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Capítulo 16

Sentados en fila, con el niño en medio de ambos adultos, los tres tomaban silenciosamente sus bebidas. En horario mañanero, los cerros de papeles seguían apilados en la mesa, impidiendo que los demás viesen más que los castaños cabellos de Lucas.

El sorbo ruidoso de Biel al degustar la chocolatada llamó la atención del alfa, cuya risa fue juguetona al notar el bigote de chocolate en el niño. Limpió con su dedo el manchón, con el permiso del infante, quien agradeció en un suave murmullo.

— Entonces... — Bernard ya no aguantaba la tentación de la curiosidad picándole como un molesto bicho — ¿por qué tenemos a tu cría aquí? —

— Quiso venir conmigo. Pedí permiso y me dejaron — simplificó al comprobar que el niño no tenía más manchas, dejó su vaso descartable en el primer rincón que encontró en el escritorio, recostándose perezoso en la incómoda silla, apenas y alcanzaba, seguro solo obtendría un dolor de espalda.

— Es que eres un mandilón, Lucas. Es una estación, no un lugar para jugar — le regañó por su poco sentido común, corroborando su punto del poco talento paternal del alfa. Bernard conocía muchos aspectos de la vida de Lucas, y definitivamente ninguna de sus cualidades se especializaba en la crianza.

— Solo haré trabajo de oficina, no te alteres — restó importancia con un ademán, antes de rendirse en descansar después de no hacer nada. Tenía que darle un buen ejemplo a su hijo, así que arrastró su silla al hueco del escritorio, jalando un par de documentos, comenzando a leerlos.

Biel había estado estudiando al alfa, levantando un reporte mental, con el que exponerlo delante del omega. Miraba, callaba e ignoraba a ese hombre que no se les había despegado.

Bernard señaló al niño a su lado, junto a él, aunque a distancias respetables con las que no sería atacado por el alfa. Acercarse sin cuidado a las crías de los más territoriales, malhumorados y agresivos de la jerarquía terminaba en tragedia. — ¿Puedo acercarme al cachorro sin que quieras apalearme? —

— Bien, pero ten cuidado con lo que haces o dices — advirtió sin verle, achinando los ojos, pues no alcanzaba a leer la letra pequeña al estar borrosa, maldiciendo internamente por el mal equipo que tenían.

El beta carraspeó aclarándose la voz, esperando un tono mucho más grave con el que infundir respeto — Hol... —

— No puedo hablar con extraños — interrumpió Biel de forma mordaz, ocupado en la cantidad de chocolatada que le quedaba en el vaso. Los niveles eran preocupantes, pues él había quedado embobado con el dulce sabor de la bebida.

Bernard lo sintió como hablar con Nicolás y su fijación de preocuparse por los detalles más absurdos. — Soy amigo de tu padre — intentó, con menos ganas, verse ninguneado por un infante cuya edad no llegaba a los dos dígitos.

Biel se encogió de hombros, desanimado — Cualquiera puede hacerse pasar por un amigo del señor Lucas —

Sí, al beta le quedó claro que Biel estaba siendo criado por Nicolás — Pero yo no... — Sus palabras no tenían oídos que le escucharan.

Biel había estado observando al alfa rezongar con afán. Arrugaba los papeles y fruncía el ceño con notable fastidio. Él no pudo obtener la aprobación de Lucas de confiar en ese desconocido, quien no terminaba de agradarle. Se levantó de su asiento, acercándose al lado del alfa, apartando su brazo, consiguiendo sentarse en el regazo del mayor, obteniendo refugio.

Bernard le miró sin comprender, por qué escapaba de él, empezaba a preocuparse de tener una apariencia de maleante del que los niños huirían.

— Muchas personas malas se llevaban a niños con mentiras — se escondió usando al alfa de escudo — o eso dice el señor Nicolás —

Lucas sonrió, envolviendo al pequeño en su abrazo, marcándolo con su aroma — Tranquilo, él es Bernard, es amigo mío... No seas muy duro con él —

— ¿Y qué quiere de mí? — Cuestionó agarrando su vaso medio vacío, esperando el momento adecuado para pedir más.

El beta alzó las manos, enseñándolas cual combatiente herido en plena batalla, rindiéndose a la comodidad del pequeño — Nada, nada... solo quería saber cómo te siente viviendo con el tonto de tu padre —

Su enojó se viró a otros menesteres, derramándose de cólera por el atrevimiento de ese nefasto señor, quien en verdad no le caía bien. Su umbral de importancia se balanceaba en tres grandes grupos: Te odiaba, le eras indiferente o eras un Nowak.

