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capítulo 40

ZION

Las cosas mejoraron notablemente en unos días. Yo había sido dado de alta y Gwendolyn había despertado. Al regresar a la mansión, el ambiente se sentía diferente, más ligero. Mi padre me recibió con un abrazo fuerte e hipócrita, mientras que mi madrastra, con su cálido toque maternal, me hizo sentir que todo estaba en su lugar. Mi hermana menor, llena de energía, saltó a mis brazos, riendo como si no hubiera pasado el tiempo.

Sin embargo, a pesar de la fingida felicidad en casa, mi mente seguía volando hacia el hospital. Sabía que Gwendolyn necesitaba apoyo en este momento. Después de un par de días de adaptación, decidí que era hora de llevar a Faith a ver a su madre.

Ellas se necesitan la una a la otra.

—¿Te gustaría venir conmigo al hospital? —le pregunté a Faith una mañana mientras desayunábamos.

Ella levantó la vista de su tazón de cereales, sus ojos brillaban con emoción después de estar apagados por este tiempo sin ver a su madre. La niña se lleva bien con Natilla, juegan juntas, pero en el fondo extraña a Gwendolyn.

—¿De verdad? ¡Sí! Quiero ver a mamá —respondió.

Por el camino, compré un precioso ramo de tulipanes. La niña me dió la bendición. Eran perfectos: sus pétalos rojos parecían casi encendidos bajo la luz del sol. Con Faith a mi lado, nos dirigimos al hospital, y la energía en el aire era palpable. La anticipación llenaba el espacio entre nosotros mientras caminábamos por el pasillo al llegar.

Al entrar en la habitación de la Damisela, la vi recostada en la cama, con un rostro apagado. Su expresión se iluminó en cuanto nos vió, y sus ojos se llenaron de alegría.

Esos ojos azules como el mar...

Le entregué los tulipanes y su reacción fue instantánea. Sus ojos se abrieron de par en par y una risa suave escapó de sus labios. Mostró una sonrisa que me dejó sin aliento.

—Son... —Dejó la frase en el aire.

—Tulipanes, sí —murmuré, sonriendo.

—¿Cómo lo supiste?

—Cierta pequeña me ha ayudado. —Con mis palabras, Faith soltó una risa nerviosa.

Gwendolyn negó con la cabeza, divertida. Creo que ya se lo imaginaba. Faith se acercó a su madre y le tomó la mano.

—Te extrañé tanto, mamá.

—Yo también te extrañé, cariño. Pero ahora estoy aquí y eso es lo que importa.

En eso tiene mucha razón.

Pasamos las horas hablando y riendo. La conexión entre una madre y su hija era palpable; cada palabra que intercambiaban parecía tejer un hilo más fuerte entre ellas. Me sentí afortunado de ser parte de ese momento, observando cómo el amor podía sanar incluso las heridas más profundas.

Los días siguieron fluyendo así: visitas al hospital donde llevábamos flores, dulces y risas. Cada vez que entrábamos en la habitación de Gwendolyn, su sonrisa nos recibía como un cálido abrazo. A medida que pasaban los días, ella se recuperaba lentamente, y con cada pequeño avance, mi corazón se llenaba de esperanza. A pesar de las dificultades que habíamos enfrentado, sabía que teníamos algo especial: el amor que nos unía era más fuerte que cualquier adversidad.

El tiempo pasó rápido y pronto Gwendolyn comenzó a hacer planes para salir del hospital. Mientras tanto, en casa, mi familia me apoyaba, aunque mi padre no me dirigía mucho la palabra y era mejor así ya que no tendríamos que discutir. Seguiría la paz.

Solo eso necesitaba en estos momentos.

Con cada visita al hospital, nuestras vidas comenzaban a tomar forma nuevamente. La esperanza florecía como los tulipanes, y sabía que estábamos listos para enfrentar lo que viniera juntos.

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