Capítulo 25
Uno sonreía amablemente, posiblemente actuado en mil escenarios.
Otro parecía imperturbable, sumergido en el libro de los tres cerditos, sosteniendo a escondidas contra la dura pasta de la contraportada, una grulla doblada.
El último derrochaba energía, cada palabra era una revolución que producía electricidad, llamando la atención más que ninguno.
— Procuramos comer todo hecho en casa, aunque a veces pedimos pizza o hamburguesas algunos domingos... ¡Pero si es malo ya no lo haremos! — El omega chilló tras darle un exhaustivo recorrido a todos los rincones de la casa, hasta las zonas que no necesitaban ser revisadas.
— Nico, mi amado Nico — Lucas le tomó de los hombros, había un límite a su derroche de nervios, y el alfa comprendió que era suficiente, cuando la pobre mujer caminaba de forma maltrecha, prácticamente apoyando una mano sobre la pared — Creo que la señorita Finnegan ha visto todo, ¿por qué no le ofrecemos un refresco? —
— ¿Un refresco?, ¡Un refresco! — Espetó con la mirada en pánico, echando a correr hacia la cocina, dejando a los demás atrás, preocupado por su falta de modales.
— ¿Es... — La fémina carraspeó para aclararse la garganta, el cansancio la tenía sedienta y al borde de tener un nuevo desierto en la garganta — siempre tan energético? —
— ¿Energético? — Lucas casi se mofó en la cara de la beta a la que dirigía amablemente al salón — No, no... es lo normal. Ni siquiera está tan vigoroso —
Miri Finnegan era una mujer aún muy joven, dando sus primeros pasos en el mundo laboral, formándose cada día de conocimientos que acrecentaran su experiencia. Luchaba arduamente por ayudar a mejorar el mundo, hacerlo un lugar mucho más placentero para vivir, por ello se desgastó en conseguir su puesto como trabajadora social.
Se acomodó los lentes tras empujarlos con la yema de sus dedos por el puente de estos, bajó su formal falda e hizo un par de anotaciones en su libreta, fingiendo no ver al carismático alfa, quien no había dejado de sonreírle desde que cruzó la puerta. El niño por el que debía velar, se había interesado poco y nada en ella.
La casa era amplia, ordenada y acogedoramente limpia. No se notaba que pasaran precariedad económica. Biel gozaba de su propio espacio y con la reciente visita al médico familiar, constaba de la buena salud del crío.
— ¿Él... — señaló al pequeño — tiene algún otro interés? — Su voz era suave, entre la confusión y la curiosidad, evitando los orbes del contrario.
— Los videojuegos, aunque solo jugamos los de deporte y todos los de Mario Bros — empezó a recordar la poca gracia que le hacía a Nicolás que llevase juegos para chicos mayores — Le gusta hornear dulces, porque puede robar ingredientes y ver a Nicolás pintar, mientras finge que lee —
— Usted finge leer tutoriales para pasar niveles difíciles de sus juegos, pero solo es una excusa... — Atacó Biel, molesto de ser expuesto ante una extraña de aroma artificial a flores — Sé que ve al señor Nicolás pintar, no es tan buen actor como cree —
Miri sonrió de forma chueca, riendo fingidamente al ver el encontronazo entre el alfa y el infante. ¿Era una pelea familiar?
— Nico aún no se ha dado cuenta — se defendió al ladear la cabeza, haciendo un par de muecas con voz agudas, sumamente infantil.
— Lo mismo digo, señor Lu —
La mujer estaba sumamente confundida, ¿se llevaban bien o mal? No podía llegar con un informe equivocado, la sana vivencia de la niñez de un pequeño dependía de ella, su trabajo era juzgar, no dudar.
— ¡¡Chicos, necesito ayuda!! — La voz de Nicolás resonó desde la cocina, provocando que el par se levantase para ir en su auxilio.
Biel dejó el libro cerrado con mucho cuidado en la mesita del centro, recostando encima de éste la grulla de papel aún sin abrir, dejando atrás al alfa, quien con un leve asentimiento, dijo un "con permiso", a la confundida mujer. Finnegan empezó a enredar su bolígrafo entre uno de los tantos colochos de su alborotada melena azabache. Volvió a su posición profesional al ver al trío Nowak regresar con dos bandejas.
