Capítulo 23
La luna brillaba, y por mucha luz que irradiara, él solo podía ver oscuridad. El frío se apoyaba en su hombro, arrancándole el reconforte con esa muestra hipócrita, aunque de fiel compañía. Bajo sus ojos se escondía la desolación, de ver las olas acercándose, sin él tener fuerzas para escapar de su inmensidad.
Su rota respiración le hizo doblegarse, enterrando los dedos en sus brazos cual si fuesen anclas a las que aferrarse en un último pataleo de auxilio.
Tuvo que abandonar sus aposentos, arrastrando las pesadas sábanas que lo enterraban entre capas de abrigo. El sueño se había marchado en una barca, abandonando su cuerpo en la orilla. Descendió por las escaleras, buscando consuelo en el cristal que dividía la sala con el jardín trasero. Entreabrió una de las puertas, dándole permiso al viento de entrar en su morada.
El aire fresco consiguió sacarle una pequeña sonrisa a sus labios agrietados. Tiró con fuerza de la manta que caía por sus hombros, asegurándose que no se deslizara por su espalda, de piernas cruzadas, bañándose en la luz de la luna, se quedó inmerso en un par de estrellas, preguntándose un sinfín de dilemas... Ninguno tenía respuesta, ni ahora, ni nunca.
¿Las estrellas sentían frío?
¿Las estrellas se sentían solas?
¿Las estrellas quisiera cambiar de lugar con otra estrella?
Lucas solía llamarlo su héroe, cuando él, la mayoría del tiempo se percibía como un perdedor, un perdedor afortunado.
El crujido tras de él, atrajo su atención, haciéndole girar un poco la cabeza, admirando una figura oculta detrás de la puerta de la refrigeradora.
— Agua, agua — se escuchaba a Biel canturrear de forma monótona, casi pidiéndole a la botella darle un grito para ser encontrada fácilmente. Su voz no era agraciada para el canto, aunque a Nicolás se le hizo tierna.
— Está por el lado de la puerta — le respondió al notar su pequeña gran batalla con el líquido.
El par de ojos marrones salieron de su escondite, sacando solo su cabeza por el lateral de la puerta, asombrado a su impasible manera, por las repentinas palabras que vinieron del viento. El susto le duró un par de segundos en los que le tomó entender de la segunda presencia merodeando cerca de la cocina.
— Señor Nicolás, ¿qué hace aquí?, ¿se perdió buscando el refrigerador? — Cuestionó al subirse en su banquito para alcanzar dos vasos que rellenó de agua fresca. Cuidadoso de no provocar algún escándalo, a hurtadillas se acercó al omega.
— Creo que me perdí desde hace mucho — respondió de forma ambigua, agradeciendo con un gesto el vaso que el niño le cedió. No estaba sediento, pero no tenía corazón de negarse a la buena obra de Biel.
— Puedo hacerle un mapa, quizá no dibuje también como usted — dijo, midiendo el espacio para sentarse en el suelo, al lado del mayor — Al menos lo hago mejor que el señor Lucas — comentó orgulloso, envalentonado por el sueño que le mantenía medio dormido, medio despierto.
— Lo agradecería mucho — admitió con una leve risa de gracia, dio tres pequeños sorbos antes de descansar el vaso sobre el suelo. Se acomodó la cobija, rodeando el cuerpo del niño, quien no se miraba dispuesto a marcharse, dejándolo solo en plena madrugada, sin ninguna luz más que la lunar.
El silencio se quedó unos minutos, hasta que Biel volvió a alzar la voz.
— Ya bebimos agua, ¿ya irá a la cama? Creí que usted era un defensor de las ocho horas de sueño — murmuró, con la taza vacía entre sus manos, se cuestionaba lo que se supone estaban haciendo, pues el suelo no era cómodo para dormir.
Nicolás suspiró, liberando un poco de su agobio — Tengo insomnio. Estoy pensando en tanto, que el ruido no me deja dormir —
— ¿Ya probó poniéndose tapones en los oídos? — Preguntó de forma inocente, la noche estaba tan ausente de sonidos, no entendía su molestia.
Aquella dulce forma de expresar preocupación causó otra inevitable sonrisa — No funcionan. Tranquilo, solo me quedaré un rato más y luego iré a descansar. Tú deberías adelantarte — propuso, esperando que el cansancio hablase por él.
Biel negó de inmediato, tercamente se apoyó sobre el omega — Hablemos, le ayudaré a sentir sueño — espetó confianzudo, sin darle espacios a Nicolás de negarse.
