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Capítulo 2

Un lunes normal. Un lunes común. Un lunes corriente.

Nicolás prefería usar aquellos sinónimos para definir la mitad de su día. Limpiaba la ristra gigantesca de vitrinas de plástico, que de tono traslúcido permitía a cualquier consumidor apreciar a deleite los dulces. El omega laburaba medio tiempo en una confitería cercana a un colegio.

Las mañanas las ocupaba en el aseo de su pequeño apartamento, un cuartucho en donde apenas podía caminar, sin divisiones, sin muebles más allá de una cama y un televisor. No gozaba de lujos, pero sí de seguridad. Con el sol dejando caer oleadas de calor en el verano, Nicolás emprendía un pequeño viaje en autobús todos los días hasta su lugar de trabajo.

— ¿Y ahora qué intentas hacer? — murmuró la beta, quien notablemente sucumbía al sueño, sentada tras el mostrador, comiendo con desgana su usual chupetín de manzana verde, paseando el caramelo de lado a lado en su boca.

Nicolás perdió un poco de concentración, dando un pequeño respingo por la voz un poco rasposa de Trinity, su jefa y dueña de: Latido de chocolate. Ella era dieciséis años mayor que Nicolás, toda un alma amarga, que no iba acorde a su puesto de trabajo. No era muy querida por sus vecinas, por el poco uso del filtro a la hora de comunicarse.

— Una grulla — respondió el omega, achinando los ojos, concentrado en la voz de la señorita que explicaba en el vídeo cómo doblar la hoja — ayer estuve haciendo unos peces — Nicolás no lo resaltaba con orgullo, pero solía ser popular entre los clientes más pequeños, por terminar obsequiando sus figuras.

Amaba el origami. Quizá lo tachaban de aburrido, sin embargo, disfrutaba pasarse tutoriales y practicar hasta el cansancio de sus dedos. Además, le ayudaba con el trabajo, y lo hacía muy estimado entre los clientes. Tras la segunda limpieza de la tienda, el conteo del producto que empezaba a escasear y el recuento del dinero en caja, mientras esperaba compradores, solía emplear su tiempo en sus pasatiempos.

Trinity se sacó el bombón de la boca, señalando a su empleado con éste — ¿No deberías buscar un hobby más explosivo? — reprochó arqueando una ceja — así no conseguirás una pareja y tu sueño de tener un bebé — hizo un ademán con una mano, alzándose en el aire, como la expansión del humo de una explosión — Adiós, seguirá siendo un sueño —

— No está bien cambiar para gustarle a alguien, eso dijo mi terapeuta — frunció los labios, sus cejas se acercaron, dándole el gesto de enojo por la forma despreocupada de ver la vida de su jefa y única amiga.

La beta posó su codo sobre su muslo, apoyando su mejilla contra su mano — Ajá. ¿Y si dejas el alcoholismo para gustarle a alguien? — preguntó sacándole charla a un ocupado Nicolás, quien empezaba a darle forma a su papel. El sabor del caramelo se consumía en su boca, su garganta empezaba a quejarse por la sed y el ventilador en el techo no daba el suficiente aire para calmar el calor.

— Los malos hábitos debes cambiarlos por ti, porque quieres mejorar — concluyó, revelando a su jefa, su pequeño triunfo — ¡Acabé!, es preciosa — resaltó admirando la figura en su mano — podríamos dársela al siguiente comprador o... ¿A quien obtenga un premio en algún helado? No, ¿qué sería lo más justo?, ¿quién compré más de una cifra específica? — empezó a parlotear en voz alta, preocupado por el destino de su grulla de papel.

— Nico — le llamó la fémina, acostumbrada a que las preocupaciones más pequeñas derrumbaran a su amigo — se la damos al primero que venga y ya —

El omega de aroma a zanahoria asintió — Entonces ese podría ser Lucas, vendrá por mí. Iremos a comprar anillos de boda — murmuró, perdido en las manecillas del reloj de pared, que parecía detenerse cada que sus ojos se cruzaban con él. Quizá sus ansias paraban el tiempo.

— ¿Eh? — espetó sin muchos ánimos, cuestionando cuanto dulce le quedaba en la boca. La palabra matrimonio le provocaba urticaria, Trinity prefería la libertad, antes de las cadenas de un contrato, por estar supuestamente "enamorado" — ¿Lucas no se va a casar con esa beta? Creí que estaban en una relación —

— No, Lucas se va a casar conmigo — dijo sin entender las ideas de Trinity, sus facciones se arrugaron en confusión, sus dedos no dejaban de acariciar las puntas de su grulla, intentando descifrar el dilema, que fue mucho más claro cuando a Trinity se le cayó el chupetín de las manos, al cuestionarlo con los ojos abiertos de par en par; sus orbes mieles se apreciaran mucho más grandes.

