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Capítulo 8

Muchos solían denigrar a los omegas por su posición dentro de la jerarquía. "Los más débiles" solían ser tachados... Suerte que Lucas era del porcentaje en contra de esas absurdas aseveraciones.

Lo comprobó al pegar un grito agudo a las once de la noche cuando la entidad más fuerte de la casa, derrumbó su puerta, la estrelló contra la pared, provocando un sordo sonido que casi opaca su miedo, pues el lloriqueó de Nicolás era muy potente. Lucas comprobó la supremacía del omega y los buenos pulmones que desarrolló. Bien pudo ser un nadador.

— ¡Lu!, ¡Lu, ya no puedo con esta angustia apretándome el pecho! — Se había cansado de rodar en la cama como pelota en cancha de fútbol, de lado a lado, de esquina a esquina, de arruga a arruga.

El alfa acababa de volver de sus horas extras, rabiando por recostarse a descansar en su cómoda cama.

Lucas hubiese respondido de inmediato, sin embargo, su cerebro se había apagado unos segundos, haciendo tarde el comprender que el fresquito en sus nalgas no era imaginación, estaba desnudo, con el elástico del bóxer bajo sus muslos y el pantalón en sus tobillos.

— ¿Nico, me dejas desvestirme en soledad? — Preguntó con la risa atorada en la garganta, debatiéndose entre subirse la ropa interior o cubrirse con una almohada.

— ¡Ay, Lu!, ¡por favor! — Bufó al cerrar la puerta, cerrando con un cuidado que no demostró al abrirla — Yo tengo mejor culo que tú, no me ofende. Somos amigos desde hace tiempo, no tengo vergüenza por verte... —

— ¡¡Yo soy el que muere de vergüenza!! — Se quejó con las mejillas levemente ruborizadas, sin las neuronas funcionando. Gracioso considerando que era un hombre de acción, un alfa de pensamiento veloz a la hora de ejercer patrullaje, arrestar o perseguir.

— Oh — Nicolás asintió atontado. Se deslizó por la puerta, sentándose sobre la alfombra, colocó sus manos sobre sus ojos, cual barrera protectora y apoyó su frente sobre sus rodillas — Dime cuando puedo ver —

— Bien — respondió entre dientes. Ignoró el pequeño cuerpo a su costado y cambió su uniforme de trabajo, a una mudada de dormir. Jaló de las sábanas de su cama, las ondeó hasta dejarlas caer suavemente sobre los hombros de su mejor amigo — Aún no he dicho que puedas ver — dijo al notarle removerse.

— Lo siento — su voz sonó encerrada, ocultándose del mundo exterior, acurrucándose en la piel que empezaba a tomar el calor y aroma de alfa.

Lucas se sentó frente a él, cruzó las piernas y descansó su codo sobre su rodilla, cubriendo con su mano su mentón — Ya — murmuró de mala gana, a sabiendas de la conversación que le esperaba.

Nicolás se erigió, dio una larga bocanada de aire — Lamento haber irrumpido en tu habitación sin llamar y verte el culo —

— Lo último sobraba — Jaloneó con su otra mano el cachete a su alcance. Su molestia se disipó porque Nicolás entendió el motivo de su enojo. Una disculpa y una promesa de una cena sin verduras lo arreglaría — Bien, habla — soltó su mejilla acunándola sobre su palma.

— ¿Crees que es buena idea mandar a Biel a la escuela? Digo, lo hablamos y suena ideal, pero — enterró sus dedos en sus muslos, descargando un poco sus nervios — ¡¡Los niños suelen ser crueles!! — lloriqueó, su mente ya imaginaba el acoso — Quizá debimos insistir en que nos llamara sus padres —

Lucas sabía que Nicolás había visto más de mil escenarios futuros, cada día se asombraba de la capacidad de su mente... Se preguntaba si su esposo era un superhéroe. Quizá podría publicar su historia en los periódicos. La mano en su pómulo bajó al hombro, estrujando por encima del pijama y la cobija.

— Sé que estás preocupado por Biel, pero es un niño muy astuto... Me preocupan los niños que estarán encerrados con él — Ambos habían acordado no imponer al infante llamarlos sus padres, debía hacerlo cuando estuviese listo. No verlo como obligación, sino unas palabras nacidas del corazón, un sentimiento que retumbó al sonido de cada palpitar.