— ¡Mi papá no es ningún tonto! — Elevó el tono, uno más parecido a un berrinche de un malcriado que falta al respeto. Con los cachetes rojos de la molestia, y el ceño fruncido, le gritó al beta sin importar el tema de respeto por edades.

El beta se quedó callado por ser regañado por un niño, vaya mocoso habían adoptado. Lucas era el más sorprendido, Biel jamás se había dirigido a él como su padre, la primera vez lo hizo para defenderlo. Su corazón rebosó alegría, derramando oleadas de su aroma veraniego, ronroneó restregando su mejilla contra la negra melena del niño ocupado en despotricar contra Bernard. Ser llamado "papá" no provocó el miedo inicial que siempre creyó, en realidad estaba embobado.

— No será el más listo, pero no es tonto. ¡Siempre cuida del señor Nicolás y de mí! —

El derroche de pasión provocó un asentimiento de Bernard, su intención de disculparse fue mermada por el ataque continuo de argumentos del menor. Si fuese un cuadrilátero, su oponente había asestado un par de ganchos... en su entrepierna.

— ¡Solo los verdaderos tontos llaman tontos a otros! —

Tras la calamidad, llegó la calma.

— Iré... — Bernard tenía hasta miedo de entonar palabras, no quería seguir siendo atacado por un crío — por una chocolatada y galletas de perdón — corrió. No lo tildó de cobardía, fue simple sentido de supervivencia.

El segundo asalto de la contienda no se dio. Durante la mañana reinó la paz, las aves revolotearon de contentas y el sol tomó un par de nubes como lecho para su descanso. El clima, en general, fue tranquilo.

Los papeles de la oficina empezaron a desaparecer con el pasar de los minutos, y en esos mismos instantes los libros infantiles se amontonaron en una silla libre, la que Bernard había olvidado tras dejar su tributo a Biel.

Lastimosamente, la calma se rompió en el almuerzo, cuando las tripas empezaron su compás ruidoso exigiendo comida. Retumbando el tambor de la panza, padre e hijo concordaron ir a recargar las energías.

El camino a la gloria fue interrumpido por una dama.

Biel y Lucas estuvieron frente al microondas, admirando su comida dando pausadas vueltas bajo el calor artificial, el aroma de su almuerzo se derramó al abrir la puerta, llamando al apetito.

— Si llegas a aburrirte mucho, puedo llamar a Nico para que venga por ti — le recordó el alfa, asegurándose que el niño estuviese cómodo en su silla. Sacó un jugo de manzana, hundiendo la pequeña pajilla en el lado exterior de la caja, priorizando la comodidad de su hijo.

— Estoy bien, no quiero ir a casa, dije que lo acompañaría todo el día — refutó por su terquedad.

Buscó la mirada esmeralda del alfa, encontrándose sin la atención del mayor, porque éste observaba con afán a una fémina, quien se servía café.

Biel la consideró hermosa, de tez tan blanca como una azucena, su lacio cabello atrapado en una coleta, se balanceaba de lado a lado, mientras refunfuñaba tan bajo, que solo ella podía entender los problemas de su frustración.

— Iré a saludar a una amiga, come tranquilo — Lucas le dio una suave y efímera caricia sobre su melena, antes de marcharse tras Iris.

Biel simplemente empezó a comer, cohibido por la sensación de soledad que se sentó junto a él en la mesa. No comprendió su irritación al notar la sonrisa boba de Lucas al hablar con esa señora.

— ¿Qué haces solo mocoso? — Bernard en su ignorancia, se sentó en el lugar que Biel destino a su padre.

— El señor Lucas se fue a saludar a alguien — respondió inmerso en su plato atiborrado de pollo frito apenas pellizcado.

— ¿Alguien? — La compresión fue rápida en Bernard, comprobando con una mirada, la interacción de Lucas con Iris. Seguramente, ella iba de paso, tras visitar al último de sus clientes detenido en las celdas — Ah, Iris... Una beta en la que Lucas se interesó. Nunca concretaron una relación —

— Claro, porque el señor Lucas se casó con el señor Nicolás. Ellos están enamorados — alardeó de su sabiduría.

