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Capítulo 29

Nicolás quería colapsar. Iba a colapsar. ¿Colapsar era una solución?

Apenas se mantenía en pie, sonriendo aunque sus mejillas dolieran y sus labios temblaran, aunque mordiese el interior de su boca. Su cerebro solo proyectaba una gran alarma de catástrofe en letras gigantes, parpadeantes, con luces de neón en medio de una oscura noche en el que las estrellas fueron borradas y la luna se fue de vacaciones con el sol.

Lucas se olvidó. Biel ni siquiera sabía y él... Él se quedó dormido porque su cargador se dañó en mitad de la noche y su celular se descargó. Una maraña de casualidades dignas del guion de una película de comedia, solo que no tenía ganas de reír.

¿A la señorita Finegan le pagarían por trabajar los días festivos? A Lucas solían pagarle su merecida recompensa, así que esperaba que la familia de ella pudiese comer algo exquisito... O si no tendría que demandar a alguien por explotación laboral.

— Nico, amor, estás muy tenso — susurró en su oído al atraerlo por la cintura, plantando un camino de besos en su cuello, estremeciendo al omega entre sus brazos.

Se suponía que era feriado. Los astros se habían alineado para ellos, pues Lucas no tendría que salir a trabajar, se quedarían en casa jugando videojuegos y saldrían a comer helado al parque cercano. En la noche verían un partido de béisbol, mientras comían palomitas y hot-dogs... Vivir de suposiciones no es una forma muy adecuada de afrontar los problemas del día a día.

— No lo estoy, estoy sonriendo — refunfuñó, retorciéndose, buscando ser libre del alfa. Alterándose cuando éste decidió darle un mordisco en la nuca. Ahora, recordando el pasado, jamás hablaron sobre la marca de enlace. ¿Lucas querría hacérsela? La decisión de tener una unión tan profunda e íntima daba miedo. — ¿Acaso no lo ves? Sonrió —

— Nop, solo tiene los labios estirados y da miedo, como en esa película de anoche — arrugó la nariz en una mueca de desagrado, nunca fue fanático de las cintas cinematográficas de terror, porque nunca conseguían espantarlo... Y Nicolás seguía aferrado a la idea de asustarlo — Horrible, por cierto —

— ¿Me estás llamando feo? —

No se habían preparado. Siquiera tomó una ducha, cuando despertó aquella mañana por el llamado fulminante a la puerta, arrastraba los pies en cada avance hacia la entrada, luchaba por mantener sus párpados abiertos y un hilito de baba colgaba por su mentón. Finegan, cuya sonrisa amable pretendía darle los buenos días, acabó por horrorizarlo.

Ni la significativa historia de cómo una vez vio, en sus años de adolescencia, una sombra atravesar una puerta, se acercaba al pavor de estar frente a la mujer que podría abogar por arrancarle la tutela de su hijo. Tuvo otra de las pruebas para aseverarlo, los vivos dan más miedo que los muertos.

El sueño por el desvelo de días, por su terquedad de hacer él mismo, las decoraciones de la fiesta de cumpleaños de Biel, se escapó en lo que tarda en emitirse un suspiro, dejando un cuerpo sin alma, frío y pálido.

La familia recibió a la mujer en pijamas, despeinados y con el estómago retumbando del hambre. Nicolás agradeció que no existían unas "segundas, primeras buenas intenciones", porque solo le darían la idea de ser unos despreocupados de la vida, amantes del mal horario de alimentación... ¿A las 11 am todavía se podía llamar "desayunar"?

— No. Solo digo... Tu sonrisa verdadera es bonita, no hace falta forzarte a hacerlo — Lucas le respondió en calma, esperando mantener los nervios de su pareja a niveles tolerables.

Nicolás tomó aire de forma ruidosa, ignorando si llamaba la atención del niño y la mujer, quienes charlaban en el comedor, apilando los platos sucios tras el desayuno preparado por el alfa.

— No quiero arruinarlo de nuevo — confesó, su intranquilidad se había disparado desde que Finnegan les pidió alejarse un poco, permitirle charlar con Biel, mientras ellos se desenvolvían en la cocina arreglando el desastre del chef al hacer su gran obra — Somos sus padres, aquí es donde Biel pertenece —

Lucas asintió, compartía esa ansiedad, sin embargo, la disimulaba con sus dotes actorales, muy útiles en momentos realmente serios — Lo sé, y sé que nuestra querida Finn lo sabe — tomó las mejillas del omega entre sus manos, dirigiéndose a darle un casto en la frente, en un acto de cariño, consuelo y entendimiento. Una manera de compartir las penas y alegrías sin necesidad de hablar... "Estoy aquí contigo", intentaba transmitirle en el idioma sin palabras.

