Capítulo 7
Nicolás era el madrugador. Despertaba sin necesidad de alarma, su organismo estaba programado para fugarse del sueño a las seis de la mañana. No un minuto más, no un minuto menos.
Lucas era su contraparte. Veinte alarmas desde las cinco con quince de la mañana con intervalos de cinco minutos hasta las seis de la mañana... Y aún así Nicolás tenía que ir a despertarlo a las seis con treinta porque las sábanas lo mantenían secuestrado.
La rutina era una moneda valiosa para Nicolás, quien a gusto bajó las colchas, se tomaba unos segundos en los que desperezaba, se sentaba otro tanto al borde de la cama, estirando los brazos y dejando escapar una tanda de bostezos. Con una pijama de estampado de ositos comiendo miel y el cabello revuelto por su usual batalla contra la almohada, Nicolás salía de su habitación con el brillo de sus labios gracias al agua por haberse cepillado los dientes. El omega bajaba escalón a escalón al primer piso, en búsqueda de saciar su apetito.
Sumergido en la refrigeradora, hacía un recuento de los alimentos que quedaban durante la quincena. Y una vez a la semana, cedía a la tentación de comer el doble de azúcar, buscando dar un desayuno un poco rebelde: Cereales, yogurt y frutas.
Sacó las manzanas, las uvas, la mitad de una sandía y un pedazo de piña. Desbloqueó su celular, emprendiendo un nuevo estudio entre tutoriales para cortar la fruta y darles alguna forma artística a los platos. Se lavó las manos, solo por seguridad de preparar los alimentos con la mayor sanidad.
Su pequeña batalla estaba por iniciar, hasta que sus ojos se cruzaron con una distracción muy lejos del campo de lucha. Se restregó los párpados y cerró las llaves del fregadero, desperdiciar agua no era una buena idea de respeto al medio ambiente.
Rápidamente, abrió la puerta al patio, mirando al niño sentado en medio del césped, cerca del pequeño comedor de hierro en el patio, lo suficientemente lejos de la piscina, disipando un poco sus miedos de un accidente.
— ¿Biel? — Le llamó, aun esperando que fuese alguna ilusión — ¿Qué haces? —
El susodicho se giró al sonido de su voz, sin mostrar señales de susto por el encuentro inesperado entre ambos — Buenos días, señor Nico — saludó con una leve inclinación — yo solo... estoy tomando energía del sol —
Nicolás se quedó pasmado, esperaba uno de esos momentos importantes donde los padres son el soporte de sus hijos, después de todo, se estaban adaptando a la vida familiar. Un mundo desconocido, en el que muchos juegan, pero pocos ganan. Perder conllevaba a consecuencias devastadoras, él lo sabía, porque ya había perdido una vez.
— ¿Energía... del sol? — Solo pudo pensar en las plantas y los lagartos. Quizá era una especie de hito importante en la mente de Biel, no quería empezar a replicar las invenciones que una mente joven creaba.
— Sí. Debería tomarla, es gratis — murmuró cerrando los ojos, llevándose con él los pensamientos dispersos del omega.
A Nicolás le tomó un segundo decidirse a compartir espacio, se sentó a su lado, cruzando las piernas, esperando hacerlo bien en su primera vez. No quería hacerlo mal, aunque su mente encontró paz en ese silencio en el que el constante roce de la brisa mañanera estaba presente.
Lucas encontró al par de plantas en pijamas, a las seis y diecinueve. Tras el trauma de despertar, sobrevino la sensación desoladora de la sed raspando su garganta, cada trago de saliva era una tortura, pues el líquido no calmaba su necesidad. Pese a saber que tenía once minutos más, antes de la llegada de Nicolás, se tuvo que deshacer de sus sábanas a regañadientes.
Llenó un vaso hasta el límite, sabiendo que el omega lo regañaría por ser excesivo. Se cuestionó su presencia al notar su ausencia en la cocina y el desastre disperso en la encimera. Encontrándose con el omega y el niño disfrazado de osito... Uno entre los distintos pijamas de animalitos que pudieron comprarle.
Su curiosidad le animó a olvidar el sueño, llegando junto a ellos, acuclillándose al lado de Nicolás — ¿Qué hacen?, ¿tienen problemas de sonambulismo o desarrollaron un complejo de plantas? — no elevó la voz, aunque su tono fue suficiente para causar un respingo en su amigo.
— Le robamos luz al sol — el omega le jaló, haciéndole caer sentado sobre la grama, justo frente a él — Ahora siéntate y calla —
Lucas no pudo negarse, tampoco es que le dieran opción. Se quedaba o se quedaba. Acabó dormido, de brazos cruzados, apoyando su cabeza sobre el hombro de Nicolás, sumido en un sueño del que no despertó hasta que Biel dijo que era suficiente. Mientras el niño y el omega se notaban rejuvenecidos, el alfa se quejó de un ligero dolor de cuello durante el resto del día.
No estaba concentrado. Sus ojos tenían su propio ritmo, del niño al móvil, un bucle que se repitió por media hora. Nicolás solía carecer de confianza con los desconocidos. Igual a una tortuga, avanzaba a cortos pasos, sin grandes preocupaciones por alcanzar la meta, su mayor fortaleza era la terquedad que le impedía izar bandera blanca.
Acarició la suavidad del cojín sobre sus muslos, hundiendo su mano y dejando que la esponja volviese a su forma original, una y otra vez. Frunció los labios en una mueca, sus manos temblaban, desestabilizando su celular, llevándose las energías para alzar la voz, porque los nervios lo tenían ocupado en la sensación de náuseas que le mantenían fijo en el sillón.
— Biel — susurró, un murmullo endeble que creyó perdido en el aire. El niño respondió a su llamado, viéndole.
Él yacía sentado sobre la alfombra, ignorando por completo el televisor a su lado, pasando de hoja en hoja, el cuento de Peter Pan, formando una W con sus piernas, se mantenía ido en los dibujos que trazaba con la yema de sus dedos.
Del temor no nacerían flores hermosas, solo hierba que ahogaría la flora. Nicolás no podía permitirse perder cuando había corrido tanto.
— Se hace tarde, ¿quieres hacer la cena conmigo? — Preguntó fingiendo ver la hora en el reloj de pared, atontado por el movimiento. Un búho, cuyos ojos se mecían a la par de la colita que le colgaba.
— Nunca he cocinado. La superiora Sofía no nos dejaba acercarnos, decía que era peligroso — murmuró deteniendo la hoja en la parte de la historia. Ni resaltando un ánimo desbocado o un desagrado por la idea.
— Sí, es peligroso, pero harás tareas sencillas y yo estaré vigilándote — Su apuesta era arriesgada. Meter a Biel a una cocina donde abundaban objetos corto punzantes y fuego, era un plan que le sacudía las piernas, sus huesos le fallaban, amenazándolo con desplomarle... Sin embargo, el manual de guía para ser mamá, puntualizaba la importancia de hacer actividades juntos.
— Ayudaré — respondió buscando con la mirada algún objeto que le ayudará a recordar la página. Sus orbes llegaron a los cabellos del omega, elevándose solo para robarle de los mechones, una de las trabas con las que Nicolás sujetaba su flequillo — Listo —
Nico esbozó una sonrisa — Agregaremos un separador en la lista de compras — palmeó la cabeza del niño con una pequeña fuerza. Una acción que le paralizó por creer que avanzaba a zancadas, cuando Biel solo se encogió batallando por contener la dulce sensación en su pecho.
Un nuevo descubrimiento, tan bueno, al nivel de: "Las sábanas de la cama huelen a sandía" y "las alfombras son esponjosas, quizá así sea las nubes".
— ¿Qué vamos a cocinar? — El niño le siguió por el corredor, tras dejar su libro encima del sillón en donde había estado Nicolás.
El recorrido entre la cocina y la sala se llenó de una suave risa del mayor y los pasitos del menor. Un vals a la convivencia, y la naturalidad de las almas similares por buscarse, gozando de contentas al encontrarse.
— Una cena que pondrá infeliz a Lu, pero le dará muchas energías — descolgó el delantal tras la puerta, un juego entre blanco y negro con un girasol que había perdido un pétalo. Acuclillado frente al niño, le visitó con un delantal similar, aunque el suyo guardaba el pedazo que le faltaba al de Nicolás.
— Un alfa que le da problemas a su omega no es muy respetable — dijo Biel, mirando por encima del hombro al omega a sus espaldas, quien ataba el nudo por su cintura — Tampoco podemos ponernos quis-quis... — La palabra no le salió, se mordió la lengua y se rindió — llorones con la comida —
— ¡Exacto! — Se llevó las manos a la cintura, reprochando las quejas de su mejor amigo hacia los vegetales. Siempre se convertía en el villano cada que le tocaba hacer la cena — Eres un niño muy bueno, Biel — alabó con gentileza, muy alejado de algún intento de mofa hacia un menor intentando parecer más grande.
Carne con vegetales salteados, una propuesta simple, aunque devastadora para Lucas, quien no dejó de estornudar las últimas dos horas que le quedaron de turno en el trabajo, haciendo papeleo en la estación.
