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Capítulo 9

La pelota de béisbol que Biel consiguió atrapar sin querer en el último partido al que fueron, era una reliquia familiar. Lucas había comprado una vitrina de vidrio, escondiéndola hasta del aire.

Las estaciones llevaron consigo una peste en el aire, una fibra que derrumbó a Nicolás. Con calcetas encima de sus pantalones de dormir, una sudadera, envuelto como un rollo de canela en las cobijas, estornudando sobre su cubrebocas, trazaba torpes líneas sobre un lienzo en blanco, sentado con las piernas cruzadas en el sofá más pequeño.

— ¿Cuál es su trabajo? — preguntó Biel, acompañando en la aventura silenciosa al omega. Descansado de su arduo trabajo aprendiendo sílabas, se mantuvo en el suelo, ocupado en crear una obra de arte que nadie más entendería.

Lucas descansaba boca abajo en el sillón más grande, su respiración era suave, apenas se percibía entre el ritmo de los pinceles usados por el omega y el niño. Derrumbado tras una pequeña jornada en la comisaría, dormía las horas que no descansó durante la noche por permanecer cuidado de la delicada salud de Nicolás, quien sufría de una gripe que lo abandonó en la cama por dos días.

— ¿Yo? — Su voz se notaba un poco ronca, aunque mejoró tras tantas infusiones — Soy dependiente en una tienda de dulces, trabajo cerca de la escuela a la que te inscribiremos — sus vacaciones finalmente se estaban agotando, con pesar sus últimos días los pasaría enfermo — Te va a gustar, mi jefa es muy linda... Tiene un nieto, seguro podrás hacerte su amigo —

Biel asintió sin estar realmente convencido de la definición de la palabra: "Amigo". Se calló porque no quería hacer al omega hablar demasiado, no cuando los días anteriores apenas pudo salir de la cama.

La picazón en la punta de su nariz, hizo a Nicolás detenerse. Tomó aire de forma torpe, sintiendo el estornudo formarse, suspirando cuando el reflejo nunca llegó y el malestar continuó fastidiando su momento de recreación.

— El descanso ha terminado, Biel. Tienes que seguir con la tarea de hoy — avisó el mayor, contemplando la hora en el reloj de pared frente a él — Sé que debe ser muy aburrido, pero aprender es importante... Prometo que la siguiente sesión va a ser más dinámica, haremos un juego — prometió un poco desanimado, pues ni él, ni Lucas estaban en óptimas condiciones para jugar con él.

Nicolás sabía que mantener la concentración era un reto. No quería que Biel odiase la escuela o viese como una obligación tomar un cuaderno, repitiendo letras por horas, por eso Lucas y él inventaban juegos con los que estudiar. Estudiar no debía ser una actividad aburrida.

— Está bien. Los enfermos deben descansar o no pueden recuperarse — El infante retomó el libro, empezando a leer las sílabas de forma torpe, atropellada y nada fluida.

La voz de Biel se alzaba frente al movimiento del pincel, en el mundo entre cuatro paredes, el ritmo del tiempo iba despacio, tan pausado que un bostezo podría abarcar más de un minuto, porque donde la calma reinaba, las preocupaciones se olvidaban y el respirar era mucho más disfrutable.

Nicolás empezó a creer que se estaba preocupando más de lo que creía. La solitaria rosa en una maceta, sería otro dibujo colgado con un imán en la refrigeradora.

— Señor Nicolás, ¿cómo era su escuela? —

La pregunta navegó en el aire por unos segundos en donde el silencio fue la respuesta inmediata.

El pincel en la mano de Nico tembló, marcando unos trazos llenos de temor, por el borde del lienzo, allá donde el límite del mundo de acuarelas terminaba, y el realismo comenzaba, Biel esperaba por él, sosteniendo el libro sobre la mesita.

— Fea — expresó con sinceridad, no queriendo rebuscar alguna mentira con la que desviar su propio pasado — Era fea, las paredes estaban rayadas, los baños sucios, nunca había agua y a nadie le importaba educarnos, ni siquiera a los maestros... Lo deje en primaria, no llegué a secundaria —

— Creí que la escuela era importante —

— Estudiar es importante, solo porque yo lo dejé, no significa que mis palabras no tengan peso — aclaró, el lienzo acabó más cerca de su corazón. Arrastró sus piernas, apoyando sus talones sobre el borde del sillón — Tienes mayores posibilidades de cumplir tus sueños. Yo siempre quise ser un doctor para salvar a todos, un astronauta y caminar en la luna o... ¡Ser el siguiente Leonardo da Vinci! — con orgullo giró su pintura, enseñándosela al niño, esperando alguna crítica a su trabajo.