— ¡Terminamos! — Finnegan, mucho más animada, comparada a la expresión con la que se marchó en la primera reunión, solo tuvo felicitaciones hacia ellos en sus anotaciones por los pasos dados en su relación familiar, después del reporte de un par de complicaciones que obvió en su reporte — Nos veremos en la tercera reunión —

— ¿Tercera? — Nicolás estaba estupefacto admirando de arriba a abajo a la señorita, embobado en su amable sonrisa, la felicidad no cabía en su cuerpo — Entonces, ¡¿aprobamos?! —

— Aprobaron, señor Nowak — asintió contagiada de la expresión contenta del omega — Están haciendo un gran trabajo como familia — Colgó la correa de su bolso sobre su hombro, convencida de su propio juicio, no tuvo más palabras antes de marcharse en medio de una esperanzadora despedida.

Nicolás se derrumbó de rodillas en el suelo tras el sonido de la puerta al cerrarse, sacando un gran soplo de alivio que meció los mechones rubios que caían por su frente. Las piernas se le derritieron del alivio, viéndose tendido en el piso con sus extremidades formando una W, mientras su pecho se le desinflaba.

— Te dije que todo iría bien — Lucas apoyó su mano sobre la cabeza del omega, revolviendo sus cabellos en un lento compás.

— ¿Por qué fallaríamos? — Biel no había comprendido el terror de los dos adultos, para él era excelente que el proceso se acelerase para dejar de tener exámenes para probar que eran familia — Respondí todo bien, no podíamos fallar —

Nicolás estiró su pijama, pantalones a cuadros rojos y blancos, y una camiseta con un gran trozo de pizza en el pecho y la barriga. Los tres vestían similar porque era el chiste de los tres conjuntos encargados por internet.

— ¿Creen que nos miramos ridículos? — El omega preguntó, manteniendo los labios fruncidos por la vergüenza, planchando su ropa con sus manos, queriendo alisar las arrugas que él mismo provocó — ¿No es muy excesivo? —

— ¿Excesivo? — Biel estiró su propia playera, a él se le hacía divertido ser un trozo de pizza, aunque no negaría lo malo para su estómago si estuviese hambriento, ver un pedazo de comida chatarra — ¿No es divertido? —

Lucas, quien se encontraba bostezando, alzó al omega del suelo. Sus orbes brillaron por un par de lágrimas atrapadas en sus ojos, al desperezarse. Con su brazo alrededor de la cintura de Nicolás, le ayudó a tener equilibrio.

— Creo que nos vemos adorables. Puedes comprar todas los pijamas que quieras, Nico —

Nicolás prefirió no ponerle atención a la pena momentánea de haber sido vistos como unos tontos. Su familia no iba a mentirle en la cara. Aún tenían trabajo por delante y habían sobrevivido a la reunión con Finnegan, no se podían llorar penas inexistentes... Celebrar el triunfó sería el enfoque de las siguientes horas.

El día libre pasó sin mayores contratiempos, aunque sí con monumentales dramas por nimiedades del torneo de Nintendo, el sabor del helado, las cantidades de hot-dogs o los peores jugadores del partido.

El calendario en la cocina empezó a llenarse de marcas rojas, algunas otras desaparecían y acababan en la papelera de casa... Hasta que llegó una de las fechas importantes para la familia Nowak, la celebración del cumpleaños de Biel; el primero en celebrarlo juntos.

La casa se transformó, gracias al arduo trabajo de Nicolás y la esclavización de Lucas, en toda una representación del cuento de Caperucita roja, por la propia elección del cumpleañero, quien asignó los disfraces para cada uno.

Su fiesta, sus reglas, por eso ninguno de los dos adultos se quejó cuando tomó el personaje de la abuelita para él. Lucas solo asintió al recibir el papel de Caperucita roja, con vestido por debajo de sus rodillas y hechura simplona. Nicolás pasó leyendo artículos y viendo documentales sobre "¿cómo ser un buen lobo?"

Siguiendo el estricto programa del omega, la familia estaba a una hora de empezar a recibir a sus invitados. La decoración les quitó toda la mañana, la orden en la pizzería estaba de camino y los últimos retoques a sus disfraces continuaban en progreso.

— ¿Por qué a las mujeres les gustan las faldas? — Lucas, quien batallaba con la licra debajo de su vestido, se había pasado los últimos cinco minutos batallando con la tela. Sin nada de bajo, le pegaban las piernas, no podía moverse con la libertad que anhelaba y estaba paranoico creyendo que alguien vería debajo.

— La belleza cuesta... O al menos eso dice papá Nico — Biel le respondió, en tanto cambiaba de página. Cómodamente yacía recostado boca abajo en la cama de sus padres, leyendo el cuento alusivo a la temática de su cumpleaños.

Nicolás, con su estuche de maquillaje, se ocupaba de espolvorear su piel, cuidadoso de no echarse en exceso. sostenía sus cabellos con pinzas y batallaba por admirar sus imperfecciones en el espejo. Lo cierto es que no contaba con las suficientes ganas de tomar un poco de ayuda del mundo de los cosméticos. Desprevenido, dio un salto cuando Lucas plantó un beso en la cicatriz de su mejilla, alterando los latidos de su corazón.