Vasos de cristal resonando por los golpes de los cubos de hielo nadando en jugo de limón, y un par de pudines cuyo número no se contaba con los dedos de las manos, un pequeño manjar del que no estaba segura de probar. ¿Era un soborno?
— Solo es un poco de hospitalidad, no pretendemos ganar su favor — respondió Nicolás, como si leyese las expresiones de la joven chica a la que le aceleró el corazón por el susto — Estamos listos para la entrevista —
— Bien — Tras apretar el borde externo del bolígrafo, la punta contraria emergió — Comencemos la última fase de esta sesión — dijo al deslizar la tinta sobre el nítido papel de una nueva hoja — Solo son preguntas rutinarias —
Ambos adultos se sentaron en los extremos del sillón más grande, dejándole a Biel la zona de en medio, en donde se acomodó para disfrutar de los pudines, con uno en cada mano, se llenaba las mejillas, mientras Nicolás le limpiaba las migajas que caían en su camisa.
— Mi niño, tienes que comer despacio — Lucas le llamó la atención en un tono suave, imperceptible algún ápice de brusquedad — estamos en una entrevista, no está bien ser maleducado con la señorita —
— Pero están deliciosos, no puedo ser maleducado con los pudines — refutó según su lógica. La comida eran bendiciones y los dulces una deidad a la que guardar respeto.
Finnegan suspiró, la familia Nowak la tenía con un profundo dolor de cabeza. Dejó el bolígrafo metido en la pequeña libreta, se quitó los lentes para masajear el puente de su nariz y sucumbió por un vaso de limonada.
— ¿Puedo preguntar por qué están vestidos tan formales?, ¿no les llegó la notificación de la cita? — Cuestionó la gran duda que le persiguió hasta ese momento.
— ¿Por qué? — Nicolás se examinó minuciosamente, desde las cintas en su cabello, hasta los botones de camisa, mirando por encima de hombro, las arrugas en su espalda — ¿No es suficiente? ¡Lo sabía! —
— Creo que es excesivo — se quejó la fémina entre dientes. Dio un pequeño sorbo con el que se humedeció los labios, el refresco era dulce y un poco ácido, en un punto perfecto que le hizo dar un sorbo más prominente — Sabe muy rico, señor Nicolás — alabó.
— No lo hice yo — el omega negó alzando una mano, en medio de una risilla nerviosa — Lucas es el encargado principal de la comida —
— Es el chef de casa — comentó Biel con un nuevo pudín entre las manos — Si no está perdiendo en juegos, está mirando recetas en su celular —
Ya que los temas iban desenvolviéndose por sí solos, la mujer prefirió seguirles el ritmo — ¿Quién se encarga de las tareas del hogar? — Pretendió que no seguía examinándolos para tranquilizarlos.
— Tenemos una pequeña pizarra con los horarios de casa — Nicolás respondió con orgulloso de su invención — Biel ayuda a tirar la basura, regar el jardín, sacudir muebles y a cocinar, depende de la semana en la que trabaje —
— El señor Nicolás es bueno planeando y organizando para que no prendamos fuego a la casa — con el último pedazo de dulce en la boca, Biel puso sus dedos índices sobre sus cejas y sus pulgares debajo del ojo, haciendo una mueca — o nos fundamos los ojos por jugar muchos juegos... O el señor Lucas nos deje sin dinero porque compra mucho en el supermercado —
La charla fue mucho más amena, como una tarde de domingo recibiendo una visita familiar, sin el estrés de los pensamientos autodestructivos por estar en medio de una importante evaluación. Una conversación en el que las preguntas se respondían relatando lo cotidiano, sobre confesiones, piques inofensivos y risas dispersas que nacían de anécdotas... El tiempo transcurrió entre pudines y vasos de limonada, marcándose el final por la alarma del celular de Finnegan.
— Bien, ya hemos terminado — dijo contenta por lo aprendido durante su primer encuentro con los Nowak. Tomó su libreta y escribió las conclusiones iniciales — Dentro de poco les notificarán la fecha de la siguiente sesión —
— Espere — Nicolás era el único asombrado por el desarrollo de su evaluación — ¿Terminó? pero si no hemos hecho nada — se sentó derecho, en pánico por creer que no había hecho lo suficiente. Calmándose cuando Lucas reposó su brazo en su hombro, sonriendo con sinceridad, como muestra de apoyo.
