Capítulo 17: Primera experiencia
Eiden pesaba más de lo que yo creía que pesaba.
No tenía claro si se había dormido, desmayado o muerto, pero lo estaba jalando de un pie escaleras arriba y no reaccionaba.
—Se murió... —musité asustada, cuando subí otro escalón y siguió sin reaccionar.
Solté su pie y bajé unos escalones para ver que sucedía. Me agaché y abrí uno de sus ojos. Tenía las pupilas dilatadas, algo que provocaba el consumir marihuana.
—¿Terminaste? —preguntó, de pronto.
Yo suspiré aliviada.
—Evita fingir tu muerte ahora, por favor.
Me levanté y Eiden me intentó imitar, excepto porque él rodó unos escalones abajo.
—Auch —dijo, cuando quedó tendido en el suelo.
—Párate y muévete.
En vez de hacer lo que yo le dije, se acurrucó en el suelo como si pretendiera dormir ahí.
Apreté mis puños y bajé furiosa.
«Heather Murphy eres capaz de tirar un edificio con petardos, ¿pero no de subir un drogado al segundo piso de tu casa?». Sí, más o menos así era la cosa.
Lo tomé de los dos brazos y comencé a subir la escalera sin importarme que se enterrara los escalones en la espalda y el trasero.
Cuando por fin estábamos arriba, lo arrastré hasta mi cuarto y cerré con pestillo.
Eiden quedó tirado en el suelo alfombrado, mirando le techo.
—Aquí hay baño y cama, no necesitas salir de aquí, ¿oíste? —él asintió sin mirarme—. Y evita hacer ruidos fuertes.
—¿En donde estamos?
Estaba realmente afectado. Si bien, había ido solo una vez a mi casa, tendría que haberla reconocido fácilmente.
—Sube a la cama —le dije.
Quizás no me gustaba la idea de meter a un desagradable sujeto en mi cama, pero no dejaría que durmiera en el suelo tampoco. Tenía corazón... y, por mis experiencias, empatizaba con él en ese momento
Estaba impaciente. Michel, Kim, Derek y Josh siempre me habían hablado de lo genial que era fumar hierba y yo había decidido querer descubrirlo por mi misma esa noche.
Había cumplido recién catorce años, mientras mis cuatro amigos aún tenían doce o trece; pero aún así, conseguir marihuana jamás se les había hecho complicado.
Kim tenía un conocido, amigo de un primo, que plantaba marihuana en su jardín y la vendía a cercanos por un módico precio.
Estábamos en una plaza a las doce de la noche, sentados en un círculo en el pasto, lejos de los otros tres sujetos que había en el lugar, que parecían estar entrenado en unos juegos.
—¿A que hora llega? —preguntó Josh.
—Paciencia —le dijo Kim—. Dijo que a las doce quince a más tardar.
Finalmente, el conocido de Kim llegó con una bolsita con la mercancía, se la entregó, Kim le pagó y se fue.
—Bien, esta lista para llegar y usar —dijo Kim, mostrando la bolsa.
Derek sacó de su mochila una cosa a la que llamaban pipa de agua o Bong y una botella con agua. Llenó la base de la pipa con agua y luego se la entrego a Kim.
Kim puso la hierba en una parte llamada cazoleta y Michel le entregó un encendedor.
—Bien, Heather —me dijo Kim—. Acércate.
Yo hice lo que me dijo.
—Pon tu boca aquí —indicó Josh, apuntando el final del tubo—. Esa es la boquilla.
Yo lo puse como había visto que se hacía en unos videos. Sí, había visto videos para no quedar en vergüenza con mis amigos.
—Ahora, Kim encenderá la hierba, esperaras a que se llene de humo y aspiraras —me explico Michel.
Kim encendió la marihuana y yo esperé como me dijo Michel.
—Puedes hacerlo ahora.
Le hice caso a Derek y aspiré.
—Mantenlo —me dijeron todos a la vez.
No me gustaba mucho la sensación, tenía ganas de toser incluso.
—Bótalo con calma.
Michel había dicho "con calma", pero no pude hacerlo. Lo solté y comencé a toser sin parar.
