Capítulo 17
Biel era terco. Tan terco que se atrincheró en su habitación inmediatamente con la llegada del alfa a casa tras el desastroso día de trabajo.
Biel no quiso dormir solo, así que arrastró a Nicolás a su habitación, compartiendo cama y promoviendo su campaña de segregación hacia el alfa. "No hay que hablarle, no podemos ser buenos con los malos", le dijo al omega que cubrió con sus colchas, dándole un peluche de Pikachu al cual poder abrazar. Biel era un resentido, un mandón y un hospitalario de corazón. Un defensor de los débiles.
Un día de la ley del hielo acabó por proclamar el entierro del alfa, quien usó su día libre para montar guardia, esperando algún hueco en la seguridad de la fortaleza en la habitación del niño, quería entrar a tener su siguiente batalla.
— Biel — Lloriqueó tras la puerta, dando golpes acompasados — Biel, mi niño... ábrele a éste tonto alfa, por favor —
No hubo respuesta del otro lado.
Nicolás ya no soportaba el tétrico ambiente en el hogar. Cada segundo de su par favorito peleados, era funesto. Se acuchilló al lado de Lucas, sentado en la alfombra, de piernas abiertas, recostado a la puerta, procurando hablar en un tono bajo.
— Entonces, en resumen, Iris estaba viendo a un cliente. Tu jefa le ofreció servirse café en el comedor — empezó a relatar, uniendo la historia del pasado — La saludaste y Biel empezó a reclamarte —
— Bernard le dijo que nosotros vamos a separarnos — arrastró sus cabellos hacia atrás con el paso de su mano, bufando de molestia — Biel escuchó temas de adultos y ahora me odia —
Nicolás asintió, apesadumbrado y con los nervios golpeando en su garganta — Hay que decirle la verdad. Hubiese preferido que fuese un poco mayor, pero no podemos seguirle mintiendo — sintiéndose culpable miró hacia la puerta, con el brillo de sus ojos titilando por la cristalización del llanto — No puede odiar a su padre por mi egoísmo —
Con sus nudillos, cuidando su fuerza, al acariciar con un deje de miedo la tersa piel de su mejilla, Lucas suspiró por el simple roce con el que llamó la atención de su esposo y mejor amigo. La delicadeza con la que le acarició, fue la envidia de las flores.
— Nico, ¿siquiera has pensado en no divorciarnos? — Indagó un poco en los pensamientos del menor. Con sus latidos pausándose, para no crear un ruido, imponiéndole escuchar su voz.
El omega negó con pesar, esquivando su mirada con la del contrario, buscando refugio en lares donde solo encontró soledad. — Un matrimonio solo unido por los hijos es un martirio, una tortura... El amor es lo único que importa —
— ¿Y quién te dijo que no te amo? — Cuestionó, rogando silenciosamente el privilegio de tener su atención, aunque fuese por un instante. Un segundo de piedad.
Nicolás le concedió la petición, uniendo sus orbes en segundos que parecieron horas, la eternidad yacía en aquel par de luceros — Tampoco has dicho que me amas —
Se embriagaron en el silencio. Tirando y aflojando de la cuerda, en una ida y vuelta de reproches, el tema quedó inconcluso, clavando una espinita de incertidumbres con las que cada uno decidió convivir.
— Voy a interceder por ti... Piensa bien lo que dirás — murmuró Nicolas, levantándose cuidadosamente en no caer, siendo evasivo con su amigo — No lo arruines —
Lucas le dio un agradecimiento silencioso, con las manos unidas y un asentimiento de cabeza.
— Biel, cariño... Hablarías con Lucas, por favor. Hazlo por mí — con un tono suave y amistoso, lleno de mansedumbre, esperó pacientemente por la respuesta del niño encerrado en la habitación.
— Solo cinco minutos — quitó el seguro a la puerta, escapando de regreso a su guarida, no secreta, pero sí segura.
Lucas lo entendió como la entrada al cielo. Tomó a Nicolás de los hombros, zarandeándolo hasta estrellar su mejilla contra sus labios en un gesto de euforia.
— Te adoro. Hoy cenaremos lo que tú desees — su segundo intento de beso lo cortó el mismo omega, riendo por el golpe de aromas de felicidad revoloteando a su alrededor.
— El tiempo corre, Lu — le recordó al señalar con su cabeza el interior del cuarto — Solo tienes cinco minutos —
El trago de saliva en la garganta tardó un par de varios segundos en caer, el nudo en su tráquea imposibilitaba respirar.