El omega solo pudo asentir, a sabiendas que intentar mandarlo a dormir, solo le haría desgastarse — Está bien, hablemos — aceptó, buscando ayuda a su alrededor, aunque poco pudo encontrar porque no tenía mucha iluminación. Rindiéndose, decidió abrirle un poco de su corazón — ¿Sabes? Un día como hoy conocí a Lucas —
— Oh — se mantuvo callado un par de segundos, deslizó la yema de su dedo gordo por el filo de su taza de doble agarrador, contemplando la información — Seguro estaba haciendo alguna tontería —
— No — su voz invadida de un profundo tono melancólico, no pudo reírse de la ironía — En realidad, él me salvó... Llegó a rescatarme —
— ¿Cómo un príncipe azul? — Cuestionó notablemente confundido, dirigiendo su mirada hacia el omega a su lado— ¿De qué le salvó? —
— De una persona mala, alguien que me hizo mucho daño — la diminuta mano de Biel se posó sobre el dorso de la suya, apretando suavemente, brindando con un gesto, su apoyo — A veces quisiera meterte en una cajita de cristal, para impedir que nadie te lastime — confesó, en sus ojos cristalinos se apreciaba la pequeña figura del niño, tan frágil e inocente, tan dulce y brillante — pero sé que no puedo. Tú debes vivir tus propias experiencias —
— ¿Tiene miedo de los demás? —
Nicolás suspiró pesadamente, dejando a sus pulmones sin una pizca de aire — No. Sé que allá hay personas que te harán reír o te harán llorar y sé que tú harás reír o harás llorar a alguien más — con su mano libre consiguió acariciar los cabellos del niño, que pacientemente le escuchaba — No puedo protegerte del mundo, pero... siempre podré ayudarte —
Biel no intentó alejarse, manso se mantuvo durante cada trazo que le hizo relajarse, oliendo los suaves soplos del aroma del omega, marcándole — Yo también quiero ser un adulto capaz de cuidar a otros — murmuró en medio de su ensoñamiento.
No tardó en quedarse dormido, pese a sus múltiples intentos de quedarse despierto, las horas de la madrugada, su corta edad y el cansancio del día, volvieron a llevárselo al mundo de los sueños, ese en el que se quedó en medio de un gigantesco pastizal, rodeado de zanahorias devoradas por conejos blancos, mientras miraban a la luna. Un sinfín de sinsentidos que terminarían perdiéndose cuando despertase.
Nicolás apenas se inmuto cuando un segundo peso se recargó a su derecha. Pasó el resto de su cobija sobre los hombros de Lucas, rindiéndose, pues su intento de pasar inadvertido había fracasado estrepitosamente.
— No está bien escuchar a escondidas — le regañó sin tono de enojo de por medio.
— Debiste llamarlo por lo que es, un alfa hijo de puta — renegó obviando su propia falta, principalmente porque estaba molesto, rabiando por un pasado que no podía cambiar.
— No voy a decir malas palabras delante de Biel, y tú tampoco — le jaloneó del cachete, deformando la mueca de enojo en el mayor.
— ¡Auch! — Lloriqueó tomando la muñeca del omega, con solo su mano cubría toda la del contrario. Dulcemente posó un delicado beso sobre su dedo anular — Lo siento, solo... recuerdo esas fechas y me gana el malhumor —
Nicolás se había marchado de casa tras encontrar el amor. Tras años repletos de miseria al lado de su padre, creyó conocer los brazos correctos en los que llorar las penas, los labios perfectos en los que degustar el empalagoso néctar del cariño y las cálidas manos en las que depositar su corazón... Al final se dio cuenta del engaño, pues lo único que verdaderamente halló, fue a un hombre como su progenitor.
Escapó de un padre abusivo, para llegar a una pareja abusiva.
Siguió en la misma tortura, con diferente torturador.
Richard fue el alfa de sus sueños. Atento, cariñoso y comprensivo, era tan dulzón como la miel. Por mucho tiempo permaneció cual si fuese un héroe en los pensamientos de Nicolás. Le dio un techo, comida y seguridad, cuando él era un simple mocoso que no podía valerse por sí mismo, pero la fachada de santurrón empezó a caérsele poco a poco.
No quería que trabajase por la obsesiva idea que le engañaría.
No podía tener amigos porque todos querían sexo de él.
Salir de casa sin permiso era un delito.
Velar enteramente por él y satisfacer todas sus necesidades era su único trabajo.
