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Capítulo 1

— Quiero un bebé —

Quiero. Un. Bebé. Tres palabras cuya pronunciación no le roba más de tres segundos al reloj. Una línea corta, de esas que marcan toda una vida, por el peso que conlleva cada sílaba. La frase ni siquiera había brotado de sus labios y ya le había encorvado la espalda.

— ¿Un bebé? — repitió con un tono cantarín dándole el sentido de pregunta. Su mano se había movido en automático, el contorno duro de la botella de vidrio acarició sus labios y el líquido se contuvo en su garganta antes de ser disparado por la boca de forma estruendosa — ¿Las bolas de mocos y babas? —

Nicolás bufó, resoplando de molesto por la manera dramática en la que Lucas había tomado la noticia. Su mano abrazó su propia cerveza, las piernas se balanceaban de lado a lado al no llegar al suelo y el trago de saliva le supo amargo.

— Sí. Tú también fuiste uno, Lucas — se quejó entre murmullos, sus labios se presionaron en enojo, no era torpe pensar en que él quisiera un bebé, siempre fue parte de sus planes. El mayor problema era su infertilidad. Vaya ironía de la vida, cayó en la jerarquía de omega, sin embargo, le era imposible concebir, por mucho que anhelase pasar por aquella etapa, no podría más que añorarla en suspiros.

— Lo sé, lo sé — se llevó la mano a la nuca, Nicolás solía hacerle peticiones extrañas, y él nunca podía rechazarlas. Quizá por ello el omega se aprovechaba, porque no sabía decirle: "No" — Es solo que... —

— ¿Cómo me voy a quedar embarazado? — completó la pregunta que solo quedó en pensamiento para Lucas. Las tenues luces de las lámparas descendiendo desde el techo, captaron la atención del par de orbes marrones del omega. A sus veinticuatro años seguía siendo aterradoramente dependiente de su mejor amigo. El corazón le bombeaba a velocidades escalofriantes, sus latidos parecían desgarrar su sudadera — Lucas, necesito que te cases conmigo —

Lucas estaba seguro que Nicolás tenía superpoderes, llevaba cuatro años conociéndolo y solo le bastó estar a su alrededor un segundo para conocer su más oscuro secreto, esa habilidad con la que tambaleaba su mundo entero. Justo ahora, solo necesito seis palabras para detener el tiempo. La botella de cerveza se le quedó elevada, ni siquiera el líquido se movió de su lugar, sus labios consiguieron temblar ligeramente, en tanto el retumbar de su pecho le hizo recobrarse del daño.

— ¡¿Qué?! — vociferó, el banquillo en donde estaba sentado se tambaleó y tuvo que poner los pies firmemente sobre el suelo como ancla con tal de no caerse — Espera, espera, solo espera — pidió sujetándose con una mano a la mesa y con la otra a la botella medio vacía — Dices que tú y yo, nos casemos. ¿Qué relación tiene con un bebé? —

Verle actuar tan nerviosamente, cual si fuese el peor desastre del mundo contraer nupcias con él, le enfureció, al final de cuentas era un omega y Lucas había herido su orgullo — Voy a adoptar, ¿bien? — golpeó la mesa con su bebida, a Nicolás le tembló momentáneamente el cuerpo, en realidad fue un desliz del licor penetrando sus sentidos — Se burlaron de mí, Lucas. Pregunté si un omega soltero podía adoptar —

Nicolás sollozó, en realidad fue un hipo que Lucas malinterpretó como un llanto. El alfa empezó a entrar en pánico, cuidadosamente le dio palmaditas en la espalda, procurando no bajar de más y ser malinterpretado.

— ¿Nico, estás muy borracho? — Hizo el intento de arrancarle la bebida, fallando estrepitosamente ante los ojos vidriosos del omega.

— ¡Estoy con el corazón roto! — abrazó el alcohol, hipando porque su cuerpo no se decidía si mostrar los síntomas de la borrachera o el dolor en su pecho — Si quiero un bebé, necesito una relación estable, seguridad laboral y un hogar que presté las condiciones. ¡Yo solo tengo una! — chilló contrayendo su expresión — las ganas de ser madre, pero no me sirven —

— ¿Eh?, ¿Entonces quieres utilizarme para tener un hijo? — Le pinchó el cachete con su dedo índice, no todo el tiempo se conversaba con un desinhibido Nicolás, el menor solía ser una bola de nerviosismo y preocupaciones.