— Seguro estás pensando una tontería — murmuró suavemente en su oído, sin perderse las expresiones del omega en sus brazos.

Nicolas bajó la mirada, avergonzado sobre sus pensamientos siendo leídos con naturalidad por el alfa — Se vea fea —

— Sí, una completa tontería — Lucas se dio la razón, tras un suspiro pesado — Mil veces te lo he dicho — posó un delicado beso sobre la marca — Las mil veces pienso lo mismo, es hermosa... Y voy a repetirlo mil veces más —

El alfa consiguió arrancarle una pequeña risa al omega, quien asintió a las promesas de su pareja, aunque para otros pudiesen sonarle un simple par de boberías, a él le dio alivio.

— ¿Y qué pasa si se te acaban las mil veces? —

— Entonces le sumo mil más, todas las que falten — respondió al apoyar su mejilla sobre los cabellos del menor — Tus prensadores están lastimando mi pobre cachete — se quejó de forma dramática — Vamos, termina de alistarte... Biel y yo esperaremos a los invitados en el salón —

— Bien, pero no dejes que empiece a comer dulces desde ahorita — le pidió, extrañando la complicidad de hace unos segundos — No quiero terminar la fiesta en el hospital por dolores de estómago —

Haciendo un saludo militar completamente serio, estuvo a favor de la petición del rubio — Señor, sí señor. ¿Algo más? — El vuelo de la falda seguía sus movimientos, provocando mayor gracia en su momento de comediante. Un alfa, aterradoramente alto y fornido, luciendo su cuerpo dentro de un vestidito con total confianza, era admirable para Nicolás, considerando lo frágiles egos de los mismos.

Lucas era su propio tesoro.

— Un beso, soldado —

— Sí... — Se inclinó, rozando su boca con la del menor. Un toque un poco seco y corto, aunque suficiente satisfactorio para conseguir un par de sonrisas — a mi general todo lo que desee —

— Bobo — tomó otro de sus besos, mucho más largo y confianzudo, atrayendo al mayor con sus brazos alrededor de su cuello, dirigiendo el lento compás de sus labios. Se alejó, suspirando mientras seguían atontado — Anda, iré con ustedes en unos minutos —

Lucas, complacido con aquella recompensa, sonreía bobaliconamente. Llamó a su hijo con delicadeza, no queriendo espantarlo, pues éste llevaba sumergido en los dibujos desde hace rato. Salió de la recámara de la mano del infante, custodiando sus pasos e intentando explicarle que no necesitaba fingir otra voz - imitando a una anciana - porque después le dolería la garganta.

La fiesta de cumpleaños no era nada extravagante... Ignorando la dedicación de Nicolás por su decoración queriendo emular un mini bosque en su jardín, y todo el potencial de las habilidades culinarias de Lucas, quien fingía humildad con sus postres alusivos a un lobo y las horas llorando junto al horno para aprender a hacer fondant, porque se encaprichó en que él lo haría.

Los invitados se contaban con los dedos de la mano. Biel no era terriblemente sociable, no es que fuese un cascarrabias de quien sus compañeros de clase rehuían, simplemente nunca pudo compaginar con algunos de ellos al punto de nombrarlos "amigos"... A excepción de Terrence, él solía arrastrarlo por todo el patio de juegos de la primaria, "obligándolo" a estar juntos después de merendar.

Dos niños, dos adultos y los Nowak. Esperar a todos los invitados no fue realmente ninguna odisea.

— ¿Crees que debimos invitar a todos sus compañeritos? — preguntó Nicolás al jalonear hacia una esquina a Lucas, notando lo insatisfactorio que podría ser una celebración con tan pocos — ¿Y si se aburre?, ¿debimos contratar a un payaso?, ¿no es mucho algodón de azúcar para nosotros? — desde el inicio de la fiesta, el omega no había parado en darle vueltas a las mismas preguntas, pues anhelaba que todo fuese perfecto.

Lucas, pese a estar acostumbrado a la lluvia de preguntas de un Nicolás en pánico, le tomó de las mejillas, haciéndole callar. Inició un ejercicio de respiración, tomaba aire hasta inflarse el pecho y tras unos segundos lo sacaba por la nariz.

— Nico, cariño, importa la calidad, no la cantidad — quiso calmarle, obviando la parte en la que Bernard llevó a su sobrina con él para no sentirse un bicho raro en una fiesta infantil — Biel se siente cómodo y está feliz, es lo único importante —

Nicolás, respirando de forma apacible, asintió.

— Además, no estás solo. Pase lo que pase, lo arreglaremos juntos... — dijo, esperando ser entendido por el omega, quien mantenía sus ojos atentos sobre él, dejándole consolarlo — mientras protejamos la sonrisa de nuestro hijo, todo es perfecto — 

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