Mis amigos solo se reían y Derek me daba golpes en la espalda para ayudarme. Cuando me detuve, los demás comenzaron a fumar.
—Le iras agarrando el chiste —Michel me dio una sonrisa y comenzó a fumar.
No sabía cuántas veces había puesto mi boca en la pipa, solo sabía que la realidad se me comenzaba a distorsionar.
Michel había traído alcohol también y aunque ellos me habían advertido que sería mejor que yo no tomará, yo quise hacerlo igual para demostrar mi resistencia.
Al principio, no había sentido nada. Creí que tal vez la hierba era muy suave, pero con el tiempo comencé a sentirme extraña.
Sentía que el mundo me daba vueltas, el alcohol parecía saber distinto en mi cabeza y todo lo que decían mis amigos sonaba como algo divertido.
La diversión se acabó cuando caí hacía atrás como un saco de papas y cuando me levantaron, comencé a vomitar.
Sentía un ardor en mi garganta y en mi nariz, provocado por la mezcla del alcohol y el ácido estomacal. Estaba asustada. Mi cabeza dolía, mis ojos lloraban, pero me calmé cuando oí las risas de mis amigos.
Sonreí, mientras seguía vomitando en los arbustos con Michel sosteniendo mi cabello. No podía ser tan malo si a ellos les causaba gracia.
Eiden por fin había subido a la cama y se había quedado dormido. Yo estaba sentada en mi balcón fumando un cigarro.
Los cigarros de tabaco también eran una cochinada, pero no podía dejarlo todo de una vez... no me sentía lo suficientemente fuerte para eso.
—¿No te da asco el olor?
La voz de Eiden me hizo fruncir el ceño.
—Apenas dormiste una hora... vuelve a dormir.
—No me siento bien.
Yo apagué el cigarro contra la baranda de piedra de mi balcón y me acerqué a la cama.
—¿Vas a vomitar? —el asintió con una mueca de asco—. Vamos al baño.
Estaba por ayudarlo a pararse cuando se cubrió la boca con una mano e hizo una arcada.
—Ay, no. En la cama no —rogué.
Eiden se destapó la boca y comenzó a reír. Yo lo miré furiosa, tomé un cojín y lo enterré contra su cara.
Eiden no dejó de reírse, se sacó el cojín de la cara y me miró satisfecho.
—Quedaste traumada con lo de tu amiga.
—Déjame decirte que no es grato sentir el vómito con olor a alcohol sobre tu ser.
—Ya me siento mejor, no tienes de que preocuparte.
—¿Es la primera vez que fumas?
Eiden asintió.
—Y también la última —aseguró—. ¿Cómo puede gustarte esto?
Decidí ignorar su pregunta.
—¿Te duele la cabeza?
—Algo.
—Después te daré algo para eso, pero aún puedes vomitar así que... por ahora no tomaras nada.
—¿Agua?
—No.
—Pero tengo sed.
—Estás en mi casa. Yo mando aquí.
—¿Tu mamá sabe que estoy aquí?
—No y si se llega a enterar... tú y yo somos amigos cercanos y piensas que soy una santa.
—Eso es una vil mentira.
—¿Quieres que tus papis sepan que paso esta noche? —él negó—. Entonces acátate a las condiciones.
Vi como rodó los ojos y luego se tiró de vuelta en la cama. Yo caminé hasta el otro lado de la cama y me acosté, pero no sin antes poner una almohada entre él y yo.
—¿Eso por qué?
—Ya es demasiado que te deje dormir en mi cama. No quiero que nos lleguemos a rozar.
Sentí que Eiden soltó una risa.
—Bueno. Tu cama, tus condiciones.
Yo asentí, aunque él no pudiera verme y me acomodé para quedarme dormida.
Aunque no solía meter extraños a mi cama y dormir con ellos sin preocuparme de que pudieran robar algo o lastimarme, este era Eiden... un chico tranquilo y demasiado correcto como para robarme y dudaba que fuera un abusador sexual.
Siendo sincera, confiaba bastante en que era una buena persona, desagradable para mí, pero buena persona.
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