Capítulo 3
Sus dedos se enredaban en la tela, jalaban con ansias de ella, hundiéndose en su textura y arrugando sus pliegos, contrayendo la prenda hacia arriba. Su cuerpo ladinamente emergía de detrás del alfa, quien afanado mirada cada una de las piezas que la dependienta le mostraba, con el goce de la tranquilidad enmascarada en una suave sonrisa rellena de bálsamo de fresas.
— ¿Qué les parece este? — Propuso al abrir una cajita en donde resaltaban dos anillos dorados, uno completamente bañado por la gracia del sol, y el otro, aunque portaba una luz amarilla de fondo, lo principal yacía en el sendero de piedras preciosas de tono blanco, enalteciendo la pieza.
De Lucas provino un sonido de sus labios sellados, sus dedos se apoyaban en su mentón, admirando el conjunto de anillos con seriedad — ¿Qué piensas, Nico? —
Cada que su nombre relucía en el intercambio de palabras, su corazón se detenía, agarrando un par de segundos antes de empezar su carrera, bombeando con velocidad, robándole las palabras — Es lindo — repetía.
— ¿Eh? — Renegó el alfa en tono melodramático, agachó la mirada hacia su costado para verlo — Nico, es lo mismo que has dicho sobre los tres últimos — atrapó el moflete derecho y tiró de este suavemente, sin llegar a lastimarlo — Empiezo a creer que soy el único que pone de su parte en esta relación — lloriqueó entre quejidos más parecidos a un berrinche.
— Lo siento — dijo jalando de la muñeca de Lucas, buscando la libertad de su mejilla — Es solo... — se calló por la mirada confusa de la beta que les atendía, con aquel aroma artificial a flores, y una calmante aura de tranquilidad, aunque a la vez le avergonzaba hablar frente a ella — Lu... — le llamó a acercarse con un movimiento de sus dedos.
— Dime — se terminó de encorvar para llevar su oreja a la boca del omega, expectante por la lluvia de quejas que le llegaría, se preparó mentalmente.
— ¿No es muy caro?, ¿vas a sobrevivir la quincena?, me sabe mal dejarte todo el gasto, pero no quieres mi ayuda — explicó, sus pómulos empezaron a escarcharse de bochorno la notar un par de murmullos a sus espaldas, su mente solo podía pensar en que los demás hablaban de ellos, seguramente burlándose de sus capacidades económicas — Yo estoy bien con cualquiera. ¿Y si hay que ajustarles? Seguro nos cobran más por ajustarles —
— Tú, pequeño testarudo e inseguro — atrapó sus dos cachetes entre sus dedos y tiró de su piel, escondiendo sus mejillas contra sus manos — Es cabeza tuya siempre va a mil segundos por pensamientos locos — suspiró, liberando un poco de tensión de preocupación — Estaremos bien, vamos a ahorrar mucho si mantenemos un hogar entre los dos, no te preocupes por un poco de despilfarro de nuestra parte — Lucas sabía que uno de los grandes anhelos de Nicolás, era casarse y tener hijos, una vida aterradoramente ordinaria.
Nicolás no estaba muy convencido en la idea de generar un gasto tan innecesario — Pero — alargó la última vocal, hasta que Lucas decidió ignorarlo, hablándole a la dependiente.
— Queremos esos — señaló los izquierdos al lado de todos. Su anillo era totalmente dorado, sin otra distinción más allá de la pureza del oro, igual de reluciente y enigmático, siendo el del omega, el único que gozaba de una línea de piedras blancas con forma de corazones.
Fue descubierto, Lucas había descifrado su debilidad, eso le hizo jalonear de su camiseta con insistencia, reclamando su atención, porque el mayor se había empecinado en ignorarlo — ¡Lu, hazme caso!, ¡ese no me gusta! —
— Mentiroso — le dio la bolsita, sacando su billetera del bolsillo de su pantalón — Te brillaron los ojos cuando los viste, sé que te gustan. No sabes mentir, Nico — se burló de él, mientras esperaba el recibo y el cambio, atento las nuevas ocurrencias del pensativo omega. Nico yacía maltratando la bolsa, luchando contra su impulso de abrirla o devolverla.
— Gracias por su compra. Seguro van a ser muy felices juntos — se expresó la muchacha que había estado atendiéndoles, despidiéndose de ellos con su característica sonrisa, los ojos cerrados y un leve movimiento de su mano.
Lucas se marchó con un escueto agradecimiento, aguantando las ganas de corregirla solo para molestarla, aunque poco pudo hacer porque Nicolás tiraba de su mano, leyendo perfectamente sus intenciones.
— ¡Lu, deja en paz a la aterradora chica! — regañó al salir de la tienda, oyendo de fondo el coro de las trabajadoras regalándoles una bendición de un día mejor y la espera de su próxima visita, provocándole un escalofrío.