— ¿Cómo que te vas a casar con Lucas?, ¿No lo veías como un hermano mayor? — tras explotar en una montaña de asfixiantes preguntas hacia el omega, una sonrisa ladina y socarrona se posó en sus labios — Nicolás, te lo tenías escondido — agitó sus cejas de modo juguetón, hostigando a Nico, quien ardía por la vergüenza antes que por la temperatura del verano.

— No. No — quedó atolondrado, agitó sus manos de lado a lado mientras negaba con la cabeza, balbuceando su bochorno, sin conseguir expresarse correctamente. Se había olvidado contar de aquel suceso tan importante en su vida — Solo va a... ayudarme con la adopción —

Trinity bufó, consiguiendo con su aliento mecer los mechones de su flequillo que cayeron sobre su rostro — Aburrido. Pensé que se habían dejado de tonterías y al fin habían consumado, se nota que se tienen ganas, pero son idiotas haciéndose los ciegos — rezongó, volviendo a su estado inicial de indiferencia.

La campanita de entrada tintineó, haciendo a Nicolás alzar la mirada, llevándose una ligera decepción al ver a Terrence entrar. Con sus manos sobre las correas de su mochila de estampado de Pikachu, dando saltitos que desbalanceaban su propio peso. Su melena negra saltaba junto a él, provocando un bullicio con su risa, al jugar a no pisar las rayas en el suelo. Terrence era la viva imagen de Trinity, su abuela.

— ¡Abue, ya llegué! — dijo desbordando alegría, con la mano alzada y ese espíritu de infantilismo e ingenuidad — ¡Señorito Nico, ya llegué! —

Recibiendo un ataque frontal, la pelinegra se acarició el puente de la nariz — ¿Cuál abue?, ¿cómo te he dicho que me llames, mocoso? — renegó fastidiada, sin realmente demostrar enojo. Trinity y Terrence Adler eran similares físicamente, aunque desiguales en personalidad. La luna y el sol, así era más fácil describirlos.

Nicolás esbozó una sonrisa, enseñándole la grulla al pequeño de ocho años — La ganaste por ser el primero en entrar. Felicidades, Terrence — palmeó sus cabellos, entregándole el premio — ¿Qué tal tu día de escuela?, ¿comiste muchos dulces?, ¿no te caíste?, ¿alguien se metió contigo?, ¿los profesores son buenos? —

— Lo siento, me perdí — respondió esperando ser perdonado por la sonrisa que le regaló al omega, igual que su abuela, estaba acostumbrado al derroche de nerviosismo del omega, aunque seguía sin saber cómo tratar con ello — ¡Gracias por el pájaro, señorito Nico! —

— ¿Pájaro?, ¿se ve cómo un pájaro?, ¿no me quedó bien? ¡El papel no era el adecuado!, me mintieron, los del tutorial me mintieron, ¿cómo pueden ser así de crueles? — Empezó a chillar decepcionado de ser malinterpretado.

Hubiese seguido lloriqueando de no ser porque su atención volvió al toque de la campanilla que avisaba de alguien entrando. Por el aroma impregnando todo el local, no le fue difícil a nadie descifrar quien había ingresado. Pasos serenos, un suave tarareo y las manos metidas dentro de los bolsillos de los jeans, Lucas se acercó al mostrador buscando a Nicolás.

— ¡Pero si son Terrence, el pequeño demonio, y Trinity, el angelito de la alegría! — Se expresó abriendo los brazos, regalándoles una gran sonrisa juguetona, ignorando la mirada fulminante de la beta a la que no le hacía feliz su presencia.

— ¡Señor Lucas, bienvenido! — Terrence cerró los ojos cuando Lucas terminó de desarreglar sus cabellos con la caricia desproporcionada sobre su cabeza.

Trinity prefirió ignorarlo y no malgastar sus palabras en él. La relación de ambos no era la mejor. Sus personalidades no congeniaban y cada que intentaban relacionarse, acababan peleando, no al nivel de golpearse, sin embargo, eran muy buenos llevando su propia guerra fría, en la que Nicolás siempre quedaba en medio.

El alfa apoyó ambos codos en el mostrador, descansando su barbilla sobre los nudillos de su mano derecha, esbozando una sincera risa nacida de la propia alegría de Nicolás — ¿Estás listo, pastelito de zanahoria? —

— ¿Pastelito de zanahoria? — su cuerpo se cayó levemente hacia un lateral, confundido por la forma empalagosamente ridícula en la que lo había nombrado — ¿Engordé?, sabía que no debía comer tanto chocolate, pero May no deja de invitarme a comerlos, es mi cliente estrella... Ya no puedo recibirlos — empezó a escupir sus usuales preocupaciones, en tanto se palpaba la panza — ¿Es horrible el aroma a manzana? No puedo oler tan dulce como un caramelo o me confundirían con un producto más —

Colocando sus manos en los hombros del omega, riendo levemente por el despliegue de su capacidad de hablar en segundos, mil palabras por suspiro, Lucas negó — Solo intentaba un apodo cariñoso para hacerlo creíble —

Nicolás asintió, atontado por el jaloneo del alfa y avergonzado por malinterpretarlo — ¿Qué tiene de malo Nico?, ¿es muy simplón?, ¡Claro que es muy simplón!, ¿cuándo hablaremos de lo que te pasó en el rostro? — Con el dedo índice se señaló su propia mejilla, resaltando el tono rojizo que maquillaba la del alfa.

