Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 6

— No. Ya te dije que no. No es no. ¡No! — La voz del omega resonaba por todo el pasillo, escapaba de la rendija de la puerta, colándose al exterior — Estuve leyendo toda la noche. Mi plan va a tener éxito — exaltado, con la mano sobre el pecho, y la otra palpando una caja, contaba orgulloso su idea "ganadora".

— Nico, tu idea apesta — aseveró, deslizando el dedo por el celular del chico, admiraba las plantillas en Power Point que había hecho — Darle un cuento es como comprarlo — le regresó el móvil, por mucho que leyera, el plan no era de su preferencia, aunque las opciones se les acababan y la desesperación les llevaba a dar pataleos — Y leerle "Caperucita roja", sobre una niña desobediente que casi muere, suena a que lo estamos obligando a elegirnos —

Las mejillas de Nicolás se llenaron de aire, sus hombros cayeron y sus manos se hicieron dos puños — Lu, no lo estamos manipulando. ¡Tienes una mente retorcida! — tiró de las solapas de la caja, la abrió y sustrajo el par de marionetas que había hecho; ojos chuecos, cabellos hechos de lana, un color dispar para la niña, un calcetín café para el lobo y uno blanco para la abuela.

— Nico... — La girase al lado que la girase, era tosca y un buen producto de villano de pesadilla — Tus marionetas apestan. ¿Quieres provocarle pesadillas al niño? — Con una ceja arqueada, zarandeando a la abuela y corroborando lo que temía, se indignó — ¡¿Estos son mis calcetines?! —

— ¡Una inversión! ¡Son una inversión! — Le arrebató su obra maestra de las manos, con los dientes apretados y el rubor arrancando el color de sus cachetes, solo pudo defenderse con amenazas — Si me sigues molestando, le agregaré muchas verduras a la cena —

— ¡Nico eres diabólico!, ¡El mal encarnado!, ¡Satanás, fuera de ese pequeño cuerpo! — Con sus dos dedos anulares hizo un simulado crucifijo, negó insistentemente, imaginando la abominación que tendría de platillo esa noche de domingo, sus pequeñas vacaciones no podían acabar en una guerra en la que iba a perder — ¿No te da pesar tu inocente esposo? —

— Un caldo... Una deliciosa sopa de verduras — murmuró ignorando el acto cómico de su mejor amigo, con la mano en la barbilla, decía sus pensamientos en voz alta. Solo una pequeña venganza por burlarse de sus muñecos, quizá no eran los más estilizados a la vista, sin embargo, eran suficiente para transmitir sus sentimientos.

El omega se desestabilizó cuando el alfa lo abrazó por la espalda, apachurrándolo hasta sacarle el aire, restregando sus cachetes contra sus cabellos, llenándolo de sus feromonas. Lloriqueando contra su oído, apelando por piedad, más que un acto desesperado, era un jugueteo para poner de buen humor a su mejor amigo. Solo quería quitarle los nervios, despejar sus ideas muy lejos, permitiéndole volar más allá de las nubes. No le importaba ser el bufón de la corte, mientras pudiera proteger su sonrisa.

— ¡Nico, perdóname! Oh, gran y poderoso Nicolás, suplicó perdón — sus alaridos provocaron el frenesí, el nacimiento de ese movimiento en el abdomen, que llegó en oleadas de carcajadas. Un pago por un buen trabajo.

— Basta, Lu... Me haces cosquillas — gratos sonidos de escalas sin ritmo de una sinfonía a la alegría. La mejor canción, esa que ningún genio musical podía replicar, pasaran los años que pasaran, su risa era medicina, era alivio, era paz, era calma y era vida.

Formar una relación con el niño.

Una prueba mortal les estaba agotando los días. No podían solo llevarse a Biel porque les gustase y sintieran que era de ellos, debían demostrar la unión que podían formar. ¿El mayor problema? Biel no estaba cómodo. El tiempo de convivencia lo pasaba arrinconado, con un libro en la cara, evitando hablar. No se puede obligar, si fuerzas los hilos, estos acaban rompiéndose.