Biel asintió como si siguiera el hilo de la conversación — ¿Quién es Da Vinci? — preguntó con seriedad, intentando entenderle, sin miedo a verse torpe por querer dejar de ser ignorante.

Nicolás jamás había tenido que responder esa clase de pregunta. Da Vinci era Da Vinci, todos sabían quién era... Aunque él ignoraba que los niños de seis años no eran afamados por reconocer rostros de figuras históricas. Sus cerebros funcionaban en maneras distintas; mágicas para los aventureros que se detenían a escucharlos o completos tontos por los más fanfarrones ególatras.

— Da Vinci fue un genio, un hombre muy importante. Todos lo recuerdan por sus obras de arte... ¡Es inmortal! — Respondió con orgullo, cual si recitara logros propios.

— Yo no sé quién es Da Vinci, entonces no es importante, ni in-inmor... ¡Eso! — se mordió la lengua y acabó soltando otra palabra poco enfática con la que expresarse, pretendiendo no molestarse por trabarse al hablar — pero sí conozco las obras del señor Nicolás. ¡Son mis favoritas de todo el mundo!, usted es más importante para mí que Da Vinci —

El omega no comprendía el amor paterno, lo leyó en artículos, lo escuchó en vídeos y lo imaginó en sueños. Le tomó casi tres décadas entenderlo. La felicidad que desprendió su corazón, alivió sus males en unos segundos. Liviano, tanto que podría elevarse en el aire, con el simple aleteo de una de las grullas que se quedaron escondidas entre las repisas más altas.

— ¿Soy... más importante que Da Vinci? Nunca creí que lo lograría — murmuró con los ojos acuosos, llenos de lágrimas apenas contenidas — Lucas nunca dejó de creer en mí y ahora tengo un admirador más — con una sonrisa bobalicona se deslizó por el sillón.

La calidez abrigando su corazón, era similar a la de antaño. Lucas siempre apostaba por él, Nicolás pensaba que le daba más créditos de los necesarios. Su sueño siempre fue entrar a la escuela de arte, desistió de ello, porque a veces los sueños nunca dejaban de serlo... Aunque su idea se moldeó a otro pensamiento.

Lucas le enseñó que, a veces solo cambian de formas.

Nicolás jamás olvidaría la suavidad de la mano envolviendo su muñeca, arrastrándolo por el complejo de tiendas, llevándolo en cortos y firmes pasos, hacía un local de arte. Apenas podía seguirle el paso, ocupado en el movimiento de sus piernas y en la falta de aire, respirando erráticamente. El calor del verano se perdió en el interior ambientado por un aire acondicionado.

"Toma todo lo que necesites, pinta todo lo que quieras... Yo voy a comprar todos tus cuadros, porque soy tu fan número uno", le dijo.

El amor viene en diferentes esencias y envases.

Los más envalentonados se detenían a escuchar lo que el corazón decía en cada latido, porque en su sonido venía la respuesta a cada sentimiento.

Lucas lo salvó, con su acto pretencioso y su sonrisa osada, le llenó de colores. Un acto simplón, desesperado por animar a su amigo, para el omega significó un pedazo de su mundo, el mundo en sus manos, cuyas piezas blancas tomaban su tiempo en teñirse de colores.

— En conclusión — el mayor carraspeó, ya no quería desviarse del tema principal — Lu y yo queremos heredarte conocimiento, es tan importante como el dinero... — Todo lo que él no pudo obtener de sus padres, iba a ofrecérselo a su hijo — Sea lo que decidas soñar, nosotros vamos a apoyarte —

El brillo en aquellos ojos pasó fugazmente, encendiendo con su luz cada rincón... Y aunque los sentimientos brotarán cual afluente, las palabras para expresarlos no existían, no eran suficientes. "Gracias" para agradecer, era muy corto. Biel no sabía otra forma.

