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Capítulo 35: No lo sé

Lisbeth
Mi padre cerró la puerta en la cara a esa señora, que tengo entendido, fue quien adoptó a Lizy. Miré a mi brazo y vi que mi padre me dejó un poco marcada la presión de su mano.

—Imbéciles —mencionó con desprecio en su hablar mientras volvía arriba.

—¿Fuiste tú quien la atropello? —hice esa pregunta con el temor de recibir la respuesta que supongo en el interior, ya sabía.

—¿Y qué si lo hice?

—¿Por qué?

—¿Y a ti qué te importa? Siempre la hemos tratado así, tú no fuiste diferente —se acercó de nuevo a mí, estaba muy cerca—. ¿O acaso ya olvidaste todas esas veces que te di permiso de colocarle una cadena en su cuello?

—Eso…

—Eso es lo que te divertía ¿no? —sonrió con vil burla tomando mi cara con una mano— Lisbeth, siempre supe que esas travesuras que hacía Lissette, en realidad las cometías tú. Como aquel jarrón que rompiste a los seis años y de lo cual, culpaste a tu hermana.

—¿Si lo sabías por qué la castigabas a ella?

—Porque me gusta aprovechar el momento —su sonrisa maliciosa era notoria, no, ni siquiera la quería ocultar—. Es sencillo, a Lissette no la quiero, me da asco.

—Es tu hija —me está asustando.

—¿Y?

¿Y? ¿Esa es su respuesta?

«¿Estás ciega o no quieres ver la locura de esa familia podrida?» ¿Por qué recuerdo esas palabras de Lizy?
Miraba a los ojos de mi padre, a él en realidad no le importa lo que le pase a ella, esa frialdad con la que habla sobre Lizy, me está dando mucho miedo.

—Escúchame bien, Lisbeth —llevó su mano a mi mejilla acariciándola con su pulgar—. Si me entero que tratas de ayudar a esa idiota. La que va a reemplazar el lugar que ha estado vacío desde que tu hermanita se fue, serás tú.

—¿Qué?

—Has visto como le quedaron sus cicatrices ¿no? Al menos las de su cuello y muñecas. ¿Pero recuerdas las de su espalda cuando se bañaban juntas? Ah, es verdad, tú dejaste de hacerlo porque no querías ver sus heridas ni escucharla quejarse cuando tenía que lavar su cuerpo con las marcas recién hechas.

—¿Serías capaz de hacerme eso?

—Lissette es mi hija también. Y si se lo hice a ella, no creas que me va a importar hacerlo contigo para que aprendas a obedecer —dio un pequeño empuje a mi cabeza.

Él simplemente se dio la vuelta y se largo a su habitación.
Yo fui a la mía y me senté en la mesa con el gran espejo que esta tiene con focos a su alrededor.
Me miré en él, mi mente está hecho un lío. Dijo que me haría lo mismo que a mi hermana.

En ese momento lo recordé… Siempre veía a papá como le pegaba, veía como ella sufría… como lloraba… como suplicaba… No quería que me hiciera lo mismo, así que comencé a herir a Lizy también, para que mi padre viera que yo podía hacer lo mismo y así, salvarme de recibir los mismos castigos que él le daba… Yo huí… la abandoné… porque tenía miedo de ser igual que Lizy…

¿De qué me sirve ahora?

×~×~×~×~×

Es lunes, estoy en la escuela esperando a que las clases empiecen. Desde ayer no he logrado dormir ni comer bien, ni siquiera he querido ver la televisión o mis redes sociales, a cada momento encuentro una noticia sobre su accidente o pidiendo donación de sangre.

—¿No la vas a ayudar? —levanté mi cabeza del escritorio y miré a algunos amigos de Lizy— Ayer fui a visitarla, y me informaron que siguen buscando donadores.

—Bryan ¿cierto? —dije sonriente y burlesca— ¿Por qué tendría que hacerlo?

—Tal vez porque es tu hermana —respondió su novia. Eso me quitó la sonrisa.

—Largo, no me molesten.

—Ahora veo el porqué Lis siempre te rechaza —dijo el chico.

—Yo no sé que les ha dicho ella, pero…

—Lo único que nos ha dicho es que es adoptada y que tú te quedaste con la familia de ambas. Nada más, ah, y que su recuerdo más bonito era cuando ustedes se metían en el closet con una linterna a hacer figuras con las sombras.

Eres una idiota, Lis.

Me levanté con rapidez al baño y me metí a un cubículo dando vueltas en el mismo lugar. ¿Por qué recuerdas esa estupidez? Yo la olvidé porque eso era… Recosté mi espalda en la pared viendo al techo para luego tomar mi teléfono y buscar algo.

×~×~×~×~×

Diego
La mano de mi padre me despertó dándome un pequeño susto, suspiré al ver a Lis y froté mis ojos.

—Debes descansar, ir a la casa y dormir un poco, y también comer mejor.