Un lazo verdadero, es aquel que se tuerce, se enreda, se estira y aun así no se quiebra.

Biel los estaba viendo, desde el principio de su pequeña pelea marital, acuclillado, usando un pequeño espacio de la puerta entreabierta, espiando lo que hacían cuando él no los miraba.

— ¿Vas a seguir huyendo de ellos? — La cálida voz de Sofía, la encargada del orfanato, resonó en su oído en un murmullo conocido — ¿No crees que pueden ser tus padres? — usando su dedo anular e índice, llevó un par de mechones castaños tras su oreja.

El infante desvió la mirada al suelo, al borde de su libro: "Pinocho", sus labios se presionaron para detener el titileo — No estoy escondiéndome —

Sofía negó con una sonrisilla en los labios, se mantuvo a la misma estatura del niño, regañándolo en un tono sin enojo — Biel, ¿qué hablamos sobre las mentiras? —

— Bien. Sí me escondo, pero... — sus ojos se encontraron con la pareja en la sala, pese a su edad, lo notaba, las pequeñas motas revoloteando en el ambiente, como su bailaran al tono de sus voces, esparciéndose hasta ensuciar todo lo que tocaban — Hay mucha luz, no estoy seguro de poder brillar como ellos —

Un secreto. Una inseguridad. Un miedo. Sofía le dio un empujoncito juguetón con su cuerpo, reconoció el valor de vocalizar sus temores, darles palabras a sus preocupaciones... Entonces, solo hacía falta un pequeño impulso.

— Tú tienes tu propio brillo, Biel... Puedes brillar con ellos — animó al infante, ladeó su cabeza, apoyando su mejilla sobre su puño, desequilibrando sus lentes, esperando que su voz le llegase a Biel, guardando la esperanza para sí misma, desbordó de alegría al verle partir.

Uno de los pequeños estaba listo, se marcharía lejos, porque había encontrado quien le amara de corazón. Su lugar, un pedazo de espacio en el mundo para él.

— ¡Las marionetas! — Biel alzó la voz al abrir la puerta de par en par, colándose en la conversación del matrimonio — Quiero verlas — su tono fue un susurro, prácticamente avergonzado por haber vociferado de forma torpe con mucha emoción, empezó a intercalar miradas entre los adultos y el tapete en el suelo.

Las almas gemelas solo necesitan un instante para resonar en la misma sintonía. Quizá tarden mil años en encontrarse, pero en un segundo pueden unirse por la eternidad.

— ¿Las marionetas? — Lucas fue el primero en reaccionar a la inesperada llegada atropellada de Biel — Causarán pesadillas, está noche podrías mojar la cama — se burló, moviendo de lado a lado a "Caperucita roja", la que pronto le tendió.

— Nunca he mojado la cama — refunfuñó orgulloso, introduciendo su mano en el calcetín, empezando a mover los dedos, admiró los pobres detalles de la poco agraciada marioneta.

— Admirable, eres muy admirable — aunque nervioso, con el temblor de sus dedos que se acercaron tímidos a la cabellera del niño, temiendo el rechazo, Nicolás dio un intento de avanzar, acariciándole, tal como recordaba la mano de Lucas reconfortándolo en el pasado, cuando él estaba solo, perdido y temeroso del mundo que le rodeaba.

Lucas le había enseñado la calidez de un toque, le regaló un tesoro... El cariño que unas manos pueden dar.

Biel no se alejó de la caricia, dejó que esos dedos revolvieran sus mechones, solo cerró los ojos, concentrándose en el momento. Aunque huyó de inmediato cuando Lucas intentó imitar a Nicolás.

— ¡Oye!, ¿por qué yo no? — Se quejó Lucas, con la mano en el aire, acariciando el rechazo de un niño corriendo de él, cual si fuese tóxico.

— Solo los omegas son lindos — Se excusó antes de echar una pequeña carrera tras Nicolás, sentándose en la alfombra junto a él. Permitiendo que el mayor acomodase los desarreglados mechones de su marioneta, sujetando el nudo de la roja capa, tomando las feromonas de felicidad de Nico.