— Sí — admitió al segundo, ni siquiera lo dudó — Está bien sí solo es de papel. Un matrimonio sin amor, me quedaré en tu casa — se le escapó un hipo, mientras relataba todos los planes que se hicieron en su mente a fuego lento — dormiremos en cuartos separados, adoptamos y en un año nos separamos —

Lucas se inclinó sobre la mesa, apoyó su codo sobre la superficie y su mejilla sobre su mano, los largos mechones castaños, casi queriendo emular un brillo dorado opaco, llegaron a estrellarse contra sus pestañas, cubriendo parte de su rostro — ¿Quieres que sea un padre de papel? —

— Sí — Nicolás asintió, reafirmando sus intenciones de reducirle las molestias a su amigo, considerando lo mucho que estaba pidiéndole dejar que se inmiscuyera en su vida — Haces mucho por mí solo poniendo tu nombre —

— No me gusta, tu plan es horrible y egoísta — las palabras fueron un murmullo lento y pesado, que alteraron el corazón de Nicolás. La mirada filosa de ese tono verde, tan colorida como la vegetación de un campo en plena primavera, robando el color, concentrándolo en uno, reflejaron la expresión de desilusión del omega.

Nicolás balanceó la botella de lado a lado, jugando con ella, usándola de excusa para no cruzar sus ojos con los de su amigo — Lu, ya sé que pido mucho... No tengo a nadie más a quien pedírselo. Yo — se encorvó lleno de miseria — ya tengo miedo, ¿seré una buena madre? Quiero serlo, aunque esté asustado —

Lucas suspiró, las feromonas de pena empezaban a derrocharse en una suave ventisca, el aroma natural a zanahorias, se le impregnó en las fosas nasales. Dejando que el taburete se derrumbara contra el suelo, abrigó con su ser, el cuerpo más pequeño, apoyando la barbilla sobre los rubios cabellos de Nicolás, guardándolo con su tamaño, meciéndose de lado a lado.

— No quiero ser el alfa de papel, moriría de depresión sabiendo que abandoné un hijo — dijo, su voz fue un arrullo, tan delicado que pudo perderse en el estruendo del local, aunque el tono fue perfecto para que solo Nicolás lo escuchara, como si se tratase de un secreto de los dos, porque el resto del mundo no importaba en esos instantes — Hagámoslo juntos. Seré el padre de tu bebé, uno de verdad. Me haré responsable —

El omega apoyó su cabeza contra el pecho del alfa, le miró desde su lugar, esbozando una pequeña sonrisa en aquel par de labios apenas acaramelados por un tono rosa. Una perfecta mueca de boca cerrada, ampliando sus cachetes, arrugando algunas secciones de su rostro — Entonces, seremos la familia Nowak —

La garganta le raspaba por la sed que tenía arrastrándose a través de sus sueños. Cual uñas encarnadas, laceraban su interior, llevando consigo la sensación de un desierto esparciéndose en su tracto. Batallando largos minutos con sus cansados párpados, concibió sentarse en la cama, jorobado, con los hombros cayendo hacia el frente y los bostezos alargando su boca.

Las sábanas de estampados de corazones se revolcaban entre sus piernas, cual marea furiosa, aunque estás no tenían control en su movimiento. La camisa cuatro tallas más grande que la suya, escondía su pobre cuerpo, carente de curvas atrayentes para los ojos más recelosos de calificar la belleza, la manga del hombro derecho buscaba darle un rastro menos impuro, deslizándose atrevidamente por su hombro.

Olía al mar. Agua, libertad, sal, el sol y calidez. Ronroneó inconsciente por sentirse seguro, a gusto, en casa... pese a haber tenido pocas oportunidades de marchar a un viaje a alguna playa. Se restregó los párpados, un par de lágrimas se desprendieron y acabaron manchando la piel de sus pómulos y sus dedos.

El aroma a tocino y huevos revueltos se coló tras la rendija de la puerta. Nicolás lo percibía como la personificación de la figura de la seducción, acariciando su mentón, llamándolo, exigiendo su presencia, la cual él no dudó en entregar.

Bajó a tropezones de la cama, sus pies acariciaron la suavidad afelpada de la alfombra rosada, que junto con las sábanas, había sido su regalo de San Valentín para su mejor amigo. Se subió la camiseta de los Yankees, y se aseguró que está le cubriera hasta los muslos, casi llegando a las rodillas. Gracioso, considerando que él no se había cambiado para dormir.

Nicolás hubiese entrado en pánico, retorcido entre las sábanas, hecho una verdadera parranda por no acordarse de la noche anterior tras la doceava cerveza, sin embargo, estaba acostumbrado a ser una carga para Lucas cada que salían a tomar.

— ¡Buenos días, Lu!, ¿Del uno al diez que tanta vergüenza te hice pasar? — Su paso fue rítmico, decidido a invadir el espacio del alfa, pasándose tras él, queriendo chismear sus habilidades culinarias, aunque las conociese a la perfección. Sostuvo sus manos en la cintura del contrario y coló su cabeza por el lateral izquierdo.

