Capítulo 28: Sentimientos
Yo había tenido sexo con varios chicos. No muchos, pero varios. Las veces que no estaba bajo los efectos del éxtasis, no había llegado al clímax... ni a rozarlo.
Por alguna razón que desconocía, con Eiden me sentía diferente. Quizás eran los besos y toqueteos que usaba para atrasar el momento de tener sexo, no lo tenía claro. Solo sabía que me sentía distinta.
Eiden desabrochó mi sujetador de una vez por todas y comenzó a masajear mis senos. Yo tenía una sonrisa en la cara, hasta que oí mi teléfono.
«¡Tiene que ser un chiste!».
Si no recordaba mal, era la tercera vez que un teléfono interrumpía un momento entre nosotros dos.
—Es Michel —dijo Eiden, tomando mi celular—. Tienes que contestar.
Le recibí el teléfono de mala gana y me lo puse en la oreja.
—¿Qué? —debí sonar molesta, pero no me importó.
—Amiga, hay una fila enorme aquí —dijo Michel, del otro lado de la línea—. Te llamo ahora porque creo que nos demoraremos más aún.
«Una buena noticia. Gracias Dios».
—No te preocupes.
Eiden comenzó a pasar su lengua por sobre mis pezones, provocando que yo me sobresaltara un poco. El desgraciado era casi tan diabólico como yo.
—¿Quién diría que tantas personas vendrían a comprar pizza a las once de la noche?
Eiden metió su mano debajo de mi ropa interior e introdujo uno de sus dedos dentro de mí. Yo aguante hacer algún ruido.
—N-no tengo I-idea... Me tengo que ir. Adiós.
Le colgué y tiré el celular sobre la mesa de noche.
—¿Tiene que motivarte la maldad?
—Sí, algo así.
Eiden volvió a atacar mi boca con sus besos y yo metí mis manos bajo sus boxers.
«Tamaño considerable... ».
Nos separamos y nos quitamos las prendas que nos quedaban.
—Oye... yo...
Puse mi dedo índice sobre sus labios y asentí.
—Lo tengo todo bajo control.
Eiden se recostó sobre la cama y yo me estire hacia la mesa de noche. Abrí el cajón y saqué un condón, notando que solo me quedaban dos.
«¿Qué acaso Briden es un conejo?».
Evite pensar en eso. No había algo peor que pensar en mi hermano cuando estaba a punto de tener sexo.
—¿Sabes ponerlo? —pregunté.
—Bueno, eso creo...
—No importa, yo sé.
Me senté en la cama, abrí el paquetito y saqué el condón para ponerlo sobre el miembro de Eiden.
—Es con sabor a frutas —dije, mientras lo ponía.
—Tengo una duda —dijo él—. Tal vez tú sepas responderla... ¿de que sirve que tengan sabor?
—Para esto.
Metí su miembro a mi boca, haciendo que él abriera los ojos y apretara las sábanas con sus manos.
—Sabor a fresa... —comenté, cuando lo saqué de mi boca.
—Interesante.
Me subí sobre él y dejé un pequeño beso en sus labios.
—Si quieres hacer algo, solo hazlo.
Tomé, con una mano, su miembro y lo ubiqué en mi entrada, para luego bajar lentamente hasta que estuviera todo adentro.
Los siguientes minutos fueron, quizás, los más maravillosos que había tenido en mi cochina y loca vida. Era la primera vez que sentía placer sin ninguna droga recorriendo mi organismo y se sentía maravilloso.
En ese momento, Eiden me tomó y me volteó, quedando él arriba mío.
—Heather, eres hermosa —dijo antes de volver a besarme.
Eso removió mi estómago. ¿Hermosa? Ningún chico me había dicho eso jamás. Me habían dicho cosas como: "eres genial", "eres divertida" y "que lindos ojos" (lo último me lo dijo un chico homosexual, pero debía decirlo de todas maneras); pero jamás "hermosa".
«Ay, Heather... ¿Qué tan bajo esta tu autoestima para que te emociones por eso?».
Mi conciencia tenía razón. Borré eso de mi mente y me concentre solo en el sexo.
Para ser un principiante, Eiden lo había hecho muy bien. Había logrado que yo terminara y eso había sido más que suficiente para mí.
Eiden se quitó el condón y fue a tirarlo al baño. Cuando volvió, yo estaba comenzando a vestirme.
—¿Crees que lleguen pronto? —me preguntó.
—Quizás, ¿por qué?
Se encogió de hombros.
—Preguntaba...
Eso siempre tenía un trasfondo. Nadie hacía preguntas porque sí o por preguntar.
—¿Por qué? ¿Qué quieres?
—Estar contigo —dijo en voz baja.
«Ahora si puedes emocionarte».
Yo comencé a vacilar. ¿Qué se hacía en momentos como ese?
Cuando él terminó de vestirse, se tiró en la cama y me jaló junto a él.
—Cuando lleguen, correremos abajo, ¿sí?
Yo me acomodé contra él, sonrojada.
—Está bien.
Eiden comenzó a jugar con mi cabello y luego dejó un beso en mi frente. ¿Eso significaba que ya no me detestaba? Imaginaba que sí. Nadie le da un beso en la frente a alguien que deteste, quizás en los labios, pero jamás en la frente.
«Maldición, ¿Qué estoy haciendo?».
A mí no me gustaba Eiden y, aunque jamás me hubiera imaginado que yo a él, en ese momento podía ser una realidad.
Eso me pasaba por tener sexo con un chico virgen que no parecía ser la clase de persona que buscaba una relación abierta o de una noche.
¿Cómo lo haría para no darle ilusiones?
[...]
¿Qué me había pasado? Lo besé unas veces, tuve sexo con él una vez y ya me había vuelto loca... No podían pasarme cosas con él.
Durante toda la clase mi cabeza se giraba casi involuntariamente para ver que estaba haciendo mi compañero de puesto.
«Que fácil eres, Heather».
Eiden me miró de reojo.
—¿Por qué me miras tanto?
—Por nada.
—¿Tengo algo en la cara?
—No.
Estábamos en clases de matemáticas, en el primer día del segundo semestre escolar, pero eso era lo de menos en mi cabeza.
—Me pones... me pones nervioso —confesó.
—No me importa.
Bien, debía mejorar mis métodos para tratar con las personas.
—¿Quieres que todos se enteren de que te gusto?
—No me impor... Espera, ¿Qué?
Le di una patada por debajo de la mesa. De pronto, todos mis lindos pensamientos, habían salido huyendo de mi ser.
Eiden se quejó y sobó su pierna disimuladamente por debajo de la mesa.
—Me refiero a que yo si se disimular.
—¿Disimular que?
—Tú sabes. No te hagas.
—Murphy y Bailey. Se callan o salen de mi sala.
Los dos nos quedamos en silencio debido a la reprensión de la maestra.
Aunque no pudiera decirle nada al tarado de mi compañero de puesto, me quedé pensando en lo que había dicho.
¿Él disimulaba qué? ¿Cuándo le gustaba alguien? ¿Qué le gustaba yo?... Aunque lo había pensado, me costaba creerlo. Yo no podía gustarle al Señor Perfección.
¿Le gustaba alguien más? Esa pregunta no salió de mi cabeza y no saldría hasta que descubriera la respuesta.
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