— ¿Crees que solo estoy de viejo histérico? — Nico se aferró a la manta, como si ella pudiera esconderlo de aquel par de ojos — No debería hablar... Yo apenas y me gradué de preescolar —

— Nicolás, eres la madre de Biel, es tu bebé y necesita de ti — permaneció inmutable, dejándole espacio al omega sin irrumpir o alejarse — Claro que tu opinión y preocupaciones son importantes, porque quieres darle lo mejor —

Sus ojos fueron dos vastos cuerpos de agua, cristalinos reflejaban el mundo — Mi bebé. Biel es mi bebé — arrancó con el dorso de su mano, las lágrimas que quisieron caer y asintió con frenesí — Tienes razón, papá alfa —

— Lo sé — sonrió desprendiendo calidez, guardando una risa especial para su amigo. Sus manos se movieron solas, removiendo las únicas lágrimas que consiguieron escapar — Somos un equipo —

— Nuestra bebé estará bien — empezó a repetir, se convirtió en un mantra con la que calmarse. Se encogió un poco, recibiendo un par de palmaditas en la cabeza por parte del alfa — No dejaremos que nadie lo lastime —

— Nadie va a lastimarlo, te lo juro — aseveró en una promesa de gran peso, borrando el rastro del llanto y los temores que inculcaron el insomnio, haciendo al omega empezar a derrumbarse, queriendo capturar un dulce sueño.

Antes de poder matricular al niño, tenían un largo y rocoso camino por recorrer... Aunque ellos ya eran expertos rellenando formularios y pasando pruebas.

Biel necesitaba conocimiento en escritura y lectura. Quizá iniciaría tarde o sus compañeros de clases serían menores a él, pero estaban decididos a nivelarlo para que arrancara su formación educativa al ritmo de cualquier niño.

Nicolás lo sentía como una declaración de guerra. Libraría las batallas que fuesen necesarias, con tal de triunfar. Pagaba el precio, aunque el costo fuese alto.

Deslizaba sus dedos por el papel, buscando la forma de convertir un aburrido trozo, en una pequeña grulla... Tendría una bandada regada por toda la sala de estar, sobre la alfombra, en la mesita, los estantes, la lámpara de piso, los floreros, la cabeza de Biel y entre los botones de su camisa de tonos dispares.

— ¡Mi general, he traído el paque-! — Lucas se tropezó con el escenario ante sus ojos, su lengua se enredó y acabó por reír. El salón era el punto de reunión de unas aves que invadieron cada rincón.

— Bienvenido, señor Lucas — Biel apenas y habló, su voz siquiera produjo alguna onda que hiciera revolotear las grullas que terminaron volando a su libro.

— ¡Oh! Bien hecho, mi coronel — Celebró Nicolás, soplando con su mano un par de grullas que acabaron desperdigándose por el lugar — Vamos, siéntate —

Domingo. Quizá un día de descanso que lo convertirían en trabajo duro. Debían aprovechar los momentos en que los dos podían estar los tres reunidos.

— Hoy tenemos casa llena — de puntillas, librando un calentamiento antes de la verdadera batalla, consiguió un lugar sin la plaga de papeles. Levantó un poco de viento con la caída de su cuerpo al suelo, haciendo sobrevolar a un par de grullas, las que aterrizaron en la alfombra — General, ¿cree que nos rinda el dinero para alimentar tantas bocas? — bromeó al notar la invasión.

Nicolás se encogió, no quería dar declaraciones sobre su pequeño ataque. Terminó la última ave y la echó al aire, dejando que el destino eligiera su puerto de llegada. Acabó atropellando la nariz de Lucas, el alfa solo suspiró suavemente.

— No son tantas, Lu... Mi plan nunca fue tener una familia pequeña — espetó animado, defendiéndose — pero primero, debes hacer una buena labor por nuestro primer bebé — llamó a Biel con un pequeño ondeó de su mano, quien se levantó de su lugar, procurando no aplastar ninguna grulla en su camino.

Biel no entendía el revuelo del par de adultos, simplemente estaban actuando más raro de lo normal — ¿Hice algo malo? — Saltó a conclusiones.

Nicolás negó meciendo de lado a lado su dedo índice — Cabo, hoy ha sido convocado para librar una de las más importantes misiones de su vida — de debajo de la mesa sacó un tablero, con letra a escalas de llegar a ser definida como hermosa, con líneas cuechas y colores chillones que resaltaban a la vista.

— ¿Qué es un cabo? — Cuestionó el niño, igual de perdido que al principio.

