Capítulo 29: Nuevo ataque
Pronto sería el cumpleaños de Derek, por lo que estaba con mis amigos en el centro comercial, comprando regalos.
Kim y Josh entraban a todas las tiendas que veían, mientras Michel y yo esperábamos afuera con los regalos ya comprados.
—Terminaremos en dos horas más —comentó Michel—. Igual que todos los años con ellos.
—Lo sé...
Kim y Josh eran mucho más detallistas para los regalos, mientras Michel y yo nos íbamos a las cosas típicas que sabíamos que le gustarían al cumpleañero.
De pronto, vi a lo lejos una cara conocida. Era el tipo traficante que me había golpeado en la calle, junto a su amiga o novia... lo que fuera.
Intenté ocultar mi cara detrás de Michel, disimulando lo más posible.
—¿Qué haces? —me preguntó ella.
—N-nada.
—Actúas extraño.
—No, no.
Michel no estaba ayudándome.
—Sabes, debo ir al baño.
Le entregué mi bolsa con el regalo de Derek y corrí al baño más cercano para ocultarme por un rato, aunque fuera.
Una vez adentro, aproveché de meterme a un cubículo, me quité la mochila y decidí orinar.
Cuando salí, me encontré con alguien que no quería.
La chica me miró con sorpresa, pero no una grata.
—Heather... Qué coincidencia, ¿no?
Recordaba mi nombre también, lo que no podía ser buena.
No lo pensé dos veces e intenté salir corriendo del baño, sin importarme no haber lavado mis manos, pero ella me jaló del cabello y me tiró al suelo.
—¡Déjame, perra!
—¡Cometiste un error, princesa!
La chica sacó una manopla de su bolsillo, que luego puso en su mano, y me dio un golpe, casi sacándome los dientes. Le di un golpe en el estómago como pude, intentando sacármela de encima. La chica solo se quejó un poco, pero no salió.
—¡Ayuda!
—¡Cállate! ¡No hay nadie más aquí!
Sentí otro golpe en la cara y comencé a llorar.
—Ay, la princesa tiene miedo.
Vi una oportunidad y metí la mano en un bolsillo exterior de mi mochila, la cual estaba tirada a mi lado y saqué un encendedor. Lo encendí y lo acerqué a la cintura desnuda de la chica, debido a que usaba una camiseta corta. Cuando sintió su piel quemarse, se distrajo y logré empujarla.
Me levanté del piso y corrí a encerrarme en un cubículo. Saqué mi celular de la mochila y marqué un número que nunca creí que marcaría en mi vida.
—¿Hola? ¿Quién habla?
—Oficial Cooper —dije temblorosa—. S-soy Heather, necesito ayuda.
La chica comenzó a golpear la puerta del cubículo para intentar abrirla.
—¿Dónde estas?
—Crown Street Mall. En los baños del segundo piso.
—Bien, no cuelgues. Voy para allá.
Hice lo que la oficial me dijo y dejé el teléfono sobre el estanque del inodoro.
En ese momento, la puerta del baño se abrió y una voz masculina que conocía se hizo presente.
—¿Dónde esta? —lo escuché preguntar.
Unos segundos después, los golpes en la puerta del cubículo se intensificaron.
«Dios, sé que no merezco tu ayuda, ni los regalos de Santa o los huevitos del conejo de Pascua..., pero si salgo de esta, prometo no volver a desviarme del camino de la bondad y... ».
—¡Sal de ahí, princesita!
—¡Que no soy una princesita, perra estúpida!
«Ahora sí, disculpa. Tú amigo íntimo, Lucifer, me poseyó por unos segundos».
La puerta se abrió, completamente aboyada y me sacaron de donde estaba para tirarme al piso.
Antes de que pudieran comenzar a golpearme. Michel entró al baño con Josh y Kim detrás.
—¿Qué mierda?
—Si salen y mantienen la boca cerrada... no les pasara nada —dijo el chico.
—Y si tú tocas a mi amiga, desearas no haber nacido —amenazó Michel.