Abrió la puerta lentamente, viendo el panorama de la habitación, buscando al pequeño dueño del lugar. Pese a su tamaño, edad y experiencia, parecía un animal asustadizo de sus alrededores. Cuidando cada paso, el ruido de sus pantuflas sobre la alfombra le alertaba a cada instante.
— Biel... — Le llamó en un hilito de voz, pues el único punto de luz visible yacía entre unas sábanas de la esquina. Reconoció la tienda improvisada de campaña, en donde se escondían los peluches, las almohadas y el propio Biel.
— ¡Le quedan cuatro minutos! — Avisó sin salir de su escondite, aferrado a las páginas del cuento de la Bella durmiente — 4 con 59, 4 con 57, 4 con 55, 4 con 50... —
Lucas se sentó junto al nido del niño, procurando no abrir y entrar a la fuerza, porque era un insulto. Actuaría según los términos del crío — Biel... Yo solo quiero disculparme —
— Conmigo no debe disculparse, es con el señor Nicolás —
Lucas se encogió en su sitio, avergonzado — Nico y yo tendremos nuestra charla de adultos — solo estaba siendo un cobarde, alargando lo inevitable — Gracias por dejarme platicar contigo... Los problemas se resuelven hablando, no peleando, ignorando o escapando —
Biel cerró el libro, porque no estaba prestando atención a las páginas. Lo acomodó entre los brazos de un osito de peluche, gateó hasta el límite, donde Nicolás y él construyeron las puertas del fuerte.
— Aún creo que es un infiel —
— Iris y yo solo somos amigos — explicó, anhelando tener aunque fuese una pizca de confianza, sembrando duda en la terquedad.
— La señora de la novela dice que eso dicen todos — refutó frunciendo el ceño.
Lucas solo podía renegar maldiciones a las telenovelas que Trinity veía. Cada día la mujer le caía peor.
— En el pasado, me interesé en ella, no te miento — lo importante estaba en demostrarle el conversar con sinceridad — Pero me casé con Nicolás, porque él era mi persona especial y quería hacerlo feliz. Jamás le he fallado a mi matrimonio —
El silencio de Biel empezó a preocupar al alfa, debatiéndose en entrar o no. Una sábana de distancia era un suplicio para el adulto que empuñaba sus manos, hundiéndolas en sus muslos como resistencia.
— ¿Mi niño? —
Biel limpió el par de lágrimas con una ranita entre sus manos — No te creo — su voz fue rasposa, tergiversada por el llanto contenido.
— ¿Y qué puedo hacer para que me creas? —
— No sé — contestó sin titubear, tirando suavemente de las sábanas, encarnando al alfa — No solo decir perdón, debe demostrarlo —
Lucas se acercó a él, siendo cuidadoso de las respuestas corporales. Acarició delicadamente las hebras del cabello azabache de Biel, un acto cariñoso y conocido, con el que esperaba reconfortarlo.
— Bien, se los demostraré — no quiso acallar su dolor, solo acompañarlo — Eres un buen niño, Biel... Estás cuidando de Nicolás, estoy orgulloso —
Nicolás cambiaba de canales fingiendo distraerse, pretendiendo que otro ruido no conseguía distraerlo. Se estaba ahogando en desesperación por abandonar el sillón, desgarrar las cobijas con las que cubría sus piernas, jugando a enredar los dedos de sus pies envueltos en calcetines, sostenía un tazón de palomitas en el hueco que quedaba entre su torso y sus piernas, con sus talones al borde del sofá, todo era una prisión.
Que tardaran tanto le daba la idea que la situación al fin estaba arreglándose entre ellos. Las pisadas sobre las escaleras le produjeron nervios, helando las palmas de sus manos, estrujando los latidos de su corazón y provocando dificultad de pensar. La yema de su pulgar pasó superficialmente por los botones, esperando pacientemente darle al de silenciar.
— ¿Ya se arreglaron? — Se adelantó a preguntar al notar que el par seguían mudos. Tener la mirada de los dos le hizo ponerse nervioso, buscando alguna imperfección en la que pudiese pensar — ¿Qué pasa? — Le produjeron una risa nerviosa, con la que llevaba un par de sus rubios mechones tras su oreja.
