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Capítulo 47: Eres igual que ella

**Hace horas**

Lissette despedía a su gemela yéndose a tener una cita con Shark. Ella quedó viéndolos marcharse y se dispuso a ir al taller de Daniel en cuanto ya no dilucidó a la pareja, caminaba por la acera cuando fue empujada a chocar contra la pared y sintió a alguien tomar de su cabeza estrellándola contra el muro, dejándola aturdida, ella se volteó a quedar bocarriba con la vista nublada y el sol impidiéndole más que reconociera a la persona que le agredió, su consciencia no se pudo mantener más haciendo que se desmayara mientras una línea de sangre escurría en la parte de la frente que fue golpeada.

Antonio se agachó en cuclillas pasando su mano por la boca sonriendo orgulloso por verla inconsciente. Retiró la mochila que ella tenía y la arrojó a un lado para luego arrastrar por los pies a la joven hasta el callejón colindante, allí tenía su auto, al cual le abrió el maletero metiendo a su hija. Él entró al vehículo y se colocó una peluca negra y un bigote falso, comenzó a conducir por las calles menos transitadas para lograr salir de la ciudad.

Pasaron un par de minutos en los que Lissette fue despertando encontrándose en la oscuridad y sintiendo el movimiento del auto, comenzó a golpear el techo del maletero a la vez que gritaba por ayuda, no pasó mucho tiempo cuando sintió que el auto se detenía y el motor se apagaba. Escuchaba el pisar de hojas secas que se dirigían a ella, luego el sonido de estar abriendo la cajuela.

Lissette no lo pensó dos veces y arremetió con una patada a quien quiera que abrió el vehículo. Golpeó en el estómago al sujeto y vizualizó que se trataba de su padre, consternada por eso, salió de la cajuela y comenzó a correr a donde fuera, primero pensaba en alejarse de él antes de preocuparse por dónde estaba.

Sin embargo, no alcanzó a ir tan lejos cuando Antonio se lanzó a tirarla al suelo, eso no la detuvo y golpeaba como podía a su padre, puñetazos, manotazos, patadas, aruñones e incluso mordidas, Lissette intentaba lo que fuera para escapar.

—¡Déjame en paz! —vociferó con tal fuerza que parecía que su garganta fuera a desgarrarse— ¡¿Por qué haces esto?!

—¡Porque simplemente no fuiste como los otros! ¡No te soporto! —Antonio se colocó encima de ella y le dio una bofetada fuerte que hizo que se desmayara de nuevo— Maldita sea —mencionó viendo las marcas sangrantes que ella le causó con los dientes y uñas—. Al menos así me demuestras que eres mi hija.

Él se levantó y la cargó en brazos llevándola a la casa con un lago atrás. La morada ubicaba en un terreno apartado y lejos de la cuidad, con barrotes en las ventanas y amueblada con sábanas sobre los objetos. Subió las escaleras y abrió la primera puerta que había cerca, una habitación vacía a excepción de un colchón en el suelo donde arrojó a la joven, la encadenó de las muñecas con las cadenas que estaban adheridas a la pared.

Las horas pasaron y Lissette despertaba de su aturdimiento junto al dolor en su cuerpo, en especial en su mejilla y frente, dolores que por la adrenalina por intentar escapar, no había sentido antes, sino hasta que despertó. Intentando mover sus brazos para apoyarse a sentarse, notó las cadenas que tenía puesta en ambas muñecas. Empezó a forcejear por liberarse hasta que la puerta de su habitación fue abierta dejando pasar la luz del pasillo a iluminar el interior.

—Puedes gritar y hacer todo el ruido que quieras, pero no te lo recomiendo. No porque alguien pueda escucharte, estamos apartados y no hay casas cerca en al menos unos treinta kilómetros, sino porque sabes bastante bien cuanto detesto el ruido, y mucho más proviniendo de ti.

—Tú odias todo lo que venga de mí. Me odias a mí. ¿Pero por qué? ¿Sólo por qué no saqué un cabello rubio y ojos claros? —él se acercó con enojo en su mirar, se puso encima de ella y tomó con ambas manos su rostro, acariciando sus pómulos con los pulgares.

¿Qué le pasa? Se preguntaba cuando es lo único que hace sin despegar sus miradas.

—Me das asco porque no eres como los demás, pero eres exactamente igual que tu madre.

¿Pero de qué está hablando? ¿Igual a mi madre? Pero si Livy es quien se parece. Hey, basta —la menor no podía hacer nada cuando las manos de su padre bajaron hasta su cuello, tomándola con rudeza.

