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Deber.

La lluvia continuaba, se había extendido por demasiado tiempo y cada vez era más intensa. Yamato comenzaba a preocuparse. Izō se había percatado que algo le pasaba a su maestro, desde que volvió esa tarde, notaba su semblante normalmente serio, con una expresión que no sabía identificar. Como un malestar y de cuando en cuando miraba hacia fuera. Con un suspiro, el sensei se sentó y ofreció a Izō una taza de té.

—Veo que te has resistido a tomar la fruta—comentó de manera casual, Yamato tomando un sorbo de té.

—Creo que entendí lo que significa meyo, no me sentiría bien si robará, no es correcto y sería una carga en mi conciencia -fue su respuesta, dándole un sorbo a su té.

—Muy bien, Izō, te has ganado las uvas-Sabía que el pequeño adoraba esos frutos y por eso quiso comprobar sí su honor era más fuerte que la tentación. No se había equivocado.

El niño lo vio con sorpresa, el sensei le asintió dándole su permiso y emocionado terminó su té y se dispuso a comer aquellas frutas, que tanta tentación le habían causado a lo largo de casi una semana. Se iba a levantar para seguir con sus deberes de aprender aquel idioma tan complicado y que comenzaba a detestar, pero la voz de su maestro lo detuvo.

—Espera, Izō—La voz del sensei se oía más seria de lo normal—. Es tiempo que aprendas el último principio. Ya has aprendido Makoto, así que ahora solo te falta Shugo. El más importante de todos.

El niño, se había vuelto a sentar en espera de que su maestro Continuara con la explicación de aquel principio tan importante para la vida de un guerrero, sería su última lección en el camino samurái y como se había ido dando cuenta, también trazaba lo guiaba como santo de Atenea, así que estaba ansioso por esa última lección.

—Shugo. Deber y lealtad. Para el samurái, haber hecho o dicho "algo", significa que ese "algo" le pertenece. Es responsable de ello y de todas las consecuencias que le sigan.

«Un samurái es intensamente leal a aquellos bajo su cuidado. Para aquellos de los que es responsable, permanece fieramente fiel. Las palabras de un hombre son como sus huellas; puedes seguirlas donde quiera que él vaya. Cuidado con el camino que sigues».

Ambos se quedaron callados por un lapso de tiempo largo. Izō no sabía que decir, aquella era la última lección sobre el bushido, el último principio y el que tenía guardaba toda la esencia de un guerrero samurái. Sabía que aún tenía mucho por aprender; pero aquellas palabras, cuando pudiera poner en práctica lo que enseñaban, quedaría marcado y su vida quedaría al servicio de aquellos a los que juró proteger y a la diosa a la que le entregaría su lealtad.

—A partir de hoy podrás portar tu katana, aún tienes cosas que aprender, pero ya eres un samurái. Ahora te falta ser un caballero de Atenea.

—Sí, señor. Trabajaré duro para poder convertirme en un caballero de Atenea, ella será por quién de mi vida, haré de su causa, mi causa y le serviré fielmente.

—Muy bien, Izō.

Yamato-sensei, sabía que el niño cumpliría, y sería uno de los caballeros más poderosos a la orden de Atenea, comenzaba a dominar el séptimo sentido, se enorgullecía de él; pronto estaría listo para la prueba que le daría la armadura que había escogido para que vistiera. Todavía no le decía a Izō cuál era, pero él desde que lo vio, supo que estaba destinado a portar la cloth de Capricornio.

Las lluvias se habían extendido por varios meses y eso era bastante preocupante, no sólo por las pérdidas en las cosechas y las severas inundaciones que había en algunos lugares, sino porque la temporada de lluvias se había extendido más de lo normal; era frecuente que lloviera mucho en esa época del año (verano), pero normalmente las lluvias terminaban a mediados de julio y ya estaban en agosto.

Yamato-sensei con el pasar del tiempo se había ido dando cuenta que algo se ocultaba detrás de aquella lluvia y sabía que era peligroso. Volvió su vista a Izō, su discípulo estaba listo para obtener su armadura, lo había estado casi desde un año atrás; él se negaba a dársela a tan temprana edad, pero el Santuario ya lo presionaba y sabía que no le quedaba opción, ya era tiempo.

