas plásticas—. Te haré un descuento porque me das pena.

—Espera, mejor regálame papelillos.

El chico volvió a meterse en la mochila y sacó una pequeña cajita parecida a la de unos chicles. Yo le pasé el dinero y metí todo lo que había comprado en la mochila.

De pronto, una persona que pasó por la calle llamó mi atención.

«¿Eiden? ¿Qué mierda hace aquí?».

Colgué mi mochila al hombro, me despedí y salí del callejón rogando que Eiden no me hubiera visto.

—¿Heather?

Sentí la voz de quien tanto temía a mis espaldas.

Me volteé con una sonrisa muy falsa y fingí sorpresa.

—¡Eiden! ¿Qué haces por aquí?

—Bueno, vine a comprar unas materiales y encargos de algunos profesores.

¿Mis oídos habían escuchado bien? ¿Hacia favores a los maestros?

En ese momento supe la clase de chico que era Eiden. Era ese sujeto que corría como perro faldero detrás de los maestros, recordaba los días que había prueba y era al que dejaban a cargo cuando el profesor salía del salón. Dos palabras: lame botas.

—Ah —dije simplemente—. Que bien.

—¿Qué hacías en ese callejón? —apuntó al lugar en que había estado veinte segundos atrás.

—¿Yo? ¿Ahí? ¿Qué? —decidí fingir demencia.

Eiden me miró con recelo, probablemente yo también comencé a desagradarle en ese preciso momento.

—Bien, me voy —dije—. Nos vemos en el internado.

—Claro. Adiós.

Está vez, ninguno le sonrió al otro.

Caminé lejos de él lo más rápido posible. Era una mala idea tener a esa clase de personas en contra, pero yo no era lo suficientemente buena actuando como para fingir que me agradaba.

En ese momento, solo le pedía a Dios que no comenzara a vigilar lo que hacía en el internado.

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