— Nico, ¿cuándo hiciste todo esto? — preguntó el mayor, tirando del muñequito de madera que lo representaba a él. Eran del tamaño de un alfiler, pintados por un novato, tenían unos rasgos abstractos de cada uno — ¿Estás durmiendo las horas suficientes? —

— ¡Cabo! ¡Coronel! — Chilló protegiendo su nueva obra. Quizá no era el más hábil en cuanto a habilidades manuales, sin embargo, era el más proactivo a hacerlas — No se desconcentren de nuestra misión principal — palmeó su tablero, queriendo llamar la atención del par — La misión se llama: El derrumbe escolar, patearemos su puerta —

Lucas solo pudo reír, quiso contener la gracia encerrada en su garganta, pero el escándalo emergió — Nico, a veces puedes ser muy infantil —

El omega se empapó de bochorno, retrocediendo con las mejillas empañadas en rubor, apretando los dientes — ¡Yo! —

— ¿Al ser mayor te vuelves aburrido?, ¿ya no puedes jugar con muñecas? — Biel tomó la pieza más pequeña, queriendo examinarla, cual profesional apreciando un cuadro en un museo, comprendiendo la magnificencia a través de la historia que cuenta — Que horrible es ser adulto —

— No lo decía en mal sentido — la risa en los labios de Lucas no se esfumó, se le hacía lindo ver al pequeño Biel defender a Nicolás — Creo que es lindo que sea tan libre de divertirse como quiere — puso su mini versión en la línea de inicio — Nico la pasa bien, demuestra pasión... Y solo te dan ganas de seguirlo en sus aventuras —

Lucas y Biel cruzaron miradas en un silencioso entendimiento mutuo. Nicolás solo intentó mantener la comisura de sus labios quieta, pues la vergüenza le estaba obligando a estirar los labios en una sonrisa bobalicona.

— Pero... qué cosas dicen — su voz estaba entorpecida en una ristra de risas, el movimiento errático de sus orbes y el frenesí de sus manos acomodando la misma pieza — empecemos o... no podremos llegar a tiempo. ¡Sí! ¡No llegaremos al partido! —

— ¿Partido? — Biel a veces no podía seguirles el ritmo — ¿qué partido?, ¿qué es un partido? —

— Dos equipos de un mismo deporte, juegan queriendo ganar, una competencia — respondió Lucas simplificándolo con sus palabras — Será tu primer partido de béisbol, podría gustarte o no... Lo descubriremos —

Biel procesó la información con asentimientos — ¿Cómo la tortuga y la liebre? — llegando a una conclusión en una situación que pudiera relacionarla.

— Sí, como la tortuga y la liebre, solo que en el béisbol usan bates y una pelota. Lu es un gran fan, puedes preguntarle lo que quieras — animó Nicolás, radiante, estaba esperanzado en que Biel se interesara por alguna de las aficiones de ambos — Decidimos repartirnos los domingos. Cada domingo, cada uno elegirá las actividades que haremos en familia —

— Este es mi domingo — se señaló Lucas con fanfarronería — así que iremos a ver un partido, comeremos hot-dogs y beberemos cerveza sin alcohol... — miró al taciturno niño sentado a su lado — y tú un jugo —

— El otro domingo te toca a ti, Biel... Y el siguiente a mí — su elección no sería tan extravagante, un día en casa, viendo películas y haciendo arte con acuarela — puedes decidir lo que quieras, ir al parque, leer cuentos — empezó a enumerar con los dedos — ir a una sala de juegos —

Lucas se estiró perezoso, su voz se alargó junto a sus músculos, denotando pereza — El último domingo, elegiremos quien decide por medio de la suerte con algún juego —

El alfa y el omega creían que ayudaría a potenciar la convivencia familiar, realizar actividades juntos. El tiempo de calidad era importante, en especial si querían que todos se adaptaran al ritmo de vida.

Biel miró al tablero y a ambos adultos en intervalos cortos — Y para qué es la misión: El derrumbe escolar, patearemos su puerta —

El mayor posó su mano sobre la cabeza del niño, su cabello era sedoso, desprendía el mismo aroma a Nicolás. Lucas jamás tuvo ese desmedido afán por tener hijos, siempre se vio como un alma libre que no se ataría a compromisos, sin embargo, la vida dio un guion diferente. El camino de un tutor era difícil, porque no había una fórmula escrita y el constante miedo a fallar se quedaba acompañándote, incluso en las noches más pacíficas.

— Estudiar, Nico y yo vamos a estudiar contigo... Nuestra meta es que llegues a primer grado con las bases necesarias —

Nicolás empezó a rebalsar de información, demostrando a través de su tablero, los temas y horarios en los que trabajarían hasta el momento de la inscripción a la institución. Diciembre se vislumbraba como un mes lejano.

El omega derrochó emoción hasta el final de su explicación, porque había estudiado minuciosamente su plan de acción — Ni Lu, ni yo nos vamos a rendir, Biel. ¡Es una batalla que la familia Nowak no puede perder! —

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