— ¿Aterradora? — Lucas arqueó una ceja, la beta de tez nieve y aspecto elegante se le había hecho muy agradable, no entendía cómo los ojos del omega la habían visto para definirla de entidad escalofriante — Juraría que tenía una bonita sonrisa —
— ¡Su sonrisa es el problema! — Sus dedos se enroscaban en el brazo del alfa, tirando de él en dirección contraria, arrastrándolo lejos de la tienda en donde empeñaron una hora de su vida — ¡La viste! — Chilló alterado, agitando su cabeza de lado a lado, como si ello pudiese borrar la mala sensación que le tenía con la piel erizada — ¡Nunca dejó de sonreír!, ¿no le dolían las mejillas?, podría aparecer en una película de terror — se masajeó sus cachetes, desviando la atención del dolor de solo imaginarse en su posición.
— Ah — su vista se posó en los rayos del sol rasguñando un par de nubes esparcidas en el cielo, la luz se iba opacando, olvidándose del claro tono cálido, volviéndose uno más frío — Me sorprende lo activa que es tu imaginación —
— ¿Te estás burlando de mí? — Inquirió, sus ojos se achinaron intentando emular un aspecto más atemorizante, aunque su apariencia estaba muy lejos de parecer intimidante.
— No, te estoy admirando — quiso capturar nuevamente su mejilla, ese pomposo cachete adornado con una cicatriz de corte lateral de unos cuatro centímetros, la piel levemente se hinchaba y los puntitos hechos por los médicos se podían percibir — Eres como mi superhéroe sin poderes — con el dorso de los dedos acarició con suavidad la seña.
— ¿Entonces soy tu héroe? — cuestionó con el tono dudoso emergiendo en la pregunta — Creí que tú eras un héroe por ser policía, arrestas a los malos y cuidas de los buenos — Lucas acabó abrazándolo, sus brazos se entrelazaron por encima de la barriga, su peso recayó sobre su espalda y su mentón descansó sobre los rubios mechones de Nicolás, apretó lo justo para no aplastarlo y conseguir fastidiar al menor hasta hacerlo patalear — ¡Me vas a sacar el relleno! —
— ¿Quieres ir a comer, pastelito de zanahorias? — Ronroneó, frotando su mejilla contra las hebras doradas, restregándose en el aroma del omega, ignorando por completo la pequeña batalla de su amigo, quien acabó colgando en sus brazos.
— Sí — murmuró en un sollozo dramático, derrotado y un tanto humillado por dejar de tocar el suelo — Tengo hambre, es malo padecer hambre, las tripas empiezan a resonar y doler —
Le dejó en el suelo con gentileza, no queriendo llegar a lastimarlo por un acto brusco, le acomodó la ropa y tiró de su mano, guiándole a la zona de comida del centro comercial — Lo sé, gracias a ti como tres veces al día... Si estuviese solo lo olvidaría —
Las rueditas de la valija creaban su propia sinfonía al desplazarse por el suelo. Lucas iba por delante, llevando consigo el asa de la maleta, indicándole el camino a Nicolás, aunque éste conocía de memoria los rincones de la casa de su amigo, cientos de veces se había quedado a pasar el rato, no había ningún secreto que no supiese o camino no trazado en su mapa mental.
El hogar de Lucas, había sido una herencia de sus padres, era la casa en donde fue criado por ambos, un resguardo en el que fue educado con amor y gentileza, por dos personas completamente competentes para su crianza. Rachel, su madre omega, le dio los papeles de la vivienda antes de marcharse voluntariamente a un asilo a descansar sus últimos años de vida... Quizá, queriendo escapar de las memorias encerradas en las cuatro paredes, de la vida que terminó de escurrírsele de las manos con el pasar de los años.
Lucas destinó la habitación de su adolescencia para Nicolás, algunos de sus recuerdos se guardaron en cajas en el ático, dejando las pertenencias del omega invadiendo poco a poco su estancia, inmiscuyéndose en su espacio. El alfa abrió la puerta, olvidando la maleta a un lado de la puerta, usando ambos dedos pulgares e índice, fungiéndolos como un marco, dando un minucioso repaso al cuarto.
— Pintamos toda la casa, y sin dejar caer ni una sola gota de pintura que no sea... —
— En realidad — Nicolás habló, interrumpiendo su pequeño momento de gloria — sí dejamos caer muchas gotas de pintura, tú tiraste un pote de pintura sobre la madera — corrigió recuperando su maleta, llevándola hasta la cama unipersonal, cobijada con sus sábanas. Todo el espacio olía a zanahorias, a Nicolás.