— No, ya hicieron lo suficiente — Finnegan estaba ocupada guardando sus pertenencias en su cartera, arreglando las arrugas de su vestimenta y degustando el sabor en su boca que le quedó de la pequeña merienda — Están haciendo un buen trabajo, estoy segura, ustedes podrán aprobar los requisitos finales —
Nicolás se relajó, exhaló toda su preocupación, orgulloso de los logros familiares. Cada día se acercaban a los resultados finales, finalmente podrían ser una familia ante la ley.
— Señorita Fin — le llamó Biel, con la cabeza gacha, y las pulsaciones golpeando en su pecho, alzó en voz alta la duda de su corazón — ¿Qué pasaría conmigo si mis padres aparecen?, ¿me iré con ellos? —
El shock fue por cada uno de ellos, derrumbando el ambiente, sofocando la gracia y arremolinando dudas que nadie tenía el valor de responder.
— ¿Tus padres? — Finnegan le observó dubitativa, dándole segundos al tiempo para confirmar lo que su oído había escuchado — Bueno... — por su poca experiencia, no supo cómo tomar aquella preocupación del infante — Hay todo un proceso legal, no pueden solo llevarte, un juez debe autorizarlo — le explicó. Ahora vacilaba de sus propias anotaciones, ¿tuvo una impresión errónea? Creyó en la comodidad del niño en la casa de los Nowak.
Nicolás trastabilló, el sinnúmero de interrogantes en su cabeza le hicieron perder el equilibrio. Agachó la cabeza, derrotado, necesitando del apoyo de Lucas, porque por su propio esfuerzo se derrumbaría. ¿Eran malos padres?, ¿qué tenían que cambiar?, ¿le estaban obligando?, los miedos empezaban a arrastrar la poca luz de calma, adentrándolo en una espiral de dilemas e inseguridades. El desconcierto le arrancó la consciencia.
Lucas en cambio, se mantuvo sereno ante las palabras del crío. Sirvió de muleta al omega que cayó bajo su cuidado, sosteniéndole firmemente desde la cintura. Su serena expresión fue imperturbable, guardando las consecuencias de la punzada de su propio dolor.
El amor no se obliga.
— Entiendo — murmuró, Biel no entendía las contradicciones en su pecho de las emociones aglomerándose, lastimándolo. Apretó, tristemente no consiguió la medicina que tanto anhelaba.
Finnegan le dedicó una fugaz mirada a Lucas, pidiendo aprobación que recibió al instante. Se puso de cuclillas delante del pequeño, cuidadosa de no irrespetar su espacio. Un par de mechones cayeron por el rostro de la beta, estrellándose contra su mejilla. En su tono solo había comprensión, una plácida caricia para apaciguar sus miedos — Biel, ¿acaso tú quieres vivir con tus padres? —
Biel frunció el ceño, sus labios se apretaron en una mueca de molestia, rápidamente se alejó de la mujer, corriendo a esconderse tras Lucas. Negó efusivamente, asustado por no tener credibilidad. Aterrorizado de las consecuencias, pedía desesperadamente no ser llevado, repudiando la presencia de la fémina que solo pretendía su bienestar.
— ¡No quiero! — insistió al arrugar el pantalón del alfa, manteniéndose firme. Sus blancas mejillas se tornaron rojizas por la cólera, exaltándose por la insensatez de la beta por sus tonterías — Váyase, usted dijo que la cita acabó, ya no tiene nada que hacer aquí —
Lucas posó su mano sobre la espalda del niño, formando caricias circulares con las que apaciguar su ira, en movimientos lentos donde no había más que cariño — ¿Podemos reprogramar la visita, señorita Finnegan? Creo que hoy estamos agotados y nerviosos, ya no podemos seguirle el ritmo — actuó de mediador frente a la adversidad, pues sus dos personas favoritas pendían de sus brazos. Si él caía, no habría nadie más al que pudieran sujetarse por consuelo.
Finnegan, con su mano en el aire echa un puño, asintió. Se levantó del suelo, acomodando las arrugas de su larga falda, recuperó sus pertenencias en el sillón, notándose estupefacta por el cambio repentino de ánimos, decidió que lo mejor era tomar un pequeño descanso.
— Volveré en estos días. Usted tiene razón, señor Nowak... Lo mejor será tomarnos un respiro. Debemos tranquilizarnos y volver a conversar con detenimiento — No era óptimo seguir delante de un omega enmudecido y un infante en constante negación, comportándose irascible — Alterados no lograremos nada... —
La primera cita terminó sin una conclusión.
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