Capítulo 12
Dulces y zanahorias, una extraña, aunque enigmática combinación a la que Biel ya se había acostumbrado tras tantas tardes de rutina acompañando al omega en su trabajo. La vida era simple y placentera, prácticamente un paraíso si lo comparaba a su estancia en el orfanato, donde la sensación de soledad abundaba en su pecho.
— Voy a ir a conseguir leche para las galletas — saltando del banquillo al suelo, cayendo en sus dos pies cual felino, Terrence borró el rastro de migajas azucaradas en su boca, una delicia que Nicolás había comprado en una panadería, esperando compartirlas entre todos.
Biel le siguió con la mirada, supuestamente ido en su lectura, sus orbes fundidos en miel regresaron a Nicolás, hasta que las pisadas de Terrence se difuminaron por la distancia y el tiempo. Sus filosas dagas estaban cuidando receloso del omega acuclillado alrededor de dos niños a los que ayudaba a decidir qué golosinas comprar.
La silla a su lado se hundió por el peso de la beta, con el dulzón de la paleta en sus labios, relamía el sabor con la lengua, maltratando con sus dientes la parte más sólida de su caramelo. Biel nunca dejó de preguntarse, si ella era inmune al dolor de estómago, porque siempre yacía devorando un bombón.
— ¿Qué tal te va con Nicolás y Lucas? —
Durante esas tres semanas, ni ella, ni Biel habían tenido un momento a solas. Nunca habían hablado sin tener a alguien más rondando su alrededor. Principalmente porque Biel no tenía ni un solo interés en ella, y Trinity estaba un poco acobardada de conocer la situación familiar de Nicolás - aunque fingiera que no le importaba -.
— Son personas agradables — murmuró, guardando un: Y muy enamorados, en su pensamiento.
— Lucas no es nada agradable, es un idiota insoportable e inmaduro — renegó entre dientes frunciendo el ceño — No sé qué le vio Nicolás —
— Lo trata dulcemente, como un tesoro — defendió de forma pasiva agresiva al alfa, pretendiendo estar más interesado en el cuento.
Trinity arqueó una ceja, de diversión a ganas de mofarse, se cruzó de brazos — Vaya niño de papi eres, defendiendo al insípido de Lucas —
— No estoy defendiendo a nadie, no soy un niño de papi... Y tampoco es insípido — negó toda afirmación de la beta, mientras cambiaba de página, escondiendo su enojo bajo un aparente desinterés.
Un breve silencio vino antes de un suspiro de la beta.
— Supongo que está bien que te adaptes a ellos tan rápido. Las familias suelen ser complicadas — espetó su pensamiento, admirando la risa sincera en los labios de Nicolás, delante de esos niños que seguían llevándolo de aquí para allá — Yo nunca pude... —
Biel la miró de reojo, deteniendo el aparente movimiento de sus dedos hacia la siguiente hoja — ¿Dónde está la mamá de Terrence? —
— No lo sé, debería estar en un centro de adictos — un leve atisbo de melancolía llenó su voz — ¿dónde estará? — preguntó a sabiendas de no encontrar respuestas.
— ¿Ella también abandonó a su hijo? —
— Ella se abandonó a sí misma — se recostó en la silla, ignorando los chillidos por falta de aceite — Mi hija tomó malas decisiones, conoció a las personas equivocadas y perdió la facultad de cuidar de nadie —
— Y por eso usted cuida de Terrence — Biel no había entendido gran parte de la introspección de Trinity, porque las palabras se le hicieron complicadas y su orgullo de no quedar como ignorante frente a una persona que definía como: Nefasta, no ayudaron a indagar en su vida familiar — Terrence es feliz con usted. Se quieren, se tienen entre ustedes... No creo que sea complicado —
Trinity enmudeció ante las reprimendas del pequeño que todo lo miraba con inocencia. El niño cerró el libro y bajó de su lugar, yendo hacía Nicolás, queriendo pedirle una golosina, alejándose justo con la llegada de Terrence al mostrador.