Izō, se encontraba entrenando fuera en esos momentos, tenía que practicar y la lluvia ya no podía retrasarlo. Los cambios en su velocidad, eran notorios. El sensei, en algunas ocasiones le daba instrucciones o le hacía notar los errores que cometía, cuando se percató de un cosmos extraño, que tampoco pasó desapercibido por el mentor. Ambos se miraron, tratando de adivinar qué había sido o de dónde provenía.

—¿Qué es eso? —preguntó Izō, mirando fijamente a su maestro.

—Van varias semanas que siento esa presencia y esta lluvia tampoco es usual—dejó que varias gotas golpearan su cara—. Algo raro está pasando-respondió Yamato de manera seria.

—¿Se refiere a las dolencias que ha estado atendiendo en el pueblo? —Yamato respondió con un leve asentimiento y mirada de preocupación.

El sensei, tenía conocimiento de medicina y se había vuelto popular en el pueblo. Había estado atendiendo algunas dolencias de huesos en los pobladores, dolores que a quejaban a jóvenes y mayores por igual; a los que no encontraba una causa razonable. Sin mencionar las desapariciones y lo violentos que se habían vuelto algunos, todo sin causa o razón aparente.

—También ha habido desapariciones, Izō...—su mirada se perdía en la lejanía mientras las gotas de lluvia seguían cayendo por su cuerpo.

—¿Cree que sea...?

—No—lo cortó adivinando sus pensamientos y esta vez fijó su vista en él—, también lo había pensado, pero no es el modo de proceder de un espectro, no al menos uno que yo conozca. No puedo estar seguro, de todos modos, he enviado un aviso al Santuario; tal vez tarde la respuesta, empezaremos a investigar por nuestra cuenta.

—Sí, señor—asintió el joven con firmeza.

A la mañana siguiente la lluvia seguía cayendo intensamente, se podía percibir algo ligeramente anormal en ella, pero era tan débil que por ello tardaron en notarlo. Izō, había salido a explorar el pueblo, su maestro le había dicho que ya estaba listo para la prueba con la que obtendría-o no- su armadura; decidieron que sería después de descubrir lo que pasaba en el lugar, pues primero estaba su deber para con el pueblo.

Avanzaba por las calles, en su totalidad desiertas de la aldea, las malas condiciones en las que estaba el terreno a causa de las lluvias habían detenido el comercio del pueblo y eso, también era preocupante. En el camino que sale del pueblo, vio a un muchacho que reconoció como un guardia imperial tendido en el suelo. De inmediato se acercó a brindarle auxilio, pero lo que vio, lo dejó sin respiración. Tenía cortado el estómago, en línea vertical, parecía grave y profunda, pero seguía respirando.

De inmediato se recuperó de su asombro, hizo presión en la herida para contener la hemorragia; lo tomó en brazos y se encaminó de nuevo al pueblo. Esperaba que su maestro se encontrara ya en casa y pudiera hacer algo por él o por lo menos conseguir dijera quién o qué era lo que lo había atacado. Avanzó rápido, pero con cuidado y de cuando en cuando se aseguraba que el guerrero siguiera respirando.

Afortunadamente cuando llegó a casa, el sensei ya estaba allí. Ayudando a Izō con el bushi, dándole instrucciones para que lo acomodara en uno de los futones¹ y se apresuró a darle auxilio. Al examinar la herida, se sorprendió muchísimo por el tipo de corte que tenía, pues sabía lo que aquello significaba. Atendió al joven lo mejor que pudo, pero sabía que ya poco podía hacer por él, sólo esperaba que les pudiera decir qué lo había llevado a esa situación.

El joven seguía debatiéndose entre la vida y la muerte. Izō, intentaba bajarle la fiebre, con paños de agua fría, mientras que el maestro preparaba el té; una vez estuvo listo ambos se sentaron a beberlo sin que ninguno de los dos dijera alguna palabra durante largos minutos. El silencio, finalmente fue interrumpido por la voz de Yamato-sensei.

