Tósigo.
Izō, sintió el cosmos de Cardinale cuando subía de Sagitario a su templo, no le sorprendió el hecho de que no se detuviera en Capricornio y que apenas y se anunciase, llevaba varios meses fuera y seguro quería dar su informe al Patriarca en la brevedad posible; siempre le había llamado la atención el hecho de que las misiones más largas fueran llevadas por los mayores, exceptuando a Death Toll, que alegaba que no podía dejar las almas que habitaban su templo por mucho tiempo.
Bajó a entrenar, Káiser como siempre, comenzó a armar las parejas que se enfrentarían esa tarde. Ese día faltaban varios de los dorados, entre ellos Mystoria, por lo que el de Leo no permitió que ninguno de los que se encontraban en el Santuario faltara y eso incluía a Cardinale, que, para su sorpresa, fue designado como su pareja de entrenamiento. Ecarlete, que era de los que más raramente se paraba por el coliseo, se veía de buen humor cuando se presentó su compañero de pelea, que sería Death Toll.
Rara vez podía ver el carácter del de la casa de Escorpio y desde hace un buen tiempo, Izō, tenía la costumbre de analizar los puntos fuertes y débiles de cada uno de los miembros de la orden, pues le parecía que eso era importante para saber cómo se desempeñarían en la guerra. Ecarlete era rápido, se movía con gracia y sabía cuándo atacar, era un adversario digno de Death Toll, pero el de Cáncer, tenía la capacidad de distraer a su contrincante con palabras que a primeras luces no decían nada, pero que terminaban enredando y haciendo que su adversario cayera en su juego, para finalmente derrotarlo.
Nadie se sorprendió al ver caer al Escorpión, eran pocos los que podían jactarse de ganarle al Cangrejo en un encuentro, desafortunadamente, él tampoco se encontraba en esa cortísima lista. Izō, recordó la primera vez que lo enfrentó, se había dejado engañar por su apariencia; por supuesto que ignoró su palabrería, pero Death, era de recursos, sí la fuerza no estaba a su favor, utilizaba métodos poco ortodoxos para hacerse con la victoria, lo que le caía en gracia cuando se enfrentaba a Gestalt.
Cardinale era otro que rara vez podía medir, le constaba lo metódico que era, pero jamás empleaba la fuerza fuera de sus rosas, así que no sabía realmente qué podía hacer y esa tarde, la iba aprovechar para ver qué era lo que el santo de las rosas podía hacer. Se dirigió al centro del coliseo, vio al de Piscis intercambiar unas palabras con Káiser antes de colocarse frente a él. Ambos se vieron por unos instantes, Izō, no se había dado cuenta de las ganas que tenia de golpear al santo de Piscis hasta ese momento.
Empezó su pequeño combate, donde para frustración del de la décima casa, Cardinale, solo se dedicaba a defenderse, evitando los golpes que pudieran hacerle daño, especialmente evitaba que le tocara la cara, pero no le devolvía ninguno y eso lo frustraba, pues le hacía pensar que solo estaba jugando con él. Se enfureció al ver el gesto burlón del santo de Piscis y su puño conectó directo en su abdomen, cumpliendo con el cometido de borrarle la sonrisa.
—Déjate de juegos, Cardinale—se escuchó la voz de Ecarlete, el aludido lo ignoró y miró a Izō con enojo.
Izō, pudo ver que por fin Cardinale se tomaba las cosas en serio y para su sorpresa, el santo no tenía ningún problema en usar sus puños, varias veces logró golpearlo y con gran fuerza; ya no se preocupaba por evitar los golpes, ambos estaban dando todo. El coliseo de apoco iba llenándose; los dos se median y buscaban la forma de terminar aquel encuentro rápido o por lo menos, el de Capricornio así lo hacía, se sentía cansado. De pronto Cardinale volvió a evitar los golpes y cuando creyó que lo iba a dejar fuera, Izō vio como simplemente se retiraba.
—El juego terminó—Se dio la vuelta y salió del circulo.
—Cardinale...—lo llamó Káiser.
—Sabes lo que va a pasar si continúo. Me sorprende que durara tanto.
—Nunca te habías retirado.
—Siempre hay una primera vez.
Fue lo último que dijo antes de abandonar el coliseo y con eso, el de Leo tras un largo suspiro, dio por terminada la sesión. Death Toll sonrió de una manera que Izō no supo interpretar y tras un breve momento también abandonó el coliseo.