— Solo van a durar casados dos años más, ¿por qué le mienten a un niño? — No fue especialmente un tono bajo con el que recriminó los actos de aquel par.

— ¿Cómo que van a separarse? — Biel frunció el ceño, odiando las mentiras de Bernard — Dijeron que su matrimonio está bien —

— ¿Separarse?, ¿quiénes? Yo no dije nada — Alerta de su imprudencia, se irguió fingiendo interés en su frío plato lleno de espaguetis, enredando cada tira en su tenedor, desviando sus orbes del niño que le fulminaba con la mirada — ¿Por qué no comes? Se pondrá frío, creo que una vez Nicolás mencionó que no es recomendable ingerir alimentos fríos — empezó a balbucear, en un banal intento de desviar la atención de Biel — era algo de las enzimas del estómago —

— ¿Es por esa señora? — Cuestionó señalando con el dedo índice a Iris — ¿Quién es ella?, ¿por qué el señor Lucas le sonríe? — Exigió respuestas al beta, su tono se había nivelado a uno de molestia, un sentimiento contrastante con su aparente inalterabilidad.

— ¡¿Ella?! — Nervioso por sentirse en aprietos por culpa del mismo niño, negó entre risas vergonzosas, esquivas — Es solo una vieja amiga de Lucas, se conocen desde hace mucho —

— ¿Una amiga? — arqueó una ceja — Eso dicen todos... ¡¡Papá es un infiel!! — vociferó en medio del comedor, llamando la atención de las personas alrededor.

Lucas fue el primero en ponerse alerta por el tono infantil del grito, encontrándose con el niño molesto, señalándolos con furor, con las mejillas tintadas de rojo y una mueca en los labios, reprochándole.

— Biel, mi niño, ¿qué pasa? — Ese estado en el menor era desconocido, se disculpó con Iris en un tenue intercambio de palabras. La mujer preguntó con la mirada lo que ocurría, encontrando la falta de respuestas, en una negación de cabeza del hombre.

Lucas se acercó al pequeño, el que escapó de él, resguardándose tras la silla de Bernard, usando de escudo al beta.

— ¡No hablo con infieles! — Refunfuñó con los ojos llorosos, casi aguantando el llanto con el ruido de su respiración resquebrajándose por el nudo creciente en su garganta — Quieres dejar al señor Nicolás por ella. ¡Una rompehogares! —

— ¡¿Rompehogares?! — Chilló al cubrirse la boca, Nicolás iba a matarlo, el lagrimeo de Biel lo estaba destrozando y no sabía lo que debía hacer por perdón — ¿Dónde aprendiste esa palabra? —

— En la novela que veo a las cinco de la tarde con la señora Trinity — respondió, aún oculto, quitándose el rastro húmedo con el revés de la manga de su suéter, cuidadoso del movimiento de alfa — Me quiero ir a casa — murmuró abatido y enojado a partes iguales.

— Mi niño, ¿de dónde sacaste esa idea? Yo no voy a irme — quiso dialogar con él, tomándose con calma las palabras de Biel, esperando conseguir calmarlo.

— No es cierto. Aunque no te crezca la nariz, las mentiras se ven — renegó enfurruñado con el alfa, cual gato alerta esperaba el mínimo intento de escapar.

— Lucas, él solo... — Bernard no esperaba el desenlace tan estrepitoso, no cuestionó nunca el nivel de razonamiento del pequeño a su lado — escuchó lo que dije, lo ha malinterpretado... — no se podía calmar la fuerza de las olas con un endeble suspiro. Solo provocaba lástima.

Lucas se aguantó las ganas de darle un golpe al idiota de su amigo, aunque empezó a creer que él necesitaba uno, por las feroces acusaciones del crío.

— No me equivoqué. ¡Estaba sonriendo como tonto a otra persona que no es el señor Nicolás! — Señaló al adulto, exaltado por el terrible descubrimiento — Las miradas no mienten, las palabras sí —

Lucas comprendió que no podría enmendarse en esos instantes, porque Biel estaba renuente a acercarse y charlar. Debía recurrir a Nicolás.

La atención del infante se desvió a la pelinegra, quien curiosa admiraba a distancia — ¡Usted no se lo va a quedar, bruja rompehogares! — Amenazó entre dientes, sin piedad a ninguno de los que proclamó "infieles". Sin treguas para los enemigos.

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