— Nico, eres un aguafiestas. ¡Siempre quise decir esa frase! — hizo una especie de berrinche infantil, negando con fingida indignación, ladeando la cabeza y cruzándose de brazos — Ahora ya no te daré pastel, lo hornee especialmente para ti —
El zipper de la maleta resonó en el silencio de la ausencia de respuestas de parte del omega, quien examinaba cuidadosamente sus pertenencias perfectamente guardadas, había seguido un tutorial en YouTube, haciendo su ropa unos rollitos con tal de aprovechar el espacio.
— Nico — murmuró Lucas sintiéndose ignorado, prácticamente se le había quedado la fanfarronería en el dedo índice elevado, que a los pocos segundos empezó a derrumbarse, acoplándose a sus otros dedos — No vas a comer pastel —
El omega asintió, dándole la razón — No voy a comer pastel, Lu. Ayer tenía insomnio, entonces me puse a leer artículos sobre dulces — empezó a narrar, sacando su ropa hecha ovillos, entregándosela en las manos a su amigo, quien la acomodaba en el ropero — y luego me saltaron webs sobre los efectos del azúcar en el cuerpo: Sobrepeso, diabetes, caries... —
— Ya... pero trabajas en una tienda de dulces —
— ¡Tengo que ser fuerte!, ¡Tenemos que ser fuertes! — Los animó a ambos poniendo sus manos en puños — Vamos a criar a un niño, debemos ser responsables para hacer un ciudadano capaz de valerse, por eso necesita ser saludable — Nicolás estaba un poco nervioso con el tema de la crianza de un infante que dependería de ellos, sin embargo, anhelaba superar sus temores, quería ese reto. Jessica, su terapeuta, había aprobado su idea de formar una familia.
Lucas solo suspiró, no le llevaría la contraría, no cuando el otro se notaba tan motivado — ¿Y qué haremos con el pastel? Tirar la comida también está mal — hizo el último intento de manipulación, apelar por "la última vez pecando"... Tristemente el plan falló.
— Lo regalamos — aunque el omega terminó venciéndole en su propio juego de elaboradas respuestas — ¿Seremos malos padres si no lo dejamos comer un poco de azúcar? — El peor enemigo de Nicolás, era él mismo, autosaboteándose al empezar a imaginarse una cantidad insana de escenarios en los que su hijo acababa por odiarle — ¡No puede comer pastel sin azúcar y lleno de monte con verduras! — sus dedos temblaron, arrugando la sudadera entre sus manos, descargando en la gruesa tela su nueva preocupación. Se le desbordaba la intranquilidad, produciendo un mar de feromonas en el que empezaba a ahogarse — ¡Va a odiarnos, escapará como un maleante a los dieciséis, será un drogadicto, peleará en pandillas y acabará viviendo en prisión al traficar con marihuana! —
— Nico — Lucas le abrazó por la espalda, asustándolo al traerlo desde lo profundo de su mente, obligándolo a patalear — Tierra llamando a Nico. No metas a nuestro hijo o hija a prisión, por favor — lloriqueó, liberando sus feromonas en pequeñas cantidades, las suficientes con las que calmar la explosiva imaginación de su mejor amigo — Podremos darle de forma moderada, así no va a odiarnos, ni escapar de casa, ¿sí? —
Nicolás le dio la razón, reconfortado con la idea de ser apoyado. Suspiró, colocando su mano sobre su pecho — Entonces hagamos un receso y vayamos a comer pastel — elevó su cabeza para alcanzar a ver al hombre que le sostenía por la espalda, riendo suavemente por el par de mechones castaños cayendo, viéndose atrapados por sus pestañas. Le gustaba el cabello de Lucas, por sedoso y largo, así que no dudó en ayudarle a quitarse las hebras entorpeciendo su mirada.
— Sí. Estoy orgulloso de mi creación — soltó el cuerpo más pequeño, Nicolás se había mantenido acogido bajo él — Soy la esposa perfecta, no vas a encontrar alguien mejor que yo — alardeó con orgullo de sus habilidades culinarias.
El omega fue el primero en caminar en dirección a la cocina, escuchando el despilfarro de vanidad que brotaba de la boca del alfa, quien le sentó en su comedor y partió delante de él, un pedazo de pastel de chocolate, contándole su pequeña travesía de maestro pastelero.
El sol seguía colándose por la ventana, alumbrando parte de la mesa, reflejando el brillo de la punta del cuchillo bañado en merengue. La voz de ambos sonaba en cortos tiempos, rellenando el silencio que invadía la casa. Con las mejillas manchadas de dulce, la cuchara mojada con su saliva y las papilas gustativas gozando del sabor, Nicolás agradeció el postre, pidiendo una segunda tanda, anhelando otra porción.
Inundados en calma, degustando de la pausa del trabajo de la mudanza, compartiendo la mesa en un día excepcionalmente normal, Lucas y Nicolás empezaron a vivir juntos.
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