— Vaya mocoso más descarado y contestón — se quejó la fémina con una leve mueca, con el pensamiento que los iguales se atraían, el famoso destino del que Nicolás llegó a contarle hace años atrás. Un cuento de hadas convirtiéndose en verdad.
— ¿Quién? — Cuestionó Terrence al poner los dos vasos de leche tibia en la mesita, batallando por volver a sentarse a devorar las galletas a medio comer — ¿Dónde está Biel? —
— El borrego colapsó y ya no aguantó los celos — señaló con un movimiento de cabeza al infante que llamaba la atención del omega, inmiscuyéndose - supuestamente de forma inocente - en su trabajo.
Los demonios a veces se sumergían muy debajo de la piel, tras vigilar a su presa en las penumbras de la oscuridad, arrancaban su calma al cazar su carne. No se podía escapar del pasado.
Se levantó de golpe, dando un gran soplo como de un muerto que regresa a la vida, inflándose el pecho con aquel latido de vida al que le sobrevino una bandada de aleteos en su pecho, amenazando con romperle el tórax. La piel yacía perlada en gotas de sal pringadas en su cuerpo, adhiriendo las finas capas de tela a su ser.
Destrozado por el mal que se coló en sus sueños, se abrazó a su cuerpo, esperanzado en que sus propias fuerzas le permitieran calmar la agitación, le tenía convulsionando.
Cual mantra repitió palabras de aliento: "Todo está bien" o "estás a salvo", en un bucle infinito que no alivió su pesar. Tembloroso bajó de la cama, comprendiendo su pequeñez. Aunque quiso conciliar el sueño nuevamente, cerrar los ojos en esa inmensa soledad de su habitación, provocaba un sollozo nacido del miedo de ser encontrado y lastimado.
Invadió el espacio ajeno, recorriendo con la yema de sus dedos el principio de la manta, protectora de su mejor amigo, a quien momentáneamente privó de calor. Sus ojos cristalinos estuvieron apesadumbrados y en pánico al ver al otro removerse en su cama.
— ¿Nico? — Lucas le llamó somnoliento, apenas abriendo los ojos para verlo gracias a la pequeña fuente de luz lunar adentrándose tras las cortinas.
— Lo siento — susurró, casi sin voz, rompiéndose con lo agitado de sus exhalaciones — Tuve un mal sueño, ¿puedo dormir aquí? —
Lucas le atrajo cuidadosamente hacia su pecho, haciendo descansar su oído cerca de su corazón, acariciando con sus dedos, sus rubios cabellos — ¿Quieres hablar de ello? — Poco a poco se animó a despertar, despidiéndose del sueño y el cansancio.
— Estoy bien, Lu... Solo quería compañía. Vuelve a dormir, mañana tienes que trabajar — desvío la atención con una excusa que el alfa no aceptaría.
— ¿Quieres hablar de ello? — repitió en calma, paciente en conocer los verdaderos deseos del omega entre sus brazos.
— Mamá se había ido, como siempre, escapó — murmuró adormecido, con el eco de su corazón apagándose en un latido mucho más calmo, donde el miedo no existía en ese lugar, viéndose temeroso del abrigo por la calidez de nobles sentimientos — Papá estaba enojado, como siempre, se desquitó conmigo —
Las pesadillas podían existir en el día, arrasando cual desastre natural, devorando todo a su paso bajo su implacable furia. Sus días de niñez se basaban en sufrimiento constante y la eterna sensación de pavor por morir. El aroma de aquellos años era igual al humo, una podredumbre que infecta los pulmones hasta ahogar a las víctimas, las paredes de la humilde casa destilaban humedad y moho, el cuchitril lo compartía con la suciedad de las latas y la comida podrida que se adhería al suelo, al chorrearse desde la encimera de la cocina.