— ¡Nicolás, chillas mucho! — Se quejó Trinity, quien había pasado cubriéndose los oídos, dejando a su nieto a cargo de los clientes que acababan de ingresar a la confitería — Vete de una vez y deja de perder el tiempo, pastelito de zanahoria —

— ¡Entonces sí estoy gordo! —

El silencio absoluto de Trinity le hizo partir entre sollozos, manteniendo su pose cabizbaja. Salió de la tienda arrastrando los pies, rayando la suela de los zapatos con el concreto de la acera, con sus mechones rubios cubriendo partes de su visión, la mano en su espalda le guiaba hasta el auto de destino, tropezando contra sus propios pies, balbuceaba que era un: "Feo pastel de zanahorias que nadie quería, porque el chocolate era mejor".

— A mí me gusta más la zanahoria que el chocolate, Nico — Lanzó su primer intento de subirle los ánimos al omega derrumbado contra la puerta de su Toyota, acariciando con parsimonia los mechones dorados que se enredaban entre sus largos dedos.

— Las mentiras no son buenas, Lu — murmuró tras apretar los labios haciendo una mueca que solo se reflejaba en el vidrio — Lu, estás esponjándome el cabello. No tengo cepillo, no quiero parecer un arbusto del desierto —

— Lo siento, pastelito de zanahoria, solo quería hacerte sentir bien — su mano siguió el movimiento de la cabeza de Nicolás, cuando éste se giró para encararlo, con una expresión de disgusto, evidentemente no creyendo en él.

— Lu, es malo mentir — suspiró en derrota — ¿Ya me dirás quién te golpeó?, ¿no duele?, pareces un poco inflamado, ¿te pusiste hielo?, ¿imaginas que por no ponerte hielo la mitad de la cara se te infla para siempre como pez globo? — empezó a divagar entre inventos y preocupaciones — Lu, sería cruel que alguien te apode de esa manera —

Lucas negó por los disparates de su mejor amigo, cuatro años y seguía sin comprender su imaginación. Orbitar a su alrededor lo hacía sentir mucho más joven — Fui con Iris para que nos ayude con el matrimonio — le abrió la puerta, previendo que, si lo dejaba seguir hablando, jamás se irían a buscar los anillos.

— Quise explicarle, pero solo me golpeó y me mandó a la mierda. Esa beta tiene el carácter de un demonio — murmuró cuando el escalofrío se adueñó de su piel — Mañana volveré a intentarlo —

Nicolás fue el segundo en ser atacado por un frío que le hizo abrazarse a sí mismo, mientras se acomodaba en el asiento, poniéndose el cinturón de seguridad, o no podría dejar a Lucas avanzar más de un metro. Cuando el alfa cerró la puerta, él se aseguró que las rejillas de ventilación no estuviesen en dirección a su rostros, provocando que el aire acondicionado le golpease y acabase trancado con la nariz enrojecida.

— Lu, ¿eres masoquista? — preguntó al verle entrar, seguro de no tener un ataque de pánico al hablar, porque no estaban frente a frente — No sé mucho del BDSM, Lu — el gusto de su mejor amigo por ser maltratado, empezó a asustarlo, porque él ya le había dado un buen ejemplo que esas relaciones eran las peores. Consumían su alma, dejando cascarones, cuerpos con movimientos en automático. Vivos que no querían vivir.

Frunciendo el ceño, no entendiendo de donde provenía esa idea loca que hizo al omega inquirir semejante duda, negó — No, no soy maquinista, Nico —

Su mano se posó sobre su pecho, soltó un soplido de alivio, antes de cambiar de tema — ¿Ya te pusiste el cinturón de seguridad, Lu? —

El alfa solo tiró de la cinta gris trazando a la mitad su torso, dando una respuesta sin necesidad de palabras.

— Bien — el rubio se acomodó en su asiento, mucho más a gusto al respetar las normas de seguridad — sabías que... —

— Usar cinturón de seguridad reduce de un 45% a un 50%, el riesgo de morir si sufrimos un accidente de tráfico. Sí, lo sé, Nico — repitió encendiendo el motor de su vehículo, asegurándose de meter primera para emprender la marcha hacia el centro comercial más cercano — Me lo has dicho unas mil veces —

— Y te lo diré unas mil veces más — musitó orgulloso de su valioso conocimiento, empezando a buscar entre las estaciones, alguna canción que le gustase.

— Decírmelo dos mil veces es muy poco, considerando que pasaremos el resto de nuestras vidas juntos, pastelito de zanahoria — sus orbes esmeraldas buscaron el par de ojos marrones, a su parecer, mucho más brillantes que las propias estrellas. El revoloteo de feromonas le avisó de su correcta elección de palabras.

— Entonces te lo diré un millón de veces —

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