ZION

Cuatro días. Ese es el tiempo que he pasado aquí, en esta casa. Me siento invisible aquí: todos han dejado de hablarme. Yo ni siquiera hablo. La desesperación me consume al saber que no he avanzado nada y que sólo ha empeorado todo. Estoy como al principio sin saber nada de The Black Cat. Lleva tiempo sin atacar, así que no tengo pistas sobre él.

Decido usar mi computadora para leer. Quizás eso me distraiga un poco. Tomo posición sobre la cama del cuarto que me tocó. Pego la espalda a la pared y coloco el portátil sobre mis piernas.

Abro la aplicación para leer en línea y busco la que será mi nueva lectura. Encuentro algo que llama mi atención. "Efecto Cianuro" me recibe con los brazos abiertos. Me pierdo en las letras por un par de horas hasta que me toca volver a la realidad. Miro al techo por unos segundos y me permito pensar en mi familia. Los extraño. Excepto a mi padre, claro.

Ese ser ni siquiera merece ser llamado así.

Comienzo a trazar en mi mente un plan para —al menos— tener un encuentro clandestino con mi hermana menor. Natalia debe estar extrañándome, y no me cuesta nada hacerle una visita sin que nuestro padre se entere de que estoy en la mansión.

Para empezar: debería burlar la seguridad. Luego, atravesar el jardín. Después, subir hasta la ventana de Natalia. Y por último, llamar la atención de la niña para que me abra. Es el plan perfecto. Y no tengo que preocuparme por perros ya que sólo hay uno y es mío.

La noche llega rápidamente y me preparo para dormir, sin embargo, eso no es lo que haré. Voy a fingir para que Gwendolyn, Archibald o Faith no noten mi ausencia en la casa.

Espero que todo salga bien.

El momento de irme —al tener todo preparado— por fin llega. El auto llamaría la atención, así que debo ir a pie. Media hora después de estar caminando veo la mansión erguirse ante mí. Todo está exactamente igual, aunque no la reconozco. Parece un lugar sombrío a pesar de estar bien iluminado.

Voy hacia la parte trasera de la mansión y me apoyo en el muro de piedra para saltar al otro lado. Por suerte para mí en esta zona nunca hay guardias. El lugar en el que estoy es un punto ciego entre dos cámaras, un punto que sólo yo conozco y nadie se ha dado cuenta. Atravieso el jardín con cuidado de no ser visto, pero sé que una cámara captó parcialmente mi silueta.

Me encuentro con una pequeña casa para una mascota. Sonrío al escuchar sus ladridos contentos. Mi perro viene hacia mí moviendo la cola. Azúcar me saluda con varios lengüetazos en mi cara.

—Basta, basta —pido con voz suave—. Estoy de incógnito.

El doberman ladea hacia la izquierda un poco su cabeza. A veces se me olvida que no habla.

—Te extrañé, Azúcar. Prometo que volveré y te llevaré conmigo —murmuré.

Sé que voy a cumplir esa promesa.

Me levanto luego de acariciar al animal y le ordeno que vuelva a su caseta. Como si me entendiera, él lo hace. Comienzo a rodear la casa y finalmente doy con la ventana de mi hermana. Sonrío, aunque todavía no puedo cantar victoria.