ZION

Sostengo el libro con una mano. Las letras comienzan a volar. Veo imágenes. Caballeros armados vencen dragones. Demuestran la valentía que poseen agitando la espada y deshaciéndose del peligro, salvando a la princesa y al reino. Ojalá yo fuera tan valiente como ellos. Pero, no lo soy. Así que me toca aceptarlo.

Me acomodo los lentes con el dedo índice. Continúo leyendo. Suspiro con pesadez. Detengo mi lectura, no sin antes marcar la página, y me levanto del cómodo sillón.

Acabo de levantarme y ya lo extraño.

Ah, hola, conciencia.

Miro a mi alrededor. Los libros en cada estante están perfectamente ordenados. La biblioteca es enorme, lo reconozco. Casi no hay espacios vacíos. Yo mismo me he encargado de llenarlo todo.

Por supuesto, nadie tiene permitido entrar aquí. Esta es mi zona de confort, mi santuario.

Admiro el cielo nocturno a través de los cristales en el techo. La luna, solitaria, se encuentra en lo alto brillando como nunca. Parece pedir un poco de compañía. La observo con pena, debe sentirse sola.

Bajo la cabeza, meto las manos en los bolsillos de mi pantalón. Giro sobre mis propios pies y me encamino hacia las puertas dobles que determinan la entrada y salida.

Abro con ambas manos las puertas. Al salir vuelvo a cerrarlas. Mis pasos se escuchan, soy conciente de ello. No temo despertar a alguien.

De todas maneras, es imposible que despierten si duermen como troncos.

Atravieso la cocina. Llego a las escaleras y subo escalón por escalón. El segundo piso me recibe con su silencio habitual. Voy dejando atrás el pasillo.

La última puerta está ahí frente a mí. Coloco mi mano en el cerrojo y lentamente lo giro, empujo con suavidad hacia adelante. La soledad de mi habitación sonríe al verme y su oscuridad me abraza.

Cierro con seguro luego de entrar. Enciendo la luz. Me percato de que la ventana está abierta, podría jurar que estaba cerrada. Me asomo y alcanzo a ver una sombra en el tejado de la mansión frente a esta. Se ve bastante grande para ser un gato, pero, ¿qué más podría ser?

Ignoré ese detalle y simplemente cerré la ventana. Encendí la lámpara de la mesita de noche. Vi una sombra rectangular en esta. Metí la mano y saqué lo que había allí.

Era una nota. Qué raro. Leí lo que decía. Toda la calma que sentía desapareció de golpe. Mi rostro debe haber quedado pálido. Corrí a la habitación de mis padres y golpeé con fuerza la puerta hasta despertarlos. Ellos debían leer esto también. Ya que la amenaza, no era sólo para mí.