—Su mirada es la tuya, Clara ha sido la única mujer que se había atrevido a retarme, la amaba por ello, pero a la vez era un problema. Era testaruda, no me obedecía, yo podía controlar a mis padres y a casi cualquiera con miedo, pero Clara, era diferente, por eso me casé con ella.

—¿Qué cambió?

—Tú. Naciste después de Lisbeth, ella nació sin complicaciones, pero tú, casi matas a tu madre. Los médicos ya nos habían dicho que un parto de gemelos en ella era peligroso, sugerían que extrajéramos al problema, y esa eras tú, pero Clara no quiso, ella deseaba tenerte también, y por eso casi la matas.

—¿Sólo porque ella me quería?

—Yo quería darte en adopción, regalarte al primero que pasara por enfrente, pero ella se negó, no dejé de insistir en eso y luego me pidió el divorcio, por tu culpa, estabas desmoronando mi matrimonio. Se aferró a tenerte con nosotros, luego intentó huir de mi lado, tuve que encerrarla, me empezó a odiar. Pero nunca dejé de amarla.

—¿Qué la amabas? —renegó con furia en su mirada cristalizada— La engañabas con otra, la obligaste a estar en un lugar que no quería. ¡La asesinaste!

—¡Todo lo que pasó fue tu culpa! ¡Si tan sólo no hubieras existido! ¡Si tan sólo te hubieras muerto! ¡Mi Clara estaría viva!

—¡Vete al demonio! ¡Maldito loco!

—¡Cállate! ¡Esa maldita sonrisa que mostrabas siempre luego de tus castigos era lo que más me enfermaba! ¡E incluso ahora me estás retando igual que Clara!

Lissette pataleaba, se retorcía y trataba de estirar sus manos para evitar que su padre siguiera asfixiándola, pero le era inútil, comenzaba a respirar con dificultad y su color estaba cambiando debido a la falta de oxígeno, sin embargo, Antonio la soltó haciendo que ella tomara una bocanada de aire a la vez que tosía.

«Aún no te voy a matar» fue todo lo que le dijo antes de salir azotando la puerta. Lissette quedó viendo el techo con los ojos lagrimosos mientras recuperaba el aliento junto a un poco de temblar, sollozaba e internamente clamaba por su madre Verónica. Tenía más que miedo, estaba aterrada, pero a la vez sentía que algo era diferente, pues también enervaba el enojo con sólo verlo.

×~×~×~×~×

Antonio
Ya han pasando dos días desde que traje a Lissette aquí. No la he dejado descansar como es debido ya que dejo la luz encendida o le colocó una bocina con música fuerte y volumen alto toda la noche mientras yo uso audífonos especiales aislantes para ese ruido, también le coloqué un collar que da descargas eléctricas que puedo controlar a través de un control remoto, así, durante el día puedo darle una por si se está quedando dormida.

—No te duermas —demandé mientras le lancé una descarga y ella chilló por el dolor.

Está apretando los dientes y su respiración es entrecortada tratando de calmarse ella misma después de que dicha descarga cesó. Sin embargo, aunque estoy irritado y molesto, ella me provoca deformar mi boca en una leve sonrisa, pues me mira igual que su madre, con esos ojos desafiantes. Creo que al menos no me voy a aburrir con ella como cuando era niña.

Otro grito repleto de dolor y agonía se me es otorgado por parte de la voz aguda de mi hija por haber subido el voltaje del collar. Su cuerpo se retuerce, las cadenas resuenan por la fricción del acero, su voz a veces se rompe y sube o baja por momentos a la vez que intenta jalar aire, incluso la saliva le escurre.
Ella empezó a hacer arcadas y su voz ya era nula, lo que me extrañó, ya que se calló y dejó de moverse.

Apagué la corriente y me acerqué, sus ojos permanecían abiertos, pero es como si estuviera inconsciente, y así era, chequé el pulso y no tenía. Suspiré molesto y saqué de mi bolsillo una caja donde dentro hay una jeringa y unos frascos que en cuyas etiquetas la leyenda dice: Epinefrina.

Ella se reanimó después de inyectárselo, aunque está temblando. Ya no puedo hacer nada, pues si hago otra cosa ella va a sufrir otro paro cardíaco, y si le inyecto más de lo que puede soportar tras eso, la voy a matar, y sería muy pronto para que lo haga. Así que por el momento la voy a dejar descansar.

—Te traeré la cena luego —dije sonriente y divertido acariciando su mejilla, dándole un beso en la frente—. Se buena mascota y quédate quieta.

Fue todo lo que le dije antes de salir cerrando la cortina y dejando la habitación un tanto oscura. Bajé las escaleras y fui a la sala a sentarme en el sofá, llevando mi cabeza a alzarla por la gran tranquilidad y relajación que me causa hacer pagar a Lissette por todo lo que me ha echado a perder.

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