Las burlas de su apariencia por no cuidarse empezaron a ser constantes.
Las palabras hirientes sobre su falta de talentos le perseguían en sueños.
y todas las peleas eran por su culpa, incluso cuando empezó a desquitarse con golpes.
El amor se convirtió en miedo, la felicidad en desdicha y la esperanza en desesperación.
No tenía estudios, ni profesión. Atado irremediablemente a su victimario, esperaba pacientemente la llegada de su primer bebé, temeroso de la vida que le esperaba a su hijo, a su lado y a la del monstruo con el que compartía cama todas las noches y debía decirle: Te amo.
Iba darlo en adopción, con la esperanza de un futuro mejor para él... Incluso si ello le costaba la vida.
La violencia física dejó marcas permanentes que no solo habitaban en los recuerdos, y el peso de los recuerdos tuvo que tratarlos con ayuda profesional. Batallaba día con día, bajo la carga de ser un sobreviviente de violencia doméstica. Vivía de sueños rotos y promesas incumplidas, casi rindiéndose a amar de nuevo.
¿Por qué lo golpeó por última vez? Quizá solo porque la cena estaba un poco fría. El motivo no importaba, porque el final siempre era el mismo.
Destrozado. Se arrastró por el suelo, implorando ayuda en una llamada. Temeroso del destino de la criatura en su vientre.
Conoció a Lucas en aquellas circunstancias desfavorables, mientras se debatía entre la lucha y la rendición. Las manos más amables, que en su vida había conocido, sostuvieron su frágil y roto cuerpo.
— Estás a salvo — dijo, con voz firme, escondiendo en el fondo de su mente, sus verdaderos pensamientos.
Párpados pesados, respiración endeble y humanidad hecha pedazos. Nicolás era un cúmulo de consecuencias de un desequilibrado, una prueba de la maldad que reside en el pútrido corazón latente en un monstruo disfrazado de humano.
No quedó nada en él, porque todo se lo robaron.
Nicolás eligió dejar de ser una víctima, tras permitir que se llevaran su último rastro de esperanza y luz. Batalló día y noche contra sus propios demonios, finalmente dijo sin titubear: Basta.
Despertar en una habitación de hospital, con el cuerpo magullado y las lágrimas aflorando tras el golpe de realidad, no era una de sus mejores memorias, pero sí, una que le daba el coraje de seguir en pie.
— ¿Vas a denunciar? — La voz del oficial que llegó a la escena, y quien siguió aferrado a él durante las horas críticas, se desvaneció en el aire.
— Voy a denunciar — respondió tras un largo silencio, apretaba firmemente su vientre — por mí y por él, se lo debo —
Aquel policía, fue el primero en enseñarle la bondad. Le dio una mano amiga, y quien nunca los soltó para dejarlo caminar solo, en un agotador viaje lleno de testimonios, pruebas, ataques para desprestigiarlo y la puesta en duda de su persona.
— Nico... ¿En qué tanto piensas? — Lucas le cuestionó en tono pícaro, rematando su aparente tranquilidad con un comentario jocoso — Vas a desgastar el cielo, las estrellas se van a quedar sin casa —
— En la calidez de tus manos — esbozando una sonrisa, agradeció la faceta juguetona de Lucas — Siguen siendo amables, bondadosas y suaves, incluso tras todos estos años —
— ¿Sabes lo mejor? Nunca van a soltarte, ni cuando seamos dos viejitos olvidadizos caminando por el parque — Enamorar por el brillo en sus ojos era una habilidad especial del omega. Amor suspiraba el alfa al apreciar detenidamente su belleza.
Nicolás no dudaba, estaba regalando cada latido a la persona correcta — ¿Es una promesa? —
— Es una promesa —
Lucas apoyó su mejilla sobre los cabellos de Nicolás, olfateando su aroma, estudiando su calor y protegiendo su cuerpo. Contemplando la magia del silencio, compartiendo las penas en los recuerdos, que dejan eternas cicatrices de compañía.
— Nico, vayamos a la cama, podemos dormir los tres juntos — propuso el alfa, notando al omega empezar a derrumbarse por el cansancio.
Restregando sus párpados, Nicolás no pensó en replicar.
La noche no guardó más percances. Descansaron cómodamente bajo las cobijas de la cama del cuarto de la pareja, con cada adulto en un extremo, dejándole un hueco en medio a Biel. Crearon un mundo especial, en donde nadie podría lastimarlos.
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