—Nuestro joven bushi intentó suicidarse —Izō, abrió los ojos de par en par—. Hay tres razones para que un samurái decida tal muerte: Para evitar la captura en batalla; captura que el samurái no considera deshonrosa y degradante, pero de mala política; para expiar un acto indigno o fechoría; para seguir a su señor tras éste morir y, quizás más interesantemente, para advertir a su señor de algún peligro.

«El chico que está aquí, sin duda lo hizo por la última, advertirnos. Es obvio que sí optó por el Seppuku², es porque no tenía escapatoria. El problema, es que no sabemos de qué nos quiera advertir».

Un quejido proveniente de la otra habitación, los hizo ponerse en alerta, rápidamente se levantaron y fueron a la habitación del guerrero, el joven lucía pálido, Yamato-sensei se acercó a él para atenderlo. El chico lo detuvo e hizo una negación débil con la cabeza. El maestro supo que estaba listo para partir, aunque joven, aquel guerrero era digno de admirar, en su agonía tuvo la fuerza para decirles a qué debían enfrentarse.

—Yōkai—un leve susurro salió de sus labios acompañados de una mueca de dolor. Yamato tomó una decisión.

—Izō, le daremos los honores que merece.

—Sí, sensei—dijo con la cabeza baja.

—Es necesario—le sonrío y le alborotó el cabello.

Ambos salieron al patio llevando consigo al muchacho para devolverle el favor y rendirle el tributo que como guerrero se merecía y el acto más misericordioso que podían hacer por él, era darle la muerte que había escogido sin prolongar su sufrimiento y agonía. El Sensei le dio su katana a Izō para que procediera con su deber. El chico lo miró con una leve sonrisa en gesto de agradecimiento.

—Fuiste un noble guerrero—murmuró antes de ejecutar la orden de su maestro y tratando de mantenerse impasible, cortó la cabeza del guerrero y luego limpió su sable.

Izō, volvió con su maestro, aquello era nuevo para él, sentía miedo y una profunda tristeza, pero trataba de apartarlo. Tenía que ser fuerte, ya era un bushi y actos como aquel, formaban parte de sus obligaciones como tal; aun así, pequeñas lágrimas salían de sus ojos. El maestro al verle, le sonrió de manera leve y aunque le hubiese gustado darle más tiempo a que se recuperara, le habló, para su mala fortuna, tiempo era lo que menos tenían.

—Izō, ¿dónde encontraste al guerrero?

—En el camino que da al bosque, sensei.

Aquella respuesta no agradó mucho a Yamato, sin embargo, tomó su sable y con una seña, instó a Izō para que tomara su katana, luego ambos se prepararon a salir. Tenían que terminar con todo aquello de inmediato, si no, las consecuencias podrían ser desoladoras para aquella pequeña Villa. Por otro lado, era una buena oportunidad para poner a prueba las habilidades de Izō, Yamato no dudaba de sus capacidades y sabía que, aunque todavía algo inexperto, su alumno triunfaría.

—Esta misión te preparará para el futuro, recuerda Izō, nuestro deber es proteger la paz y la seguridad.

—¡Sí!

—Nos vamos a enfrentar a algo realmente temible, debemos estar con la guardia alta en todo momento. Tómalo cómo una primera prueba para ser un santo.

—No lo defraudaré, sensei.
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¹Futon: tipo de colchón, sin un núcleo firme o rígido, compuesto por un tejido exterior que se rellena de algodón, lana o guata sintética.
²Hara-Kiri, es cuando un Samurái,
literalmente, se saca las entrañas era una parte clave del bushido, el código de los guerreros samurái. El acto podía ser voluntario, usado por los guerreros para evitar caer en manos del enemigo; para expiar un fallo al código del honor, u; obligatorio como parte de una sentencia. Para no alargar el sufrimiento de quién sigue este camino, se le corta la cabeza, normalmente este acto era ejecutado por alguien cercano. Hara-kiri era todo un ritual. Como dato curioso, esto es lo que hizo Saga de Géminis.

Pues aquí está el capítulo de hoy, Izō ya aprendió los siete principios del bushido, Gi, yu, Jin, rei, meyo, makoto y shugo.
Espero les esté gustando la historia, sí es así, voten, por favor y si no, díganme para ya no seguirla (OK no xD). Saludos y besitos.

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