— Tú no eres nada lindo — renegó entre murmullos Lucas, tomó las dos marionetas que quedaban, sentándose delante del par ignorándolo. No iba a admitir que estaba celoso, pero estaba celoso — Toma, Nico — llamó la atención de su mejor amigo al dejarle su personaje sobre su regazo, a sabiendas de un pronto berrinche por la expresión del omega al verlo.

— ¿Eh?, yo no quiero ser la abuela. La abuela es aburrida. ¡Yo quiero ser el lobo malo! — Lloriqueó con la mano alzada, pidiendo un cambio con Lucas, exigiendo su capricho.

— Te lo cambio si no agregamos ningún vegetal en la cena — empezó a negociar, un gran camino para resolver una guerra, el poder del habla. Sacudió al lobo, tentando al omega de mejillas infladas, batallando por negarse.

— Hecho, pero debes hacer la voz de una abuela, o pondremos vegetales, tú los cortarás — cambió su marioneta por la del villano, un trato justo, considerando que pediría una pizza de cena, aunque ese dato, Lucas no necesitaba saberlo — ¡Empecemos el teatro de marionetas! — dijo jalando del libro infantil, abriendo sus páginas, esperando que le contará su historia para interpretarla.

Un solo momento. En enlace era perfecto, poco a poco, los hilos se entretejían, formando un lazo que dependía del corazón de cada uno, fortalecerlo hasta hacerlo irrompible. Una familia que debe aprender a serlo. Un sitio para ellos, un lugar especial, formado por el esfuerzo de los integrantes.

El mundo parecía avanzar con rapidez, aunque Biel no sabía si él estaba dejándolo atrás o el mundo lo había dejado atrás a él. Por mucho que cerrara los ojos, restregara sus párpados o viese el seguro de la puerta del auto, nada cambiaba su realidad.

Había sido adoptado por la familia Nowak.

Lo único que pudo llevarse del lugar que llamó hogar, fue el libro destartalado del Patito feo, sus pocas prendas de ropa y una efusiva despedida de Sofía, la mujer había fungido de figura materna. Lo eligieron a él. A él de entre todos. Lucas y Nicolás Nowak, Biel sabía que eran buenas personas, quienes extrañamente decidieron acogerlo con ellos.

Desde su lugar tras el asiento del omega, solo notaba al alfa conduciendo el vehículo. Se desplazaban a una velocidad moderada, porque Nicolás siempre estaba pendiente de los límites de cada calle, resaltando la importancia de la conducción responsable y los cinturones de seguridad. Biel batalló todo el camino con el suyo, porque ni los pasajeros de los asientos traseros se salvaban de la prudencia.

El auto se detuvo frente a la puerta de la cochera, el frenado fue relativamente lento. El silencio del motor provocó un momento en el que ninguno de los tres reaccionó. La verdadera aventura estaba por empezar, al fin habían llegado a la línea de meta... El problema es que se les olvidó como correr.

Nicolás se sintió una hoja en blanco, todos los manuales para ser una buena figura en la vida de un niño, se esfumaron. Asustado, se dio la vuelta, encontrándose con el agarre del alfa en sus mejillas, apretando sus cachetes con una mano, entre el pulgar e índice, haciéndole unir sus labios en una mueca torpe.

— Bien, hemos llegado sanos y salvos — Lucas rompió el momento de tensión, deshizo de su cinturón a Nicolás y dedicó una mirada por el retrovisor a Biel — Yo bajaré tu maleta, adelántate —

El niño asintió, bajó del coche deslizándose por el asiento, cerrando la puerta con el mayor de los cuidados, temiendo ser muy imprudente. Verde, la grama que rodeaba la propiedad era sana, relucía con orgullo su color, mientras se dispersan motas de jazmines azules, cuyo aroma se realzaba al tomar la mano del viento para elevarse. Biel se encontró con Nicolás, quien le apreció en silencio, yendo a su ritmo, porque ellos eran similares... Si corrieran, los dos caerían de bruces al suelo. El ruido de la cajuela los espantó, haciéndoles saltar, provocando un golpe en el corazón.