— ¿Estaré enfermo? —
— Seguro la vida familiar te da alergia — renegó el beta de hombros caídos, pretendiendo ser un sabelotodo. Estrelló su brazo alrededor del cuello de su amigo, provocando un repentino desbalance hacia adelante — Entonces... — con dedo índice y pulgar formó un semicírculo, emulando un pequeño vasito de tragos con ayuda de su mano — ¿por qué no vamos a conseguir tu cura? —
Lucas le dio tres palmadas en el pecho, aunque no dolorosas, si fueron sonoras — Lo siento, amigo... Nico me dijo que intentaría cocinar con Biel, no puedo perderme una cena familiar. Mi hijo va a cocinar —
Bernard bufó rodando los ojos, las charlas con Lucas se limitaban a Nicolás y la adopción, todo un casanova que había sido encadenado por las esposas del amor, el mayor delito de los solteros codiciados, el compromiso de la familia. Solo definirlo le dio escalofríos que le hicieron abrazarse a sí mismo — El frío de tu ausencia me da gripe, voy a morir en está soledad... ¡Han domado al alfa! — Dramatizó con voz aguda.
— Sí, sí. Nico me ha domado — resopló cerrando la puerta de su casillero. Apenas era su primera semana siendo un "padre", y sentía que había envejecido cincuenta años por culpa del miedo en cómo actuar o qué decir alrededor del infante — Como sea, iré a cenar a casa —
— Y te perderás de una espectacular salida de tragos... — lamentó con tono fingido, pretendiendo rendirse — Iris también irá. Su última relación terminó mal, a lo mejor está dispuesta a aventurarse... ¡Ah! — dándole la espalda, esperando con paciencia que Lucas mordiera el señuelo, fungiendo de cazador, sacó su arsenal final — Seguro habrá algún afortunado que lleve todo este deseo carnal encerrado por dos años, porque se casó con un omega al que no se atrevería a tocar —
El juego de llaves resonó en la estancia, el cambio de zapatos y un largo suspiro con el que alejar el cansancio del día. Con sus manos sobre su cuello, movió de lado a lado su cabeza.
— ¡¡Chicos, regresé!! — Su voz fue un eco atrapado en las paredes, primero un golpe y finalmente un silencio.
Arrastró sus pisadas, siguiendo el aroma deambulando por los pasillos, llamándole. Su olfato le llevó hasta la cocina, en donde su par de enanos parecían preparar un maleficio.
— ¡Lu, bienvenido a casa! — Nicolás fue el primero en notarlo, esbozando una gran sonrisa por su presencia, una risa casi burlona. Secó sus manos con un trapo, ansioso por ver su expresión.
Biel dio un asentimiento seguido de un escueto: Hola, señor. Tímido y casi esperando que el murmullo fuese silenciado por el chorro de agua con el que enjuagaba un par de cucharones.
— Hola, mis mini humanos favoritos con dotes cocineros — se llevó las manos a la cintura, con una media sonrisa, admiraba al omega y al niño — Ayudaré poniendo la mesa —
Buscó su propio mandil, agarrando el blanco cuyo centro resplandecía por un sol que iluminaba con su sonrisa coqueta y sus cachetes avergonzados. Su curiosidad le llevó a indagar en las porras tapadas, aunque el jalón en su ropa le detuvo.
— El comedor está por allá — el niño señaló hacia el otro lado, alejándolo de la cocina. Robándole la posibilidad de curiosear.
Vaya par de "mini humanos". ¿Debía volver a dejarlos solos? El aroma a la carne acompañada de vegetales le daba la clara respuesta al alfa. Con un tic en el ojo, picó una zanahoria con el tenedor, pensando en sus movimientos para apartar los pimientos, la cebolla, la coliflor y los champiñones. Quizá sí debió haber ido a embriagarse antes de caer en esa trampa mortal.
— Ah — Nicolás unió sus manos, aflorando de él un gustoso aroma — Eres un niño muy responsable, Biel... Estás comiendo todo — resaltó el omega, lanzando un discreto ataque hacia su amigo.
— La superiora Sofía dice que debemos comer todo para ser grandes y fuertes — dijo tras comer, procurando limpiarse las manchas de los cachetes.
Lucas fanfarroneó como modo de defensa — Yo ya soy grande, no necesito de plantitas para crecer —
Biel no se enojó por el claro tono chulesco con el que Lucas se había expresado, imperturbable atacó un punto sensible — ¿Y es fuerte? Su esposo necesita un alfa fuerte que pueda protegerlo —
El tenedor se le cayó de las manos al alfa, haciendo al omega dar un pequeño respingo del susto. Biel era un niño muy serio, tenía un mundo de enseñanzas en la cabeza, de experiencias que él desconocía y le animaban a saber más sobre su historia, el cuento que quería leer.
— ¿Lu? — Nico se inclinó buscando la respuesta de Lucas por las palabras de Biel.
Lucas empuñó las manos — ¡Maldición! — pegó un alarido antes de sujetar el tenedor— ¡Comeré plantas para ser fuerte! — se llenó la boca de carne y vegetales, lloriqueando por el sabor en su paladar — ¡Las comeré por ustedes dos, porque también cuidaré de ti! —
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