Lucas alzó cuidadosamente su brazo, dándole espacio a Nicolás de observar su trabajo — Me pediste ser el padre de tu hijo —

— Ah. ¿Ah? ¡Ah! — Sus pies se movieron hacia atrás, haciéndole retroceder y golpearse la espalda contra el filo de la encimera — Yo no... Yo solo, es solo una idea tonta — el ademán efusivo de sus manos destilaba sus nervios. Lo pensó por meses, sin embargo, no tenía la facilidad de expresarse — No tienes... No debes sentirte obligado a... —

— Lo haré — respondió tranquilamente, estudiando cuidadosamente cuando el huevo estaba lo suficientemente perfecto para salir del fuego — Te lo prometí, ayudaré con el proceso. No tienes que afrontarlo solo — con la espátula sacó el par de huevos enteros, dejándolos sobre un plato, apartando el espacio necesario, aún faltaba el tocino — Lo sabes, te quiero, y haría lo que sea por ti —

Camiseta blanca, pantaloncillos viejos y desteñidos, el castaño (quizá rubio) cabello con problemas de identidad caía sobre su frente, pues su coleta era necesaria para mantener sus mechones lejos de su frente, estrellándose en una cascada en su cuello. La comisura derecha de sus labios apenas se estiraba, pintando una media sonrisa en su rostro.

Los brazos de Nicolás se acercaron a los laterales de su torso, sus manos se posaron sobre sus mejillas, apachurrando sus cachetes en su intento desesperado por cubrirse los ojos, conteniendo la emoción, porque saltaría, se abalanzaría contra Lucas y solo pensaba en el desastre, su mente relataba temores.

Lucas solo abrió los brazos, conocía perfectamente a Nicolás, porque no había parado de verlo desde que lo conoció — Vamos Nico, sé que quieres — le animó a acercarse.

Nicolás negó con un movimiento de cabeza — No, no... Yo podría saltar hacia ti, pero tú no me aguantas, te tambaleas, caes y partimos la cocina. ¡El aceite! — empezó a parlotear como solo él sabía — Oh, nos quemaremos en aceite caliente. No nos vamos a casar, vamos a morir, es el apocalipsis. ¡El peor día de mi vida! —

— No me voy a caer. No me dejes burlado con los brazos abiertos, podría morir de tristeza — insistió, riendo cuando el menor caminó casi arrastrando los pies, entre la negación y la aceptación, concibiendo un balance al solo abrazarlo.

Lucas olía al mar. Nicolás lo sentía como el verano, inundado en calidez, permitiéndose entregarle el corazón, porque él lo sostendría. Hundió el rostro en su pecho, enterró sus dedos en la ancha espalda del alfa y ronroneó contento porque estaba más cerca de cumplir su deseo... Muchas veces creyó que su anheló había desaparecido junto a su posibilidad de quedar preñado, sin embargo, su mejor amigo nunca le permitió dejar de soñar.

— Estuve haciendo un par de llamadas, me esforcé mucho mientras tú dormías ocupando todo el espacio de mi cama — dijo Lucas dramáticamente, restregando su mejilla contra los dorados cabellos del omega, sintiendo como los músculos de menor se tensaban — Solo te estoy molestando, la verdad es que te usé de almohada —

Nicolás empezó a entender el porqué de sus terribles pesadillas donde moría asfixiado o por aplastamiento, por eso no le gustaba dormir con Lucas cuando se quedaba en su casa y prefería dormir en el sofá.

El omega se alejó de la muestra de afecto, en pánico — ¿Podremos casarnos? Podemos, ¿verdad? — Nicolás percibió la mirada de Lucas caer sobre la seña en su cuello, la horrorosa marca de un recuerdo que no se borraba, quiso cubrirla, pero su amigo no le dejó, igual que con todas sus cicatrices, Lucas solo las definía como bellas — Lu... — se quejó, avergonzado de su pasado.

— Podemos. Solo debemos arreglar unos documentos, un par de requisitos, así el notario podrá casarnos e inscribir el matrimonio — sostuvo ambas mejillas de Nicolás, uniendo sus labios en forma abstracta, al punto de causarle una suave risa apenas duradera — Conseguiremos unos anillos y haremos la mudanza —

— Pero... — lloriqueó al verse libre de su intento de desviar su atención de la seña donde antes tuvo un enlace — Lu, yo... es que... — Ahora sobrio, notando todas las ganas de Lucas por ayudarlo, recordaba esos pequeños detalles — ¿Qué hay de la beta que estás cortejando? Si te casas conmigo, vas a perder tu oportunidad con ella — 

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