Izō, no comprendía qué es lo que había pasado, ni por qué Cardinale se había ido de esa forma. Así que se acercó a Káiser, pues parecía que él había entendido la actitud del santo.
—¿Qué fue todo eso? —el caballero de Leo, lo miró por un momento antes de responder.
—Cardinale, tiene la costumbre de usar un ligero aroma a rosas que puede debilitar a quien lo aspire—dijo el santo secamente—no puedo decir que haga trampa en los entrenamientos, estoy casi seguro que es algo que no hace a propósito. No entiendo por qué no concluyó.
Izō pasó de la incredulidad a la molestia, jamás se había sentido tan humillado como en ese momento, Cardinale de Piscis le había dado un golpe a su orgullo al creer que no le hubiera podido ganar, pese a la ventaja que le proporcionaba ser el santo de las rosas venenosas. Hubiera preferido mil veces perder dignamente a que le dejaran de la forma en que el rubio lo hizo.
Avanzó hasta Piscis dispuesto a terminar lo que Cardinale había interrumpido en el coliseo. Llegó a su destino y no se molestó en anunciar su presencia, sino que se adentró en el templo como si fuera el suyo propio hasta dar con Cardinale, que se encontraba justo en su jardín de rosas, eso no le importó en lo más mínimo y se plantó delante del rubio, quien arqueó una ceja en señal de pregunta.
—¿Se te ofrece algo?, debe ser importante si decidiste arriesgar la vida al entrar aquí—la tranquilidad de Cardinale, hizo que el de Capricornio se molestara más.
—¿Por qué te retiraste?
—Oh, eso. El duelo estaba decidido, no sentí necesidad de alargarlo. Si eso es todo lo que querías saber, ya puedes retirarte.
El tono que Cardinale usó hizo mella en la poca cordura que quedaba en Izō, y sin poder controlar el impulso, golpeó con todas sus fuerzas al de Piscis, que no hizo movimiento para esquivarlo pese a que lo vio venir. El puño de Izō, impactó en el rostro de Cardinale con excesiva rudeza y el rubio solo atinó a llevar su mano a la mejilla lastimada, en su rostro no se reflejaba emoción alguna y hasta su voz sonó neutra.
—Supongo me lo merecía.
—Te crees mejor que el resto y solo te dedicas a jugar con todos.
—Sí eso es lo que piensas—Izō, no estaba seguro, pero creyó ver cierta tristeza reflejada en los ojos de Cardinale—, lo mejor es que te vayas, tengo que atender mi jardín y Shijima me está esperando.
Se dio la vuelta, estaba por retirarse, pero Izō lo detuvo tomándolo del brazo y Cardinale simplemente lo miró de reojo esperando a que el otro le dijera algo, el de Capricornio simplemente le devolvió la Mirada. De pronto se sintió débil.
Cardinale abrió los ojos en un gesto de horror, Izō, rápidamente comprendió a que se debía aquella expresión de susto. Comenzaba a perder los sentidos, las rosas lo estaban envenenando, sintió que iba a caer, pero unos suaves brazos lo sujetaron, no supo más de sí.
Lo primero que percibió fue un aroma sutil a rosas y eso hizo que poco a poco fuera recobrando la conciencia. Abrió los ojos topándose con que ya era de noche, trató de incorporarse, pero un mareo le hizo volver a recostarse, miró a su alrededor buscando a Cardinale, pero se dio cuenta de que estaba solo en aquella habitación. Volvió a intentar ponerse de pie y otra vez falló.
—Aun no estás en condiciones para levantarte, estuviste demasiado tiempo en contacto con las rosas—dijo Cardinale entrando con una bandeja en la mano—lamento lo que pasó, yo...
—No fue tu culpa—cortó de inmediato.
—No, fue tuya por entrar en Piscis con intenciones de matarme... Las rosas, a veces hacen lo que se les da la gana, aunque yo trate de contenerlas—dijo desviando la mirada e Izō, elevó una ceja, casi sonrió.
—¿En serio? ¿A quién se parecerán? —Cardinale rodó los ojos.
—Ahora resulta que si tienes sentido del humor. Mejor come, lo necesitas.
Izō, fue ayudado por el rubio a sentarse en la cama y le colocó una bandeja en el regazo, luego vio a Cardinale sentarse a un lado de la cama cruzándose de brazos, devolviéndole la mirada, quedándose así por un breve espacio de tiempo, hasta que el de Piscis enarcó una ceja y preguntó:
—¿Qué?
—¿No piensas cenar? Aquí hay demasiado para mí solo.
—No...yo ya...