Los golpes comenzaron a llover como condones en fiesta adolescente (fue la mejor comparación que pude pensar). Aún cuando nosotros éramos cuatro, éramos más débiles, así que no había mucha ventaja.
—¡Todos quietos! —la oficial Cooper apareció el baño con una pistola en la mano.
Todos nos separamos y levantamos las manos. Los dos traficantes me miraron con furia, pude sentir que fuego salía de sus ojos.
Obviamente, todos fuimos arrestados por desórdenes.
Entre distintos oficiales, nos sacaron del baño esposados en dirección a las patrullas estacionadas afuera.
—No le diga a mi mamá aun —le dije a la oficial Cooper.
—Ya eres grande, Heather. No tengo que llamar a tu mamá... aunque creo que se enterará por las noticias.
De alguna forma, habían llegado un montón de periodistas de canales de televisión al centro comercial.
—Lo hice en defensa propia.
—Heather. Tus derechos —me recordó.
Guarde silencio. Tendría que esperar a poder llamar a mi abogado.
[...]
Entre la oficial y mi abogado me ayudaron para lograr argumentar que mi actuar fue en defensa propia.
Por su puesto, debí decir mi tipo de relación con mis atacantes. Tuve que contar lo de las drogas y provoqué que se hiciera un sumario al club donde los había conocido.
Tendría que no volver a meterme en un club nocturno en mi vida, ya que todos los microtraficantes sabrían mi nombre.
Cuando Briden fue a recogerme al departamento de policías, supuse que tendría un problema, pero me había equivocado.
—Fuiste valiente —me dijo Briden—. Te felicito.
Yo abracé a mi hermano. Había estado muy asustada mientras estaba en ese baño, por un momento, pensé que me matarían o me dejarían en coma. No me asustaba tanto lo que pasaría conmigo, sino el dolor que le causarían a mi familia.
Me di cuenta de que era una egoísta. Hacía desastres y me drogaba poniéndome en riesgo, sin pensar en lo que le causaría a la gente que me amaba con eso.
«Dios, me haz iluminado».
En realidad, yo era atea, pero me gustaba pensar que podía pedirle a alguien mágico como Dios... él era mágico, ¿no?
Cuando mamá llegó a casa del trabajo y se enteró de lo que había sucedido, papá debió sostenerla para que no se desmayara.
Me llevaron al médico y mamá tomó una decisión: meterme a terapia.
Antes me hubiera quejado hasta la muerte, pero debía admitirlo, yo sí quería tener la capacidad de dejar las drogas fuera de mi vida de una vez por todas.
[...]
Estaba de vuelta en el internado.
Entré a mi cuarto y lo primero que hizo Zafiro, fue acercarse a mirarme con detención.
—Ay, no. Te ves horrible.
—Gracias, Zafi —dije irónica.
—Derek me dijo que tú y los demás habían tenido problemas —explicó—. Iba a llamarte, pero preferí esperar a hablar contigo en persona.
—Bueno, estoy bien... ¿Hablaste con Derek? —pregunté extrañada.
Zafiro le resto importancia.
—Si, hablamos a veces.
—Ah... ¿a veces?
Zafiro se sentó en su cama y se encogió de hombros.
—Sí —respondió—. ¿Y que va a pasar con los golpeadores?
—Pues están en prisión preventiva. Quieren descubrir la mayor cantidad de menores a los que les han vendido drogas.
—¿Qué harás tú?
—Salir de todo ese mundo de una vez por todas —dije decidida.
—Buena decisión.
—Lo sé.
—¿Y con Eiden?
—¿Él que?
—Vi como lo miras y como él te mira —dijo subiendo y bajando las cejas.
—Estás loca —mis mejillas sonrojadas del ataron mi mentira.
—Sí, claro.
Me tiré en la cama, mirando hacia el techo. ¿Qué debía hacer con Eiden?
Aún no estaba segura de que él me gustara, pero definitivamente me estaba pasando algo. Esa sensación en el estómago y esas ganas de saber que hacía todo el tiempo, dejaban en claro que ni siquiera era un aprecio de amigos o compañeros... era algo más.
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