— Hay que entrar, no somos reptiles para tomar sol — les llamó Lucas, comenzando a llevar la valija por el pequeño camino de concreto, que conecta la ida de la salida a los tres escalones hacia el porche.

Biel se interesó por la mecedora colgante, ovalada y unipersonal, luchó contra la incomodidad de un cojín rosado que cubría el asiento y el espaldar. Era como un nido de aves, el niño se embobó tanto que tropezó con uno de los jarrones llenos de geranios, siendo Lucas el que le agarró por atrás de la camisa, cargándolo en el aire.

— Biel, ¿estás bien? — Nicolás le tomó de las manos, estabilizando. Acunó sus mejillas, y admiró con el recorrido fugaz de sus ojos que el niño no tuviese algún rasguño. Biel asintió, regalándole paz al acelerado corazón del omega — Tómalo con calma, ¿sí? Está es tu casa ahora, puedes ir a donde quieras —

Biel no sabía qué responder, estaba abrumado por el repentino cambio de su vida. Sujetó un pedacito de la blusa de Nicolás, procurando mantener una distancia entre ambos, no lo suficiente cerca o largo, simplemente, lo necesario.

El interior de la casa era luminoso gracias a las ventanas, a un lado descansaba una estantería de madera en la que colgar las llaves, con el simple tallado en inglés: "Home sweet home", y debajo una ordenada zapatera de madera blanca.

— No sabíamos tu color favorito — murmuró Nicolás de rodilla sacando unas pantuflas amarillas — ¿Te gustan?, podemos cambiarlas si prefieres otro color —

— No usamos zapatos dentro de casa — se adelantó Lucas a explicar por la confusión del niño — Nicolás leyó un artículo sobre suciedad y bueno... Él manda en la casa — tomó sus pantuflas rosadas, elegidas por el omega y presumidas por él.

Biel lo entendió al instante, era cómodo y la alfombra que escondía el suelo de la casa se mantenía limpia. El alfa dejó de arrastrar su maleta, cargándola en su hombro hacia el segundo piso.

El interior olía a verano. Amplio y libre, tantos rincones por descubrir, aunque solo se limitó a seguir al mayor de los tres, aferrado a su libro, usándolo de escudo.

De la puerta de su habitación colgaba una placa rectangular cuya caligrafía en cursiva tenía su nombre en letras celestes, justo al lado de un osito con relieve de aspecto caricaturesco viendo a la luna. Su propia habitación, antes que causar una inmensa felicidad, le produjo miedo, lo desconocido era aterrador.

La decoración de las paredes eran un popurrí de personajes de cuentos infantiles. La cama de madera estaba cobijada en estampados de un caballero subido en un dragón y sobre la misma descansaba un inmenso peluche de Dumbo.

— Si hay algo que quieras cambiar, puedes decírnoslo con confianza — El castaño dejó la maleta sobre la redonda alfombra en medio del cuarto — Nico y yo trabajamos en la decoración... pero tú también debes poner tu aporte, este es tu lugar, nadie puede irrumpir aquí —

Nicolás empezó a asustarse la mudez del niño a su lado, se acuchilló procurando mantener su espacio, no queriendo agobiarlo — Biel, puedes tomarte tu tiempo pensándolo... Nosotros solo pensamos un poco — esbozó una pequeña sonrisa, atesorando esos recuerdos en su corazón, uno de los tantos miles que quería crear — Aún hay mucho espacio para lo que pidas —

Los estantes destinados a juguetes seguían vacíos. Lo único completo era la colección de libros infantiles que fungía como una pequeña biblioteca en la esquina más cercana a la ventana, los cuentos estaban almacenados en el librero al lado del puf con forma de dinosaurio.

Biel jamás había estado en esa clase de situación en el que recibía tanto que no le cabía en las manos. Quizá Santa se había guardado todos sus regalos para dárselo de una sola vez, al menos ese fue su pensamientos durante los segundos de silencio, en el que la mezcla de nervios y vergüenza le tuvo temblando.

— Yo... — No pudo sostener la mirada con el par de adultos, quienes ansiosos esperaban su respuesta — ¿Cómo debería llamarlos? —

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro