Capítulo 14
En el frío de la soledad, buscó desesperadamente calor en cualquier piel.
Su vida era tranquila. No conoció necesidad, más allá de la definición que estudió en su clase de literatura. La tristeza pocas veces llegó a entrar a su habitación, nunca permitió al hambre sentarse en su mesa, el frío jamás arrebató sus sábanas, vistió su desnudes con las ropas más finas del telar y bebió amrita cada vez que tuvo sed.
Lucas disfrutaba de su privilegio, derrumbado y derrochando cada placer que le fue servido en bandeja de plata, cegado por el amor incondicional de sus progenitores, con los que no tuvo carencias. No lo prepararon para una vida sin ellos.
Un segundo, el aleteo de una mariposa o el suspiro de un ángel, puede desviar el camino, modificar la realidad conocida, arrastrando a una dimensión sin escapatoria. Lucas lo vivió en carne propia. Desperfectos mecánicos en el auto, lo llamaron los expertos, él lo conoció como desconsuelo.
Sus amorosos padres murieron. Sus guardianes incondicionales dejaron que la soledad tocara su hombro, llamándole a gritos. Un adolescente malcriado, solitario y con cantidades exorbitantes de años de sacrificios de personas que lucharon día con día, derramando sudor y lágrimas. A él no le costó, a él no le importaba usarlo, porque no se había esforzado por ningún centavo.
El dinero no puede aliviar la tristeza, te da lujos que pueden distraerte, pero durante la noche, cuando verdaderamente estamos solos con nuestra conciencia, descubrimos nuestra propia miseria.
Lucas entendió que el dinero no era la respuesta para el vacío que dejaron sus padres al irse.
El dinero no llenaba. ¿Entonces? ¡El amor! Salió a buscar amor, pero no lo encontró, en su lugar conoció el deseo sexual. La fugaz pasión en el encuentro de dos cuerpos, el roce de pieles y los secretos de la intimidad.
El sexo no era realmente especial. Los coqueteos, los juegos previos y el efusivo desenlace del orgasmo... La emoción duraba poco, era frágil, aunque el interés de sus amantes en él, le daban un sentido de falsa plenitud al que decidió aferrarse. No los querían, él no los quería. Simple y sencillo acuerdo de beneficios, él obtenía "amor", ellos tomaban lo que querían: Dinero, experiencia, atención.
El sexo era divertido, no lo que necesitaba, esa fue su conclusión.
Llegó a la adultez con más penas que glorias. Se preguntó, ¿por qué jóvenes de dieciocho años sabrían qué camino elegir en su vida? Era idiota, tanto que dolía verse a sí mismo en un espejo. ¿Cómo sabría sobre su futuro? Sus sueños de infancia los había dejado botados en el camino, ya no quedaba ni una sola pizca de deseo.
Probó suerte con las leyes, como su padre.
Probó suerte con la medicina, como su madre.
No era ningún erudito, no era ellos, no era un profesional pasional.
Dos carreras en dos años, Lucas sentía que el tiempo se estaba yendo de las manos, el mundo le decía que debía correr o se quedaría atrás. ¿A dónde corría?, ¿qué camino elegir?, ¿cuál era mejor? Se agobió, los zumbidos nunca cesaron, taladraron su cerebro.
Tenía 21 años, se sentía un fracasado. Igual, no tenía a nadie, así que nadie esperaba verlo triunfar.
Una pintura de grafito en un pedazo de papel.
— ¿La quieres? — Un tono melodioso, como un cántico que llega al alma. El dueño de la voz yacía hincado en el suelo, viéndolo tímidamente tras la mariposa aburrida y sin chiste plasmada en la hoja.
— ¿La hizo tu hermanito pequeño? — Lucas quería ser jocoso, rechazar el intento de ese omega por acercarse a él. Anhelaba la soledad que esa banqueta de esa estancia del parque le regala un lunes por la tarde, después de su reciente visita a una Universidad.
— Que grosero — murmuró el rubio, quien terminó frunciendo el ceño — Te veías como que olvidaron tu cumpleaños y nadie te dio un regalo, sé lo que se siente — respondió a sí mismo, olvidando un instante al desconocido al que se acercó.
— No es mi cumpleaños — era feo, no importaba si lo viese con los ojos entrecerrados, parecía el dibujo de un niño de primer grado — ¿Este es tu intento de coqueteo? —
— ¡¿Coqueteo?! — El omega chilló poniendo sus manos al frente, como barrera entre ambos, renegó efusivamente, zarandeando su cabeza de lado a lado — ¡No!, creí que estabas triste, solo quise darte un obsequio — destapó desvergonzadamente parte de su camisa, instando a los ojos del contrario a ver su cuerpo — ¡Tengo alfa! — mostró con orgullo la marca en su cuello. No era fresca, llevaba mucho tiempo adornando su piel.
Lucas se avergonzó por su confusión, sabía que el desconocido tenía impreso el aroma de otro alfa, aunque por su clara juventud, pensó que era un chiquillo buscando un encuentro cualquiera para presumir con sus amigos, no un omega enlazado.
— Lo siento, creí... — suspiró derrotado, ¿qué sentido tenía contarle sus pesares a un desconocido en un parque? — Gracias por el dibujo — espetó sin ganas moviendo de lado a lado el papel.
— No lo vayas a tirar a la basura, yo podría ser el siguiente Picasso, quizá tengas una fortuna en las manos — bromeó mientras se echaba flores, aunque temía por el destino de su pintura, creyó conveniente el regalarla.
— ¿El siguiente Picasso? Entonces deberías darme también tu autógrafo — ironizó, lamentando la inocencia del desconocido que buscó un lápiz en sus bolsillos — Debe ser fácil saber qué hacer con tu vida cuando tienes un sueño —
— Incluso si tienes un sueño no es fácil — argumentó el omega al tomar asiento a su lado, para hablar de igual a igual — Tienes que trabajar duro, los sueños no se cumplen solo soñando —
Lucas cayó, se burlaría de sí mismo por tener una conversación profunda con un crío al que conocía desde hace cinco minutos.
— ¿Quieres ser pintor? —
— ¡Sí! — destiló emoción en sus feromonas, oleadas de un perfume dulzón, empalagoso, que en otro momento hubiese molestado al antipático alfa — ¡Y tener una familia! Una gran familia —
— Tener una familia suena bien — secundó doblando la hojita, llevándola a su bolsillo, bajo la atenta mirada del menor — Aunque no creo que sea para mí... No creo que haya nada para mí. Estoy vacío, soy una cáscara —
— No te ves como una cáscara — murmuró el omega examinando cuidadosamente al alfa, con la mano en la barbilla, entrecerrando los ojos, buscándole forma a sus palabras — Todos tenemos sueños, incluso cuando eras niño debiste soñar con ser alguien —
Ignorando la molestia inicial por la gracia de omega por querer el sentido literal, renegó de sí mismo — Quería ser un superhéroe y salvar a las personas, es muy infantil y ridículo —
El menor sonrió divertido, llegando a las carcajadas de mofa, retorciéndose en su asiento por ver lo que el otro no veía, palmeando incesantemente su mano contra su brazo — ¡Entonces quieres ser policía! Ellos luchan con los malos y salvan a las personas, que tonto eres —
Lucas enrojeció, su pecho se infló de aire y envalentonado buscó los contraargumentos, aunque estos fueron callados por la risa de omega burlándose de él — Oye tú, omega... — descubrió que no conocía su nombre, vaya tragedia.
Recomponiéndose en su lugar por el repique en su bolsillo de su celular barato, recordó las prisas que le habían llevado a correr, tras presentarse a una oferta de trabajo infructuosa — Oh no, se me hizo tarde — de un salto se levantó de su asiento, lloriqueando oleadas de frases inconexas sobre su desafortunado desenlace en casa — ¡Debo irme o mi alfa se enojará! —
— Sí... — Lucas le siguió con la mirada, recordando lo que olvidó por la desesperación del omega — ¡Oye!, ¡¿Cómo te llamas?! — Elevó la voz, contagiado de esa exasperación, necesitando conocer al menos su nombre.