Apestaba, pero Nicolás no sabía quién destilaba el peor olor: La casa, su padre o él. Nicolás odiaba las tormentas, porque eran los crueles días en que se quedaba atrapado con un monstruo entre finas paredes de papel que no callaban sus gritos de agonía, cada ruego de piedad se derramaba en el ambiente, siendo escuchado por oídos de personas frías, quienes jamás intentaron salvarlo cuando su progenitor lastimaba su cuerpo, parte por parte.
Irónicamente para él, el único que le tendió la mano, fue un alfa con aroma a agua de mar, a viento y marea, a diluvio y tempestad, a tormenta.
— Él no va a lastimarte, Nicolás. No puede herirte, nunca más — su voz era un calmante, una compañía del omega apoyado sobre él, respirando pacíficamente, concentrado en los secretos que le contaba — Tú eres mucho más fuerte. Él es solo un patético viejo alcohólico que busca superioridad al ir contra los más débiles, un cobarde —
— ¿Soy más fuerte que nadie? — Sus ojos cristalinos brillaron por la abundancia de lágrimas, llanto que mojó la camiseta del alfa.
— Sí — afirmó completamente convencido de lo que para otros sería un disparate. Su verdad, su propia verdad — mucho más fuerte que nadie, igual que un superhéroe —
— Lu, no tengo superpoderes — se rió suavemente, un sonido bajo, tan endeble que se perdió entre las respiraciones del alfa — Tampoco he salvado a nadie, no puedo ser un superhéroe — negó, dejando a las últimas lágrimas caer contra la empapada tela, Lucas siquiera comentó alguna sensación de molestia por ser usado como pañuelo.
— Mientes, todos los días me salvas con tu sonrisa — rascó un punto exacto de su cuero cabelludo, bufando por la respuesta de su amigo — A veces despierto pensando que será un aburrido día de mierda... Luego veo tu sonrisa y sé que todo irá bien —
El toque del alfa descendió a su mano derecha, acariciando con ternura, con completa adoración la cicatriz realzada en el dorso, dando un aspecto rugoso a su piel, interrumpiendo el liso de su gracia, quizá provocando vergüenza en alguien más, sin embargo, Nicolás había aprendido a desprenderse de ese complejo. La marca era un recuerdo del abuso de su padre, una reafirmación de vida.
— Si tú puedes sonreír, significa que todo está bien — Lucas entrelazó sus dedos con los ajenos, fue una danza lenta, un enlace de comparación entre la diferencia de sus tamaños que acabaron acoplándose con sus manos unidas.
Nicolás se irguió un poco, siguiendo la enigmática unión entre ambos, sumergido en el momento, con su vista sobre la conexión física de sus almas. El amor no se producía solo en un encuentro carnal, yacía escondido en abrazos, besos, palabras, suspiros, gestos, tomas de mano, la mera compañía... El amor es el encuentro de almas que buscan calor en un mundo gobernado por el frío.
Inevitablemente, Nicolás sonrió enternecido por Lucas, una risa mucho más pronunciada provino de sus labios entreabiertos. Los miedos fueron fugaces, desvaneciéndose como estrellas de paso, provocando una gran impresión, derrumbándose en la oscuridad de la que no saldrían.
— ¡Oye! — El mayor se hizo el dramático y ofendido — ¿Te estás burlando de mí? — arqueó una ceja, casi atrapando con mano libre el cachete del omega.
— No, solo te estoy agradeciendo por reconfortarme —
Derrotado en su propio juego, Lucas suspiró — Me rindo, no puedo contigo, solo soy un simple mortal — le atrajo nuevamente, haciéndole descansar sobre su pecho.
Nicolás podía escuchar los calmos latidos de Lucas, una nana magnífica para esa noche. El sueño llamó a la puerta, cuando las palabras dichas habían sido suficientes. Uno se vio adormecido por las constantes caricias a sus cabellos, y el otro por la seguridad de tener al menor en su resguardo.
— Gracias por dejarme quedarme contigo, Lu — dijo, embobado por el cansancio llevándose su consciencia.
— Gracias por elegir quedarte conmigo, Nico —
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