—No me voy a apartar de su lado.

—Diego, escucha, debes estar bien para cuando ella lo esté.

—Dime que ella no ha vuelto.

Mi madre se apareció aquí ayer sólo para decir que me llevaría con ella mientras él y Verónica se ocupaban de preocuparse de, y cito, la mocosa. Se atrevió a decirle así enfrente mío y de su madre.

—No, pero en parte tiene razón. No puedes descuidarte.

—No lo hago —vi que Daniel y Verónica hablaban con el médico—. ¿Qué pasa?

—Nada, no te preocupes.

—Cuando dicen eso es porque siempre lo están —me levanté rápido yéndome un poco de lado por sentirme mareado.

—Diego, calma. ¿Ves? Necesitas comer algo y dormir un poco.

—Estoy bien, papá —salí de la habitación y fui con ellos—. ¿Qué pasa? Díganme —no respondían, y en ese momento, la hermana de Lis caminaba hacia nosotros con el uniforme y mochila—. ¿Qué haces aquí?

—Nada —ella le entregó una hoja al doctor y él nos miró a todos por un instante—. Tengo dieciséis, puedo consentir.

—Con un permiso.

—Así es, por eso he traído el consentimiento —el médico se acercó a un teléfono y marcó.

—Buenas tardes. ¿Usted es el señor Antonio Kast?

¿Qué está pasando? Sé que el nombre de su padre es Antonio, ¿Está llamándolo a él? Ver a Verónica confundida y asustada me lo confirmaba. ¿Por qué Lisbeth está aquí y por qué llaman a su padre? El médico explicó quién era y de dónde llamaba.

—¿Tenemos su autorización y le está dando esa autorización a su hija para que done su sangre?

¡¿Qué?! Todos estábamos obviamente sorprendidos. No comprendo que está pasando.

—Muy bien —colgó y se dirigió con Lisbeth—. Sígueme, tenemos que hacerte unas preguntas antes de extraerte la sangre.

—De acuerdo —ella se detuvo porque Verónica se puso enfrente—. Señora… —estaba muy sorprendida en cuanto ella la abrazó.

—Mucha gracias.

—Sí… No hay problema.

Se despidió y fue con el doctor dejándonos a todos con un enorme misterio.

Lisbeth
Me encuentro sentada en una sala con el doctor, dijo que él mismo me extraería la sangre, y así lo está haciendo después de unas preguntas.

—Listo, la analizaremos y cuando esté confirmada como viable procederemos con la transfusión.

—Estoy sana —él rió bajo.

—No dudo que lo estés, pero es el procedimiento.

—Ok. ¿Y no necesita más? Puede sacar la que necesite.

—No, lo común es sacar una unidad, y con la tuya le será suficiente para esperar a que llegue la otra que necesita. En pocas palabras, ya habíamos conseguido las que requería, pero estábamos cortos de tiempo.

—Ya veo —suspiré en verdad aliviada.

—¿Quisieras verla?

—No, no es necesario, igual ya debo irme.

No quiero que me descubran aquí, además me escapé de la escuela.

—Vamos.

—No, doctor. Ella y yo ni siquiera nos llevamos bien. Como puede ver, yo no vivo con ella a pesar de ser su gemela. Así que mejor me voy.

—Comprendo.

—Sólo quiero pedir que nadie le comente a mi hermana que yo doné la sangre.

El médico aceptó, me dejó esperar al menos quince minutos para que pudiera irme como parte del procedimiento de extracción de sangre. Cuando estaba por irme, la… madre de Lizy me detuvo de nuevo y me abrazó fuerte, no dejaba de agradecer que hubiera venido.

—¿Quisieras verla?

—¿Qué? No, no es necesario, ya me voy.

—Vamos —me tomó de la mano y me llevó adentro del cuarto.

Abrí mis ojos con sorpresa al verla con los golpes. Mi corazón me dolió. Todos los que están con ella me miran extrañados, Roberto alzó la mano saludándome. La madre de Lizy pidió que los demás salieran para dejarnos solas.

—¿Puedes quedarte? —le pregunté a Diego, quien aceptó— Nunca la había visto así.

—Nunca la has visto, de hecho.

Está enojado, es normal, supongo.

—¿Por qué? —le miré con dolor— Te agradezco que la hayas ayudado, pero no lo comprendo. ¿Por qué ahora cuando siempre la has lastimado? ¿Qué fue diferente?

—No lo sé —salí del cuarto con él siguiéndome hasta llegar con los adultos—. Yo nunca estuve aquí ¿de acuerdo? —les impuse como si mi palabra fuera ley— Y ella no puede saber que hice esto.

—Lisbeth —habló la señora—. ¿Cómo conseguiste que Antonio diera el consentimiento?

—No lo hizo. Por eso no debe saberlo. Adiós.

Me fui de allí sin nada más que decir, y no quise que nadie intentara preguntarme más.

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