— El señor Lucas tiene que hablar con usted, es ultra importante — el niño empujó al mayor, usando sus dos manos, tirando de él hacia adelante, notando su repentina timidez — No sea cobarde — susurró entre dientes.
Lucas resintió un segundo, rindiéndose tras soltar un suspiro pesado, mostrando su frustración.
— ¿Qué pasa?, ¿Cómo te fue, Lu? — Su aroma a zanahorias destiló preocupación. Uno y mil escenarios se presentaron en su mente. Nicolás era experto en pensar mil veces, en especial los peores desenlaces. ¿Iba a dejarlo?, ¿quería iniciar su vida?, ¿mudarse?, ¿renunciar a su paternidad?, ¿tener una relación abierta?
— Tengamos una cita — Lucas maldijo el mal control de su lengua — ¿Quieres tener una cita conmigo? Solos, los dos, tú y yo —
Una cita. ¿Hace cuánto no iba a una cita?, ¿habían reglas nuevas en las citas?, ¿causal o formal?, ¿quién pasaría a la casa de quién si vivían en la misma?, ¿Cuáles eran los temas de conversación en las citas?, el omega hizo una montaña de cuestionamiento con la misma velocidad con la que cae un rayo. Los ecos de sus dudas se escuchaban a lo lejos de sus oídos.
— ¿Cita?, perdón creo que no escuché bien — La sonrisita nerviosa no se le borraba de sus temblorosos labios, cada cruce de miradas era una tortura, porque la presión estaba nublando sus propios deseos.
— Una cita romántica — dijo Biel alzando la voz, imposibilitando fingir sordera — El señor Lucas y usted en una cita, como las princesas en los cuentos —
— ¿Cita romántica? — A cada palabra se le alteraban las pulsaciones, Nicolás buscaba en los orbes de Lucas el secreto, el motivo de la mentira.
— Tengamos una cita, Nicolás. Será divertido — Lucas repitió en tono decidido, suficiente tenía con un niño fungiendo de hada madrina para su romance — ¿Serías tan amable de enamorarte de mí? Amor, hablo del amor de los cuentos de princesas —
Al omega se le alteraron los sentidos, un escalofrío le recorrió la columna, provocando una sacudida de su cuerpo — ¿Es... es... es una... ya sabes, confesión? — Con la lengua enredada no podía decir más de dos palabras juntas antes de balbucear.
— No. No es una confesión — Lucas quería hacerlo más vistoso, elegante, igual que esos vídeos de enamorados de las redes sociales. Memorable, tanto que Nicolás pudiera presumirlo — Es una petición para que te prepares por mi futura confesión —
Biel aplaudió su valentía, casi orgulloso de él. Lo estaría si no crease un nuevo trabalenguas solo para invitar al omega.
— Muy lindo, pero el señor Nicolás no ha dicho "sí" — arruinó la determinación del alfa.
— Bueno, yo... — el rubio entró en pánico — ¿Con quién vamos a dejar a Biel? No podemos solo irnos —
— Con Terrence — se adelantó a responder el pequeño — acordé quedarme su cama por una noche, si llevaba la consola para jugar con él —
— ¿Quedarte con su cama? — Nico sonrió divertido por imaginar la conversación — Bien, supongo que podemos pedirle a Trinity el favor — no quería arruinar los esfuerzos de su niño, aunque aún estaba confundido con la frase: "Cita romántica con Lucas", pues nunca esperó esas palabras en la misma oración.
— Entonces... ¿Aceptas? — Lucas, jamás se sintió tan ridículo, cual adolescente inexperto, con las manos sudadas y el ruego interno de que no le rompieran el corazón. Se le olvidó su experiencia, porque esa dulce mirada le hacía desconocer su propio nombre.
Su experiencia solo servía para el amor de una noche, el que se olvida en la mañana. Él anhelaba el amor de la eternidad.
Nicolás sonrió genuinamente movido por la felicidad, trayendo con él, el sabor del verano, bajo un cielo tan claro en el que el sol resplandecía, devorando cada sombra en el mar. Regalándole al alfa un suspiro de alivio y un rayo de esperanza.
— Acepto, Lucas. Tengamos una cita — dijo despreocupado. De risa bobalicona, con los ojos cerrados, y su cabeza levemente ladeada, el omega desprendía su belleza ante los ojos correctos, esos que amaban hasta sus imperfecciones — No soy un experto, pero espero divertirnos, estaré a tu cuidado —
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