Una conversación. Un parque. Un desconocido. Lucas sabía que la vida podía cambiar por culpa de un segundo, el aleteo de una mariposa, el suspiro de un ángel o un omega de nombre:
— ¡Nicolás! —
— Señor Nicolás — La infantil voz a su lado era de tono neutral, monótona, aunque lo suficientemente tranquilizadora para alegrarle — Bienvenido a casa —
Lucas recordó en un segundo sus decisiones de la tarde. Las compras de la despensa acabaron con ellos en una tienda de segunda mano en la que se hizo con una consola de un modelo nuevo... Hace 10 años en el pasado. No era su culpa, él siempre tuvo el sueño de compartir las maravillas del mundo digital con su hijo, Nicolás le dio el empujón de siempre correr hacia el horizonte.
El omega estaba formulando mil y un argumentos en su cabeza. Su día había sido agotador, desde la sesión donde lloriqueó secándose los mocos con toallitas de mano porque su padre fue un cretino, hasta el movimiento de muebles de lado a lado por toda la casa de Trinity. Solo quería descansar tras una cena caliente, un baño de relajación en el que derrochar sus penas y la compañía fiel de sus almohadas.
Ahora tenía a un señor cuatro años mayor a él, jugando al Mario Party con un niño que seguía equivocándose al contar su edad.
— Estoy seguro, yo no agregue ninguna consola en la lista de compras, Lu —
Lucas se quedó de piedra. No tocó el presupuesto familiar, porque sería de un "perro desgraciado" aprovecharse de su labor como comprador.
— El señor Lucas me dijo que usted estaba de acuerdo — confesó Biel, el único en contra de la compra, porque lo consideraba "temas de adultos", pero Lucas dijo y citó: Biel, mi lindo y apapachable niño, nunca es muy temprano.
Nicolás enarcó una ceja, una daga que llegó justo a mover suavemente al alfa hecho una piedra en la misma posición, sentado en el suelo con las piernas cruzadas — ¿Así que yo dije cosas que nunca dije? —
— Bueno — carraspeó antes de una ligera risa de nervios, evitando el contacto con el omega, cuya feroz mirada le estaba quebrando — Quizá, y solo quizá, yo mentí un poco sin intenciones de lastimar a nadie —
Biel frunció el ceño, jaló del hombro al alfa, corroborando su aspecto, decepcionándose — Creí que a los mentirosos les crecía la nariz. ¿Me mintieron? —
— No, a Lucas le creció la nariz, él sabe — Nicolás se dejó caer sobre el sillón, derrumbando algunos cojines, mientras su cuerpo se hundía en la suavidad de las esponjas — No es bueno decir mentiras, Biel... puedes lastimar a otros, incluso cuando no eres consciente —
El alfa desvió su mirada al contrario, escapando de la clara insinuación hacia él, la indirecta más directa.
— ¿Al menos ya cenaron? — El silencio le dio la respuesta, aunque alargó la tortura con una sonrisa forzada — ¿La cocina está más fría que la refrigeradora? —
— ¡Pediré pizza!, ¡Ya no me mates con falsa felicidad! — Chilló el alfa rogando clemencia al arrastrarse al omega, sentado a sus pies, abrazaba sus muslos con los brazos — Perdóname, solo era un sueño que tenía... ¡Jugar videojuegos con mi hijo!, ¡Soy un horrible criminal! —
Sus berridos fueron dulces, encanto que atacó el corazón del niño y del omega, provocando sensaciones similares y actuares distintos. Uno se encogió aferrándose al mando de la consola, el otro rió sonrojado, deleitando la felicidad.
— Perdonado, solo me gustaría saber con antelación la próxima vez, ¿de acuerdo? —
Lucas asintió con efusividad, relajado por el paso de la tormenta y sintiéndose libre de culpas — ¿Qué dicen?, ¿pizza y noche de videojuegos? — Con la risa enseñando su blanca dentadura, sonando su voz en un ritmo que contagiaba la alegría, Nicolás y Biel se rindieron.
Biel en el centro, Nicolás a la derecha y Lucas a la izquierda, sentados sobre la alfombra como si no tuvieran un juego de tres sillones cómodos a sus espaldas, comiendo pizza una tras otra y luchando por conseguir el puesto número uno en el Mario Party, esa fue la tranquila noche de la familia Nowak.
Hasta que Biel lanzó un misil en medio de la partida.
— ¿Por qué ustedes no se besan? —
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