—Con Shijima, claro.
Izō, trató de que su disgusto pasara desapercibido, no quería que Cardinale se diera cuenta, que, por alguna razón le molestaba su cercanía con Shijima y solo con él, pues había visto al rubio centenar de veces a lado de Káiser, incluso le había visto abrazarlo y no sentía nada, pero cuando se trataba de Shijima, algo le molestaba y no podía identificar que era.
—No te voy a envenenar, ¿sabes?
La voz de Cardinale lo hizo regresar a la realidad y fue consciente que se había quedado mirando a la comida, perdido en sus pensamientos. Sintió un leve sonrojo, se estaba comportando como un idiota.
—Ya lo sé. Disculpa, solo estaba pensando.
—Puedo saber en qué.
—No—fue su escueta respuesta.
Comenzó a comer y no volvieron a decir palabra, pero el silencio no se sentía incómodo. Izō, se sorprendió de que la comida supiera bien, miró de reojo al rubio y dudó que el haya sido quien le preparará la cena, no se imaginaba a Cardinale haciendo esos menesteres; parecía más del tipo de persona que no movía un dedo y dejaba que los demás hicieran su trabajo.
—¿Quién preparó la comida? —preguntó cuando concluyó con su cena.
Cardinale se levantó con gesto airado y retiró la bandeja con tanta violencia, que Izō creyó que se la iba estrellar en la cabeza, por alguna razón la situación le estaba pareciendo cómica. El rubio le miró con un aire de furia y comenzó alejarse con paso altivo, Izō, no pudo reprimir una leve sonrisa cunando vio a Cardinale detenerse antes de salir y se giró hacia él.
—Obvio que yo, cretino—y por primera vez en años se permitió reír.
Debió esperar a que el santo saliera por completo, pues una rosa demoniaca se clavó justo encima de su cabeza, pero lejos de amilanarse, su risa se hizo más fuerte y Cardinale desapareció, con gesto furibundo.
Izō, se preocupó al notar que Cardinale no regresaba y tampoco se escuchaba ningún tipo de ruido afuera, así que, levantándose con cuidado, decidió ir en busca de su compañero. Lo encontró en su estancia, junto a una vela, un cuaderno y tinta, parecía muy concentrado en su escritura.
—¿Qué haces? —preguntó muy cerca de él y el otro dio un leve respingo del susto.
—No es obvio, escribo.
Dijo tras unos breves momentos, esperó a que la tinta secara para cerrar su cuaderno y guardar sus pequeños instrumentos de escritura en uno de los cajones que tenía el mueble en el que estaba sentado, para su sorpresa, dicho mueble tenía llave.
—¿Crees que eso va a detener a alguno de nosotros si quisiéramos leerlo?
—No, lo que los va detener va ser el temor de morir envenenados sí lo intentan—sonrió ampliamente—. Ahora, creo que ya te sientes mejor, es hora de que te vayas—dijo el rubio de manera seria, Izō, simplemente sonrió y se acercó a él.
—¿Y si no quiero?
Cardinale enarcó una ceja, pero no tuvo tiempo de responderle, pues para cuando reaccionó Izō, ya estaba frente a él, besándolo. Abrió mucho los ojos por la sorpresa, pues jamás imaginó que el de Capricornio fuera tan impulsivo como para algo así, pese a que Cardinale tardó en responder, Izō no cedió y esperó con paciencia a ser correspondido y profundizar el beso.
Izō, sintió que se hundía en una marea de sensaciones que le ofuscaban los sentidos al besar al rubio; Cardinale, sin duda, tenía la habilidad de envenenar a quien estuviera cerca e incluso, podía enviciar al incauto que cayera en su esencia, ahora es que se daba cuenta y sabía que era tarde para él.
El rubio fue el que interrumpió el contacto, le sonrió de una manera coqueta y lo tomó de la mano para guiarlo de regreso a su habitación. Ambos se miraron por un buen rato, como si se estuvieran midiendo para una batalla y tal vez lo era, pues cuando volvieron a unir sus labios se convirtió en una lucha de quien dominaba a quien, durante toda la noche.
A la mañana siguiente, Izō, se encontraba solo en el templo de Piscis, cosa que no le sorprendió, era algo habitual en Cardinale, como también sabía que se iba a dedicar a evitarlo.
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¡Penúltimo capítulo de esta historia!
Juro por Dieguito Maradona, Cristiano Ronaldo y Leo Messi que intenté alargarla pero me fue imposible.
Espero hayan disfrutado este capítulo. Besitos.
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