— Tómalo con calma, Biel... Incluso si son pequeños pasos, no dejes de avanzar — Nicolás murmuró con esa risa torpe, pretendiendo que la fiebre no estaba aumentando — No te apresures en conseguir un sueño —

— ¿Y sí nunca tengo un sueño? — Con cierto temor su voz se pintó. Sentado sobre la alfombra, a los pies del sillón en donde Nicolás reposaba, custodiaba los secretos que se le contaban en susurros.

— Lo tendrás. Yo lo sé —

— No quisiera interrumpirlos — un bostezo del alfa, interrumpió su propia voz — pero es hora de tu medicina, Nico — con pereza sobre cada músculo, Lucas se removió cansado hasta conseguir sentarse, apoyando su frente sobre sus manos.

— Lu, estamos estudiando... No puedo irme a dormir — se quejó de forma infantil, prácticamente haciendo un berrinche.

— Estudiar es importante, cuidar de tu salud también lo es — la marca de su cuerpo quedó fija un par de segundos en la esponjosidad del almohadón del sofá — Biel y yo vamos a estudiar, tú te vas a dormir — con su mano sobre la frente del omega, comprobó que su fiebre había regresado.

— Vaya alfa mandón, cascarrabias y aburrido. Me caes mejor cuando duermes ocho horas — gruñó. Lucas solo podía apelar a la idea que la alta temperatura arruinó algunos circuitos, apagando su lado nervioso, inseguro e histérico, para descuidar tan arbitrariamente su salud.

Aunque apesadumbrado, Biel simplemente no se opuso a las instrucciones de Lucas, dejando que el castaño tomase en brazos a Nicolás, quien acabó derrumbado contra su pecho. Sus mejillas se habían colorado de rojo, sus labios se agrietaron y el cansancio pesaba sobre sus párpados.

— ¿Por qué? — Biel se animó a elevar la voz — ¿Por qué dejó la escuela? —

Lucas se puso rígido. No fueron las horas que durmió incómodo en el sillón, fue el cuestionamiento tan delicado que el niño soltó.

Nicolás no recriminó su curiosidad, esbozó una sonrisa débil, melancólica — Porque escapé de casa —

Cuando Lucas regresó de arropar a Nicolás, acariciando su nuca, casi cayéndose por no prestar atención a sus pisadas, se encontró a un cabizbajo Biel, repitiendo las sílabas de su libro. El alfa se sentó a su lado, notablemente cansado.

— No debí preguntar — murmuró el pequeño pelinegro, aferrado a las hojas manchadas de frustración — Tengo una opresión... Aquí — señaló su pecho, enterrando sus dedos en su camisa.

— Se llama arrepentimiento, es una mierda. ¡Espera! No le digas a Nicolás que escuchaste de mí la palabra mierda — empezó a balbucear con pánico, no queriendo desatar la furia de su mejor amigo.

— Escapar de casa suena serio — ignoró los lloriqueos del alfa, pues su preocupación no era un juego.

Lucas suspiró, su intento de aliviar el ambiente había fracasado — Biel, Nicolás no está enojado... En realidad, está feliz porque quieres saber más de él — cerró el libro con delicadeza.

Biel asintió, no totalmente convencido.

— Nico, tú y yo somos similares... — contempló al darle un empujoncito juguetón al niño, llamando su atención — somos almas solitarias que se encontraron para acompañarse —

— Usted parece más del lado molestón, que del solitarión — dijo, inventando palabras, provocando una estruendosa carcajada en el adulto.

— Auch — se llevó la mano al pecho con dramatismo — ¡Mis sentimientos! Yo también soy frágil, ¿por qué no me tratas con amor? —

Biel volvió a ignorarlo, lo meditó por unos segundos, hasta llegar a una conclusión — Si le doy todo mi amor al señor Nicolás, ¿puedo obtener el doble de su amor? —

— ¡¿Doble amor de un omega?! — Ensalzó su tono vociferando — Tienes tu lado astuto, niño — sonrió, revolvió sus cabellos con jocosidad, riendo por el nulo cambio de expresión del chiquillo de mechas enredadas como un nido de aves — Vamos. Hagámosle una sopita de verduras a Nico, seguro se pone feliz al despertar —

Ambos. Alfa y niño, se marcharon a la cocina, buscando completar una nueva misión... Biel caminando tan solo un paso más atrás, con aquella nueva curiosidad.

— ¿Por qué si no le gustan las verduras, se casó con un omega que huele a zanahorias? —

Lucas frunció el ceño, casi ofendido del cuestionamiento del infante — Las zanahorias no son verduras —

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